Ámsterdam: tortitas, galerías y, por supuesto, cócteles
Entre mis semestres en Lima y Barcelona saqué algo de tiempo para una escapada rápida a Ámsterdam. Sin lugar a dudas es una ciudad famosa por dos cosas: su barrio rojo y sus cafés donde puedes comprar y fumar marihuana legalmente. No hice ninguna de las dos cosas. Había visto suficientes documentales y leído bastantes experiencias personales como para saber que era completamente innecesario para mí. Además mi museo erótico favorito está en Barcelona y no hay más que decir. En vez de dirigirme hacia las dos actividades más populares en Ámsterdam, pasé mi tiempo comiendo, bebiendo, apreciando el arte de la ciudad y tomando fotos por el camino. Déjame tomarte de la mano y llevarte al Ámsterdam de mis aventuras.
(Ámsterdam en enero - árboles desnudos y vistas hermosas)
De camino a Ámsterdam
Cogí el tren desde la estación internacional de Ashford hacia Ámsterdam vía Bruselas en mitad del crudo invierno. Lo primero que tengo que decir es que viajar en tren en realidad es más fácil y eficiente de lo que parece, y no tiene por qué tardarse más que en ir hasta el aeropuerto y coger un vuelo. Personalmente os recomiendo sin lugar a dudas coger un tren para ir a otra ciudad. Sobre todo en Europa. Después de haber bajado del tren y haber caminado cinco minutos en la dirección equivocada (típico de mí), mi amiga Cara y yo llegamos por fin al hotel Sebastian's en Keizersgracht. Estaba a menos de diez minutos de la estación y, gracias a sus tres estrellas, era un hotel bastante bueno y con todo a mano. Además está rodeado de los pintorescos canales y puentes que hacen famosa a Ámsterdam. Por supuesto, no hace falta que diga que una tercera parte de mi colección de fotos consistía en canales y puentes a distintas horas del día y la noche: relucientes con escarcha a primera hora de la mañana, con un nítido cielo azul al mediodía, capturando los largos rayos del atardecer o reflejando las luces multicolor de la ciudad de noche. Una ciudad a la que merece la pena llevar una cámara de fotos.
Comida
Pasemos a uno de mis temas favoritos: la comida. Puede que la comida neerlandesa no tenga los sabores cítricos y con especias a los que estoy acostumbrada, pero eso no quiere decir que no comiera bien. Una de mis primeras experiencias comiendo comida neerlandesa fue después de haber dejado las maletas en el hotel y haber ido al bar más cercano. Para acompañar mi cerveza y calmar los rugidos de mi estómago, pedí una ración de croquetas y una porción de queso con mostaza. No es una combinación muy común que digamos, ¿pero sabes qué? Funciona. La mostaza caliente va a la perfección con los cremosos dados de queso (supongo que era cheddar, pero no estoy segura) y su toque salado. Si lo juntas con cerveza, es una combinación tan ganadora como la de una cerveza con sus cacahuetes y maíz choclo. Se trata de la combinación perfecta entre frescura, un toque agrio y otro salado solo que con un calor que pica en la nariz. La ración de queso era tan generosa que hasta guardé un poco en una servilleta y me la lleve al hotel para un tentempié de medianoche. Siempre hay que estar preparada. Si mal no recuerdo, el nombre del bar era Café Van Zuylen, pero sospecho que es un tentempié típico que puedes encontrar en cualquier otro bar de la ciudad. El café en sí era un lugar muy acogedor del que resguardarse del frío invernal, un refugio cálido y decorado con madera oscura y cristales tintados.
Probablemente a causa del clima frío, la comida neerlandesa es más bien copiosa e incluye una gran cantidad de carbohidratos. La patata y el pan son plato de cada día y las tortitas también están muy presentes. Nunca digo que no a una buena tortita, así que no me puedo quejar. De hecho descubrí dos tipos de tortitas (igual a doble placer): las grandes, crepes al estilo francés con sus propios aderezos, y las gordas, más pequeñas pero rellenas de distintos ingredientes. En Crepes and Waffles, tuve el placer de comer un crepe cubierto de manzana caramelizada y crema, un bocado sorprendentemente no demasiado dulce y lo suficientemente estimulante para una tarde gris y tempestuosa. La más gorda y tradicional la comimos de pie dentro de una pequeña pastelería en una calle adyacente mientras nos calentábamos las manos a su calor. Estaba envuelta en forma de salchicha y contenía queso gouda derretido con mermelada de higo. La pastelería se llamaba The Happy Big y entre su iluminación tenue, la comida y el hecho de estar resguardada del frío mordaz no podía estar más feliz.
Soy madrugadora por naturaleza y me encanta desayunar. Por consiguiente siempre me solía levantar al menos una hora antes que mi amiga y con hambre. Hacia el tercer día por fin encontramos una solución a este dilema. Después de haber puesto sobre la mesa nuestras diferencias de rutinas mañaneras, Cara me prometió no enfadarse ni lo más mínimo si iba a un café cercano a desayunar mientras ella dormía. Y eso es exactamente lo que hice. Me armé de mi cámara y guantes y me dirigí al café de enfrente del café Van Zuyer: Villa Zeezicht. Pedí un café y un bol de buen yogur cremoso con nueces y miel: una manera simple, sabrosa y ligera de comenzar el día. O al menos iba a ser ligera hasta que llegó Cara. Ya había acabado mi bol y estaba dando los últimos sorbos a mi café y va y llega Cara y pide una tostada de champiñones. Sé que no suena especialmente apetitoso, pero lo era. Con su ajillo y perejil y los sabrosos y cremosos champiñones en su salsa que impregnaba toda la tostada de pan. Por supuesto tuve un arrebato de gula casi de inmediato y pedí lo mismo. ¿Que ya había desayunado? Cierto. ¿Pero a quién le importa cuando la comida está tan sabrosa? Desde entonces mi amiga se refiere a mí como la hobbit por mi tendencia a comer al menos siete veces al día, incluyendo el desayuno y el segundo desayuno. A pesar de todo, el mote mereció la pena.
