Viaje y llegada al hostal
¡Hola a todos! En este blog voy a hablar de mi último viaje, Helsinki. Esta modesta capital europea me ha enamorado y descubriréis por qué en los siguientes post.
Helsinki es la capital de Finlandia, uno de los países de Escandinavia. Volar hasta ahí desde Madrid cuesta unas cuatro horas y la diferencia horaria es de una. En mi anterior viaje fui a Estocolmo, la capital de Suecia. Me han parecido dos ciudades muy distintas aunque puede que sea porque una la he conocido en invierno y otra en verano.
Helsinki Summer School
Decidí ir a Helsinki porque encontré un anuncio para una escuela de verano en su universidad, me informé y tuve la suerte de que una conocida de mi familia tenía una hija que había participado y para ella fue una experiencia inolvidable. La universidad de Helsinki ofrece muchos cursos durante el verano, algunos son cortos (2 semanas) otros largos (3 semanas). Hay mucho donde elegir incluso este año han introducido un nuevo curso de Heavey Metal. Además la universidad organiza actividades sociales y el alojamiento que pueden tener los estudiantes.
El curso que yo elegí era The Welfare City ya que era el que más relación tenía con mi carrera.
Preparativos
Antes de emprender el viaje tuve que preparar todo mi equipaje en Zaragoza. Diez días en Helsinki, del 8 al 18 de agosto. No sabía que llevar. Desde luego no tanto como para visitar Estocolmo en febrero pero no tan poco como para pasar cinco días en Salou con mis amigas.
Finalmente opté por llevarme ropa de entretiempo, imaginé que el clima en Helsinki sería como la primavera en Zaragoza pero sin viento. Y acerté, aunque incluso me atrevería a decir que hacía más calor que en nuestra primavera, tuvimos mucha suerte con el tiempo, solo llovió un día.
Viaje
Mi vuelo salía de Madrid, pasé unos días con los familiares que viven allí y me acompañaron al aeropuerto el día que comenzaba mi viaje. Era la primera vez que viajaba sola, había cogido muchos aviones antes pero siempre iba al menos con otra persona, así que estaba un poco nerviosa. Fue una de mis tías quien me acompañó.
La noche anterior recuerdo dejar todo meticulosamente preparado y repasar las listas importantes varias veces para comprobar que no se me olvidaba nada, me costó mucho conciliar el sueño.
Por la mañana me levante, desayuné, me duché, me vestí y… volví a comprobar de nuevo que no me olvidaba nada. Cogí mi maleta y mi mochila y fuimos al aeropuerto. Una vez allí tocó esperar para hacer la facturación.
Me fijé en que había muchas personas asiáticas en la fila, esto se debe a que para viajar por ejemplo a Japón si has estado visitando esta parte de Europa, se hace escala en Helsinki.
Tras hacer la facturación me despedí de mi tía, la cual recuerda que se me pusieron los ojos vidriosos aunque yo no lo suela contar así.
Con mis gafas puestas, para no perder detalle, tras haber pasado todos los controles fui buscando mi puerta de embarque. La verdad es que llegué bastante pronto pero no me alejé mucho de la zona por si acaso.
Subí al avión de Finnair, la compañía aerea finalndesa, cuando llegó el momento. Mi asiento estaba bastante al fondo y estaba completamente rodeada de japoneses. Todos eran muy sonrientes y muy amables. A mitad del vuelo algunos de ellos habían pedido tallarines y yo que estaba muerta de hambre me comí algunas de las cosas que había traído.
No me dormí y el viaje se me hizo algo largo. Pero me entusiasmé mucho cuando llegamos a Finlandia y comencé a ver lo verdes que se veían los paisajes cuando el avión ya se disponía a descender. Esto fue tan solo durante unos breves segundos ya que aparecieron un montón de nubes que no dejaban ver casi nada. Cuando conseguimos atravesarlas pude ver ya de muy cerca todos los campos y bosques finlandeses, y cómo no, los famosos lagos.
El avión aterrizó en Vantaa una pequeña población al norte de Helsinki, no era muy grande solo tenía dos terminales y es uno de los dos modestos aeropuertos que hay cerca de la capital. Aún así casi me pierdo porque me fui en dirección contraria a la salida. Una vez pude recoger mi maleta salí al exterior acababa de llover pero ya había parado. En el fondo de alegré. Respiré el olor de la lluvia y después de pasar los primeros días de agosto entre Zaragoza y Madrid puede ser algo casi conmovedor. Sentía una suave brisa fresquita que ya había olvidado por completo.
Fui a coger el bus que me llevaría al centro de Helsinki. Era el 615, un autobús urbano, valía 5€ y te dejaba junto a la universidad. Cómo aún le quedaban unos 10 minutos volví a adentrarme un poco en el aeropuerto ya que me podía conectar al wifi. Hice una video llamada por WhatsApp con mi madre para decirle que estaba todo bien y que no se preocupara. Estaba bajo un porche desde el que podía controlar si venía el bus. En cuanto lo vi me despedí y fui corriendo a la parada. Ya había comprado mi ticket previamente y subí mi maleta al autobús. Me esperaba un trayecto de casi una hora así que busqué un buen asiento donde poder estar junto a la maleta. En cuento me vieron un poco apurada con el equipaje dos hombres altísimos y rubísimos me ayudaron a cargarla amablemente para que la pudiera subir y tener bien sujetada. De modo que los finlandeses me dieron una primera impresión muy buena, me parecieron encantadores.
Del aeropuerto al hostal
Me senté junto a la ventana y fui viendo como dejábamos atrás el aeropuerto de Vantaa e íbamos cruzando zonas muy verdosas y con mucha vegetación. Pasábamos por pequeños pueblos con casitas de colores adorables y junto a pequeños bosques que salpicaban el paisaje como había visto desde la ventanilla del avión.
Tenía una aplicación en el móvil donde estaban indicadas las paradas que hacía el bus 615. Me bajé en una de las últimas un poco dudosa. Todavía no conocía bien la ciudad, sabía como llegar a mi hostal desde la catedral ¿pero donde estaba la catedral? Lo cierto es que estaba justo al lado, también se habían bajado del bus dos mujeres latinas con un bebé que fueron muy amables conmigo y se dirigían a la catedral. La verdad es que por las calles de Helsinki siempre escuché hablar más español que otra cosa, como si todos nos estuviéramos refugiando del calor allí. Me acompañaron hasta la catedral. Dias después descubrí que aquel bus me había dejado junto a mi edificio de la universidad.
Estaba un poco nublado. Y yo había cargado con la maleta durante un buen rato, admiré la blanca catedral desde abajo mientras me preguntaba cómo sería por dentro y a la vez flipaba con la enorme escalinata que subía hasta ella. Decidí seguir mi camino porque estaba muy cansada y quería librarme de una vez por todas de mi pesado equipaje. Seguí las vías del tranvía y llegué hasta un pequeño puente con candados. Antes de cruzarlo me paré a hacer alguna foto de una catedral roja que me pareció preciosa. Esta era la entrada a la isla en la que se encontraba mi hostal.
La atravesé hasta llegar a él, exhausta, tras haber subido y bajado alguna que otra cuesta.
Más fotos del viaje:
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