¿Tienes claro tu destino? Los mejores chollos en alojamientos son los primeros en volar, ¿dejarás que se te adelanten?

¡Quiero buscar casa YA!

Todo tiene su encanto y nada es el paraíso.

Publicado por flag-es Ana Vivas — hace 5 años

3 Etiquetas: flag-co Experiencias Erasmus Bogotá, Bogotá, Colombia


El 13 de Febrero de este mismo año, aún no era consciente de lo que iba a vivir y mucho menos, que después de esos maravillosos meses iba a volver a casa y todo iba a ser igual, todo excepto yo.

Fue en el Aeropuerto de Barajas cuando conocí a Andrea, una chica malagueña con un acento muy del norte. Cuando la vi la primera vez, parecía yo misma. Excepto por lo del acento.

Desde ese momento supimos que ya no estábamos solas, íbamos a cruzar "el charco" juntas y teníamos que empezar a ser amigas ¡ya!.

Por la diferencia de horario, llegamos al Aeropuerto de El Dorado (Bogotá D. C) ese mismo día. Era muy tarde y estábamos bastante asustadas, se acercaban sin reparo muchos hombres ofreciéndonos un taxi, y ahí fue la primera vez que nos engañaron. Nos cobraron 40. 000 pesos (10, 84 euros) cuando lo normal eran unos 20. 000, por llevarnos a la habitación que yo, a través de otra chica española, había podido reservar, igualmente no nos importó mucho. Recuerdo mi corazón acelerado en ese taxi amarillo, casi rezando para que no nos pasara ninguna de esas cosas que nos decía la gente de aquí sobre el destino.

A la mañana siguiente despertamos sin señal de jet lag (ya que cuando se viaja de oriente a occidente es menos fuerte) en Paulo VI, un barrio bastante residencial, no muy lejos de la Universidad Nacional.

Como era domingo, fuimos a explorar un poco la ciudad. Andábamos mirándolo todo, me daba la sensación de que solo había cosas diferentes y no que hubiera ningún tipo de peligro. Las nubes se ponían, se quitaban y volvía a salir el sol. Ahí descubrí el clima de "la nevera" (como llaman los Colombianos a Bogotá).

Hablando con un chico colombiano que conocí gracias a la página de intercambios de la UGR en facebook, me contó que debía y que no debía hacer para "no dar papaya" lo que quiere decir es, cómo debía "no llamar mucho la atención". Lo primero que no debía hacer era ir con el móvil por la calle, no podía sacar dinero en público ni objetos de valor.

Aunque esto al principio me molestó y soy consciente de que es necesario arreglar esos problemas con la inseguridad en el país, no puedo negar que a la larga me sentía bastante bien, más libre y menos dependiente. Me compré un teléfono móvil nada moderno, solo podía hacer llamadas importantes y recibirlas y nunca llevaba mucho dinero, aún así me di cuenta de que no necesitaba más. Iba por la calle andando o en algún transporte y no podía dejar de mirar a los demás, había una gran diversidad de físicos, unos más morenos, otros muy blancos, rasgos indígenas, rasgos mezclados…era demasiado bello.

Todavía me emociono recordando el primer día que fui a la UNAL (Universidad Nacional de Colombia), llegué desde La Candelaria en Transmilenio hasta la Calle 26, donde había una de las entradas, me paré un poco antes de llegar a la puerta y leí una frase que nunca olvidaré: "Podrán cortar las flores, pero nunca detendrán la primavera", sonreí, me relajé y decidí entrar. El campus era enorme, yo entraba recto y muy despacio, había césped a mi izquierda y a mi derecha, había mucha gente, muchos colores, muchos puestecitos pequeños de dulces, comidas y zumos de frutas y en todos te atendían los mismos estudiantes. Había gente tocando instrumentos, tambores… ¡Música en la universidad!, pequeñas y grandes reuniones de gente riendo, bailando, hablando de temas interesantes… Fui tan despacio que pude apreciarlo todo. Cogí el móvil, llamé a mi madre y le dije: Mamá, me alegro de haber venido, sé que estoy dónde tengo que estar. Y lloré.

