Eurotrip #5: Lisboa

Publicado por flag-es Andrés Viedma — hace 5 años

Blog: Ich bin Erasmus!
Etiquetas: flag-pt Blog Erasmus Lisboa, Lisboa, Portugal

¡Hola a todos!

Hoy traigo la crónica del viaje a Lisboa que he hecho este fin de semana (¡por fin me pongo al día con los viajes! ) con tres de mis compañeros de piso: Andoni, Isabel y Monika.

Todo comenzó cuando de repente vimos en Skyscanner un vuelo de Ryanair desde Bremen a Lisboa por sólo 12´99€. Yo llevaba tiempo queriendo visitar Portugal, e incluso había llegado a planear un viaje por este país para el verano pasado (que al final no hicimos), por lo que me había quedado con las ganas. Además, al venirnos de Erasmus a Alemania todos suponíamos que todos mis viajes se moverían por el norte del continente, por lo que acabar viajando hacia el sur no entraba en nuestros planes. No obstante, los vuelos baratos dentro de Europa suelen seguir esta dirección Norte-Sur (debido al turismo de guiris jubilados) y, por ejemplo, es más caro viajar a Lisboa desde Murcia o desde Gipuzkoa, lugar de origen de mis compañeros de viaje, que desde Bremen.

De esta manera, y con la adrenalina por las nubes tras la compra inesperada, comenzamos a buscar vuelos de regreso desde Lisboa. Al final encontramos otro vuelo de Ryanair, en este caso con destino Hamburgo, por 29´57€. Puesto que tenemos gratis el tren entre Bremen y Hamburgo (si quieres saber la razón, puedes leer el artículo que escribí sobre el transporte en Bremen aquí), el coste total de ir y volver a Lisboa ha sido de 42´56€.

Una vez zanjado el tema de los vuelos, nos pusimos a buscar alojamiento en Lisboa. Andoni tiene un amigo de Erasmus allí, por lo que él se iba a quedar en su piso a dormir (no cabíamos todos), mientras que los otros tres encontramos un hostal bien situado y bastante barato. El hostal se llama PH Hostel Lisbon y es sin duda el mejor alojamiento en el que he estado últimamente. Ubicado cerca de Cais du Sodré (zona de discotecas de Lisboa) y a sólo 20 minutos caminando del centro de la ciudad, el hostal se encuentra en la planta baja de un antiguo edificio lisboeta de techos altos y puertas de madera antigua, pero completamente renovado y con modernas y limpísimas instalaciones. Además, el personal era extremadamente atento y amable, alojándonos en una habitación de 4 camas para los tres sólos, pese a que habíamos pagado por una habitación compartida de 8. La relación calidad-precio era sencillamente increíble, costándonos 8€ la noche. La única queja es que tuvimos que pagar 1€ adicional por noche por una especie de impuesto turístico, del cual no avisaban en la web ni al hacer la reserva, además de que hacía bastante frío en las zonas comunes. Pero, como digo, todo lo demás perfecto.

Aterrizamos en el aeropuerto de Lisboa el pasado jueves a media mañana, donde nos esperaba Erik (el amigo de Andoni). Desde allí es necesario coger el metro para llegar a la ciudad en sí, con un precio de 1´40€ el trayecto, más los 50 céntimos que cuesta una tarjeta de transporte recargable. Existe la opción de comprar un abono de un día por 6€, pero si tu alojamiento está céntrico como el nuestro, no merece la pena.

Tras separarnos e ir a dejar las cosas en nuestros respectivos alojamientos, fuimos a comer y a darnos un paseo por el centro. Emocionados ante el contraste de temperatura entre Bremen y Lisboa, nos olvidamos los chubasqueros y abrigos en el hostal, detalle que nos pasó factura al rato de empezar a caminar, cuando una tremenda tromba de agua nos dejó completamente calados, puesto que los enclenques paraguas plegables no fueron suficiente protección contra este repentino chaparrón de agua del Atlántico. Con toda nuestra ropa y zapatos chorreando de cintura para abajo, continuamos nuestro camino hacia el centro, hasta llegar a la famosa Praça do Comercio.

