Comiendo por Montmartre
A la comida francesa se la conoce por su sabor, su riqueza y su calidad excepcional. Era de esperar que, como buena amante de la comida que soy, uno de mis mayores pasatiempos cuando voy a París es ir a comer. Uno de mis barrios favoritos en los que disfrutar de mi afición es Montmartre, hogar del Moulin Rouge, el Sagrado Corazón, y cientos de restaurantes que se esconden por los rincones del camino.
Café des Deux Moulins
Cada vez que voy, dejo mi maleta y me voy directa a Café des Deux Moulins, que está en la calle le Pic. Igual os suena ese nombre, porque ha salido mucho en la película Amélie de Audrey Tautou. Era la cafetería en la que la protagonista trabajaba de camarera. Personalmente, creo que lo mejor que tiene son sus tablas de queso y embutido, y su vino rosado.
Una foto que le hice a la cafetería por la noche, justo antes de entrar y comer.
La primera vez que mi madre y yo entramos a esta cafetería, en 2014, estaba lloviendo a cántaros. Una de las típicas tormentas de verano. Habíamos ido andando desde la estación de trenes du Nord, arrastrando las maletas. Por suerte, nuestro hotel estaba a unos pocos minutos andando de la cafetería, así que dejamos nuestras maletas en la habitación y, aún empapadas, fuimos directas a buscar un sitio donde sentarnos. Nos sentamos cerca de la ventana abierta y pedimos una tabla de embutidos y queso y una botella de vino, todo servido con una tierna baguette hecha en horno de leña. Queso azul, queso en crema, queso duro, pepinillos, salchichas... perfecto. Cuando pusieron a Billie Holiday por la radio, todo me pareció como sacado de una película... menos por el hecho de que no tenía una pinta muy glamurosa con el pelo chorreando y pegado a la cara. Me di cuenta de que muchos turistas hacían fotos de la fachada de la cafetería (por suerte, sin meterse y quitarnos el sitio), y me da miedo pensar la cantidad de fotos en las que saldremos mi madre y yo comiendo, bebiendo y riendo despreocupadamente. Al menos nos lo estábamos pasando bien. Ya se ha convertido en nuestra tradición: ir a esa cafetería, pedir esa misma tabla y beber ese mismo vino. Nunca nos cansamos.
Disfrutando de la comida y del vino tras la caminata bajo la lluvia. Se me ve bastante feliz.
La Midinette
La Midinette está en la calle justo a continuación de Le Pic, y aquí también sirven otra deliciosa tabla para compartir. Me encantan las tablas de este estilo. También me encantó que, aquí, al igual que en otros muchos restaurantes de París, puedes sentarte fuera y ver el mundo pasar. Me encanta hacerlo en cualquier ciudad y, sobre todo, hacerlo en Montmartre. Los locales alimentan el estereotipo de que los parisinos siempre van a la moda, como si les saliera solo, relajados pero serios, y siempre metidos en una acalorada conversación. En París hay un estilo que se ve a diario por las calles, el rollo "gente sin maquillar con gabardina beige o azul marino y vaqueros, sujetando una baguette bajo el brazo y/o paseando a un perro pequeño". Es una experiencia muy distinta a la que veo en Londres o en Barcelona, pero es fascinante.
De todas formas, volvamos a la tabla. Mientras que la anterior era de carne y quesos, La Midinette se especializa en el salmón: ahumado, en mousse y escalfado, servido con gambas y, de nuevo, ese delicioso pan francés con mantequilla. Si todavía no lo habéis adivinado, el pan es una parte muy importante de mi vida. El salmón estaba bueno en todas sus variantes, pero el ahumado destacaba por encima del resto. En lugar de ir cortado en lonchas finas, servían el filete ahumado entero, incluso con la cuerda con la que lo cuelgan en el horno para ahumar. Es original (o al menos, a mí me lo pareció) y estaba tierno y riquísimo.
Como el surtido era ligero (aunque para nada escaso), nos pedimos hasta postre, algo raro en mi familia más dada a lo salado. Pedimos una crème brûlée para compartir, además de una mousse de chocolate negro acompañada de un espresso con licor de café. Es un paraíso de proporciones prudentes, incluso para aquellos a los que no les llame mucho el postre.
Relais de la Butte
Este restaurante está cerca de una de las colinas, y tiene vistas de la ciudad. He ido dos veces, una vez fue fantástica y la otra... no tanto.
(Intentando inmortalizar la cultura del terraceo parisino)
La primera vez que fui hacía muchísimo calor, básicamente tuve que arrastrar a mi madre para ir (a pie) de Montmartre a Montparnasse para encontrar el cementerio de Montparnasse. Mi objetivo era encontrar la tumba del escritor Julio Cortázar, de quien soy una gran admiradora. Nos perdimos varias veces en el camino, y nos volvimos a perder una vez entramos al cementerio. De todas formas, gracias a eso encontramos las tumbas de Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre y Serge Gainsbourg. Para cuando encontramos la tumba que estaba buscando y dejé un regalo (una horquilla para el pelo con purpurina... era lo único que llevaba encima, no había venido muy preparada), teníamos mucho calor, mucha sed, y estábamos muy cansadas. Cogimos el metro de vuelta (que resulta que solo tarda 5 minutos... mi madre no me lo ha perdonado aún) y subimos a lo alto de la colina, donde encontramos el Relais de la Butte. Inmediatamente, cogimos una mesa a la sombra, pedimos dos cervezas heladas, y casi se nos saltan las lágrimas de la felicidad. Pedimos para compartir un plato de pasta con salsa de cebollino y un risotto de gambones. Nos pareció el paraíso después de la paliza de ese día, y el camarero era muy simpático. Después de la cerveza, cuando ya nos habíamos recuperado y mi madre no tenía tantas ganas de estrangularme, pedimos vino rosado.
La gente dice que uno nunca tropieza dos veces con la misma piedra, pero no estoy de acuerdo porque les Deux Moulins siempre ha sido perfecto pero, en este caso, igual es verdad. Para ser justos, la segunda vez que fuimos a comer a este restaurante (un año después) estaba mucho más concurrido que la primera vez, y los camareros parecían estar al límite. La cerveza estaba helada, el vino seguía estando riquísimo, y las vistas seguían siendo de ensueño. Sin embargo, los camareros no fueron tan simpáticos, y habían quitado los dos platos que nos pedimos del menú. No me acuerdo lo que acabamos pidiendo, y eso ya dice bastante de la experiencia. Siempre me acuerdo de una buena comida. En general, aconsejo que vayáis a probarlo, pero igual es mejor ir en temporada, además de centrarse en las vistas y las bebidas frías. La primera vez fue perfecta. Para vivirlo al máximo, pasad dos horas perdiéndoos por París, y subid una colina con todo el calor del verano. Apreciaréis mucho más esa cerveza de después.
París es el hogar de una infinidad de restaurantes, cafeterías y bares llenos de encanto. Si me pusiera a hacer una lista de todas mis recomendaciones, esta entrada sería mucho más larga. El pastel de almendras y nueces cerca del Jardín de Luxemburgo, el chocolate caliente y el pastel de merengue de limón en una cafetería escondida cerca de la calle de Rivoli, el ravioli con trufas en el Margen Izquierda... hay un sinfín de posibilidades. Espero que os hayan gustado mis tres recomendaciones de Montmartre, y que os haya inspirado para salir a la caza de vuestro propio favorito.
À bientôt!
Galería de fotos
Contenido disponible en otros idiomas
- English: Eating my way around Montmartre
- Français: Balade de régals en délices à Montmartre
- Italiano: Mangiare girando per Montmartre
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