El tiempo pasaba rápido, solía ir a comer todos los días a La Olla Vegetariana, un puesto de una señora que hacía comidas en medio de la Plaza del Ché (o Plaza Santander). Al menos allí no comía siempre arroz, patacón y arepa. A veces hacía ¡incluso pasta! Y diariamente bendecía con sus oraciones el agua aromática y la olla, había veces que tenía más hambre de la cuenta y me molestaba tener que esperar que acabara su ritual, pero otras, miraba y escuchaba entusiasmada. Lo cierto es que al principio no sabía comer bien en Colombia. Me quejaba bastante del arroz blanco diario, la carne de res y el pollo. Poco a poco fui descubriendo cositas como el tamal, la gran variedad y calidad de los frutos…Así que me acostumbré. Era feliz y comía bastante y eso se traduce en empezar a engordar.

El campus universitario era bastante grande, parecía otra ciudad dentro de Bogotá. Amaba estar allí. Uno de los primeros días de clase conocí a Nico, un chico bastante charlatán y muy cómico, nada más verlo, supe que nos íbamos a caer bien. A la salida de clase, él se adelantó y apareció muy apropiado en la puerta de la facultad, con una chaqueta de cuero negra y montado en una moto, me propuso dar una vuelta para enseñarme toda la universidad, en principio dudé un poco pero finalmente accedí. Esta vez no me engallaron, fue un paseo maravilloso y lo disfruté sin ningún temor, es lo que tiene la amistad, que no hace negocio.

Vivía en una casa de dos plantas con unas 14 habitaciones, era un poco extraña. Una especie de garaje era nuestro salón, allí normalmente me reunía con los chicos que vivían conmigo, que no eran pocos si no 12. Ellos jugaban a la Playstation y hacían bromas todo el tiempo, estaba muy a gusto cuando estaba en casa, nunca tuvimos ningún problema. Yo pasaba mucho tiempo con Daniel, un chico caleño que era mi vecino de habitación, estudiaba cine e interpretación, era un gran artista y muy místico, me encantaba sentarme con él en el porche de la casa y escucharle mientras se fumaba su pequeña pipa. A veces íbamos a cenar, otras a comprar disfraces para sus obras, a comer helado o a hacer fotos. Todo era arte y relax a su lado. Incluso nos fuimos de viaje a Cali a visitar a su familia, fueron realmente amables conmigo casi me sentía como en casa y Cali era muy peculiar y muy alegre, el clima era bastante diferente al de Bogotá, era caluroso, aunque no demasiado. Salimos una noche en la "topa", una especie de pub muy salsero, lo pasé tan bien que aún se me pone la piel de gallina al recordar la escena de toda la sala haciendo el mismo "baile de currulao", lo comenzaron unas chicas afro-colombianas y a los 5 minutos todas las personas presentes allí les seguíamos, fue magnífico.

R10 era la residencia de mi amiga Andrea, allí había fiestas y eventos casi todos los días, el cumpleaños de uno, la despedida de otra…Había gente de todos los sitios, aunque la mayoría franceses. Era una plaga, a veces parecía que estábamos en Francia, incluso me daba la sensación que invadíamos su terreno. Conocí personas increíbles e incluso viví el amor varias veces. Solía separar mucho mi tiempo con unos y con otros, no mezclaba. No estaba nunca con Daniel y con Nico a la vez, ni tampoco con ninguno de ellos en R10 que era tiempo con Andrea. Me gustaba así, separado.

