Francia: Burdeos
Nuestra idea cuando compramos el viaje era gastar algunos de los descuentos de la ESN que nos quedaban para viajar en avión, por lo que miramos fechas y destino optando finalmente por esta ciudad francesa. Los vuelos nos costaron al final unos 30 euros de media (ida y vuelta) ya que los compramos de forma separada (por error) y hubo una diferencia entre los precios. Sin embargo, aunque subiesen de precio, eran vuelos bastante económicos y que sin duda merecían la pena.
Comenzamos entonces a organizar nuestra estancia de 4 noches y 5 días por Francia y leyendo y buscando vimos que por esta parte del sur se encuentran una gran cantidad de pueblos pequeños pero con mucho encanto, algunos declarados incluso patrimonio de la Humanidad por la Unesco como Saint-Émilion, así que trazamos todas las rutas que pensábamos hacer en un coche alquilado desde el mismo aeropuerto, contactamos con dos chicas muy amables y simpáticas de CouchSurfing y dejamos el viaje prácticamente preparado sin saber lo que nos esperaba.
Llegado el día cogimos el avión, y un par de horas después aterrizamos en Francia donde nos esperaba nuestra sorpresa. Los coches de alquiler del aeropuerto eran carísimos. Claro, nosotras no contábamos con ese contratiempo, ya que habíamos mirado por internet y realmente no parecían serlo. Sin embargo, al llegar a las zonas de alquiler de vehículos del aeropuerto comprobamos que no era así. El alquiler más barato para 4 días y nuestras condiciones (en las que el precio incluía una tasa bastante alta por ser menores de 25 años y que, en algunos casos llegaba a ser hasta el doble del alquiler normal) era como mínimo de 270 euros obviamente sin contar el gasto en combustible y los peajes, ¡una barbaridad! Se nos iba de las manos muchísimo, por lo que tuvimos que sentarnos y ponernos de acuerdo en qué íbamos a hacer. Al final decidimos no alquilar vehículo y nos pusimos como locas a buscar alojamiento, ya que sin el coche no podíamos movernos hasta los alojamientos de las personas con las que habíamos contactado. En fin, tras un buen rato de estrés y de pensar que nos tocaba pasar la noche en el aeropuerto al final encontramos un Airbnb por un precio más que razonable en el centro de Burdeos. Por suerte aceptó nuestra reserva y unos 40 minutos después nos recibió en su casa una mujer de mediana edad bastante simpática y que se esforzaba por hablar y hacerse entender en nuestro idioma. La casa la verdad es que por fuera no parecía nada del otro mundo, pero por dentro era bastante moderna y bonita, con suelos de madera en las habitaciones y algunos muebles bastante originales y cuidados, estaba impecable.
Lo único que no me gustó demasiado es que la propietaria no nos dejaba cocinar y tuvimos que salir cada día a cenar y comer fuera, porque ni siquiera nos dejaba comer en casa o en la habitación. La verdad es que no es algo muy común y a mí era la primera vez que me pasaba algo así, pero eran sus normas y había que respetarlas.
Nos instalamos y decidimos salir a ver Burdeos. Comenzamos un poco perdidas, como siempre, y así llegamos a una pequeña iglesia llamada Église Saint-Bruno, que la verdad, era bonita, pero no era nada del otro mundo y de hecho creo recordar que no estaba ni entre los monumentos señalados de los planos turísticos. Un poco más adelante encontramos una pequeña plaza con un monumento bastante grande conmemorativo a los caídos de Burdeos durante la Primera Guerra Mundial: Monument aux morts.
La verdad es que no sé mucho más de este pequeño espacio pero el hecho de ver en las paredes de aquel lugar los nombres de tantísimas personas que cayeron durante este periodo me puso los pelos de punta. Es realmente algo para reflexionar.
Cogimos entonces el mapa de la ciudad por banda y nos propusimos hacer una pequeña ruta por los monumentos más significativos, o al menos aquellos que aparecían en el mapa turístico.
Seguimos entonces en dirección hacia Porte Dijeaux, una de las puertas romanas de la ciudad y una de las más transitadas.
