Así podría resumir La Prosciutteria, y es que pienso que es de los sitios a donde nunca me cansaría de ir. Como su propio nombre indica, comer o cenar allí significa pedir tu tabla de madera de quesos, jamones, verdura ó, en su defecto, una tabla "mixta" que lleva de todo lo anterior, junto con una cacerola llena de pan, y una buena copa de vino.
Además el sitio es muy particular, con jamones colgados en el techo que te multiplican el hambre por segundos y una pequeña fuente de agua (por cierto, gratis) que le da un aspecto muy acogedor.
Las tablas son de cinco, diez o quince euros por persona.
Personalmente, siempre que he comido ahí he salido feliz. Obviamente la compañía era la adecuada, pero también debo decir que el queso, el vino y ese pan tan crujiente, no deja indiferente a nadie.
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