Mi primer viaje fue al Desierto de la Tatacoa, al norte del departamento del Huila. Cogimos un bus nocturno dos amigas francesas, un amigo, Andrea y yo. Era la primera vez que montaba en bus en Colombia, fue increíble. Casi no dormimos nada, no paraba nunca de subirse gente al bus. Los pasajeros que se iban incorporando se quedaban de pie, no les importaba, aunque fuera para varias horas de camino. Había una chica muy borracha que caía todo el tiempo encima de mi amiga Andrea, no pude parar de reír en todo el viaje. Cuando llegamos a la estación de Neiva, ya era de día y hacía una temperatura excesivamente elevada. Teníamos que conseguir un coche que nos llevara hasta el desierto y así hicimos, montamos en un coche con una especie de maletero descubierto, y lo compartimos con dos chicos que estudiaban cine en Medellín. Nos contaron muchas cosas sobre el cortometraje que iban a hacer e incluso nos propusieron participar. El camino se hizo bastante ameno, disfrutaba mirando el paisaje y hasta del aire caliente, nos seguían chicos en bicicleta y mientras hacíamos fotos y descubríamos cosas nuevas sobre Colombia. Me sentía muy afortunada.

Llegamos al pequeño hostal en el que dormiríamos en hamacas y decidimos salir a andar por allí. El sol pegaba todo lo fuerte que podía y notábamos cada vez más el cansancio, dos de las chicas se retiraron a medio camino, aunque yo seguí. Hacía calor pero valía la pena. Era un desierto muy rojo y no había absolutamente nada, nunca había visto algo parecido.

Por la noche fuimos a un observatorio astronómico, descubrimos Júpiter y varias estrellas. Nunca pensé que también me iba a interesar por la astronomía, aunque lo cierto era que es que desde que llegué a Colombia me interesaba todo.

Después de este viaje, que fue corto pero intenso, ya quería a Alexis y a las otras dos chicas francesas. Nos veíamos a menudo, me transmitían mucha alegría, son tan simpáticos...

En Semana Santa emprendí el siguiente viaje, solo que esta vez con gente completamente desconocida. Eran todos Mejicanos (excepto un chileno), cada uno de un sitio de México. Les conocí en una página de facebook de intercambio, me comentaron lo del viaje y me apunté sin pensarlo. Nos iríamos casi dos semanas por toda la zona Caribe. Dos días antes estaba enferma retorciéndome sola en mi habitación, pero al día tercero cogí mis cosas como pude y me fui para el aeropuerto a llevar a cabo mi viaje.

Salimos hasta Santa Marta, allí llegamos por la noche a un hostal en el que se alojaban jóvenes de muchos lugares, soltamos las cosas y fuimos a comer algo. Santa Marta era un sitio muy costero y muy latino, aunque desde mi forma de verlo solo está bien para irse de vacaciones. Los hombres son demasiado machistas y allí no hay mucho que hacer. Lo más hermoso que hicimos fue ir por la playa de Taganga y comer un buen pescado sudado recién hecho. Al tercer día alquilamos dos coches y nos fuimos a Palomino, el principio de La Guajira. Fue mi lugar preferido de ese viaje, la playa era espectacular y el ambiente era magnífico. Durante el camino lo pasé un poco mal, vi las chozas en la carretera y el verdadero ambiente pobre de Colombia, era increíble la desigualdad. Los niños se salían a la carretera para llamar a las puertas del coche y pedir plata. Se me partía el corazón al verles. La primera noche dormimos en un hostal, pero la segunda no sabíamos dónde quedarnos y no nos quedó otra que en una comuna hippy, en la playa era prácticamente imposible dormir porque nos comerían los mosquitos. Ese sitio era bien extraño, había una especie de líder que no parecía nada "peace&love" era bastante agresivo y creo que tomaba demasiada cocaína Colombiana. Dormimos en hamacas y mientras no dormíamos estábamos allí entre las tiendas de campañas de los demás habitantes. Fue una gran experiencia, compartimos la comida que nos quedaba, nos duchamos con dos gotas de agua (en Palomino al estar ya cerca de La Guajira, escasea bastante) y nos reímos mucho. A la mañana siguiente todos despertaron con mil picaduras de insectos. Todos menos yo, que mi sangre parece ser que ni los bichos la quieren.

