Vistas desde lo alto del Spis - un fin de semana de castillos (2/2)
3 de abril de 2016
Día 3
El castillo de Spis no se parece en nada al de Bojnice que vi ayer. Incluso en eslovaco tienen distintas denominaciones para cada uno. El castillo de Spis es hrad ( un castillo fortificado), mientras que el de Bojnice es zamok (un castillo en general). A primera vista se nota la diferencia de que uno de los castillos es para las infantas y las princesas (Bojnice) y el otro es el de los chicos y de los caballeros (Spis).
Se puede apreciar al igual que ayer a través de la ventana del bus al salir del túnel Branisko, que tiene 5 kilómetros de largo, cómo el castillo Spis se alza en la cima de la montaña a 634 metros de altura. Eran las 9:30 más o menos y sol desprendía una luz débil aún.
El conductor del autobús estaba escuchando en la radio la misa dominicana. En Francia hacía siglos que no se escuchaba nada de eso, salvo los más aferrados devotos. En Eslovaquia es totalmente lo contrario, aún hay muchos practicantes, incluso entre los más jóvenes como pude ver en Roznava y en Zvolen. Si te quedas con la duda de si esto es verdad o no, date una vuelta por el supermercado y verás paquetes de ostias de oferta en los pasillos o en la entrada podrás ver un calendario con las fechas de las misas.
La grandeza de un montón de piedras áridas
Este es el sendero que va desde el pueblo Spisske Pohradie hasta el castillo, que se eleva hasta 200 metros por encima del valle.
El autobús me dejó en el pueblo Spisske Pohradie, que estaba justo a la bajada del castillo. Empecé a subir la colina por un sendero rodeado de prados al son de las campanas que daban las 10:00. De lejos se podía apreciar lo grande que era la fortaleza medieval más grande de Europa Central. Mide 4 hectáreas. Parecía un castillo cátaro con esas piedras secas como la hierba que yace bajo sus muros, aunque aún así se mantiene muy bien.
Al rodear sus murallas me encontré con un pimental bastante crecido como señal de duelo por las fortificaciones que había ahí anteriormente. Entré por la puerta gótica del siglo XV. Pero si estuviera en la Edad Media hubiera tenido que atravesar un foso y una puerta que había en medio de un muro enorme para poder llegar desde el pimental hasta la puerta.
Aún no había subido hasta lo alto del torreón cuando ya podía ver desde el patio principal unas vistas impresionantes de los Bajos y los Altos Tatras blancos por la nieve y del pueblo, que está bastante fuera de lo común ya que ni uno solo de los edificios de cemento comunistas tiene más de 4 pisos.
Crucé por el medio de ese montón de muros destrozados pero famosos, del que tan solo podía deducir dónde iban las ventanas, alguna que otra estancia y los caminos. En medio de ese batiburrillo de piedras más o menos bien conservadas me imaginé el aspecto que tendría hoy día el castillo si no se hubiera quemado en 1780. Tras este incendio tan solo una guarnición vivió en él. Pero sus propietarios, los Csaky, decidieron que no les parecía que fuera lo suficientemente cómodo. Después, estuvo abandonado hasta 1983, año en el que se abrió al público. Este castillo fortificado que resistió a la invasión de los Mongoles en el siglo XIII no tuvo el reconocimiento que se merecía.
Seguí imaginándome lo grande que sería cuando llegué al pequeño museo que había al bajar del torreón. Allí tenían expuesta una maqueta de cómo era el castillo cuando se construyó y los grabados de la época. Bajo nuestros pies teníamos también como en Bojnice una cueva de piedra caliza donde habían encontrado restos romanos en 2003. En aquella época un mercader que iba de paso por Spis decidió pasar la noche en aquella cueva, pero debido a una grave lesión de rodilla no pudo volver a salir y se encontró el dinero que aún yacía junto a él.
El museo recreó algunas de las partes del castillo fortificado. En la cocina aprendí que la cerveza era la bebida de los pobres y el vino la de los ricos. Al bajar a la sala de las torturas me estremecí. Confundí una de las sillas que había con las sillas eléctricas que se usaban hasta hace poco en Estados Unidos para los criminales juzgados con pena de muerte.
El patio, las murallas, el pueblo y los Bajos Tatras de fondo. En el siglo XV había una torre con estancias en mitad del patio, de la que hoy día tan solo queda la base.
Subir hasta lo alto del torreón, que es la parte más alta y más antigua de Spis (siglo XII) fue bastante fácil. Como era uno de los primeros días de apertura aún no había mucha gente. Cuando más gente había era en verano, hasta yo mismo me veía representado en esa multitud que sube las escaleras por las que solo cabe una persona, de un único sentido y construidas en un muro de cuatro metros de grosor. Por suerte no subimos todos de golpe. ¡Habían descansillos para evitar colisiones!
El patio desde donde se puede acceder a la muralla sería la terraza donde me tomaría mi pícnic. Pude disfrutar por última vez de aquel panorama tan sublime de los Tatras y el valle entre bocado y bocado de Kifli (un pan típico de Europa del este).
Una colina de camino a la catedral
Fui en dirección contraria a la fortaleza, me dirigí al Spisska Kapitula, «casa de los canónigos de Spis», que de hecho es una catedral. Al igual que el castillo, está situada en lo alto de una colina y forma parte de la lista de la UNESCO desde 1993. Perdí el rastro del sendero por el que iba y no encontré la entrada para subir por la colina, estaba todo rodeado de alambrada y no podía ver nada. No quería desviarme mucho porque el autobús no tardaría mucho en llegar así que busqué alguna brecha en la alambrada. Finalmente la encontré. Entré a la fuerza y pasé entre un montón de arbustos. Pensaba que vería campo sin nada, pero en lugar de eso me encontré con el jardín de una casa. Toca dar media vuelta.
Pero una pareja que tenía a mi derecha me miraba con una sonrisa graciosa dibujada en la cara. Fui hacia ellos pero no parecían enfadados, tan solo tenían cara de que entendían lo que había pasado. Les expliqué que quería ir a la iglesia así que me llevaron fuera del terreno y del patio y pasamos por una puerta roja para salir, allí me explicaron que tenía que ir todo recto. Estaba confuso de ver lo tranquilos que estaban. Me colé en su jardín, por error claramente, ¡pero no mostraban ni un ápice de reproche!
La catedral de Saint-Martin estaba abierta por lo que me dijo esa pareja tan valiente. Sin embargo, ¡cuando llegué a la plaza me encontré la puerta cerrada! Me iría de allí tan solo con el recuerdo del doble campanario romano con ventanas de columnas dobles que me recuerdan a las iglesias de los Alpes. Me crucé con una monja y un estudiante de un seminario y me dijeron que la iglesia solo abría a las tres. Estas personas vivían en aquel paraíso del Eden, las envidiaba tanto como a la monja de la basílica de Levoca. Me invitaron a no se qué ceremonia (solo hablaban eslovaco) mientras esperaba a que abrieran, pero les dije que no. Tan solo tenía veinte minutos, el tiempo justo para bajar hasta la parada del autobús.
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