De Pata de Perro

Publicado por flag- Humberto Corvera — hace 6 años

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De Pata de Perro

Huellas de un viaje

por Humberto Corvera Poiré

 

Noviembre de 2015, Italia

 

Día 1

Lunes 9

            Daban las 3:00 de la tarde, la cita era en la escalera central, el calor sofocante de aquella tarde nos llevó a buscar la sombra dentro del lobby; poco a poco fueron llegando todos, Mario telefoneó, el tráfico lo tenía detenido al igual que a muchos otros, pero todos llegaron a tiempo; pasamos lista mientras verificábamos el peso del equipaje; aparentemente todas las maletas excedían los 23 kilos permitidos por la aerolínea hasta que -no recuerdo quién-, señaló que leíamos en la báscula libras en lugar de kilos, la carcajada llegó, los ánimos se relajados, la euforia se hacía mayúscula cuando algunos padres de familia daban el adiós a sus hijos; la mayoría nunca había salido del país ni se había subido a un avión, era el principio de una fantasía que iniciaba con quince días y que no terminaría jamás.

 

            Para las 4:30 p.m. partíamos en el autobús rumbo al aeropuerto internacional de la ciudad de México (AICM), portábamos como distintivo playeras color rosa mexicano, las miradas de ajenos aposentaban en nosotros, ¿a dónde van? -a Italia- ¿son estudiantes? -sí, de arquitectura- ¿cuántos son? -somos treinta y ocho-. Ya para entonces aquellos extraños soñaban con un viaje como el que sólo nosotros principiábamos; llegamos a los mostradores de Air France, nos apoderamos de un extremo de la sala para -como buenos estudiantes sentados en el piso-, llenar los formatos migratorios: ¿qué se pone en donde dice lugar? ¿pongo la fecha de hoy? ¿por qué son distintos los identificadores de maletas de Air France y de KLM? Fueron todas esas preguntas que se hacen la primera vez que se viaja y que nunca regresan las que me hicieron saber que escribiría estas líneas, para que, pasados los años, recordáramos, como se recuerda en un álbum de fotos, y volviéramos a viajar.

            Sol de Chile, soy Sol, de Chile, -dijo ella cuando me acerqué a su lado pues tardaba demasiado en el mostrador-, "necesitas un par de sellos adicionales o te pondrán una multa al regreso" -le indicó la encargada-; mientras, una buena parte del grupo cambiaba pesos por euros; luego nos dirigirnos a la sección de comida rápida en donde los Subways y los Mcdonalds hicieron de las suyas solo antes de cruzar hacia la sala de abordar y tomar el Vuelo AF 439 México - París, saliendo a las 21:10 llegando a las 14:25 hora local.

 

            Durante el vuelo quedamos relativamente juntos, en la última sección del Boeing las novedades no esperaron en aparecer: el menú en inglés y en francés, el uso de la pantalla individual postrada en la cabecera del asiento frontal, los baños minúsculos pero con gran aprovechamiento del espacio, todo transcurrió con normalidad hasta que llegamos al aeropuerto de París, Charles de Gaulle.

 

            Cruzamos migración, de camino a la sala de espera para tomar el vuelo a Roma, algunos se adelantaron y por momentos "se perdieron", creo que les sucedió a Jazz, a Jorge y a Felipe; Mario y yo habíamos decidido que si alguien se quedaba, uno de nosotros también lo haría, pero no lo dijimos así, sino que, -les indicamos- "el que se quede, va por su cuenta". Esto nos funcionó muy bien; Jazz, Jorge y Felipe llegaron con el resto del grupo unos veinte minutos después, estaban tan pálidos y sudorosos como la angustia de perder el vuelo ameritaba. Todos abordamos, era el Vuelo AF 1404 París - Roma, saliendo 15:45 y llegando 17:50 tiempo local; un vuelo por demás corto en donde luego de aterrizar, la azafata tomó el altavoz y dijo en español: "Agradecemos al grupo de estudiantes de arquitectura de México por haber elegido Air France para su viaje." Los aplausos y gritos de alegría no se hicieron esperar, ¡habíamos llegado a Italia!; más de un año de planes, ahorros, permisos, juntas informativas y muchos nervios quedaban atrás.

 

            En el aeropuerto Fiumicino (Roma), tomamos los belices bien identificados con cintas del mismo rosa que nuestras playeras y no habiendo necesidad de otra migración pues ya la habíamos cruzado en Francia, nos dirigimos a la salida para tomar el autobús que nos acompañaría durante todo el viaje, pero antes, a unos pasos de la puerta, Mario hizo una pausa para indicar cómo quedarían los acomodos en las habitaciones en ambos hoteles.

