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El cuento sin final de Praga


Estudio Gestión hotelera y siempre he estado ansioso por viajar y vivir en distintos lugares. En el segundo curso tuve la increíble oportunidad de poder participar en el programa Erasmus. Después de prepararme y practicar mucho pude pasar la entrevista y me acabé ganando la beca. Le di muchas vueltas, pero al final escogí la antigua capital bohemia de Praga. ¿Por qué? Por la economía sostenible de la República Checa... Nah, es broma, por toda la cerveza buena y barata, ¿a quién no le gusta la cerveza?

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Unos días más tarde llegó el momento de marcharme y me fui a la estación de autobuses. Estaba listo para embarcarme en esta nueva aventura llamada Praga, una ciudad desconocida y un ambiente desconocido. Me pasé las 10 horas de viaje cuestionando mi decisión. «¿Por qué me voy allí? ¿Por qué dejo atrás mi hogar, a mis padres y a mis amigos? ¿Qué pasa si no me adapto? No conozco a nadie... »

Pasemos la crisis existencial y vayamos a la llegada

«Dobrij Denj, Jake se mate? » (lo único que sabía decir antes de llegar a la República Checa, eso y pedir una cerveza, obviamente). Me quedaba en un hotel/residencia que me había recomendado la universidad. Cuando por fin llegué fui a la recepción a registrarme. Mientras que la recepcionista hacía su trabajo yo estaba encantado con el hotel, pensando en lo agradable que parecía.

Estaba con la cabeza en las nubes cuando, de pronto, la recepcionista me soltó que me había equivocado de hotel. Después de una media hora de caos, por fin conseguí llegar al alojamiento. Ojalá no lo hubiera hecho. Mi compañero era un mafioso eslovaco de 50 años que siempre olía a un whisky checo llamado Beherovka, no te librabas del olor ni con un muro de cinco metros de ancho en medio. Las pocas ocasiones en las que coincidimos alguno de los dos estaba borracho y hablábamos en una mezcla de ruso y checho. Cuando se fue tres meses más tarde me dio un regalo: un viejo y sucio frigorífico soviético que hacía el ruido de un tanque y que estaba tan sucio como el zapato de un soldado de la Primera Guerra Mundial. Intenté limpiarlo 10 veces, pero seguía soltando algo de aceite viejo cada vez que lo abría. Aun así me venía bien para enfriar la cerveza. La verdad es que me pregunto qué será de ese diabólico amigo mío.

Las primeros semanas fueron un poco duras, pero te acabas adaptando. Empecé a conocer un montón de gente nueva, incluso formamos la Comunidad de la Cerveza, ¿a quién no lo gusta la cerveza? Como ciudad, Praga es maravillosa, tiene todo lo que necesitas. Hay un bar en el que puedes escalar un muro después de tomarte un café (no bebas cerveza o puede que te acabes cayendo), un bar de jazz en el que hay un montón de perros que ladran junto a los músicos o una discoteca en la que ponen música electrónica justo al lado de una en la que no ponen más que música de los años treinta.

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Hay desde castillos espectaculares hasta galerías de arte contemporáneo. Praga está llena de música, alegría, gente de todo el mundo y, por supuesto, de cerveza. Hay muchísimos artistas callejeros, como un chico medio checo medio escocés que toca la gaita con una falda escocesa a quince grados bajo cero. También hay un chico francés con rastas que toca un instrumento hecho de tuberías de plástico y que utiliza la suela de los zapatos como baquetas. Bolivianos tocando la zampoña, gente con palomas blancas, búhos, halcones... Hay de todo.

También puedes ir al museo Sex Machines, salas de escape room, el museo de alquimia, el museo KGB, el museo nacional, el museo técnico, el museo militar y, por último pero no menos importante, el museo de la cerveza. Incluso me encontré una casa de brujas en el bosque cerca del castillo de Praga, pero me daba miedo y no entré. ¡No quería que me hechizara una bruja! Puedes usar casi cualquier transporte para moverte por la ciudad: taxi, coche, caballo, patín eléctrico, bicicleta, metro... Incluso hay un par de escobas mágicas cerca de la casa de brujas por si quieres creerte Harry Potter e ir volando por la ciudad.

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Hay restaurantes de todo tipo: de pescado, de comida tradicional, vegetarianos, de cena rápida, uno medieval en las catacumbas en el que, mientras comes, hay un pirata loco escupiendo fuego (y no es broma), y otro donde pides la comida y la cerveza (o vino) y te la sirven en un pequeño tren (os juro que no estoy de broma).

¿He dicho ya que me enamoré de una húngara muy mona que acabó siendo mi novia? También hice amistades que durarán para siempre (como poco). Si estás pensando en irte de Erasmus, déjame decirte algo: ¡Hazlo! Es una experiencia única en la vida, conocerás un montón de gente y culturas diferentes y crecerás en lo profesional y en lo personal. Claro que va a ser duro al principio, pero en dos semanas te sentirás como en casa. Y si con todas estas razones aún no te he animado a venir a Praga... Te daré una cerveza. Porque oye, ¿a quién no le gusta la cerveza?

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