Vacaciones TET - Fase 3: Laos

Volamos desde Bangkok hasta Vientián, en Laos

Ya había estado en Laos hace 2 años con otra amiga; no obstante, esta vez fue muy distinto.

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Vientián:

En primer lugar, parecía el paraíso después de Bangkok. La inmigración no fue nada. La visa costó 35 $ por persona y el aeropuerto era tan pequeño que el proceso fue muy rápido. No había tuk tuks, así que compartimos un lujoso taxi hasta el centro, que nos dejó en nuestro alojamiento. Nos quedamos en un hotel llamado KwaHoom, que tenía habitaciones encima de un café muy mono. Nos quedamos en una residencia femenina que consistía en cápsulas individuales con cortinas y una cama, luz y un enchufe. También nos dieron una bolsa de cuidados a cada una, que incluían una manta calentita, champú y gel de baño. Fue un todo un sueño.

Después, fuimos a dar un paseo por la zona. Esta vez nos alojamos en el lado opuesto a donde me había quedado la última vez. Durante nuestro paseo para ir a por agua, encontramos una calle de tiendas de comida muy mona, con luces y pequeños puestos. Decidimos ir después de echarnos una siesta en nuestro pequeño y cómodo agujero.

Haciendo amigos:

Cuando nos despertamos, fuimos a echarle un vistazo al mercado, que estaba a 10 minutos andando de nuestro hostal. Cuando llegamos, resultó ser una calle de comida y no de souvenirs. Después de dar un corto paseo, nos encontramos con un pequeño grupo de hombres laosianos jugando a los bolos. Después de mirar cómo lo hacían durante unos 5 minutos o así, nos invitaron a jugar con ellos. Pasamos unas buenas 2 horas hablando con un lugareño que había crecido en Laos, pero que había viajado al extranjero. Había vivido en Francia y en China y había visitado un montón de países. Lizzy y yo incluso pudimos practicar un poco de francés con él. Nos contó su historia y cómo sus hijas de nuestra edad estaban estudiando en la Universidad de Singapur y en China. ¡Nos rellenaba nuestras cervezas e incluso nos dejó probar grillos cocinados! ¡No estaban tan malos como pensaba! Sabían como a salsa de soja. A medida que continuaba la noche, nuestros nuevos amigos se emborracharon más y más y comenzaron a repetirse. Uno de ellos no paraba de besarme la cara y de darnos palmaditas en la espalda. Después de un rato, decidimos que quizás ya era hora de irse... Nos lo pasamos en grande y fue genial conocer a lugareños tan majos que nos dejaron acompañarles. Volvimos a la zona de la calle del mercado y nos dimos cuenta de que estábamos algo contentillas después de nuestro encuentro.

En la calle del mercado, comimos un poco de carne laosiana a la barbacoa. El ambiente fue genial y ¡parecía que incluso había algunos extranjeros allí! La mayoría eran de Laos y todo el mundo parecía estar muy contento y relajado. Era todo un contraste con Bangkok.

Después, volvimos al hostal y ¡dormimos como nunca estas vacaciones! Al día siguiente, habíamos reservado billetes para un bus nocturno a Luang Prabang, así que teníamos el día entero para explorar Vientián. Conseguimos un conductor del hostal para que nos llevara al Buddha Park, que estaba a una media hora de la ciudad. Se ofreció a llevarnos a las otras ciudades por 150 Kip por persona.

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¡El parque de Buddha fue impresionante! Estaba lleno de estatuas gigantes de distintos versiones de Buddha y una domo muy chulo pero precario para escalar. ¡Fue estupendo!

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Desde allí, fuimos a un templo dorado brillante llamado Pha That Luang. Pasamos una hora o así caminando por allí y echando un vistazo a los distintos templos. No sé cómo, pero me hice daño en un tobillo y se hinchó como un balón; gracias a Dios no me lo rompí.

Después, fuimos al famoso Arco de la ciudad. Se parecía al Arco de Triunfo en los Champs d’Elysée, en París. Lo cual tenía sentido, ya que los franceses habían estado en Laos y habían inspirado mucha de su arquitectura.

Más tarde, vimos algunos templos y pagodas, así como el Palacio Real. Vientián es una ciudad muy bonita. Después de nuestro tour privado, paramos a comer algo en el centro de la ciudad. Los tres nos cogimos varios platos distintos y los compartimos. Después, paseamos un poco más y encontramos un mercadillo callejero que no era nada del otro mundo, pero estuvo bien visitarlo. Cuando acabamos, cogimos un tuk tuk de vuelta al hostal y descansamos hasta la hora de coger el bus nocturno.

