Los Dioses no podrían haber elegido otro lugar para nacer
Fue en Atenas, hace algunos años. Después de una aventura de autostop con un tío con un pelo que le llegaba hasta los pies, un loco punk con ideas cuestionables sobre higiene personal, lo conocí y conocí a Grecia. Su nombre y la forma en que sucedió me resulta insignificante a día de hoy. En ese momento no imaginaba que un Erasmus cambiara no solo tu vida sino también tu perspectiva y forma de entender el mundo entero. Sí, lo amaba, ese guapo hombre griego, pero lo más importante, amaba esa vida, esos amigos, esa energía en el aire. Me encantó ese país. Regresé a Italia y tuve que dejarle atrás, pero esa energía, esos amigos y esas ideas extrañas e inspiradoras permanecieron. Sobre todo, Atenas permaneció en mi mente, en mis palabras. Hoy en día la gente cree que Grecia está "detrás" de los otros países europeos, que el mundo olvidó Atenas, pero la verdad es que Atenas es otro mundo. Si caminas por esas calles con la mente abierta, te ebriagarán los perfumes y los colores de Oriente, la modernidad de Europa, la tradición de una de las culturas más antiguas, la belleza del lugar donde nació la democracia, el paisajes del mediterraneo. Y si dejas que todo este encanto mágico te atraiga, de repente, comprenderás que los Dioses no podrían haber elegido otro lugar para nacer.
Cuando la nostalgia me invade, me viene a la mente una frase del poema de Rumi que estaba leyendo en el puerto de Pireo en ese momento: "[... ] no necesitas encontrarme de nuevo en forma humana, por ahora, estoy dentro de tus ojos, estoy dentro de tus miradas."
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