También en Palomino fue la primera vez que vi a indígenas de verdad, iban vestidos con una especie de saco blanco los niños y las niñas, y los adultos iban con un tipo de tela blanca también. No fue una buena sensación, algo pasaba que no me dejaba sentirme bien mirándolos, creo que sobrábamos y ellos nos lo hacían saber solo mandándonos algún tipo de energía. Quedé hipnotizada con su presencia, incluso intenté saludar a una niña, solo que ella hizo como si yo no existiera.

La próxima parada fue Tayrona, ¡cuantas maravillas pueden existir en este mundo y no las conocemos!. Entramos allí y parecía pura selva, o una especie de bosque espeluznantemente hermoso. Tuvimos que alquilar cada uno un caballo para hacer el camino hasta llegar cerca del mar Caribe, al principio tenía un poco de miedo, pero todo se pasaba cuando veía a los monos por los árboles y el sonido de estar en plena naturaleza, podía respirar muy bien y por un momento pensé de nuevo que era demasiado afortunada para poder estar allí.

Dormimos en una tienda de campaña que nos alquilaron en un lugar de hospedaje, allí mismo conocimos a una pareja de argentinos que trabajan a cambio de comida y cama, pensé incluso en quedarme como ellos, solo que la calentura se me pasó después de pasar la noche en una tienda de campaña con boquetes y escuchando las serpientes debajo de mi colchón. No sabía qué hacer, solo quería llorar y gritar, pero no podía despertar a los demás. Después me relajé o me rendí y finalmente me dormí.

El final de este viaje fue en Cartagena de Indias, entregamos el coche y salimos de fiesta esa misma noche, y se extendió casi durante tres días. La primera noche conocimos a un DJ por la calle que nos invitó a una fiesta en una casa con un patio descubierto, él era el DJ. Después de allí a uno de mis amigos y a mí, que fuimos los últimos en quedarnos, nos invitó a ir a otra fiesta, y allí acabamos, entrando como si fuéramos Shakira y Piqué. Por la puerta grande y estando en lista. Estaba lleno de norteamericanos gastándose hasta el último peso en copas y cocaína.

Al día siguiente volvimos a salir, fuimos de ‘’parche’’ (reunión de amigos) a la misma casa y después a una discoteca en el centro histórico, era asombroso como bailaban allí, no había forma de no sentirte ortopédica en la pista. Esa misma noche conocí a un chileno igualito a Leonardo Di Caprio, me enamoré en el primer momento en el que le vi, incluso nos casamos esa noche. Fue una gran boda ficticia.

Al querer salir del hostal nos dimos cuenta de que no teníamos más dinero y mi tarjeta de débito no me dejaba sacar, nos faltaba pagar una noche de una persona y no había manera de pagarlo. Casi perdemos el avión pero un amigo nos pudo hacer desde Bogotá un giro a través del supermercado Éxito.

Finalmente llegamos a Bogotá, sanos y salvo y después de muchas experiencias vividas. Volví a la Universidad y disfrutaba de cada momento allí, La Olla Vegetariana, las clases de Derecho Laboral de la profesora María Paula, los chicos de mi clase, Nico, las clases de salsa…

No tardé en apuntarme a otro viaje, esta vez nos lo ofreció la Universidad Nacional, nos dejaron un bus que tendría más de diez años, y en él fuimos a Santander a varios pueblos como San Gil, Barichara, Guane…etc. De nuevo con gente desconocida que también acabaron siendo amigos con los que mantengo el contacto. Allí nos dedicamos a hacer caminatas y deportes de riesgo como torrentismo, rafting, caída en tirolina…fue muy emocionante y nuevo para mí. Desde entonces soy una aficionada. Ahí fue cuando perdí el miedo a las alturas.