            El trayecto fue de unos cuarenta minutos, el autobús nos dejó casi a la puerta del hotel Saint Peter Inn, nos recibió la Sra. Mariana con una torta de manzana que ella misma había preparado. El segundo hotel fue el Residenza Sistina, ambos en Vía Sebastiano Veniero 8, ubicados a cincuenta metros de los Museos Vaticanos y a un ciento de la estación de metro Ottaviano a la que visitaríamos después, en varias ocasiones.

 

            Luego de los correspondientes acomodos, nos dimos cita en el patio del edificio, todos hambrientos y cansados, decidimos comer en "lo primero" que encontráramos y corrimos con suerte, pues sólo a la vuelta de la esquina, en Vía Leone IV, tuvimos el primer menú -que sería casi el de todos los días-: ensalada, pizza individual, bebida y helado, todo por € 10. La velada se prolongó por los juegos y bromas del dueño, un prestidigitador que dobló una docena de cucharitas ante nuestros ojos e hizo otras tantas suertes aunque no las que algunas habrían preferido; ¡como un baile! -dijo Lupita- y todos reímos. Para la media noche caminábamos a la plaza de San Pedro, el cansancio era mayúsculo pero no quisimos ir a dormir sin dar un vistazo a la obra de Bernini; fuimos a dormir, la cita para la mañana siguiente quedó a las 7:30 a.m., lugar, el patio del hotel.

 

Día 3

Miércoles 11

            Mario y yo nos levantamos tarde, por la ventana alcancé a ver a algunos reunidos en el patio, la cita se había acordado para las 7:30 a.m. por lo que "como pudimos", corrimos a las dos cafeterías para "juntar" al resto del grupo y a eso de las 9:00 a.m. estar en la Plaza de San Pedro. Atenderíamos la Audiencia Papal de SS. Francisco que iniciaba a las 10:00 hrs. recorriendo la plaza de izquierda a derecha abordo del papamovil; fue un tiempo de relajación sentados en la plaza, las fotografías y selfis pronto hicieron de las suyas hasta que los parlantes irrumpieron con una voz en italiano, luego en francés, alemán, español, latín y varios más que no pude diferenciar pero que daban una experiencia de globalidad al tiempo que observábamos la musicalidad de las columnas que escapan al entendimiento de la escala y de las que su propio creador, Gian Lorenzo Bernini escribió: "siendo la iglesia de San Pedro casi la matriz de todas las demás, debería tener un pórtico que pareciera recibir con los brazos materialmente abiertos a todos los católicos para confirmarlos en sus creencias, a los herejes para reconciliarlos con la iglesia y a los infieles para iluminarlos en la verdadera fe." [1]

 

            Para el medio día ya nos encontrábamos en el áspero y rojizo Castillo de San Angelo, bastión que recuerdan aquellos de Campeche o Veracruz, aunque de otra época; dentro, una muestra de escultura y pintura de Vincenzo Chialli, mármoles hechos escultura en el siglo I a.C. Lo Stato dell´arte: l´arte dello Stato se llamaba la exposición temporal, fue el primer encuentro con lo antiguo, con lo griego revivido por los romanos; la sangre hervía a cada instante, a cada paso, en cada pasillo; el grupo se disgregó, algunos estaban en las vistas en lo alto del castillo, otros lo recorrían encontrando en cada esquina alguna referencia arquitectónica, tratando de recordar las clases de "Análisis Histórico"; fechas y lugares se confundían en las mentes; luego fue tiempo de comer, recuerdo que compré -junto con Felipe y Jazz- un buen trozo de queso roquefort y les hice comer. Días después, Jazz me ofrecería un dulce tan espantoso como venido del infierno, lo rechacé más me dijo: "Profe, ¡usted me hizo probar de ese queso horrible! ¡ahora tiene que probar esto!" Fruncí el ceño, probé aquello tan malo como sospechado, Jazz moría de la risa y yo también.

 

            Aquella noche nos reunimos en la cafetería de Residenza Sistina, una habitación acondicionada con un sillón, una mesa, cuatro sillas y un viejo escritorio al fondo en donde una computadora completaba el cuadro dando al recinto carácter de oficina; fue el lugar de velada que, al haber descubierto dos o tres "tienditas" a pasos del hotel, algunas birre (cervezas) y Lambruscos (vinos tintos), nos invitaron a brindar, eso sí, sin hacer mucho ruido, por aquello de "los otros inquilinos" aunque..., a decir verdad, ¡creo que no siempre fue así!

 

Citas  

[1] Pinton, Daniele.Bernini escultor y arquitecto. Los caminos del arte. Roma: ATS, 2009, p. 37.


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