Bebidas
Además de la cerveza y las cantidades considerables de chocolate caliente que tomé durante mi estancia en Ámsterdam, tuve también tiempo para algún que otro cóctel y gin-tonic. Hablando de gin-tonics, una vez me tome uno bien bueno cerca del mercado de flores. Después de habernos perdido completamente (una vez más) y sin saber ni pizca de neerlandés, justo antes de encontrar el mercado nos topamos con un bar en una esquina. No me preguntes por el nombre, porque para esas alturas del día ya nada me importaba más que descansar. Recuerdo que hacía esquina no muy lejos del mercado de flores flotantes y que tenía ilustraciones de niños y caballos en las paredes. Sedientas, nos dejamos caer en una de las mesas. En ese momento os juro que Dios intercedió e hizo que el bar tuviera una lista de gin-tonics esperándonos. Y cuando nos lo sirvieron, os aseguro que eran tan grandes como nuestras cabezas, bien fríos y con un buen balance de tónica y ginebra. No podríamos haber deseado nada mejor. El mío venía con albahaca, si no recuerdo mal, y era la poción ideal para nuestras almas errantes y un tanto frustradas.
(El gin-tonic de camino al mercado de flores)
El único bar que también llamó mi atención durante nuestra corta estancia en Ámsterdam fue Prik. Como deja caer su nombre, es un bar LGTB+. Lo tiene todo: una bola disco, una cabeza de pavo de terciopelo rosa y un insolente gato anaranjado. Tomé un cóctel a base de té oolong servido en una tetera que después eché encima de hielo. Dulce y humeante, desde luego un cóctel que va para mi lista de cócteles originales. Las bebidas eran decentes, pero lo que más me gustó del bar era su ambiente. Reinaba una atmósfera de diversión, relajación y amistad, con su luz tenue y su música para dar más privacidad a las conversaciones. Muy útil por cierto cuando se discute de amor, sexo, política o cualquier otra cosa de semejante importancia.
(De cócteles en Prik)
(Foto sorpresa del gato antes de que me diera la espalda)
Arte
Como ya he dicho antes, ignoré por completo el museo erótico. Pero eso no quiere decir que no tuviéramos nuestra dosis de arte y cultura. Siendo la apasionada de la fotografía que soy, estaba empeñada en ir a la galería fotográfica FOAM. Recomiendo esta galería con toda mi alma. Tuvimos la suerte de visitarla mientras se exponía un conjunto de obras del fotógrafo Araki Ojo. A decir verdad, nunca había oído hablar de él. Recuerdo que la exposición estaba separada en secciones: cielos y horizontes, algunos con colores fosforitos por encima como si hubieran sido pintados en el cielo; fotos de su vida con su mujer antes de que falleciera; y muchas, muchas fotos centradas en el shibari (una manifestación artística erótica japonesa que consiste en amordazar a la persona). Los horizontes eran impactantes y hermosos, aunque en ocasiones lúgubres; las fotos de su mujer a veces eran desoladoras, otras veces tiernas y otras conmovedoras. Las fotos de temática shibari me parecieron un poco dar palos al agua. Estaban llenas de modelos desnudas, a veces eran impactantes, interesantes y artísticas, pero otras forzadas y vulgares. En general, fue una exposición muy interesante y variada que nos dio de que hablar y nos hizo descubrir un artista del que nunca antes habíamos oído hablar.
También hay otra galería que visitamos y que era muy diferente a FOAM, esta era espaciosa y estaba bien iluminada. No cabe duda de que era un museo de arte contemporáneo: la entrada tenía un poster donde ponía "abajo el patriarcado". Cuando lo visité no presté atención al nombre del museo, además la entrada era gratis, así que tampoco tengo billete que me lo recuerde. No obstante, después de una exhaustiva búsqueda por Internet y comparar su arquitectura y grafiti de los alrededores, estoy 89 % segura de que era la galería Diana Stitger. Aparte del poster de la entrada con el que estoy bastante de acuerdo, no recuerdo ningún otro elemento significativo que me impactará durante la exposición. Prácticamente la mayoría eran proyecciones casi monocromáticas de arquitectura y construcciones y poco más. No puedo decir que no fuera una experiencia interesante y además nos proporcionó cobijo del frío durante un rato. ¿Y quién no tiene debilidad por cualquier lugar que se meta con el patriarcado nada más cruzar la puerta?
Para acabar con nuestra visita relámpago a las galerías de Ámsterdam, visité el Huis Marseille voor Fotografie. Como quizás puedas deducir a partir del nombre, se trata de un museo especializado en fotografía. Por aquel entonces había una exposición titulada "L'Aquila Pressoché Ignuda" por el fotógrafo italiano Paolo Porto. Una vez más nunca había oído hablar del fotógrafo antes de la exposición, pero su trabajo me encantó. Incluía desnudez, pero sin forzarla. Las fotos exponían colores ricos y composiciones muy interesantes inspiradas por el terremoto de 2009 en Oporto, la ciudad de Aquila. La pieza que más me gustó de esta exposición centrada en el baile fue un vídeo de una mujer aprendiendo a bailar ballet desde cero. Se podía ver cómo, a pesar de tener que esforzarse mucho, poco a poco se hacía más hábil y elegante. Creo que detrás de esta obra hay un mensaje sobre la superación personal y de cómo la dedicación y determinación acaban dando sus frutos.
Galería de fotos
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