El pueblo que más me gustó fue Guane, los guane en realidad eran una tribu indígena de allí del departamento de Santander. Había muchas cositas referidas a ellos, me enamoré de ese pequeño pueblo. Estuve en una especie de asilo hablando con varias mujeres, había una abuelita con la que hablé bastante tiempo que era realmente hermosa. Tenía unos rasgos indígenas y un pelo largo, blanco y trenzado por la cintura. Me hacía muchas preguntas sobre mi país y sobre mí, ella no me contó mucho, pero me bastaba estar contestándole y cerca de ella. Le compré una pulserita por dos mil pesos, me despedí y me fui. Es duro pensar que no vas a volver a ver nunca más a personas que te han transmitido tanto.

Ese mismo día volvimos de nuevo a Bogotá, adoptamos un perro en casa que se llamaba Carbón, pasaba el tiempo por allí tirada en el suelo con él. No podíamos sacarlo a la calle porque era pequeño y estaba enfermo, así que lo dejábamos a su aire por nuestra enorme casa. Me entristece mucho saber que quizás no vuelva a ver a Carbón.

Pronto organizamos un nuevo viaje, este iba a ser el último y creo que fue el más significativo. Primero Andrea y yo llegaríamos a Medellín, allí haríamos Couchsurfing en casa de Francia, una Venezolana médico que no podía tener más arte y ser mejor. Nos encantó Medellin, andamos por allí todo lo que pudimos y al siguiente día nos reunimos con tres amigos de Alemania con los que iríamos en avioneta hasta El Chocó. A esa región no se puede llegar normalmente por tierra, sobre todo a la parte del Mar Pacífico.

En El Chocó toda la población es afro-colombiana, por lo que al llegar allí creo que éramos los únicos blancos del lugar. Por lo general llueve mucho y es extremadamente pobre. El clima es húmedo y es un verdadero paraíso. Selva y Mar, la mezcla perfecta. Allí no hay coches ni carreteras, tampoco hay internacionales, ni hoteles, ni nada de eso. Lo que sí hay es aire puro, pues esta región la consideran como uno de los pulmones del mundo.

Llegamos a Nuquí el primer día, nos recibieron en el pequeño aeropuerto unos chicos que se ofrecieron a llevarnos a un hostal, confiamos plenamente en ellos y allá que fuimos. Ahí hicimos nuestros primeros amigos, Jairo, Carlitos, Mané, niños que el mayor solo podía tener catorce años. Nos pasamos los dos días en Nuquí con ellos, jugábamos en la playa al futbol y nos reíamos contando historias. Nunca se me va a olvidar cuando Jairo me contó que una vez le mordió una culebra y ¡se murió la culebra! Su hermano pequeño siempre estaba detrás diciendo que era mentira todo lo que él contaba. Eran muy divertidos, me emocioné mucho cuando los despedí. Les prometí que algún día volvería y que seguramente ellos ya estarían casados y tendrían hijos. Me dijeron que por favor cuando volviera les llevara una tablet o un teléfono móvil. Les dije que no se me olvidaría. Lloré de nuevo, pero esta vez no fue de felicidad.

Desde Nuquí marchamos en lancha hasta Jurubirá, pasando por playa blanca y otros de los sitios paradisíacos del océano pacífico. Es muy complicado explicar cómo lo vivía todo. Crecía poco a poco, me llenaba. No necesitaba nada ni echaba de menos a nadie.

Jurubirá era un pequeño pueblecito a orillas del mar, lleno de cabañitas y muy bien cuidado por los locales, me hubiera gustado pasar allí al menos una semana, pero teníamos planeado llegar a Bahía Solano antes y queríamos pasar por valle, así que lo conocimos ese día y seguimos nuestro camino en lancha.

Cuando llegamos a El Valle comimos un buen pescado en el primer local que vimos e invitamos al conductor de la lancha, después conseguimos que una chica indígena que tenía una especie de carrito pequeño con un motorcillo nos llevara al hostal que teníamos reservado. Un hostal en pleno litoral, y como diríamos aquí, "perdido de la mano de Dios". Era descubierto, no tenía nada completamente cerrado y allí alquilamos unas hamacas. Había sapos y varias especies por todos lados y se escuchaba el mar y la lluvia por las noches, tanto que parecía que peleaban por sonar más fuerte.

