Vivir en un piso compartido

Nunca había vivido en un piso compartido antes, excepto con mi familia. Sí que me había ido de vacaciones con mis amigos y había pasado medio año en Nueva Zelanda en hostales juveniles, que son situaciones bastante parecidas. La única diferencia es que allí cambiaba de lugar cada pocos días, no conseguía crear vínculos muy estrechos con la gente ni éramos una pequeña familia. Sin embargo, ahora vivo en el extranjero, en un piso compartido. Siempre había querido hacerlo porque no me gusta vivir sola. En París tuve que hacerlo porque no encontré ningún alojamiento compartido, pero lo odiaba. Llegaba a casa y no había nadie. Era fácil darse cuenta de que no estaba cómoda con la situación porque siempre se quedaba alguien conmigo o yo me iba a casa de otra persona, incluso a dormir. Estoy muy contenta de haber encontrado un piso así en Portugal. ¡Y más aún de que sea uno tan bueno! Vivo con cuatro estudiantes portugueses, dos chicas y dos chicos, y todos son más o menos de mi edad.

Las zonas comunes son la cocina, que es de gas y tiene una mesa, y también el salón-comedor, donde hay otra mesa aún más grande, un sofá y una tele. Yo comparto baño con otra chica y tengo mi propia habitación, que es de unos 13 m2. En el piso también hay calefacción y ventanas de doble cristal, ¡todo un lujo! Los chicos comparten otro baño y hay una chica que tiene uno para ella sola. Nos hemos organizado bastante bien y nunca tenemos problemas con que estén ocupados. Por desgracia, mi habitación da al norte, así que no me entra mucha luz natural y en invierno es un problema aún mayor.

Vivir en un piso compartido

Estoy a unos diez minutos de la universidad en autobús, que me deja justo en la puerta. Si voy andando, tardo media hora, así que también está muy bien.

Cuando llegué, no estaba muy segura de querer compartir apartamento porque la cocina estaba muy sucia y lo primero que hice fue limpiarla. Estaba así porque habían sido vacaciones y no había habido nadie en casa. Se habían olvidado algunas frutas y verduras en el frigorífico y habían empezado a echar raíces. Lo limpié todo e inmediatamente me sentí mejor. Tengo que decir que nuestro frigorífico es demasiado pequeño para cinco personas: cada uno dispone de un pequeño espacio y yo, por ejemplo, debo comprar comida casi a diario porque no cabe. Como en ese momento no había nadie en casa, decidí ocupar más espacio del que me correspondía. No pude utilizar el congelador de la parte superior porque estaba lleno de hielo y de cosas de otra persona. No sabía qué era exactamente, pero da igual. Quizá alguien estaba guardando provisiones para un apocalipsis. Pocas semanas después tuve que descongelarlo y limpiarlo completamente. La parte buena fue que tuve espacio para poner más cosas. Antes había tanto hielo que casi no podía abrirlo y tuve que invertir muchas horas y ollas de agua caliente para descongelarlo. También cogí algunos platos y los puse en mi estantería para no tener que fregarlos antes y después de usarlos. Además tenemos lavavajillas, pero hasta que yo llegué nadie lo había utilizado. A partir de ese momento, empezamos a juntar nuestros platos sucios para ponerlo y también lo llenamos cuando alguien invita amigos a casa.

Además de todo esto, me dijeron que candara mi puerta cuando saliera de casa, no porque alguno de mis compañeros fuera a robarme algo, sino porque cuando a veces hay más gente en casa, desaparecen objetos personales. No me sorprendió en absoluto. Siempre cerraba bien mi puerta, aunque me imaginaba que en el piso habría un entorno más familiar y que todo sería más sencillo. El verdadero problema llega cuando la cerradura se atasca y no puedo abrir. A veces tengo que cerrar con llave porque si no la puerta se abre, por ejemplo, con el viento.