Desde allí nos adentramos en el barrio de la Baixa, cuyo rasgo más característico es la retícula ortogonal que organiza su trama urbana, algo difícil de encontrar en el resto del laberíntico centro histórico lisboeta. Este contraste se debe al Marqués de Pombal, encargado de reconstruir la ciudad tras el desastroso terremoto de 1755. Cruzando esta zona llegamos hasta la plaza de Rossio, donde decidimos hacer caso a nuestro estómago y comer en un sitio típicamente portugués: el Mc Donalds (sacrilegio consecuencia de la globalización, sí, pero cuando tienes hambre y no mucho dinero a veces es mejor recurrir a lo conocido). Tras comer y con la extraña sensación de haber vuelto a España, nos reunimos de nuevo con Andoni y Erik, que habían comido en la cantina de la universidad, y comenzamos a subir hacia el conocido Bairro Alto. Comenzamos el paseo por este barrio en el mirador de San Pedro de Alcántara, uno de los muchos que te descubran una de las mejores cosas de Lisboa: sus tejados, su quinta fachada.

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Desde allí nos adentramos callejeando por el Bairro Alto, famoso por albergar una gran cantidad de barecillos de bajos precios, repletos de jóvenes y estudiantes por las noches. Como curiosidad, existe un punto llamado Erasmus Corner, que sirve de encuentro nocturno a los numerosos estudiantes Erasmus en sus noches por esta zona. Justo en este punto hay una frase escrita en la pared, con la que todo aquel que esté o haya estado de Erasmus estará de acuerdo:

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Salimos de esta zona de callecillas hasta la plaza de Largo do Camoes, desde donde nos dirijimos a otro mirador, en concreto al mirador de Santa Catarina, que mira hacia el sur, revelando las vistas hacia el sur, con la desembocadura del Tajo y el puente del 25 de abril. Dejamos las colinas lisboetas y volvimos a bajar de vuelta la zona de la Baixa. Tras pasar otra vez por la plaza del Rossio y la colindante plaza de Figueira, se despejaron las nubes y salió el tan ansiado sol sureño, por lo que fuimos en busca de unas cervezas a la plaza de Martim Moniz, que disfrutamos en una terraza mientras hacíamos la fotosíntesis con los últimos rayos de la tarde. Una vez cerveados, nos separamos de nuevo y volvimos al hostel, con el objetivo de descansar un ratillo y prepararnos para la noche lisboeta.

Con las pilas recargadas, nos dirijimos el piso de Erik a cenar y comenzar la fiesta, donde nos juntamos con otros estudiantes de diversas nacionalidades. Tras beber en el piso, fuimos a una discoteca llamada Urban Beach, ubicada a orillas del Tajo en la zona de Cais du Sodré, justo al lado de nuestro hostal. Pese a que el lugar era espectacular y la música no estaba mal (al fin y al cabo se escucha prácticamente lo mismo en todas las discotecas comerciales de Europa), había algo que no nos gustó mucho de las discotecas de Lisboa: el sistema de pago. Acostumbrados a los bajos precios de Bremen, no esperábamos que en la supuestamente más pobre Lisboa fuesen tan caras las discotecas. Al entrar, te dan una especie de tarjeta de crédito y te dicen cuánto es el consumo mínimo, que encima varía entre hombres y mujeres. Esto es algo que no soporto, puesto que me parece una actitud muy machista, ya que el hecho de que las mujeres paguen menos al final lo que significa es que la mujer utilice su presencia como una moneda de cambio, convirtiéndolas en objeto.

Desigualdad de géneros aparte, el sistema se basa en que al ir a pedir una copa (a precios desorbitados), no tienes que pagarla en el momento, sólo tienes que pasar la tarjeta. Resulta muy fácil venirse arriba y dejarte más dinero del que querías, cosa de la que no te das cuenta hasta que tienes que abonar tus consumiciones para poder salir. Además, en caso de pérdida o robo de esta tarjeta, tienes que pagar una multa de 150€ para poder salir del local.

