¿Tienes claro tu destino? Los mejores chollos en alojamientos son los primeros en volar, ¿dejarás que se te adelanten?

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The wheel -historia de un Erasmus en Cracovia


La rueda, aplastada por el enorme peso de la maleta, giraba a duras penas sobre los sampietrinos que formaban la acera, incitada por mis imprecaciones. De un momento a otro se bloqueó definitivamente y, desgastada por completo y fuera de control, se detuvo. Así empezó todo.

El viento frío y la lluvia insistente fustigaban la pista de aterrizaje del aeropuerto internacional de Cracovia. Fingía que sabía perfectamente a dónde me dirigía y lo que iba a vivir en los cuatro meses siguientes mientras el resto de pasajeros se precipitaba corriendo hacia el autobús que te llevaba al único terminal del aeropuerto. En realidad no tenía ni idea de nada. No sabía ni siquiera dónde se recogían las maletas.

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Al salir del aeropuerto me encontré a dos compatriotas que querían ir al centro de la ciudad e intentaban apañárselas con nuestro típico (disculpadme por la generalización) inglés improvisado. "Where is it the centre? " preguntaba uno, con una gota de sudor en la frente, mientras el otro esperaba fumando a que el amigo Fritz obtuviese una respuesta válida.

Ya montado en el autobús, observada desde la ventana buscando confirmaciones, imágenes y colores comunes, familiares; mi mirada y mi mente aún no se habían abierto a la novedad. Estaba divagando en mi mente cuando uno de los dos compatriotas me interrumpió: "Eh, me da que sería mejor bajarnos antes. El centro no estará tan lejos". Le "doy las gracias" una vez más a aquel tipo que me convenció para bajar del autobús. Gracias a su genial idea me vi con una rueda de la maleta de 20 kg destruida por los sampietrinos y completamente fuera de control.

Cuando llegué al centro de Cracovia vi la Main Market Square, la plaza más grande de Europa, era tal mi emoción que ni siquiera me di cuenta de que había pagado para entrar al Wawel, un imponente castillo real de la época medieval que sobresale por la orilla del Wisla. En realidad, en aquel momento tenía que haber llegado ya Nowy Sacz para coger las llaves de la que fue mi habitación durante el curso de polaco.

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Entré a la oficina de información para preguntar como llegar a esa maldita dirección que nadie conocía por culpa de mi pronunciación. Tuve suerte al encontrarme a un italiano que, probablemente más incitado por la compasión que por cualquier otra cosa, decidió que estaba demasiado desesperado para ser un recién llegado en Polonia y quiso echarme una mano . Me ofreció un colchón hinchable para dormir, me aconsejó un local típico polaco y me presentó a sus amigos, con los que me pasé la noche bromeando y bebiendo alguna que otra cerveza. No hay personas tan acogedoras como las italianas. Tal vez las españolas.

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A la mañana siguiente, no me resultó fácil, pero conseguí coger el autobús que me llevaría a mi destino, y después de algunas horas de laderas vacías y campos sin cultivar, llegué al desconocido pueblo Nowy Sacz de unas 80 000 personas, situado a una hora de las montañas de Zakopane, al sur de Polonia. Algo así como la versión polaca de Rovigo.

A lo largo del viaje me venían a la mente algunas líneas de un artículo de experiencias Erasmus "... cuando aterrices en Francia, España, Alemania, Inglaterra, sentirás que estás en el lugar perfecto en el momento perfecto, el lugar en el que siempre habías deseado vivir". Bueno, pues no me sentí así, al menos en esas primeras horas. Mi única preocupación no equivocarme de parada y llegar al destino.

Aunque era de esperar, al fin y al cabo ni siquiera habían mencionado Polonia en la lista de países.

La habitación era espaciosa, limpia, normal. Como todas las habitaciones para alquilar, no tenía wifi pero sí dos camas, baño y cocina compartidas. Aún así debía sentirme afortunado porque tenía uno de los dormitorios más bonitos de todo el pueblo. Siempre me quedará en la mente la imagen de cuando entré en mi alojamiento por primera vez. Lo normal es que hubiese exclamado:"¡Al fin he llegado! ", pero en lugar de eso, me miré al espejo y me dije: "¿Qué haces aquí? Vuelve a casa". Si no lo hice fue porque era demasiado difícil volver al aeropuerto.

¡Toc, toc!