Algunos de mis compañeros dejan que use sus cosas si las necesito y creo que es muy amable por su parte, sobre todo ese tipo de cosas que no merece la pena comprar para los pocos meses que uno va a estar allí.

Casi nunca cocinamos o comemos juntos. A veces uno de mis compañeros dice que cocina demasiado, que lo guarda para el fin de semana, pero que luego nunca se lo acaba, así que nos ofrece comida para no tener que tirarla. En ocasiones también cocina mucho y me pregunta si quiero un poco. Yo ceno normalmente con una de mis compañeras. Al principio, coincidíamos casualmente en la cocina, pero después nos aprendimos los horarios de la otra o escuchábamos ruido en la cocina y nos juntábamos voluntariamente. Nos quedábamos allí hasta muy tarde. Una vez, me quede más de lo normal haciendo los deberes y llegué tarde a cenar. Ella ya había terminado. Se disculpó por no haber esperado y me dijo que pensaba que no estaba en casa. Fue muy amable, ya que realmente no habíamos quedado, pero cenar juntas, beber té y quejarnos sobre la vida ya se había convertido en una tradición. A veces, cuando tengo mucho que hacer, trato de evitar a la gente porque si no, nos entretenemos hablando. En invierno me es aún más fácil no coincidir con la gente porque siempre tengo la puerta de mi habitación cerrada para mantener el calor.

En realidad no es tan sencillo coincidir con alguien como pensaba y tampoco lo es tener tiempo para hablar cuando te los encuentras. Tenemos horarios diferentes y la mayoría se va a casa durante los fines de semana. A veces me los encuentro de camino a la universidad o de vuelta y nos decimos hola, pero en otras ocasiones paso días sin verles. ¡Qué irónico es vivir en un piso compartido y sentirse sola! A veces uno de ellos se queda en casa los fines de semana, pero normalmente estoy sola y el piso es muy grande para una persona. Una vez escuché ruidos extraños y candé mi puerta para estar a salvo. Además, cada vez que estoy sola un hombre mayor y gruñón aparece en mi puerta, murmura algo sobre el agua y nunca logro entender bien qué dice. Le dejo pasar y espero que sepa qué tiene que hacer (porque yo no entiendo nada) y no tengo ni idea de dónde están las cosas en mi casa. Afortunadamente, él lo sabe todo.

Una vez, escuché un ruido muy fuerte en la cocina, como una especie de alarma. Estaba sola y no era capaz de descubrir qué era o cómo pararla. Llamé a mis compañeros y a la casera, pero ninguno me respondió. Llamé a la puerta de diferentes vecinos, pero nadie me abrió. Después de un buen rato, encontré a alguien dispuesto a ayudarme y le expliqué en portugués qué pasaba, aunque realmente no lo sabía. Vino a mi casa y descubrió qué ocurría. Era un problema causado por un antiguo sistema de la casa con el que, desde cada habitación, se podía llamar a la criada, que tenía su propio cuarto. Había saltado porque alguien había llamado. Me dijeron que lo desconectara, pero no pudimos encontrar el botón para hacerlo y supusimos que lo habían quitado. Después de mucho tiempo tratando de encontrar una solución, desistimos y cortamos el cable. Problema solucionado.

Ahora me gustaría hablar del momento “lavar la ropa”. Siempre que quiero hacerlo, la lavadora está llena y puede pasar así varios días seguidos. Durante ese tiempo no hay nadie en casa. Para tender la ropa hay algunas cuerdas en el exterior de las ventanas, pero realmente siento que mis prendas se van a caer y tendría que descubrir dónde recuperarlas, explicar a los vecinos en portugués qué ha pasado y decirles que soy tan estúpida que no sé tender. No, gracias, prefiero tenderlas en casa, aunque nunca haya sitio para hacerlo. Lo mismo ocurre con los platos. Como nadie usa el lavavajillas, el fregadero está siempre lleno y justo lo que necesito está sucio. Nunca friego las cosas de los demás y siempre limpio lo mío en cuanto acabo de utilizarlo. Vale, entiendo que puedan dejarse las cosas sucias unos días, pero no hasta el punto en que alguien necesite algo y no pueda usarlo.

