Viaje al norte de Alemania

Hace poco, unos amigos me preguntaron acerca de una foto que subí a Instagram. Algunos intentaron adivinar dónde la saqué, unos dijeron que era Jungfraujoch (al norte de Suiza), otros que era el Titlis, o incluso que era una cordillera de Austria. No hubo suerte, ninguno se acercó siquiera un poquito. La foto la saqué en un lugar al norte de un país que es famoso por su cerveza y sus salchichas: Zugspitze en Baviera, Alemania.

Me encantaría decirle a mis lectores que ir a Zugspitze no es tan difícil como parece. No necesitáis ningún guía, de hecho no tenéis por qué hacer ningún tour. ¡Tan solo tenéis que echarle valor y creer en vosotros mismos! Y además, el idioma no es que sea un gran problema si viajáis a Zugspitze. Por lo general, los empleados suelen tener buen nivel de inglés y los alemanes son muy amables y sociables. ¡Y los estudiantes estáis de suerte! En cuanto a los precios, no sale tan caro como viajar al norte de Suiza y, sinceramente, merece la pena hacer el viaje, ¡no tienes por qué ser un apasionado del esquí para venir!

Si vas desde Alemania directamente, lo que más cerca pilla es Munich.

Desde la Estación Central de Munich se tarda más o menos unos 80 minutos en llegar hasta Garmisch-Partenkirchen; el billete sencillo cuesta unos 20 € por persona. El tren sale cada hora, así que no te preocupes si lo pierdes. Os recomiendo que lo cojáis por la mañana, el resto del día está hasta arriba de gente.

Salí de la estación de Munich a las 6:00 a. m., así que no pude disfrutar mucho de las vistas por la hora que era. En cuanto llegamos a la estación de Garmisch-Partenkirchen salí un poco confusa por el viaje. Me dediqué a seguir las señales al igual que el resto de la multitud y, en tan solo 5 minutos, conseguí llegar hasta el tren que me llevaría hasta Zugspitze. Una vez allí, nos compramos un bono por 45 euros por persona válido para todo el día que incluía un viaje en el tren de cremallera y en el teleférico que llega hasta la cima de la montaña Zugspitze. Hasta aquí todo fue bien, incluyendo el tiempo, que según la predicción iba a hacer sol todo el día y no habría ni rastro de tormentas.

Hay distintas formas de llegar hasta la cima de Zugspitze, pero yo opté por el tren que llegaba hasta la estación Eibsee y, desde allí, coger el teleférico hasta arriba del todo.

Las vistas desde el tren eran espectaculares, más aún teniendo en cuenta que vengo de un país de clima tropical y nunca antes había visto nevar. Los árboles estaban blancos enteros y los niños jugaban a hacer guerras de bolas de nieve, incluso había muñecos de nieve que consiguieron sacarme una sonrisa por lo mucho que me recordaban a los libros que leía de pequeña.

Minutos más tarde, montada en el Seilbahn, llegamos al fin a la fría y blanca estación de Eibsee, que estaba hasta arriba de nieve. Por desgracia no había ninguna señal que indicara por dónde se llegaba hasta el teleférico, era todo muy confuso al principio. Pero preguntamos y un empleado nos llevó hasta él, resulta que se llama "Seilbahn" (la palabra en alemán para teleférico). Estaba justo enfrente de la estación así que saltaba a la vista. Se tarda 5 minutos en llegar andando (yo tardé 10 porque resbalaba mucho) y, una vez allí, toca esperar a que te llegue el turno para subir.

El teleférico tenía pinta de estar ya viejo y estaba cubierto de hielo, lo que provocaba que se condensara el aire por el frío. Por desgracia no pude echar ninguna foto decente desde el teleférico porque había demasiada gente. Si tienes miedo a las alturas, ya hay que ser valiente para cogerse el teleférico para llegar hasta la cima de Zugspitze. Al principio pensaba que las cabinas del teleférico eran de cuatro plazas, como los que hay en los tiovivos. ¡Pero no! Tenía espacio para 30 personas, teníamos que estar todos de pie apretados hasta llegar a la cima. No se lo recomiendo a nadie que tenga acrofobia, porque es un trayecto de 15 minutos y con sobresaltos.

Al llegar, seguí las señales que indicaban la dirección hasta la cima de la montaña. No te preocupes si no la encuentras, los empleados te guiarán amablemente hasta el mirador. Casi se me olvida decirlo, por aquel entonces había -15 ºC. Por lo general, hubiese preferido quedarme en casa con una manta, pero era una experiencia demasiado emocionante como para no hacerla. Tras llevar unos minutos subiendo cuesta arriba, me paré a contemplar el paisaje; no me podía creer lo que veía. El sol brillaba en lo alto y la cordillera estaba cubierta por completo de un polvillo blanco, rozando el inmenso cielo azul moteado con nubes blancas. Con espectacular me quedo corta, sin duda esas han sido las mejores vistas de las que he podido disfrutar en toda mi vida.

Las fotos las eché con la cámara del móvil y están sin editar, así que como lectores ya os podréis imaginar cómo de impresionantes eran las vistas. Sin embargo, no hubo suerte y nos encontramos con que el camino hasta la cima estaba cerrado debido a la nieve, había riesgo de avalancha. Pero aún así pude sacar fotos desde donde nos quedamos, así que con eso me bastó. Tenéis que ver algo así por lo menos una vez en la vida, ¡ya sea estando o no estando de vacaciones!

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