En el país del agua pura, entre Horna Orava y Mala Fatras - 2 franceses y 35 eslovacos en la naturaleza (2/5)

26 de mayo de 2016

Día 2

He dormido poco. A nuestros amigos eslovacos les gusta mucho la fiesta y beber por la noche en la residencia. Por suerte, me pusieron en la habitación de los profesores, con Vladimir y el señor Kichila. A las nueve de la noche, pudimos descansar. ¡Pero con tapones para los oídos, que se oye todo!

Al amanecer, en los montes de Horna Orava, donde paramos a descansar, la bruma se había adueñado de la atmósfera. Los árboles estaban tan verdes, el aire tan húmedo que parecía que estuviéramos en los Vosgos. Al salir del dormitorio tengo que pasar por este paisaje tan bonito para llegar a la sala en la que desayunaremos, que está a parte, en otro chalet. El menú es el perfecto testigo de lo que los eslovacos consideran un desayuno: huevos revueltos o salchichas con mostaza, o pan con jamón y salami. ¡Vamos, consistente!

Con los huevos revueltos ya delante y el profesor Vladimir sentado en frente con su plato de salchichas, aprovecho para preguntarle: "¿Ya ha estado en Francia? " Su respuesta es la de un aficionado a la geografía física, de la naturaleza, concretando más: "Hace diez años, sí, en Auvernia, cerca de Clermont-Ferrand. También estuve en un refugio como este. Me encanta este tipo de alojamiento, en el corazón de la naturaleza". Además, en marzo, cuando entramos por primera vez en la cueva de Krasnohorska, en la cueva de Krasnohorska, en el karst eslovaco, confesó que era "¡su 43ª vez!

No podemos hacer otra cosa. Al estar en el refugio Slana Voda, nos encontramos en el municipio más meridional de Eslovaquia (Oravska Polhora). Tomamos la carretera del sur durante 30 kilómetros hacia la presa de Orava.

En una isla de Eslovaquia

Habíamos previsto hacer senderismo, pero estaba nublado y los profesores no quisieron que se repitiera lo que pasó ayer. Entonces, cuando pasamos cerca de una presa en Orava, improvisaron: ¿por qué no subir a un barco y dar una vuelta tranquila?

2-francais-35-slovaques-classe-verte-25-La presa de Orava es el lago más grande de Eslovaquia con 35'2 km². Es un poco más grande que el lago de Annecy (26'4 km²) y un poco más pequeño que el lago de Bourget (44).

Nuestro grupo de 37 personas llena sin esfuerzo el ferry, pintado a rayas azul cielo. Para disfrutar del aire fresco y evitar marearme, subo al puente. Manon, mi compañera de clase francesa, al igual que el resto de miembros del grupo, toma la misma medida preventiva. "Una vez me mareé mucho en barco" (recuerda).

Tanto Manon como yo nos tranquilizamos rápidamente cuando el bote empieza a surcar las aguas. El mar está en calma, las únicas olas que hay las forman los remolinos del barco. El lago de Orava (Oravska Priehrada) es una balsa de aceite. Hacia la popa, dos eslovacos, más tres que se unen después, se divierten fotografiándose sosteniendo la bandera del país.

Me levanto para respirar mejor la brisa fresca de la mañana, el aire era tan puro como el de Cabo Bretón o el de una cumbre alpina. De pie, puedo distinguir mejor el paisaje, que me recuerda a un lago italiano, sobre todo por las casitas sembradas en la orilla difuminadas por la bruma matutina. Artificial, sin embargo, Orava juega con la ilusión de lo natural, con su matiz ópalo, y las aves de la isla clasificada Reserva Natural que vuelan lejos de nuestro alcance.

Desembarcamos en otra isla. La de Slanicky's, realmente es una de las pocas islas del país. Situada en Europa Central, Eslovaquia no tiene ni un centímetro de costa. Además, como el lago fue creado por el hombre, la isla también es artificial. Por aquel entonces, se trataba de un punto alto (609 metros) de Slanica, pueblo sumergido por las aguas al igual que otros cuatro del valle cuando se construyó la presa en 1953.

Lo único que puedes visitar en Slanicky: una sinagoga y un calvario. Entramos en la sinagoga, que alberga un pequeño museo desde 1971. Al entrar, Manon y yo conoceremos a alguien totalmente inesperado en semejante tierra.

Le pido a la guía joven y morena un panfleto del lugar en inglés. Luego, cuando Vladimir, nuestro profesor, nos presentó, comenzó a hablar, bastante bien, en francés. "Pero, ¿cómo aprendiste nuestro idioma? " Le pregunto, atónito, incluso más que en los montes de Poloniny con el señor mayor francés. "Hace unos años estuve en París un año de Erasmus. Me gustaría trabajar en turismo". Lleva dos temporadas trabajando aquí y, a pesar de la tranquilidad de su trabajo (tan tranquilo como las aguas del lago), no se puede quejar.