El infame bus nocturno:

Esta vez, todos teníamos nuestras camas individuales y reclinables en el bus. No era como en Cambodia, donde tuvimos que compartir camas dobles en los buses nocturnos y, si no tienes suerte, tenías que compartirla con un completo extraño. Las camas individuales no eran tan cómodas, pero por lo menos teníamos nuestro propio espacio. Debería haber sido un viaje de 12 horas, en el que esperaba dormir todo el camino. En su lugar, nos cruzamos con un bus que se había averiado y nuestro conductor dejó pasar a 20 pasajeros que tuvieron que dormir básicamente unos encima de otros en los dos estrechos pasillos entre nuestras camas. Después de una hora o así, todo el mundo se acomodó y pude dormir algunas horas entre parada y parada, en las que el conductor encendía las brillantes luces y hablaba en voz muy alta. A las 3 de la mañana, decidió poner una música asiática horrible y a un volumen ridículo. Estaba muy enfadada, lo cual me dificultó el sueño. ¿Por qué pones música a todo volumen en un bus nocturno, donde todos están intentando dormir? No solo eso, sino que también conducía como un chiflado por las largas y ventosas carreteras de Laos. Evité mirar por la ventana, ya que me ponía demasiado nerviosa verle conducir.

Luang Prabang:

Por fin llegamos a Luang Prabang sanas y salvas a las 6 de la mañana. Después de un dudoso acuerdo de tuk tuk en el que nos cobraron de más, fuimos al centro de la ciudad y los recuerdos comenzaron a inundar mi mente. Encontramos un Joma café, donde pedimos café y tarta para compartir. Aoife y Georgia vinieron a encontrarse con nosotras y nos pusimos al día de nuestras vacaciones. Georgia y Joe se pelearon varias veces, un problema que acabó adueñándose del resto de las vacaciones, pero me voy a saltar esa parte puesto que no nos arruinó la visita. Fue casi imposible encontrar alojamiento online en Luang Prabang, así que Kayte, Lizzy y yo nos gastamos 3 veces el precio medio en una habitación privada para compartir en una casa. Para ser justos, estuvo bien tener nuestro propio espacio una noche. Después, tuvimos suerte y conseguimos reservar tres camas en una residencia para los tres días que nos quedaban en Laos.

Cuando dejamos nuestras cosas, encontramos el puente de bambú que se reconstruye todos los años después de la época de lluvias. Se movía mucho y daba bastante miedo, pero era estable y muy alucinante.

Desde allí fuimos a la calle peatonal para investigar las distintas ofertas del tour. Reservamos un tour al Santuario del Elefante para el día siguiente y alquilamos bicicletas para el día después y así explorar las cataratas que hay por aquí cerca. Una vez lo teníamos todo organizado, fuimos a comer algo en uno de los restaurantes de la calle principal. Después, era hora de explorar el mercado nocturno. Es mi mercado favorito de Asia. Todos los souvenirs que hay aquí son únicos. Me compré un par de zapatillas raras, una linterna, algo de té y café.

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Tuve que pararme a mí misma antes de comprar mantas, bufandas y fundas de almohada. ¡Todo era tan bonito! Más tarde, fuimos a cenar junto al río, donde comí pollo con anacardos. Después, comimos unas tortitas de coco de postre de un vendedor ambulante. Al día siguiente, cogimos unos rollitos de primavera y un poco de Thai Curry. La comida asiática es impresionante. También hay un mercadillo de comida callejera cerca de la calle principal en Luang Prabang, donde hay muchos platos para escoger.

El Santuario del Elefante:

¡Nuestro día en el campamento del elefante fue genial!

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Ya había estado en un santuario, en Chiang Mai, pero en cada uno se vive una experiencia distinta. Tuvimos la oportunidad de dar de comer a los efantes rescatados. ¡Incluso hicimos una ruta por el agua con ellos y vimos los gigantes elefantes "bebé"!

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El ambiente nocturno en Luang Prabang:

Esa noche fuimos a un bar llamado Utopia. Georgia y Joe habían roto, así que nos pillamos una buena. Después de comer unas hamburguesas deliciosas, la gran cerveza de Laos no paraba de llegar. Cinco chicos se acercaron a nosotras y nos preguntaron si queríamos jugar a las cartas. Era un holandés, un sueco y tres americanos.

Luang Prabang tiene un toque de queda en el centro, así que los bares cierran cuando llega la medianoche. Se rumorea que las personas que quieren seguir bebiendo van 'a la bolera'. Así que eso fue lo que hicimos. En mi cabeza, pensé que era un nombre en clave para algún bar guay, pero no; era realmente una bolera enorme... odio jugar a los bolos. Todos nos emborrachamos cada vez más y mi terrible capacidad de jugar a los bolos tan solo empeoró. ¡Incluso me rompí una uña! Al final, aparentemente había convencido a un conductor de tuk tuk para que jugase por mí. Al final llegamos al hostal con nuestro nuevo compañero de equipo, el conductor de tuk tuk, bastante más borrachas de lo que habíamos planeado.