Pese a toda esta crítica a este injusto y extraño sistema, no quiero con decir que no me lo pasase bien, precisamente al contrario: fue una noche totalmente memorable y legendaria, de las que mejor que no quede constancia en internet, por lo que me ahorro los detalles.

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Al día siguiente, y haciendo un grandísimo esfuerzo contra la resaca, nos levantamos y nos dirigimos a algo que todo viajero del siglo XXI debe conocer y apreciar: un free tour. Estos tours, como ya expliqué en el post de Berlín, se basan en la premisa de que no estás obligado a pagar nada para disfrutar de la visita guiada a la ciudad, tras la que tú mismo decides si ha sido satisfactoria y quieres pagar al guía. En esta ocasión, nuestro guía fue un simpatiquísimo chico portugués (llamado João)de la agencia Sandeman´s New Lisbon Tours, que nos condujo a través de los principales lugares y monumentos de Lisboa, acompañados por un variado grupo de viajeros de diferentes esquinas del planeta.

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Con un perfecto inglés y una cuidada y dinámica manera de expresarse, nos explicó la historia y desarrollo de la ciudad y de todo el país, con numerosas y divertidas anécdotas y sin resultar pesado o aburrido en ningún momento. Comenzamos el tour en la plaza de Largo do Camoes, desde donde visitamos el Largo do Carmo, el elevador de Santa Justa, las callejuelas del Bairro Alto, la plaza de Rossio, el memorial a los judíos asesinados en la matanza de 1506, la iglesia de Santo Domingo, la plaza de Figueira y, por último, la plaza del Comercio, donde terminamos el tour tras dos hora y media de recorrido. Sin duda fue la mejor manera de conocer y entender en profundidad esta maravillosa ciudad.

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Después del tour, decidimos seguir las recomendaciones del guía y subir al Castillo de San Jorge, monumento de origen islámico que domina desde lo alto la capital portuguesa. Por el camino de subida pasamos por la iglesia de la Madelena, la Sé de Lisboa, catedral de la ciudad, y los restos del teatro romano. Cuando llegamos al acceso del recinto del castillo vimos que la entrada costaba 5€ (10€ si no eres estudiante), por lo que tuvimos un pequeño momento de duda, pero al final decidimos entrar. Menos mal.

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Lo primero que descubrimos fue que, de todas las vistas de Lisboa desde los numerosos miradores, sin duda esa era la mejor. El sol se acercaba al horizonte justo por detrás del puente del 25 de abril, que cierra el acceso al estuario del Tajo, iluminando los ocres tejados de la ciudad con la cálida luz del atardecer, dándole a Lisboa un aire mágico. La experiencia de ver como el sol, convertido en una bola incandescente, se ocultaba en el lugar donde las aguas del Tajo y del Atlántico se encuentran fue casi espiritual, uno de esos momentos que se te quedan grabados en la retina y en los que sólo puedes maravillarte de lo hermoso que puede ser el mundo y lo afortunado que eres por poder presenciarlo.

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Además, conforme la luz se iba, la bulliciosa ciudad que se encontraba a nuestros pies comenzaba a iluminarse, con el rojizo y cambiante cielo como telón de fono. Lo dicho, felicidad en estado puro. Si visitas Lisboa, no puedo dejar de recomendarte el atardecer desde el Castillo de San Jorge.

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Una vez concluido este increíble espectáculo, descendimos del Castillo y nos adentramos en las callejuelas del barrio de la Alfama. El guía nos había dicho que no debíamos dejar de perdernos por este barrio, puesto que experimentaríamos la auténtica experiencia portuguesa en los incontables rincones que forman las desconchadas y humildes paredes del barrio. Puede que fuera que, tras el atardecer desde el Castillo estábamos un poco saturados, pero no me pareció para nada tan espectacular como el guía nos había dicho. Me recordó bastante al granadino barrio del Albaicín, con ese carácter laberíntico que los árabes nos dejaron.

