Lo mejor de Budapest, parte 2
Dado que pasé el día anterior descubriendo la ciudad a pie, ya empezaba a familiarizarme un poco con ella. La gente era muy simpática y alegre y me sentía muy cómoda allí. Antes de salir del hostal, eché un vistazo al mapa y vi que la basílica de San Esteban quedaba muy cerca, así que no me hacía falta coger el tranvía. Me compré un cruasán de chocolate, galletas y una botellita de agua mientras iba de camino para desayunar.
No pasó mucho rato hasta que llegué a un semáforo y esperé impaciente a que se pusiera en verde para poder cruzar y admirar la basílica de más cerca. Tenía una cúpula magnífica. Las esculturas, los portales y las ventanas invitaban a asomarse al interior.
La paz y serenidad que se respiraba allí es indescriptible. Los cuadros y esculturas, el titilar de los cirios, la sensación de estar bendecida es capaz de hacer sentir en paz a cualquiera, sin importar su fe.
Tras pasar un rato allí, decidí continuar con mi paseo hasta llegar a la Ópera. Aunque me gustaba el edificio, no entré. Me pareció que el cartel que había colgando en la fachada no quedaba bien allí.
Mi siguiente destino era la plaza de los Héroes. Estaba repleta de turistas, pero era lo suficientemente grande como para que cupiésemos todos sin que el lugar pareciese abarrotado. Leí en Wikipedia que el monumento de la plaza era un complejo escultórico que representaba a los siete líderes magiares junto con otros líderes húngaros relevantes y la tumba del Soldado Desconocido. Hice muchas fotos y vi que los demás turistas hacían lo mismo. A veces me gusta observar a la gente. Vi que todo el mundo estaba feliz, contento. Fue uno de esos momentos en los que me hubiera gustado parar el tiempo y sentir como mi optimismo se recargaba para un futuro mejor.
Para seguir reflexionando sobre la vida, fui al City Park, que quedaba cerca, y pasé allí una hora o más. Disfruté del sol, mirando las palomas y las hojas de arce secas en la hierba. Observé a la gente pasar. Había un grupo de chicos de instituto, seguramente entrenando fútbol o algún otro deporte; les observé un rato mientras corrían dando vueltas al lago.
Pronto me di cuenta de que no me podía pasar la vida entera en Budapest porque tenía que coger un autobús a Varsovia esa misma noche. Estaba cansada de tanto caminar, así que esta vez decidí coger el tranvía hasta isla Margarita. La naturaleza siempre transmite paz, y lo mismo ocurre con esta isla. Si vas, no te puedes perder la fuente musical. Había gente de todas las edades sentada por allí, disfrutando de canciones en húngaro en su mayor parte de películas Disney.
Un amigo pakistaní me había invitado a cenar. Como se quedaba en una residencia, pude ver cómo era la vida allí en Budapest. Me preparó un pulao de pollo, un plato pakistaní riquísimo.
Y pude ver algo curioso desde la ventana de la cocina. Aunque mi cámara de 13 MP no le hizo justicia, me gustaría compartir esta foto de gente haciendo parapente por las montañas. En efecto, esos pequeños puntos negros no son pájaros, sino personas.
Mi amigo fue lo suficientemente amable y responsable como para acompañarme a la parada de autobús, darme las buenas noches y desearme un buen viaje. Así fue mi viaje a Budapest, casi con total seguridad uno de los mejores de mi vida.
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- English: Best of Budapest Part 2
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