Situaciones normales de un piso compartido, diría yo. Sé que a más gente le pasa esto y, además, a mí me gusta mucho exagerar. Así la historia siempre mejora.

Dejando a un lado todo esto, adoro a mis compañeros de piso y también a sus respectivas parejas. Nos llevamos muy bien y siempre están dispuestos a ayudarme con lo que haga falta. Uno va siempre conmigo a comprar cuando no encuentro lo que necesito, otro me explica todo tipo de cosas y su novia llama por mí a los taxis o me corrige las tareas de portugués (aunque esto último es algo que casi todos han hecho). Me ayudan mucho e incluso corrigen mi forma de expresarme en conversaciones cotidianas. Debo admitir que he mejorado mucho mi portugués y que ya hablo muy bien.

Vivir en un piso compartido

A veces somos como una familia. Nos ayudamos y nos repartimos las tareas de casa. Nos llevamos muy bien y siempre intento que nos reunamos para cenar, pero nunca sale bien porque todos estamos muy ocupados. Una vez estaba tosiendo en mi habitación (eran principios de invierno) y mi compañero de piso entró para ofrecerme caramelos. ¡Es tan mono! Otro día su novia me prestó el secador de pelo. También en otra ocasión mi compañera me pidió el delineador de ojos porque había perdido el suyo y ahora al menos sé cómo se llama ese producto en portugués. Todo el mundo está muy pendiente de los demás. Siempre se preocupan de no hacer mucho ruido o avisan de antemano si creen que van a hablar demasiado alto, si tienen visitas o si alguien se queda a pasar la noche.

He aprendido mucho en este piso y he podido mejorar el idioma a diario. Estoy muy feliz de haber encontrado este piso y de haber conocido a mis compañeros. Todos me animaron a quedarme más de los seis meses previstos, y así fue. Escribiré más sobre esto en otro post.

Después me cambié de habitación y fui a la de una chica que, en esos meses, estaba de Erasmus, aunque volvía justo cuando yo me iba. Así me resultó mucho más fácil encontrar a alguien que ocupara mi habitación. Cené con ella, nos despedimos y cociné unos Kässpätzle típicos de Alemania. En realidad, quise que estuviéramos todos, pero nos fue imposible ponernos de acuerdo. Estuvo muy bien, todo fue como el primer día y hablamos mucho porque no solíamos coincidir en casa.

Vivir en un piso compartido

Su habitación es un poco más pequeña que la mía, pero está mejor aislada contra el ruido y el frío. También tiene su propia terraza cerrada, que protege aún más del ruido de los aviones y es perfecta para secar la ropa. Hay un armario con un gran espejo y eso también le da muchos puntos.

Vivir en un piso compartido

Vivir en un piso compartido

Vivir en un piso compartido

En marzo otro de nuestros compañeros de piso se fue e hicimos una cena todos juntos. ¡Por fin lo conseguimos! No sé cómo lo hicimos… Él cocinó para todos: hizo curry con manzanas, pollo y arroz. Estaba muy, muy rico. Bebimos vino y hablamos. Me encantó. Aquello era lo que siempre había imaginado.


Galería de fotos



Contenido disponible en otros idiomas

Comentarios (0 comentarios)


¿Quieres tener tu propio blog Erasmus?

Si estás viviendo una experiencia en el extranjero, eres un viajero empedernido o quieres dar a conocer la ciudad donde vives... ¡crea tu propio blog y cuenta tus aventuras!

¡Quiero crear mi blog Erasmus! →

¿No tienes cuenta? Regístrate.

Espera un momento, por favor

¡Girando la manivela!