Cerquita de allí se encontraba la Catedral de Burdeos, un lugar que no visitamos por dentro en ese momento, sino el último día. La verdad es que siempre me gusta entrar a ver estos lugares de culto, aunque solamente sea por descubrir un poco más sobre la historia del lugar. Nada más verla me recordó muchísimo a la catedral de Colonia, pero obviamente era bastante más pequeñita aunque del mismo estilo gótico, aunque realmente, según nos contaron en el Free Tour que hicimos no era entera de estilo gótico sino que por la parte interior se encontraban restos de la antigua iglesia de estilo románico. Lo que más me impresionó de este lugar no fue solo la fachada, fue también un órgano que se encontraba en el interior. Uno de los más grandes que haya visto nunca y la verdad es que bastante bonito. Leí en uno de los folletos informativos que hacían conciertos con él como unas 15 veces al año y que todas ellas eran retransmitidas a través de la televisión local y que incluso se habían hecho documentales sobre él. En otra parte de la catedral, por detrás del altar (la verdad es que esa parte tiene un nombre pero yo, inculta, no la sé) había también una exposición de fotos bastante interesante relacionadas con la misma donde se mostraban vistas singulares del campanario que se encontraba fuera, las vistas hacia la ciudad o el atardecer desde las alturas.
Como he mencionado antes, el campanario se encontraba fuera de la catedral. La verdad es que en Italia esto es muy común, yo nunca me había preguntado el por qué pero la verdad es que casi todas las catedrales, basílicas o iglesias tienen el campanario fuera del edificio. Sin embargo según nos contaron no es lo común en las catedrales de este estilo gótico, y el motivo de que en este lugar fuera así era la inestabilidad del suelo. El hecho de estar prácticamente encima del río Garona y la composición del terreno hacen que el lugar donde se construyó la catedral no fuese del todo estable y los arquitectos, por el miedo al derrumbamiento del complejo entero, construyeron este campanario fuera de la misma. Es visitable, nos dijeron que con el descuento por estudiantes costaba como unos 6 euros y que desde arriba se podían admirar unas vistas bastante bonitas de la ciudad, las mejores, aunque nosotras, por falta de tiempo, no subimos.
Seguimos nuestra ruta por Cours Pasteur y pasamos por el museo de Aquitania, la Sinagoga y la puerta de Aquitania. Esta, otra de las puertas de la ciudad, fue una de las que más me gustó. El ambiente por este lugar era bastante bueno, lleno de bares, de terrazas, gente paseando y tomando algo para refrescarse del calor. Por el otro lado de la puerta, es decir, por fuera de la que era la antigua ciudad, se encuentra la Plaza de la Victoria con un par de elementos que no he conseguido muy bien saber por qué motivo estaban ahí o si tenían algún significado.
Uno de ellos era un obelisco gigante de mármol rosa que se situaba en espiral y el otro eran dos tortugas gigantes de lo que parecía ser bronce y que contenían en sus caparazones algunos elementos curiosos como racimos de uvas o caras de personas.
Siguiendo con la caminata encontramos un elemento inesperado, una puerta defensiva llamada Grose Cloche. Es un campanario histórico de la ciudad donde los elementos que más destacaría son: el reloj , la campana y una veleta en la parte superior de un león dorado, símbolo de los reyes de Inglaterra.
De aquí seguimos hacia Puerta de Borgoña, donde se encuentra el puente de piedra. Un puente bastante impresionante construido durante la época de Napoleón Bonaparte. Nos comentaron algo muy curioso de este lugar, y es que el número de arcos que sostienen el puente es el mismo número de letras que tiene el nombre de Napoleón Bonaparte, es decir, 17.
Cruzamos al otro lado y realmente, otro elemento al que tampoco e encontré explicación es que, al terminar el tramo de puente se encuentra, en medio de una explanada, un león azul gigante, llamado León de Veilhan que da la entrada al barrio La Bastide.
Volviendo al otro lado del rio cogimos en dirección Plaza de la Borsa, y por el camino visitamos la Porta Cailhau, muy similar a la Grosse Cloche nombrada anteriormente. Una puerta preciosa que la verdad me recordó prácticamente a un castillo con torres altas y acabadas en punta. Era realmente como en los castillos de cuentos de hadas. Nos contaron sobre este lugar que era una parte defensiva de la ciudad, construida en honor a Carlos VIII como puerta del triunfo pero también de vigilancia tanto hacia el exterior, por ser zona de llegada de visitantes a través del rio, como hacia el interior, para controlar las posibles revueltas que pudiesen crearse dentro de la ciudad. A su lado, de hecho, se puede ver un pequeño trozo de la antigua muralla.
