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Florencia, mi otra ciudad


He tenido en mente «hacer un Erasmus» desde que entré en la universidad ya que todos me decían que era una experiencia fantástica que nunca iba a olvidar. Solo tenía una condición: solo iba a ir si el sitio que escogiera merecía la pena para mis estudios, ¡para un viaje ya tendría mucho tiempo!

Pensaba hacerlo en el segundo año de la carrera porque una de mis profesoras, cuando hablé de esto con ella, me recomendó empezar y terminar el grado en nuestra universidad. Aunque, en el año académico 2015/2016, que era mi segundo año, FLUC experimentó algunos cambios a nivel curricular y decidí que sería mejor no irme el mismo año de los cambios porque tardaría su tiempo en que se percibieran y se regularizaran.

¡Entonces sería en el tercer año! Empecé a prepararlo todo en el primer semestre de mi segundo año con un profesor, a quien le agradezco su inmensa paciencia y su dedicación, que había, como yo, preparado el terreno en este tema desde ya que era su primera vez como tutor de Erasmus y no tenía a nadie a quién preguntar porque, y ahí me di cuenta (o parecía), que nadie del grado había participado nunca en el programa.

Florencia, mi otra ciudad

De lo que me acuerdo, eché la solicitud en ciudades de España e Italia, y había pensado en Francia, pero la universidad no tenía ningún acuerdo con ellos, y ya era demasiado tarde. La primera opción era Florencia, pero solo había una plaza, y a pesar del miedo de tener que ir sola, tenía la esperanza de que fuese para mí.

Salieron los resultados y la plaza para Florencia era mía. ¡Cada vez parecía más real! Empecé a buscar casa en enero, llamé a Italia un millón de veces, pero todos los pisos eran muy caros o no estaba segura de si la habitación estuviese disponible para el periodo que yo quería. Al final, casi en julio, conseguí una habitación compartida que estaba dentro del presupuesto y que estaba a 30 minutos andando del centro de Florencia. ¡Fantástico!

Compré un vuelo de ida, y por fin llegó el día. Volé a Roma y llegué a Florencia en tren bien entrada la tarde con dos maletas, una mochila y una cartera. Tuve que empezar a poner en práctica mi italiano para llegar a la casa donde me quedaría por los próximos meses. Ya se encontraban en el apartamento la familia que me recibió (una madre con dos niñas que tocaban todos los instrumentos) y mi compañera de piso italiana. Por desgracia, después de una semana se tuvo que ir debido a problemas personales, así que pasé unos cuantos días con la habitación solo para mí hasta que apareciese mi nueva compañera de piso. Era rumana, pero había vivido en Italia más de ocho años con su familia. Era muy simpática y me ayudó mucho durante el Erasmus, ya que estaba estudiando Turismo. Como agradecimiento, la ayudé con el inglés, y en poco tiempo nuestras conversaciones se volvieron una mezcla entre italiano e inglés.

Florencia, mi otra ciudad

Tengo que confesar que, a pesar de todo el entusiasmo, la primera semana lloré. No todo el tiempo, obviamente, pero estaba un poco desorientada y me preguntaba si haberme ido sola había sido una buena idea. Pese a esto, me orienté rápido y empecé a percibir cómo funcionaba la ciudad.

Al contrario de lo que había visto en mi universidad en Coímbra, los profesores de Florencia no daban buenas pautas a los estudiantes de Erasmus y a veces tampoco se daban cuenta de que estábamos en clase hasta que no se lo decíamos. De hecho, lo que menos me gustó de la experiencia fue la falta de organización de la universidad, aunque creo que esto me hizo más aplicada (aunque me dijeran que «era Erasmus, va a ser fácil para ti», prefería no creérmelo).

Había varios factores que contribuyeron a que me enamorara de estar allí: me involucré en la parroquia que me pertenecía y allí conocí a gente súperagradable, que me dio una cálida bienvenida. Empecé a ir a fiestas que el equipo de voluntarios organizaban para Erasmus e hice amigos que nunca olvidaré, en especial a dos chicas de Escocia y de Armenia.

No puedo describir lo mucho que me ha encantado la experiencia y la recomiendo. En el ecuador del Erasmus ya me había convencido que haberme ido sola había sido la mejor opción que podía haber tenido y después de volver, solo se intensificó esta idea. No niego que ir con alguien es igual de fantástico y si repitiese la experiencia me gustaría ir acompañada. Puede que no pueda explicarlo y puede que muchos no me vayan a creer, yo no me lo creía cuando otros me decían que «ir con alguien es está bien y es divertido pero ir solo te cambia». Yo pensaba: «pfff, sí, claro... Como un viaje en solitario... No voy a cambiar tanto». Pero ahora no lo puedo negar, ¡¿que allí no tenemos a nadie para ayudarnos?! Estás solo para resolverlo todo y, al mismo tiempo, la energía de todos esos momentos es solo para nosotros!

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