Montes del Poloniny: viaje hasta los confines de Europa (1/2)

22 de abril de 2016

Era un proyecto, un deseo, casi un sueño, tan antiguo como mi elección de venir a Eslovaquia a pasar un semestre de Erasmus. Este era el sueño: ir hasta el final de Eslovaquia, de Europa (o lo que se conoce como Unión Europea), llegar a la frontera ucraniana, que está a tan solo 140 kilómetros de Presov, la ciudad en la que estudio.

Para realizar este proyecto, elegí, en el extremos este de Eslovaquia, la ciudad de Nová Sedlica, en el Parque nacional de Poloniny. Fue muy fácil elegirlo porque no hay nada más al oeste en todo el país. Después, se despliega el inmenso territorio ucraniano.

Día 1: un pie en Eslovaquia y otro en Ucrania

Para llegar a Nová Sedlica, tenía que coger cuatro combinaciones de autobús, soltar amarras a las 8 de la mañana y volverlas a amarrar a las 14 horas.

Sin embargo, me dio tiempo a vagabundear por la mediocre ciudad de Snina (20 000 habitantes) entre autobús y autobús. Fue una forma de matar el tiempo, porque su plaza principal, espantosa, se reduce a unas columnas de hormigón, que encajaban mejor en las afueras de Bratislava. Tras la Primera Guerra Mundial, las casas tradicionales que quedaban en pie fueron reducidas a escombros. En los años 20, el Estado comunista, se encargó de lo más urgente y barato. Los bombardeos destrozaron Snina, pero, por suerte, se salvó el clásico palacete de 1781, que tiene un color amarillo chillón desde su restauración de 2012.

Iglesia de madera construida por la muerte de Luis XIV

monts-de-poloniny-voyage-bout-de-leuropeIglesia de madera en Ulicske Krive, muy común en el este de los Cárpatos en Eslovaquia. Aquí se llaman: "tserkvas" y representan la mezcla de culturas bizantina y latina. Ocho de las 39 que hay en la región están reconocidas por la Unesco desde 2008.

Hacia el mediodía, eché el ancla en Ulicske Krive, en el valle del río Zbois’ka, a pocos kilómetros del límite de Eslovaquia. Mi elección se debió a la iglesia de este pueblo, de entre las 39 de madera que hay en la región de Presov, ya que es la que mejor comunicada está en transporte público.

La puerta abierta de la casa frente a la iglesia, me permitió, gracias a la llamada de su vigilante, romper el caparazón de madera que me cubría cuando llegué. El señor mayor de las llaves, intentaba darme conversación, pero mi nivel de eslovaco, muy a mi pesar, aun es demasiado bajo. Para descifrar la delicada y animada iconoclasta, me dio una guía con explicaciones, y sorprendentemente, estaba en francés. Así, supe que la iglesia estaba dedicada al arcángel San Miguel, que es tan antigua, con tres años de diferencia (1718), como la muerte de Luis XIV (1715). Normalmente, la visitan greco-católicos que, junto con los rutenos, constituyen los feligreses principales de estas iglesias tan particulares, cuyos cercados son también de madera.

Cuando volví a entrar en la casa del vecino, había tres ancianos y la hija y el marido de la dueña del sitio siguen jugando con dos barajas de cartas sobre el mantel de cuadros blanco y naranja. Pido algo de comer, porque me ha parecido ver en la zona la típica taberna de pueblo. Me traen sopa reconstituyente de alubias rojas y pasta. Me dispongo a pagar. "Esto no es un restaurante", me indica la mujer. No cogió mil billetes. En otro autobús, llego hasta la pensión Kremenec, en la que voy a pasar la noche, en Nova Sedlica.

Cuando dos límites se juntan...

monts-de-poloniny-voyage-bout-de-leuropeLa frontera entre Eslovaquia y Ucrania sobre Nová Sedlica. Si no estuviera señalizada con líneas de los colores de cada país, la línea de separación se pasaría inconscientemente. A uno y otro lado, se extiende el Parque nacional de Poloniny (Uzans’kyj en ucraniano).

Kremenec, epónimo del pico más alto de Poloniny, habría sido una buena opción para mi proyecto de llegar a Ucrania. La cima está a caballo entre tres países: Eslovaquia, Ucrania y Polonia. Una ubicación única en el mundo.

Pero me faltaba tiempo. Desde Nová Sedlika (410 metros), habría necesitado tres horas para subir (y otras tres para bajar) a la cima de 1221 metros. Solo recorrí la mitad del sendero, incluyendo una breve parada en el nacimiento del río Stuzicke, en mitad del bosque virgen de Stuzica, reconocido por la Unesco en 2007. En este tiempo de finales de abril, los nuevos brotes verdes de hayas y pinos, tan hialinos, son tan preciados como fragmentos de las vidrieras de una catedral.

En cuanto puse un pie en Ucrania, tuve que volver atrás para subir de nuevo la cuesta de Packova Kycera (871 metros), sobre el río. Anduve hasta ver ciertos signos distintivos, como una columna, más pintoresca que esa fría cámara de seguridad que funcionaba con energía solar y eólica, sobre las líneas rojas y blancas del sendero de Kremenec.

Un cuarto de hora después, cuando la cuesta empezaba a bajar, se juntaron los extremos de dos líneas fronterizas. Una con los colores de Eslovaquia (tricolor) y la otra con los de Ucrania (amarillo y azul). Paso número 12. Luego, tierra de nadie. Después, el el paso número 13, de nuevo marcado con dos líneas fronterizas, Ucrania. Ya está. Mi pie está emblemáticamente fuera de territorio europeo. En el horizonte, le paisaje no cambia de golpe. Todavía están los montes llenos de densas arboledas, vírgenes. Sigue siendo el Parque nacional de Poloniny, que se extiende por este lado de la frontera, hacia Polonia.

Saboreo el momento, me digo que, de toda mi estancia Erasmus, nunca he estado más al oeste. Me gustaría seguir con mi camino, hundirme aun más en este país que desconozco... Pero es una manera de llegar al final, mes y medio antes del auténtico final a principios de junio.


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