Una mañana decidí ir a bañarme al mar, estaba metida en el agua y miraba las palmeras y la selva en frente de mí. Era todo un sueño hasta que quise salir del agua y no podía, lo intenté todo y casi llegué a rendirme. El Pacífico me estaba atrapando. Con suerte por un momento vi una tabla de surf a lo lejos, era un chico con una melena rubia que estaba por allí surfeando, grité y agité las manos con fuerza y me vio. Gracias a él salí ilesa del agua, aunque en principio no podía andar, las piernas se aflojaron y me costaba caminar por culpa del gran esfuerzo que había hecho. Casi muero y me refiero a muerte literal.

Aunque esto pareciera un drama, gracias a este pequeño drama conocí a David, un chico Holandés con el que hasta hoy mantengo una amistad. Él llevaba nueve meses viajando por Latinoamérica y por tanto tenía muchas historias que contar. Incluso fuimos al pueblo a ver el partido de Colombia vs. EEUU, fue un verdadero espectáculo. Ganó Colombia y las calles se revolucionaron, tambores, música, bailes y fiesta. No tengo palabras para describirlo. Hubo momentos que no sabía lo que estaba sintiendo, si pena o alegría. Pena por ver tanta pobreza o alegría por ver lo felices que eran.

Andrea y yo acabamos nuestro viaje en Punta Huina, una playa alejada, en la que por supuesto solo se accedía en lancha. Dormimos en casa de un hombre que nos había recomendado un amigo francés. Cuando llegamos allí, conocimos a unos chicos más o menos de nuestra edad que nos contaron varias historias, la mayoría de ellos se dedicaban a ir en lancha a buscar cocaína a alta mar y después devolverla a sus dueños. Había niñas desde doce años embarazas, niños abandonados, mujeres que eran violadas y hasta un hombre que se había acostado con su propia hija y tenían un hijo en común. Era una especie de anarquía extraña. Conocimos a un español que casualmente tenía una cabaña allí, llevaba años alejado de todo, había vendido su empresa, lo había dejado todo y decidió quedarse allí. Nos contó muchas cosas de Punta Huina.

Pasamos un poco de miedo por la noche, pero no nos quedó otra que relajarnos y dejar de pensar qué nos podría pasar. A la mañana siguiente me fui a la playa con Andrea y me quedé dormida, cuando desperté ella no estaba. Estaba su ropa y todo lo demás y ella no. Miré rápido al agua y a mi alrededor y no estaba. La busqué como loca durante dos horas, llamé al hombre español, a la señora de la casa donde nos hospedamos y a todos con los que podía tener un poco de confianza. Todos asustados buscándola y al final, solo estaba en la playa de al lado jugando con unos niños. Casi me da un infarto.

Una vez más pudimos volver sanas y salvas, esta vez casi de milagro. Pero misión cumplida, conseguimos llegar a Bogotá.

Faltaba poco tiempo para tener que volver a España, así que intentamos disfrutar todo lo que pudimos de Bogotá, pasé unos últimos días con Alex, me despedí de Daniel, los chicos de mi casa que volvían a sus pueblos de los últimos días de Universidad…

En mí, había una mezcla de emociones. A veces me encontraba feliz y en paz y otras me sentía extraña y me daba cierto dolor. Creo que ahora puedo distinguir cuando me sentía de una forma y cuando de otra. Cuando viajaba por la naturaleza y descubría paisajes nuevos (el Desierto de la Tatacoa, el Mar Caribe, Antioquia, el Pacífico…) notaba y pensaba lo poco que hace falta para estar bien, podría pasar mi vida viajando y sin nada. Conociendo, teniendo historias que contar a los demás, historias que por muchas aventuras malas o buenas que pasasen, solo iban a ser eso. Todo era para mí. Realmente pensaba en mí, y eso parece bueno. Quería encontrarme, conocer mucho e incluso pasarlo a veces mal para mi propio beneficio interior, para superarlo sola y que después me hubiera valido la pena. Todo para mejorar yo. Así, me sentía bien. Todo esto parece maravilloso, pues es lo que nuestra generación parece que quiere, he visto videos y artículos en las redes sociales que hablan de que los jóvenes ya no quieren tener mucho dinero, solo quieren viajar, vivir, no amarrarse a nada y todo eso. ¿Somos turistas sin más?

