Berlín de Contrastes

Viajábamos al día siguiente y yo tenía 39 grados de fiebre. Llamé a mi seguro para que el médico me recetara algo y, debido a la situación de Venezuela y los cambios en las divisas, mi póliza de seguro ya no tenía la cobertura de antes, esto quiere decir que prácticamente estaba –estoy- sin seguro. Así, me dediqué a tomar agua y atamel. Un viaje de tres horas hasta Varsovia y luego 8 horas hasta Berlín, significaron un costo total de 28 zl el tren (6 euros) y 10 euros el bus LuxExpress, desde Varsovia. Sí, sólo 16 euros para ir desde Cracovia a Berlín y dos noches en el Happy Go Lucky Hostel por 23 euros –bastante barato para ser Berlín-. El hostal estaba muy bien ubicado, junto enfrente de una estación de trenes y metro, no incluía desayuno pero los cuartos y los baños estaban muy limpios; lo único es que en nuestro cuarto había dos viejecillos que, no es por juzgar a nadie, hacían que todo fuera un poquito incómodo.

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Mi compañero de viaje, Fran, se comportó como todo un caballero –aunque no siempre lo sea- y me tuvo toda la paciencia del mundo cuando tenía que parar a descansar debido a la gripe –gracias a Dios ya no tenía fiebre-.

Fue un viaje muy particular. Nos teníamos que encontrar con nuestros amigos de Akropol que tenían ya unos 8 días viajando, y a pesar de que somos amigos muy cercanos, es complicado adjuntarse a un grupo que ya tiene días compartiendo rutina y que tienen anécdotas y todo eso que desarrolla cuando viajas en grupo. Empezamos el día con un Free Walking Tour a las 11 de la mañana; por supuesto, nuestros amigos llegaron tarde pero al menos nos pudieron alcanzar. Nuestro guía, cuyo nombre no recuerdo, era un tipo bastante interesante y con chistes risibles. Comenzó resumiendo un poco de la historia de Berlín y cómo la palabra hace referencia a un pantano. Pasó por las guerras napoleónicas, la venganza que Berlín se tomó con París, hasta llegar finalmente al momento álgido, lo que todos conocemos: la Segunda Guerra Mundial. Fue un tour bastante histórico: nos pasearon por el monumento a los Judíos, un espacio lleno de bloques de todas las alturas y tamaños y cuyo significado es el que le quieras dar. El espacio donde se encuentra el búnker de Hitler y aquí una explicación de por qué no hay nada señalando el lugar ni ninguna clase de spot turístico –para evitar que se convirtiera en un punto de adoración del loco- le pasamos de cerca al muro, nos explicaron en qué consiste la Cicatriz de Berlín, la Plaza de la Tolerancia, donde se encuentran enfrentadas dos Iglesias preciosas de distintas religiones y más adelante una placita preciosa donde había una librería portátil llena de hamacas en pufs y dónde podías agarrar un libro de cualquiera de las estanterías que había por allí. Aquí se realizó una quema de libros importante y recuerda con un memorial bastante elocuente: una ventanita en el suelo por donde se ve una librería subterránea cuyas estanterías están vacías.

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El tour fue bastante productivo. Luego fuimos a comer unos sándwich –Berlín es bastante cara para darnos más lujos- y luego fuimos al East Side Gallery nos tomamos nuestro tiempo viendo los Graffiti y paseando, disfrutando del día precioso. Terminamos el día comiendo Currywurst –nada del otro mundo- y finalmente yendo al hostal a descansar.

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Al día siguiente fuimos temprano al museo de los Judíos, que se encuentra en una esquina del memorial que comenté antes y es gratis. Es un museo bastante pequeño pero interesante. Una de las cosas que me llamó más la atención es que tienen una sección dedicada a 8 familias judías. Ocho familias al azar, ocho familias como cualquier otra, con sus miembros muertos y con los sobrevivientes. Es una manera distinta de aproximarnos al asunto: no fueron solo los casi 6 millones de judíos muertos sino también los que perdieron a sus familias, los que desaparecieron, los sueños rotos.

Parte del grupo se separó y fueron a un Tour Alternativo pago –creo que 12 euros- con el mismo guía del Free Tour, así que supongo que se la pasaron bastante bien conociendo las particularidades de Berlín, la ciudad de los graffiti. Ese día llegaron mis amigos de Venezuela, Dora y Berlin y tratamos, sin éxito, de conseguir un restaurante de comida venezolana pero nos fuimos hasta muy lejos y nunca lo encontramos. Fuimos a una de las plazas que nos faltaba por ver –la que tiene el Primarc gigante- y luego intentamos entrar al Parlamento pero tampoco lo logramos (pensábamos que teníamos una reserva pero la reserva nunca se confirmó) y terminamos paseando por el Barrio San Nicolás, que es bastante simpático pero sin muchas atracciones. En la noche fuimos a la discoteca Habanna, en la que bailé como tenía tiempo sin hacerlo, mi música, nuestra música. No necesité estar borracha, ni ligando, ni siquiera un grupo grande, sólo la música y dos amigos geniales. Sin embargo, soy consciente de que esta no es la fiesta típica berlinesa y que pudimos haber vivido una noche distinta. Pero nos divertimos mucho, a lo venezolano.

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Ese día los españoles del grupo se fueron y me quedé con mis compatriotas y al día siguiente repetimos todo lo que yo había hecho el primer día, esta vez con una guía chilena. Sí, hice el tour dos veces, y debería saber mucho más de la historia de Berlín pero la verdad es que lo he olvidado casi todo. No es mi ciudad favorita, pero es una ciudad genial, con gente acostumbrada a ser libre, a ser ellos los que mandan por encima de cualquier gobierno. Gente que lleva una carga, porque ellos permitieron que pasara lo que pasó, y que la llevan recordándolo pero no sufriéndolo. Tienen un pasado pero han construido sobre él y hoy, nuevamente, son un país independiente, libre y vital en la Europa moderna.