Cuando estoy paseando por las estatuas policromadas de los santos de la región, Vladimir me coge y me lleva aparte. En una habitación a la derecha de la entrada, me muestra el mapa de la presa. Lamenta "Hubo un fallo en Orava, que es la presa más grande de Eslovaquia. Si todo hubiese ido bien, toda la superficie nos pertenecería. Sólo una pequeña parte superó al país vecino, Polonia".

Tras dejar a la guía, al estar tan contento por poder hablar en francés con gente distinta, ¡casi pierdo el ferry!

Bebiendo del río en el Mala Fatras

Acariciando la superficie del barco, el sol comienza a salir de entre las nubes. Una hora más tarde, el sol ya no ilumina el azur del cielo. Hicimos 70 kilómetros de camino hacia el sudeste para llegar a Terchova, en las Mala (Pequeñas) Fatras.

Parque nacional, los cañones de estas montañas se parecen como dos gotas de agua a las del Paraíso eslovaco. Han pasado tan solo dos semanas desde mi última excursión y ya me estoy haciendo dos horas y media de camino en un ambiente lleno de cuevas y abruptas cascadas. "Como empieza a hacer buen tiempo otra vez, ¡vamos a andar! " (nos anima Vladimir en el autobús).

2-francais-35-slovaques-classe-verte-25-Los cañones de las Mala Fatras son, junto las del Paraíso eslovaco, las más importantes del país.

Así que nos adentramos en los frescos cañones de Dolné y Horné diery. Para mi satisfacción y a pesar de estar cansado por no haber dormido mucho la noche anterior, esta caminata me parece más fácil que la del Paraíso eslovaco. Las escaleras son menos rústicas, tienen barandillas. Los puentes son más nuevos y resbalan menos. No tengo que estar todo el rato mirando por dónde voy, porque rara vez nos separamos del lecho del río.

Mejor aún, tengo una sorpresa. Cuando estamos a punto de dar la vuelta, a 900 metros de distancia, veo a los estudiantes tirando sus botellas de agua al río. En Francia, sé que el excursionista que se atreva a beber agua del río, incluso de las montañas, se arriesga a no poder salir de la cama por un maravilloso cólico o una gastroenteritis.

Sin creérmelo, le digo al señor Kichila, el otro profesor que acompaña a nuestro grupo (nos separamos y la otra mitad se fue por el cañón de Nové Diery). ¿No se pondrán malos? " "No, el agua aquí es pura. Es un parque nacional. No hay contaminación", me explica, como dándolo por sentado. "¿Está seguro? " Añado. " Sí, adelante, sírvete... Verás que el agua está buena. La gente del pueblo de abajo la bebe todo el año. A menudo lo hago yo también y nunca he tenido problemas". Manon finalmente me convenció: "Yo también lo he hecho varias veces en alguna que otra excursión".

Relleno entonces mi medio litro, ya que me lo había bebido todo al subir. Estaba contento por tener agua para bajar, aunque para ello me tenga que poner malo. Me tranquilizo pensando que muchas fuentes de agua mineral las extraen de este macizo calcáreo de las Mala Fatras. En este campo, ¡Eslovaquia no se queda atrás con más de 300 fuentes!

Como en "Fast and Furious"

Tras comer como los españoles (eran las tres de la tarde) en una koliba (un restaurante-chalet), volvemos al autobús. Como Manon y yo no entendíamos nada de la fuente de palabras que escupía Vladimir por el micro, no sabemos si vamos a hacer otra excursión. A veces, el profesor de geografía física se acerca a nuestros asientos para aclararnos un poco lo que vamos a hacer.

Por la noche nos olvidaron. Sentada a mi lado, Manon se quejaba: "Podrían acercarse a nosotros, interesarse por los franceses, saber lo que vamos a hacer. La estancia está bien, pero seguro que estaría mucho mejor si nos relacionáramos más con los eslovacos. Bueno, es verdad que antes de irme de Erasmus yo no me habría acercado de golpe a hablar con los extranjeros de mi universidad. ¡Es una tontería! ".

No le falta razón cuando dice que los treinta eslovacos de la excursión se encierran en sí mismos y de momento casi ni nos hablan. Yo he hablado brevemente con algunos chicos eslovacos y una chica al volver de la excursión. La chica en cuestión apoyaba lo que decía Manon: "Es tan estúpido que hoy en día no sepamos nada de inglés y ¡siendo jóvenes! Pese a las faltas y tener vergüenza, ¡hay que intentarlo! ".

Llevamos tres cuartos de hora en el autobús y aún no sabemos hacia dónde nos dirigimos. Vamos por la autopista. El tráfico es fluido. Bruscamente, el autobús frena y se acerca al arcén. Lo primero que pienso es: un accidente, un altercado, por lo menos algo grave. Vladimir se levanta, calma a los alumnos y exclama: "Los eslovacos os quedáis aquí. Los franceses, venid conmigo". Manon y yo nos miramos sin saber lo que nos esperaría fuera. ¿Un control de policía? ¿Nos persiguen como a vulgares bandidos?

Al salir del autobús no nos reciben policías... sino la primera prueba que nos pone Vladimir: "Vamos a atravesar la autopista, pasar por el otro lado del quitamiedos, atajar por las hierbas altas para subir al monumento de los guerrilleros franceses de Strecno". Había venido para explicarnos que esta carretera del valle de Vah era precisamente la más transitada de Eslovaquia, pero aún así desconfiamos un poquito...