Viaje en moto a las cataratas:

El miércoles, todas alquilamos unas motos para ir a explorar las cataratas. Algo resacosas, llegamos a las cataratas de Kuang Si, donde ya había estado dos años antes. Me encantó el viaje; Lizzy estaba detrás de mí y las chicas nos seguían. El paisaje fue impresionante, con grandes montañas verdes y los ríos, rodeadas de aire fresco. Cuando llegamos al parque, una hora más tarde, pagamos el precio de entrada y comenzamos nuestra ruta por el bosque. A los cinco minutos nos topamos con el Santuario del Oso, donde guardaban osos pardos. Los habían rescatado de los cazadores furtivos que raptan a los osos, los mantienen en condiciones precarias y les extraen bilis directamente de sus estómagos usando jeringuillas sucias, todo para emplearlo como remedios de la medicina antigua. El Santuario fue muy educativo y fue alentador ver cómo trabajaban para ayudar a los osos.

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Las cataratas:

Después de un tiempo más de paseo, vimos las piscinas de agua tan azules y luminosas. ¡No se parecía nada a lo que había visto hace dos años! El agua estaba llena de barro y era marrón; ¡esta vez estaba espectacular! El agua tenía un color azul increíble, tanto que parecía artificial. Caminamos junto al río, hasta llegar a los distintos niveles de la cascada.

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Aoife vio en Instagram que una chica había recomendado subir hasta arriba. Encontramos unos escalones y nos pusimos en marcha: terrible decisión. Nos llevó muchísimo tiempo y los escalones no se terminaban y eran desiguales. Odio hacer senderismo de normal, imagínate durante un día de mucho calor y con un tobillo mal. Estabámos sudorosas y rojas. Por fin llegamos arriba del todo y fue un infierno para los ojos (y me quedo corta). El agua estaba estancada y olía mal y ni siquiera pudimos ver las vistas de las cataratas azules. Sí, las vistas de las montañas eran geniales, pero no merece la pena escalar para eso. No lo recomiendo para nada. Observamos el paisaje unos 5 minutos antes de volver a bajar, lo que acabó siendo más complicado que la subida. Las rocas estaban llenas de arena y resbalaban, por lo que caerse era muy fácil. Nos quedamos estancadas detrás de un grupo de personas mayores, que iban incluso más despacio que nosotras; no obstante, lo agradecí, pues prefiero un ritmo de vida más lento. Por fin llegamos abajo y por fin nos pudimos bañar en las frías aguas azules.

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Ese fue todo un reto que no vi venir. A pesar de que el agua era azul claro, estaba nublado, por lo que era imposible ver donde pisabas. Un paso en falso y te encontrarías bajo el agua o con un dedo atrapado. Además, ¡estaba congelada! Esperaba que el agua estuviera templada por el tiempo que hacía. Encontramos una roca donde aposentarnos y nos sentamos allí a disfrutar de la experiencia. Fue genial y todo era muy bonito, hasta que noté que algo me mordía los pies. No me gusta mucho que me toquen los pies, pero lo que menos me gusta aún es que una criatura desconocida me coma viva en la sombra. Rápidamente me llevé las rodillas hasta el pecho, lejos del agua. Pronto descubrí que se trataba de esos pececillos que mordisquean, probablemente como los que ves en centros comerciales raros que dicen que te quitan la piel muerta, cuando en realidad transmiten el sida. No me podía relajar sabiendo que esos peces querían comerme y, junto con los mochileros pesados que intentaban sacar la mejor foto para Insta, nos fuimos poco después.

Después de una comida rápida de arroz frito, pollo a la barbacoa y pescado para compartir, volvimos a Luang Prabang. Pensamos en ir a ver otras cataratas de camino a casa, pero la carretera pronto se convirtió en un sucio camino de barro. Después de que Kayt se cayera de su moto, decidimos que ya habíamos tenido suficiente por ese día. Volvimos a dejar nuestras motos y descansamos lo que quedaba de tarde, lo cual significaba volver al mercadillo nocturno.

El último día:

El jueves, Kayt, Aoife y Georgia fueron a hacer kayaking. Pero Lizzy y yo decidimos quedarnos en una piscina pública. Hacía muy buen día; hablamos sobre nuestro hogar y nuestros planeas de futuro hasta las 2 de la tarde. Después, fuimos a comer algo de arroz frito y dimos un paseo. Después, fuimos a L’hibiscous, un spa donde nos dieron un masaje Laos por todo el cuerpo. Fue perfecto. Se parecía a los masajes tailandeses, pero menos intenso. Nos dieron unos petos muy monos para que nos pusiéramos, mientras nos masajeaban cada músculo al ritmo del tambor del templo que se escuchaba en la distancia.

Esa noche volvimos a Utopia, pero no nos quedamos mucho tiempo, ya que a Kayt y Lizzy las habían picado las chinches la noche antes por estar en los cojines del suelo (cuidado). Al día siguiente, nuestro vuelo salía a las 7 de la tarde, así que dormimos y descansamos toda la mañana. Lizzy se fue sobre la 1:30 y tuvimos una despedida bastante sentimental; después, Kayt y yo nos fuimos a las 5 para coger el vuelo de las 7 de vuelta a HCMC, listas para ir al trabajo al día siguiente.

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Fue un viaje genial durante las Vacaciones TET. Vimos, probamos y saboreamos cosas nuevas impresionantes. Volver al trabajo el lunes iba a ser duro.

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