Rubik
La mujer asiática de arriba pelea de nuevo con su pareja, al lado derecho escuchas el elevador bajando, del lado izquierdo alguien ha abierto el grifo para lavar los platos de la cena, desde la ventana frente a ti se cuela el sonido de la lavadora trabajando, en la sala, tu compañera de piso está viendo televisión. Te pones de costado y acomodas las mantas, así está mejor.
El tuyo es un cuarto pequeño, lo supiste desde que te mostraron la primera foto y aún así lo has tomado. Debe tener dos metros de ancho por tres de largo, según tus medidas al tanteo. Le caben una cama individual, un guardarropa, una mesa de trabajo y media persona.
El elevador llega hasta el nivel tres, se detiene unos segundos y baja 4 más para llegar a la planta baja, has aprendido a calcularlo por la duración del ruido entre un piso y otro, escuchas los cables tensados por el peso rechinando entre la incansable polea que los sostiene y también el eco que asiende por el prisma rectangular de
10 plantas de longitud. Afuera, la lavadora hace el ciclo rápido , el chorro del agua choca contra el plato blanco de cerámica, llevándose la espuma, la vecina asiática grita en idioma indecifrable y en la tele están pasando la repetición de la semana de la moda en Londres.
Quieres quejarte, en México alquilan la casa completa de tu abuela por la mitad de lo que cuesta este cuarto, pero te tranquiliza pensar que pagas menos que tus amigos, a quienes les cuesta 150, 200 o hasta 250 euros al mes vivir en la misma ciudad que tú, que pagas 120. Hurra, campeón, si ahorrar fuera una carrera tú irías adelante, además barrer 6 metros cuadrados te lleva menos de un minuto.
Un sonido nuevo interrumpe tu celebración, son llaves golpeando el suelo, luego sollozos, la chica de al lado ha llegado ebria otra vez. Te das cuenta que te equivocaste sobre la lavadora, no es el ciclo rápido sino el económico. Luego oyes un plom-plom proveniente de la cocina, seguro que tu compañera se dejó el grifo mal cerrado y ahora va a gotear hasta el fin de los tiempos.
Ya no aguantas más, te cubres la cara con la almohada para repeler los ruidos, sin embargo, igual que las noches anteriores es inútil.
A veces, cuando el insomnio te calienta la cama a causa de un jetlag que se reusa a ceder, intentas calcular cuántas cajas de cereal caben en tu habitación, y aunque sabes que no habrá ningún premio por acertar (como en los concursos de la TV), esta actividad te entretiene y te calma.
Así transita la noche mientras la lavadora pelea en chino con su pareja, el grifo llora por una desilución amorosa, la televisión baja 9 pisos, la chica de al lado centrifuga la ropa mojada, la asiática gotea y el elevador se pasea con un modelito de Giorgio Armani. Y todo sigue girando una y otra vez, acomodándose, haciéndose espacio, buscando una alineación monocromática que nunca aparece, porque el edificio 3 de la Lope de Rueda, es un cubo de 80 matices, imperfecto como la vida misma.
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