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Ceremonia de graduación


¡Hola, mis lectores! Hoy os quiero hablar de los días que pasé visitando a un amigo en París y de mi experiencia como asistente a una ceremonia de graduación en la Universidad París Diderot. Fue la primera vez que iba a una ceremonia que no era de mi propia universidad (la Universidad de Perugia, Italia) y noté algunas diferencias, lo que me ayudó a entender cómo funcionan por allí las cosas.

El gran día

Como la graduación era por la tarde, no tuvimos que madrugar. Sin embargo, como habíamos quedado con un grupo de amigos esa noche y teníamos que preparar la comida, nos levantamos pronto para prepararla. Ya sabéis lo que pasa al cocinar, es complicado que todo esté listo a tiempo. Sobre las 14:00, un amigo vino a recogernos a mí, a otro amigo y al futuro graduado, claro, y nos llevó a la universidad.

Tras equivocarnos de dirección varias veces e intentar evitar el famoso tráfico parisino todo lo que pudimos, llegamos al enorme campus. El exterior de los edificios me llamó la atención: los colores fuertes y brillantes de la fachada a plena luz del día les daban un encanto del que hasta ahora no era consciente.

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La gran ceremonia

Todo ocurrió en un pequeño salón decorado con una alfombra roja y butacas del mismo color, como las de los cines. Poco a poco, se fue llenando de gente. Algunos tuvieron que quedarse de pie en el fondo.

Empezaré señalando una gran diferencia con mi universidad: cuando llamaban a los graduados para darles el título, un profesor, en representación de sus colegas, daba una descripción bastante elaborada del trabajo de cada estudiante, así como su desarrollo académico y personal durante los años de carrera. Esto me dejó muy descolocado porque no creo que en mi universidad los profesores sepan tanto de los alumnos como para poder describirlos tan minuciosamente. Claro que tampoco espero que cada profesor de mi universidad haga lo mismo, pero una cosa está clara: esto demuestra que existe una relación entre alumno (el que busca conocimiento) y profesor (el que lo proporciona) y que, a pesar de la distancia entre ambas figuras, nada impide al profesor hablar del alumno frente a una multitud, a quien, al parecer, conoce bastante bien.

Otra cosa graciosa que pasó, por accidente, fue que la persona responsable de firmar el título de los graduados llegó tarde debido al tráfico. Sus compañeros no dejaban de hacer chistes sobre el tema. Aunque considero que mi nivel de francés está «en desarrollo», entendí casi todo lo que dijeron (menos a un miembro en concreto, supongo que era un profesor, que hablaba con un acento muy raro). Me encantó que el idioma viajara por mis oídos. Creo que siempre he sentido algo especial por el francés.

La recepción

Una vez que todos recibieron su título y se hicieron las fotos, tocaba ponerle la guinda al pastel, o como dirían ellos, «la cerise sur le gâteau»: al salir del salón nos esperaba una exquisita selección de canapés. Por un lado, los salados, por otro, los dulces. Yo me fui directo hacia este precioso postre:

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Además de probar otras cosas, me comí un montón de estos dulces amarillos tan blanditos. En una esquina encontré el imbatible champán francés. El resto ya os lo podéis imaginar... ¿Qué mejor manera de celebrar que con un trago de espumoso champán cosquilleándote la lengua?

Al final de la celebración, como siempre, necesitaba algún souvenir que llevarme, algo que me recordara a ese día, así que me llevé el vaso del champán. Los souvenirs son parte de un viajero. No me malinterpretéis, lo hago porque creo firmemente en el concepto de intercambiar objetos, no de acumularlos. Igual más adelante os explico esta idea.

Último día en París

Ese día fui con unos amigos a comer a un restaurante etíope de París. Aunque el primer restaurante al que fuimos estaba cerrado, conseguimos dar con otro. Al entrar, vi a dos hermosas mujeres etíopes preparando la comida en la cocina. En ese instante, me sentí como en casa, en Etiopía, donde nuestras queridas madres nos hacían una comida riquísima. El plato era algo así:

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Como mis otros dos amigos no eran de Etiopía, tuve que enseñarles a comer bien: con las manos, sin cubiertos. He de decir que aprendieron rápido. ¡Quizás porque se morían de hambre!

¡Ay, no puedo hablar de París sin una foto de la Torre Eiffel! ¡Hay que hacer justicia a esta mágica ciudad!

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Y por el momento, eso es todo, mis lectores. ¡Un cordial saludo!

PD: si alguien sabe cómo se llama el postre amarillo, ¡que me lo diga!


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