Si alguna vez vas por la zona del lago Iseo y buscas un lugar donde disfrutar de auténtica comida de Lombardía, ve directamente a Osteria Pastina. Asentado en la cima de la montaña con vistas al pueblo de Sale Marasino, este pequeño restaurante extraordinario es como un secreto escondido, de hecho, literalmente la mitad del tiempo está sumergido entre las nubes.
Cómo llegar
Puedes llegar aquí tanto en coche como a pie. Hay un aparcamiento cerca del restaurante, pero te recomiendo que aparques un poco más abajo para hacer andando el último tramo. De esta forma, además de evitar los arduos encontronazos con otros coches (a medida que vayas subiendo, la carretera es cada vez más estrecha), también podrás parar donde quieras para maravillarte con las extraordinarias vistas. De esta forma también haces gana para la comida y podrás permitirte disfrutar de tantas exquisiteces como quieras, una vez que llegues al destino.
El restaurante
Osteria Pastina es un restaurante regentado por una familia que sirve casi exclusivamente comida casera. Muchos de los ingredientes de estos platos crecen allí. No es de extrañar, ya que sería más bien un inconveniente tener que bajar todos los días de la montaña para comprar los alimentos. Además, cuando sales del restaurante, puedes ir a visitar la granja donde producen carne y queso. No te sientas intimidado si escuchas ladridos feroces, ¡el perro está atado!
El interior del restaurante te transmite comodidad y encanto. Todos los camareros son extremadamente amables y estarán encantados de recomendarte comida y vino. Es un sitio muy popular para hacer grandes celebraciones familiares (bodas, aniversarios, etc. ), ¡no te sorprendas, si en cualquier momento ves aparecer una tarta gigante!
Una comida típica
Cuando vayas a comer a Osteria Pastina, lo mejor es ir con la actitud de ir a por todas o a tu casa. Pide tantos platos como pienses que puedas comer, toda la comida es bastante económica y si en cualquier momento piensas que no puedes más, a los camareros no les importa en absoluto ponértelo para llevar. Tuve el placer de comer en este restaurante por primera vez la semana pasada (no sé qué le pasaba a mi ceja izquierda en la foto). Mis amigos y yo decidimos compartir una gran variedad de platos, en vez de pedir de forma individual. Nos funcionó bastante bien, por lo que te recomiendo hacer lo mismo.
Antes de estudiar a fondo el menú, nos concedimos el capricho de tomar un aperitivo. Ese día tomamos un pirlo, se ha convertido en uno de mis favoritos, se trata de una bebida de Brescia elaborada con vino blanco, Campari y agua con gas. Es bastante parecida al Aperol Spritz, solo que es mucho más fuerte y algo más ácida. Con un vaso te servirá para estar alegre durante el resto de la comida y como en este caso, solo cuesta 1,20 €, no te equivocarás. Además, a menudo a este tipo de bebida le acompaña comida gratis. Nos pusieron un surtido de pretzels y minigalletas saladas.
Primero, nos sirvieron el antipasto (entrante): salami, atún con una salsa de pimiento rojo (probablemente mi favorito), atún con alcachofas y mayonesa, bollitos, pequeños bocados fritos rellenos con tomate y queso fundido (mi amigo los bautizó con el nombre de "bolsitas italianas calientes") y una ensalada de queso feta, aceitunas y pimiento. Los tamaños de las raciones eran tan generosos que en realidad, podríamos haber terminado aquí, ¡pero no! Esto era solo el principio.
Lo siguiente para compartir era unos tallarines frescos con boletus y casoncelli (parecidos a los raviolis) con mantequilla y salvia. Las setas no me encantan especialmente, pero este plato estaba extraordinario y tenía un gusto trufado. El siguiente plato era mucho menos pesado y más del tipo comida casera, lo que necesitábamos, viendo el frío que hacía fuera. Un Franciacorta, un vino local espumoso, fue la compañía perfecta para este plato (y no es que necesitásemos especialmente mucho más alcohol).
Llegados a este punto, nuestro apetito estaba más que calmado, pero todos estábamos de acuerdo en que era una pena no probar un plato de carne. Y como acordamos, decidimos pedir un plato más para los cinco: caballo con cebolla y alubias. Estaba cortada muy fina, así que al final acabamos comiéndola muy fácilmente y por supuesto, rociamos un poco de aceite de oliva de elaboración local.
No importa lo lleno que estés, siempre sobra espacio en el estómago para el postre. Compartimos un postre casero, tiramisú, fue uno de los mejores que he probado: maravillosa textura aterciopelada y más dulce que amargo (no me gusta el café, por lo que lo prefiero así). Se dice que este postre clásico siempre sabe mejor cuando la crema es amarilla y esta pequeña perla de sabiduría todavía no ha fallado.
Acabamos la comida de la misma forma que comenzó: con alcohol, pero esta vez, degustamos una deliciosa grappa, a la que creo que han añadido sabor con piñas. Estaba muy dulce, tanto que el sabor del licor casi había desaparecido por completo, así que todos nos sumamos a una segunda ronda.
Conclusión
Hasta ahora he estado diez veces en Italia y creo definitivamente que este es uno de los mejores restaurantes en los que he estado en este país. No tiene un acceso muy sencillo, pero la caminata merece la pena. Cuando íbamos bajando de la montaña con neblina tras nuestra contundente comida, me di cuenta de que por primera vez estaba metafórica y literalmente, ¡en el séptimo cielo!