Cerca de este lugar se encuentra la Église di Saint-Pierre, punto de paso y encuentro de peregrinos que hacen el camino de Santiago.
En una calle muy cerca de allí, algo que la guía remarco y que, al menos a mí, me llamó mucho la atención fue un cine llamado Utopia muy curioso. Se encuentra instalado dentro de lo que, en sus orígenes, había sido una iglesia, por lo que en la estructura se pueden ver rasgos de este periodo como frescos en las paredes. Es curioso ya que no solo pasó de ser iglesia a cine sino que durante numerosos periodos se había estado utilizando como almacén de comida, de armas o carromatos dependiendo de las necesidades de los habitantes.
Llegamos entonces a la plaza de La Borsa, donde se encuentra, justo en frente el espejo de agua, una fuente de aproximadamente 2 cm de altitud donde el agua hace que se cree un efecto óptico de espejo. Me hubiese gustado hacer fotos más bonitas pero la verdad es que no tuve mucha oportunidad ya que no pasamos un tiempo excesivamente grande aquí. Sin embargo el lugar merecía la pena. Sobre todo por la noche, cuando los edificios se iluminan y se ve el reflejo perfecto de los mismos en el agua de la fuente.
Nos contaron que el espejo lo realizaron por crear un efecto parecido a lo que ocurre en Venecia con los canales, es decir, para poder ver un reflejo en el agua. Y es que, aunque el edificio se encuentre en las orillas del rio, no está lo suficientemente cerca como para crear ese efecto.
Con respecto a la plaza en sí, nos contaron que había sido de gran ayuda para el auge del comercio y las relaciones internacionales de Burdeos a lo largo de su historia, ya que la construcción de la misma marcó un antes y un después en este aspecto. Se dejó de lado una Burdeos encerrada en muros y se dio paso a una ciudad abierta a turistas y al comercio sobre todo. Empiezó a expandirse con el comercio triangular, por el que los comerciantes de burdeos llevaban el vino y los productos más abundantes y típicos de la tierra a zonas de África donde los cambiaban por esclavos. Estos esclavos a su vez los llevaban al nuevo mundo donde eran cambiados por productos como café, cacao, azúcar o tabaco, que eran traídos de nuevo hacia Europa.
En la fachada del palacio puede apreciarse la simetría prácticamente exacta a ambos lados, que solo difieren por un reloj en la parte izquierda de la fachada y por los triángulos superiores que adornan los dos brazos principales donde se representan diferentes figuras relacionadas con el comercio o el trabajo artesanal. Además, en este edificio se puede ver algo común de las casas o edificios señoriales que son los mascarones, pequeñas esculturas colocadas sobre las fachadas con diferentes caras y expresiones, muy típico de los barrios y las casas más ricas con objetivo de mostrar el poder de la familia que en ellas habitaban.
Otro lugar que visitamos después de ésto fue el monumento a los Girondinos, uno de los grupos más importantes y destacados dentro de la Revolución Francesa. Se encuentra en la Place des Quinconces, una de las plazas más grandes de Europa destinada a obras de tipo cultural y de ocio para los bordeleses como son ferias, conciertos o mercados. La verdad es que el monumento en sí impresiona bastante. Se trata de una columna gigante en la que se encuentra situada una mujer rompiendo unas cadenas como alegoría a la libertad, y en cuya base destacan dos fuentes con un significado bastante original y profundo. Una de ellas, la que nos explicó la guía, está dedicada a la República. En ella se representa a la misma como una mujer rodeada de caballos marinos que sostiene un bastón acabado en una mano como símbolo de castigo hacia las tres figuras que se encuentran en la parte inferior de la fuente, que representaban, de izquierda a derecha, la mentira (que lleva una máscara en la mano), la ignorancia (de ahí que el personaje tenga orejas de burro) y la vergüenza (motivo por el cual la figura está girada hacia el suelo y con los brazos tapando su cara).
No se nos pudo olvidar pasar por delante del Gran Teatro de Burdeos. Donde en la fachada se podía apreciar perfectamente un estilo similar a las grandes construcciones griegas y romanas con las columnas y los capiteles. Además, en la parte de arriba se encontraban unas 12 figuras, alegorías de las artes y las musas, entre ellas, las dos centrales, representando la comedia y la tragedia. Por otro lado, algo de lo que no nos dimos cuenta el primer día que pasamos por aquí pero que la guía durante el tour señaló, fue el edificio que se encuentra en frente del teatro. Es un hotel, nada económico, cuyo restaurante es del famoso chef Gordon Ramsey.