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Cansadísimos después de subir y bajar tanta cuesta y con una buena resaca a la espalda, volvimos al hostal a descansar un rato y recargar fuerzas con una lasaña precocinada acompañada de el típico vino verde portugués. Compramos de los dos tipos (tinto y blanco), de los cuales el blanco nos gustó bastante (a mis donostiarras amigas les recordó al txakoli vasco). Desde el hostal nos acercamos a una fiesta en un piso de un amigo italiano de Erik, llenísima de estudiantes locales e internacionales. Estuvo muy bien poder conocer desde dentro el ambiente estudiantil de Lisboa y ver cómo era la experiencia Erasmus allí. Además dio la casualidad que me encontré con amigos de amigos de Murcia, hecho que confirmó lo que todo el mundo ya sabe: el mundo es un pañuelo.

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Al día siguiente cogimos el autobús hasta la zona de Belém, donde tras dar un paseo encontramos un pequeño restaurante que ofrecía el plato del día y la bebida por sólo 4´50€. Con el objetivo de probar la comida típica portuguesa, pedimos dos platos de bacalao y dos de ternera, que resultaron ser gigantescos y estar deliciosos, por lo que nos pusimos las botas.

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Con el estómago lleno, fuimos hasta la orilla del Tajo, donde nos tumbamos un largo rato a los pies del Monumento a los Descubrimientos y disfrutamos del cálido sol y la fresca brisa del mar, con la agradable música de un artista callejero como banda sonora. Desde esta zona se ve perfectamente el puente del 25 de Abril, gigantesco puente construido por la misma empresa que el famoso Golden Gate de San Francisco. Fue, sin duda, otro momento de felicidad del viajero.

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Desde allí fuimos paseando por la costa hasta la torre de Belém, uno de los principales símbolos de la ciudad, donde tuvimos uno de los momentos más aleatorios de todo el viaje, cuando un feliz turista chino se empeñó en sacarse una foto conmigo. Todo muy normal.

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Después de un relajado día por la zona, volvimos a coger el bus de vuelta al centro de Lisboa. Yo me quedé con muchas ganas de entrar al monasterio de los Jerónimos, una de las joyas de la arquitectura portuguesa, pero el precio y la falta de tiempo hizo que mis compañeros de viaje prefiriesen no entrar, por lo que tras mucha duda yo también decidí posponer mi visita. Tendré que volver a Lisboa, qué pena...

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Después de pasar por el hostel, fuimos a cenar al piso de Erik, desde donde nos acercamos al Bairro Alto. Comenzamos bebiendo en el mirador de San Pedro de Alcántara, que estaba bastante animado. Luego nos metimos por las animadas calles del Bairro Alto, con un bar en cada esquina y con un ambiente de vida callejera al puro estilo mediterráneo que mucho se echa de menos en Alemania. El único problema que tiene este barrio es que todos los bares cierran a las 3, por lo que si quieres continuar con la fiesta tienes que acabar en una de esas discoteca de las que he hablado antes. No obstante, yo supongo que en una ciudad del tamaño de Lisboa y con tantísima fiesta tiene que haber alguna manera de irte de fiesta hasta el amanecer sin ir a ese tipo de sitios. El caso es que al final acabamos en una discoteca llamada Place, también en Cais du Sodré, con otra noche épica como resultado.

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Y hasta aquí nuestro viaje a Lisboa, ya que al día siguiente lo único que hicimos fue dormir unas pocas horas y hacer todo el viaje de vuelta a Alemania, que nos recibió cubierta de nieve y con la maravillosa temperatura de -5ºC. Ha sido un fin de semana increíble, en el que hemos descubierto y disfrutado una ciudad preciosa, con alma propia, llena de vida, de luz y de música. Lisboa es única.

¡Hasta el próximo post!


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