"Yo voy", le dije a mi coinquilino. Al abrir la puerta me encontré con la cara sonriente y amigable del que sería uno de mis futuros compañeros de clase "“Hi! I’m Lasser! If you want we have some beers in our flat. Enjoy with us”. ¿Quién dice que los alemanes son fríos? Tal vez fuese la excepción que confirma la regla, pero la facilidad con la que estrechamos lazos en aquel mes se puede resumir con aquella sencilla frase. La primera noche, rodeando una cesta de cerveza que no tenía fin, nos dijimos los nombres de cada uno, nombres que ninguno aprendimos hasta pasados unos días. Nuestras actividades durante el día se basaban en aburridas e infinitas clases de polaco en inglés y grupos de diálogo intercultural por la tarde. En lo que a la noche se refiere, especialmente los fines de semana, nuestras habitaciones se convertían en discotecas o restaurantes de las especialidades típicas de cada país que podíamos cocinar con los ingredientes que conseguíamos encontrar. Por suerte no se hice solo un curso de polaco, sino también participé en el Economic Forum of Young Leaders, donde conocí a más gente en tres días de excursiones, rafting y escalada que en 5 años de vida.

Al acabar el curso no solo había superado algunos de mis mayores miedos y mejorado el idioma, sino que había establecido lazos, habría sabido ingeniármelas en los momentos de dificultad y había aprobado con buena nota el primer examen. ¡No está nada mal!

La estación de autobuses de Cracovia se parecía a una pequeña terminal de aeropuertuaria: pantallas con los horarios de salida y llegada actualizados, colas inmensas para pagar comprar los billetes, bares y puestos que vendían "bajgles", un pan típico con forma de rosquilla cubierto de semillas de sésamo y amapola.

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Me acompañaban mis dos amigos portugueses, Tiago y Diogo, que se dirigían a Lodz para seguir con su Erasmus. El ambiente era realmente extraño. Intentábamos mantener una conversación pero en el fondo éramos conscientes de que tarde o temprano nuestros caminos se separarían, tal vez para siempre. Las imágenes del mes que habíamos compartido pasaron volando por nuestras mentes hasta terminar la cola. Era un poco como cuando vas al cine, tiras la bolsa de palomitas vacía, sales de la sala y te preparas para afrontar la dura realidad.

Empezaba el Erasmus de verdad. A partir de ese momento no habría actividades organizadas ni clases de polaco. Tenía total libertad para elegir las asignaturas que quería cursar, las personas con las que estar y qué cosas quería hacer en mi tiempo libre. Por una parte sentía una libertad infinita, y por la otra alguna que otra preocupación por cómo sería la rutina de cada día: los plazos, la burocracia, la adaptación, el hacerse de comer, etc.

Quiero dejar abierto este paréntesis porque mi experiencia aún no ha terminado, y quién sabe, tal vez el último mes del Erasmus fue el mejor.

No me había sentido tan animado en mi vida a abrazar las novedades, a hablar en otro idioma, a relacionarme dejando a un lado los miedos y superando el estrés que inevitablemente se crea cuando conoces a personas completamente diferentes a ti.

Es imposible resumir todos los momentos de aquellos cuatro primeros meses. De hecho son demasiadas las sensaciones y experiencias de alegría y desilusión, y en ocasiones, de entusiasmo, de pereza, de relaciones, pero hay un episodio en particular que tal vez sintetiza bien lo que viví:

"Géneros periodísticos" era una de las asignaturas que estaba cursando, y la impartía un periodista de Cracovia bastante famoso, Gurba. Por una parte sus clases me inspiraban, me encantaban, pero por otra me provocaban un poco de tensión porque eran imprevisibles, a veces requerían involucrarse hasta el final. Un día Gurba al terminar una de sus explicaciones, de pronto se le encendió la bombilla y nos propuso ir por la calle equipados con un micrófono y una cámara de vídeo para entrevistar a personas sobre el tema que quisiésemos. La propuesta me dejó un tanto desorientado. Me preocupaba un poco entrevistar a la gente en inglés, además quería plantear preguntas interesantes, que les hiciesen pararse y sonreír, y que, claramente, el profesor fuese a apreciar. Para mi sorpresa no tuve que suplicarle a nadie, todos se paraban enseguida y respondían con entusiasmo a esta simple pregunta: "¿Cuál ha sido tu mejor momento del año? ". Me llevé a casa los rostros de todos aquellos que se pararon, (en especial agradezco a las dos chicas de Bielorrusia por su simpatía), la satisfacción de Gurba, las risas con mis compañeros y la sensación de plenitud y felicidad que recorría mis venas mientras volvía a casa. Simplemente vida.

¿Qué respondería si me preguntasen cuál había sido mi mejor momento del año? ¡Este!



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