2-francais-35-slovaques-classe-verte-25-El monumento a los guerrilleros franceses de Strecno, erigido en 1956. Al fondo a la derecha, las ruinas del castillo fortificado con el mismo nombre.

Contra todo pronóstico, seguimos vivos y podemos oír los comentarios de nuestro profesor. Sonriendo y contento por haber encontrado una actividad para nosotros, empieza: "Estáis en un antiguo campo de batalla, donde llevaron a los segundos soldados más feroces de Eslovaquia durante la Segunda Guerra Mundial (los primeros fueron a la frontera polaca). Aquí, 155 soldados franceses ayudaron valientemente a los guerrilleros (de la resistencia) eslovacos y rusos, también conocidos como SNP".

El pilar, con un texto en francés grabado por una de las caras, les rinde un buen homenaje. Sacado del panegírico: "[…] Que las flores de los campos / Decoren las tumbas de los valientes / Gloria eterna / A los hijos de Francia / Llevados por la Marsellesa / A heroicas hazañas / Y caídos en la victoria / De la lucha común / Para nuestra alegría / Y la de la humanidad". Me extraña que en 1956 (cuando se erigió el monumento y se compuso la estrofa) hayan pensado en un acceso seguro para llegar desde la autopista...

El autobús nos espera a lo lejos en la autopista, parado en el parking de las ruinas del castillo de Strecno. Vuelta a empezar. Tenemos que pasar de nuevo por la transitada carretera. Esta vez cuesta más que a la ida: bajar por la colina de las altas hierbas, andar a lo largo del quitamiedos durante cientos de metros, con los camiones rozándonos y por fin cruzar el asfalto. Manon, que esperaba (al igual que yo) que el profesor abriera paso por la maleza, se alarma: "Claro, el rubio con las piernas que tiene puede, pero yo soy chiquitita... Ah, ¡no lo ha pensado bien! ".

Como nos salimos del "planning", las dos chicas de delante se dan la vuelta y nos preguntan, indiscretamente: "Entonces, ¿estaba chulo? " Manon, que si no se había dado el susto de su vida, por lo menos sí el de la estancia, ríe emocionada: "Ahí, cuando el autobús se detuvo... ¡Oh, y cuando caminamos a lo largo de las barreras! Parecía que estuviéramos en la película americana de "Fast and Furious". ¡Fue una locura! "

En alguna parte de los Velka Fatras

Ojalá hubiera acabado el día... Todavía faltaba un último escalofrío. Tras seguir por el carril principal, el autobús giro a la derecha hasta Martin. En la salida de la ciudad, se metió por un valle a la izquierda, apuntando al parque nacional de los montes de Velka (los grandes) Fatras. Recorrimos 70 kilómetros al sur desde los Mala Fatras.

Mientras tanto, la carretera cambiaba de altura (la pega que había). Al principio íbamos por la A7 y poco a poco el camino se estrechaba por la carretera municipal. Lo que viene siendo un camino de piedras. Al pasar, nos encontramos con unos excursionistas. Sabemos que al final está el refugio. La carretera es tan estrecha que las ruedas casi no pueden pasar por el asfalto. De vez en cuando se oye como las ramas azotan la carrocería. Manon y yo tenemos miedo de que se nos cruce un coche y llevamos así varios kilómetros. Desesperada, se tira del pelo corto y rubio: "¡Quiere (Vladimir, el profe) matarnos, Jérôme! Si no, no haría todo esto".

2-francais-35-slovaques-classe-verte-25-Casitas cerca del refugio de Havranovo, en las altas Fatra.

No se puede negar que el segundo refugio ("chata" en eslovaco), llamado Havranovo, se escavara en una especie de tebaida. El ambiente es idílico y reservado, a 668 metros de altitud. Sería el lugar favorito de un cura para retirarse del mundo. Vladimir me comentó que la electricidad se producía por medio de un grupo electrógeno. Cuando subimos al segundo piso, todos los eslovacos fueron de cabeza a los dormitorios. Los profesores también.

Nos quedamos solos con todo el jaleo, de maletas y botellas de vodka, que poco a poco empiezan a aparecer en las habitaciones. Esperamos a Vladimir, nuestro profe, que ha desaparecido. Cuando por fin llega, nos informa (también): "Vuestra habitación está en el tercer piso. Los profesores y yo estaremos justo en la habitación de al lado". Aislado de la escándalo de la noche anterior, intento dormir de un tirón. Sin despertarme ni por gritos ni golpes. La habitación, coqueta aunque pasada de moda, invita a hacerlo. Manon piensa lo mismo que yo. Se asoma por el alféizar, empuja las contraventanas y exclama: "¡Qué bonito es esto! ¡Me gustaría tener una casa como esta! "

Fuera, los eslovacos encienden una fogata. Nos gustaría salir, pero al igual que el sol, nos recogemos ya. Nos dormiríamos sobre las 8 y media.


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