Me sentía extraña y con dudas cuando dejaba de pensar en mí. Todo empezó con una conversación que tuve con un chico de Derecho de la UNAL, me chocó cuando me dijo que a él no le gustaba viajar, que no tenía ni el menor interés porque tenía muchas cosas que hacer por su contexto y no podía dedicarse solo a su bienestar. Al principio, no puedo negar que él me cayó mal, pensaba que era un ‘’cerrado de mente’’ y le contesté con el royo de que es muy importante conocerse a uno mismo y que vida solo hay una, que hay que intentar ser feliz, que hay que conocer, que viajando se aprende de todo y bla bla. Su respuesta fue una pregunta: Ana, ¿tú crees que vives sola en este mundo? . Él siguió hablando y aunque me parecía interesante, tampoco estaba de acuerdo con todo lo que decía, fue esa pregunta, aunque de primeras parezca simple, la que cambió totalmente mi percepción de las cosas, estuve días dándole vueltas al asunto. Pensaba que era importante viajar, conocer otras culturas, dedicarme a mí misma, buscar el bienestar en las pequeñas cosas… pero ¿No estábamos pensando y siendo muy individualistas? ¿Viajamos por placer y lo único que nos llevamos son beneficios para nosotros mismos aunque sea aprendizaje? ¿es todo estar de paso en los sitios? ¿Conocerlos con más o menos profundidad y ya está?. Está bien pensar que valen más las experiencias que el dinero, pero de esto estamos haciendo algo que también es superficial. Mi respuesta a la pregunta de este chico después de unos días fue: Conocemos a más gente, conocemos más culturas y muchos lugares, pero vivimos solos, por y para nosotros en este mundo y más que nunca.

Más tarde volví a España, más grande, diferente y con muchos recuerdos e historias que contar, pero hay algo que no hice y es participar en la mejora de algo y ayudar de verdad a alguien. La próxima vez no lo dudaré. Colombia me dio mucho y quizás yo no dejé nada.


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Comentarios (3 comentarios)

  • flag- Coni Gomez Parra hace 8 años

    Hola, que lindo leer tu historia.

    Soy Constanza, de Chile y pretendo irme de intercambio a la Escuela colombiana de Ingeniería J.G., queria que me dieras tus consejos para saber donde vivir, por tu experiencia contacte a residencia 10, me ha gustado mucho pero hay quien me dice que no es seguro...yo quiero un lugar donde este la vida y pueda compartir con los chicos de intercambio. Me gusta residencia 10, tú que me recomiendas?
    Saludos, muchas gracias por su tiempo

  • flag-es Ana Vivas hace 8 años

    Hola Coni, conozco bastante bien R10, te lo recomiendo. No es peligroso, puedes ir normal y con un poco de ojo y todo estará bien. Va a ver que allí viven muchísimos jóvenes de muchos países y todos están bien. Por favor, si vas allí, no olvides darle recuerdos a Juan pescador y a Raúl de parte de Alabama Vivas ;) Tampoco dudes en preguntarme cualquier cosa, estaré encantanda de ayudarte. Saludos!!

  • flag-es Alex Tipan hace 7 años

    Hola Ana, mi nombre es Alex y me ha encantando tu historia.
    Soy de Valencia y en el siguiente semestre tengo pensado hacerlo en Bogotá, me gustaría saber tus recomendaciones y consejos sobre donde vivir, que precauciones tener, cosas que tengo que hacer y sobre todo me gustaría saber sitios donde conocer a gente joven que le guste la aventura tanto como a mí o a ti.
    Muchas gracias.


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