Además, sin saberlo, habíamos cogido los vuelos para una fecha clave para Burdeos, ya que del 14 al 17 de junio se celebraba la Feria del vino, un evento celebrado solo cada dos años. No la pudimos disfrutarla bien por que nosotras volvíamos a Italia el día 15, sin embargo, la noche del jueves pudimos ver un espectáculo de música y fuegos artificiales en frente de la Plaza de la Borsa. Fue mágico y la verdad es que nunca había visto un espectáculo parecido en el sentido que, normalmente, los fuegos artificiales se lanzan desde un punto fijo en tierra pero en este caso eran las barcas las que llevaban la carga y era en movimiento y en el rio el lugar desde el que se hacían explotar. En el muelle se encontraban barcos, naves y barcas más pequeñas antiguas y además había una gran cantidad de puestos donde se podía pedir vino o algo de comer, así que fue una pena no poder disfrutar algún día más de esta feria pero nos llevamos un recuerdo muy bonito de ella.
A la hora de comer la verdad es que no nos calentamos mucho la cabeza. La guía nos dijo que no existía ningún plato típico del lugar asique algunos días tiramos de comida rápida y dejamos un día especial para ir a un restaurante, ‘L’entrecôte’, que había leído que era muy recomendable. Es un lugar donde siempre hay un menú fijo, es decir, ¡solamente tenían un plato! La verdad es que lo que se dice económico… no es… pero merecía mucho la pena. Salimos, con postre y bebidas por unos 22 euros por cabeza y de comer ponían un plato con entrecot y patatas fritas. Eso sí, tantas patatas como quisieras sin añadir coste alguno al precio, y el entrecot con una salsa secreta que estaba buenísima. A parte, como postre compartimos un dulce compuesto por helado de avellanas y vainilla, nata, merengue y chocolate que nos costó terminar incluso siendo para dos, puesto que el menú nos había dejado llenas. Nos habían dicho que el restaurante se llenaba, pero no esperaba que tanto puesto que desde que llegamos hasta que nos fuimos la cola no dejaba de crecer y eso que el local tenía las mesas repartidas en 3 enormes plantas. El lugar la verdad es que tenía un aspecto muy peculiar y llegaría a decir que un poco cutre puesto que las paredes estaban adornadas con un papel rojo donde se dibujaban cuadros con líneas verdes, las mesas eran negras y el mantel era amarillo. Lo curioso y algo por lo que nos estuvimos riendo un buen rato era que las camareras, todas muy simpáticas, iban vestidas igual que estaban las mesas puestas. Con una camiseta amarilla y una falda negra. Otra cosa que recordaré siempre de este sitio es el baño. Sí, el baño. Fui a entrar y cuando lo hice escuché de fondo un sonido como de pajaritos piando, como si estuviese en el campo. Hasta ahí todo bien. La cosa es que unos segundos después el sonido cambió, y ya no eran pájaros, eran vacas mugiendo o perros ladrando. Hasta me asusté cuando lo escuche. No pude evitar soltar una carcajada cuando me di cuenta que formaba parte del sonido ambiente.
Otra cosa que probamos y que yo no había probado nunca era un Wok to go donde los cocineros hacían la comida delante del todo el mundo con unas sartenes redondas. Era un auténtico espectáculo ver como cocinaban allí, casi hipnótico.
Y algo típico que hay que probar sí o sí son los Canelés, un dulce elaborado principalmente a base de yemas de huevos. Nosotros lo probamos de un sitio bastante económico donde el grande creo que costaba alrededor de un euro y se llamaba ‘La Toque Cuivrée’. La guía nos contó que estos dulces tienen su origen en la clarificación del vino ya que antiguamente lo que se utilizaba para este procedimiento eran las claras de los huevos. Con las yemas que sobraban y los restos de harina, leche o ron de los barcos que volvían tras los largos viajes hacia el nuevo mundo, las monjas de un convento decidieron recolectar y mezclar estos ingredientes para hacer un dulce que repartir entre los pobres o que vender para recaudar algo de dinero. Tiene una textura curiosa y la verdad es que el primer bocado fue un poco extraño pero a medida que continuas comiendo la verdad es que el sabor es bastante bueno.
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