Explorando poco a poco: Lofoten
Keep going Lofoten :)
Pasada la primera parada nos quedaba todavía mucho camino por delante. La distancia entre el aeropuerto y nuestras cabañas eran más de 300 kilómetros y además teníamos que encontrar un supermercado.
A pesar de que als distancias son cortas y no hay puertos ni montañas que subir en Lofoten la sinuosidad de las carreteras es increíble debido a las montañas que hay que bordear, siguiendo siempre la costa de lado a lado y cruzando gracias a los innumerables puentes que unen las islas del archipiélago. Eso hace que en realidad las distancias cortas se conviertan en distancias... algo más largas.
Llegamos a Svolvær donde nos resultó algo más complicado de lo esperado lo de encontrar nuestro deseado Kiwi Mini Pris. Resulta que el pueblo se extiende a lo largo de toda la carretera y pensábamos que estábamos abandonando el pueblo sin haber encontrado el súper. Pues no. Tontos de nosotros, volvimos hacia atrás y paramos a preguntar a un primer señor que no se aclaraba demasiado con el inglés.
Ciertamente nos sorprendimos porque en Noruega todo el mundo habla inglés pero parece ser que en el techo del mundo (AKA Lofoten jaja) no lo llevan tan bien como en el resto del país. Fijamos un nuevo objetivo en unos chavalitos jóvenes, que no en un inglés mucho mejor supieron contestarnos e indicarnos que cuando siguiésemos la carretera y pasásemos un túnel lo encontraríamos a la derecha.
Continuamos pues, túnel a través y al llegar a un puentecillo atisbamos personas que venían de la dirección opuesta con bolsas del Kiwi. Y... allí estaban: las banderitas de Kiwi nos daban la bienvenida y nosotros, felices, entramos para adentro en busca de comidaaaaaa.
Era un supermercado bastante pequeñajo, la verdad. Un par de pasillos y la fruta y la verdura se encontraba más bien fuera que dentro. Cabilamos acerca de qué podíamos comprar para todos. El problema es que Ania es celíaca y eso nos hizo llegar a la determinación de que lo mejor para todos era que ella comprase su propia comida, aunque compartimos la parte del pescado. Era algo así como: Ania, puedes comer de esto, de aquello...
Ella confirmaba y nosotros comprábamos de acuerdo a lo que se ajustaba mejor a ella y luego a todos. Cargamos comida y abrimos las papas. Se nos habían hecho más de las doce y empezábamos a tener hambre, por lo que acordamos parar donde fuese adecuado. Habíamos comprado para hacer barbacoa y comer unos perritos. Tampoco es que tuviésemos muchas más opciones.
Si estás en España dices: buah pues compramos un poco de fiambre y unas barras de pan y arreglado, ¿no? Claaaro, pero es que allí eso de "barra de pan" es un tanto relativo. No hablemos ya del tema del fiambre que lo venden a precio de oro y a cantidades irrisorias (esa pechuga de pavo, el jamón serrano, cocido, el queso, el pamplonés aborrecido tras años de almuerzos de colegio... ¡cuánto habría dado por pamplonés jajaja!).
Así pues, encontramos un huequito en el que había unas mesas para sentarse y acordamos para allí. Hacía bastante aire, pero no había muchas más opciones y había mucha hambre. Colocamos la barbacoa chachi que venden en los supermercados y le predimos mientras sacábamos ketchup, mostaza y demás. Hicimos algunas fotos y finalmente... la comida estaba lista. Perritos a la barbacoa y luego al paaaan. No me gustan NADA los perritos, pero tenía tantísima hambre que me dio igual.
Fuerzas repuestas, fotos hechas y suciedad limpiada, nos autocargamos a la furgo y pusimos rumbo al sur, otra vez.
Es curioso como ante tal paraje no conseguíamos acostumbrarnos y la boca abierta era nuestra cara durante prácticamente todo el trayecto. No sé cuánto tardamos en llegar a Balldstad, pero al llegar tuvimos algunos problemas para encontrar las cabañas y también en encontrar a la señora que nos tenía que dar las llaves. Primero aparcamos en un sitio que no era, y cuando descubrimos que no era allí, fuimos a donde sí que era y... ¡tachán! Justo enfrente de unos secadores de bacalao.
El olor era... fuertecete. Dejémoslo ahí. La señora vino y nos dio las llaves en su inglés anoruegado y nos explicó que para pagar teníamos que dárselo en metálico porque a ella le cobraban mucha comisión. Hija de p***, pensé yo entre mí y mis compañeros en voz alta. Ese tipo de cosas habría estado bien que las comentase antes por el tema de que, encontrar un cajero en Lofoten... je je.
Pues eso, ¿no?
Las cabañas estaban bien, tenían wi-fi, que para mí era clave, y tampoco es que hubiese muchas cosas. Cocina con horno, nevera, microondas, la vitro. El baño tenía el suelo calentito (oh yeah) y tenían una habitación cada una de las cabañas. Nos distribuímos para dormir y continuamos bajando para llegar a una primera playa más espectacular (aunque La playa, llegaría justo después). Os dejo con algunas fotos y os narro luego algo más detallado del lugar.
Besitos erasmusitos.
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