Descubriendo Ginebra

¡Hola a todos!

Me gustaría hablaros hoy de un viaje que se remonta a hace un mes. Intentaré describir en este post una ciudad suiza maravillosa y las impresiones que me dio en un solo día.

Hablo en concreto de la ciudad de Ginebra, la cual se encuentra solamente a un par de horas desde Lion. Fue precisamente este motivo el que nos empujó a Cate (mi compañera de piso italiana) y a mí, a ir allí en Flixbus un soleado martes por la mañana, atravesar la frontera francesa y entrar en territorio suizo. Habíamos escuchado hablar mucho de esta ciudad, sobre todo por parte de nuestros amigos que ya habían estado, por eso teníamos incluso más curiosidad por visitarla. Después del control de documentos en la frontera, entramos finalmente en Suiza y poco después llegamos a Ginebra. La primera cosa que me llamó la atención más fue el cuidado por el medio ambiente. A pesar de estar todavía en el autobús, en seguida notamos lo verde que está todo y lo limpias que están las calles.

Descubriendo Ginebra

Nada más bajarnos del autobús, decidimos buscar la oficina de turismo, para tener una idea un poco más concreta de cómo movernos. Allí nos encontramos con Alessandro, un chico italo-suizo con acento milanés que nos explicó al detalle las cosas que podíamos hacer. Nos dijo que los puntos más importantes a visitar son principalmente cuatro: el lago con el famoso Jet d'Eau, el centro histórico, el campus en el norte de la ciudad sede de diversas organizaciones internacionales y el agradable barrio "sardo" que se sitúa al sur. Nos recordó de hecho después que la ciudad alberga muchas organizaciones internacionales, la primera de todas la ONU, y que debido a este motivo el ambiente de la ciudad es internacional, y que está preparada para acoger turismo de élite ofreciendo una amplia oferta de tiendas de lujo. El barrio más agradable y alternativo en cambio es el barrio sardo, en el cual nos aconsejó tomar un aperitivo esta misma tarde. A pesar de que queríamos visitar todo, tanto el campus como el barrio sardo, estaban fuera del centro, aunque no demasiado lejos. Después de haberle dado las gracias y habernos despedido de él, decidimos dirigirnos hacia el famoso Jet D'eau.

Leyendo alguna información sobre Ginebra, descubrimos que esta se encuentra en la rivera occidental del lago Lemán y que, en la confluencia con el río Ródano, es imposible no darse cuenta del altísimo Jet d'eau: un verdadero chorro de agua disparado a 140 metros. Lo localizamos de hecho ya desde bastante lejos, mientras atravesábamos por uno de los muchos lugares y caminábamos por la orilla del lago. Los edificios a nuestro alrededor eran preciosos y se reflejaban en el agua del lago, observamos también bastantes cisnes y un pequeño parque no muy lejos. Antes de nada, decidimos pararnos a comer alguna cosa. Según lo previsto, sabíamos que el coste de la vida en Ginebra es altísimo (pensad que el alquiler de una habitación puede llegar a costar incluso 1500 € y el precio de una pizza está en torno a los 20 €), por lo que estuvimos previsoras y llevamos comida de casa. Después de haber comido de frente al lago, dimos un paseo por los jardines antes de llegar al chorro de agua para poderlo admirar más de cerca: os lo aseguro, ¡140 metros es una altura considerable!

Descubriendo Ginebra

Tras haberlo admirado unos minutos y haber hecho fotos, decidimos ir a visitar el centro histórico.

Con el mapa en la mano (nos habían también advertido de dejar los móviles en modo avión porque al no pertenecer a la Unión Europea, obviamente, los acuerdos de roaming de las líneas telefónicas no son aplicables: así que, ¡nada de Google Maps!) fuimos hacia el Instituto Calvino, en la parte alta. Se trata del colegio más antiguo de Ginebra, y fuimos un poco por los puestos que había en frente antes de seguir hacia la Catedral de Saint Pierre. Una vez allí, entramos en la enorme iglesia y nos quedamos asombradas de su simplicidad "majestuosa". Queríamos subir hasta el campanario para ver toda la ciudad desde arriba por lo que, tras haber comprado los billetes, empezamos a subir varias escaleras que nos llevaron hasta arriba. Tuvimos la oportunidad de observar desde muy cerca las enormes campanas y las vistas de la ciudad nos dejaron sin palabras. Después de haber observado el paisaje, decidimos bajar andando hasta el parque para hacer un pequeño descanso. Las callejuelas del centro histórico están muy limpias y son muy características. Aquí también el cuidado por cada detalle es alto y todo transmite una sensación de paz y seguridad.

Descubriendo Ginebra

Siguiendo en dirección al parque, llegamos a la Maison Tavel. Alessandro, el chico de la oficina de turismo, no había hablado de este edificio original en el corazón de Ginebra que alberga exposiciones y muestras de arte tanto permanentes como temporales. Es, en realidad, la casa privada más antigua de la ciudad y lleva el nombre de la familia que fue propietaria durante mucho tiempo, antes de que pasase a pertenecer a la ciudad de Ginebra. Esta, tras haber sido completamente remodelada, se ha convertido en la sede del Museo de historia urbana y de la vida cotidiana.

Una vez dentro, el señor de la entrada nos aconsejó empezar la visita por la tercera planta, donde pudimos admirar una gran maqueta que reproducía la ciudad de Ginebra como era en 1850. Bajando después por las escaleras hasta la segunda planta, nos encontrábamos ante una reconstrucción de una casa típica burguesa de 1700-1800 y fue interesante descubrir con detalle cómo efectivamente los burgueses que vivieron en ese periodo histórico solían decorar sus casas. En la primera planta, estaban las bodegas monumentales, las cuales ofrecen una panorámica de varias épocas y diferentes problemáticas de la historia ginebrina. Queríamos también asistir a la exposición temporal de la historia de Ginebra y de sus habitantes que se encontraba en la segunda planta subterránea, pero nos explicaron que para poder entrar era necesario reservar.

Pensamos entonces que lo mejor era salir y ir hacia el parque. Comenzamos por tanto a bajar hasta el inmenso espacio verde. Nos sentamos en la hierba y disfrutamos tranquilamente al sol y, sobre todo, comer la segunda parte de la comida que habíamos llevado y que habíamos decidido dejar para cuando tuviésemos hambre de nuevo. Nos quedamos allí unas dos horas, hasta que llegó a hora de volver de nuevo a la parada de Flixbus. Mientras andábamos, la gente empezaba a salir de las oficinas y los bares se llenaban para el aperitivo. A nuestro alrededor estaba todo lleno de hoteles de lujo, grandes edificios sedes de bancos y grandes espacios verdes. Mientras tanto, empezó a atardecer con tonos rosas y naranjas, aportando al lago Lemán, que es una maravilla constante de esta ciudad, un aspecto todavía más mágico.

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