Onset
“El que crea, destruye siempre” – Nietzsche
Diría que es el comienzo de algo, pero para que algo empiece el cronómetro ha de estar a 0. Hay que romper, deshacer el recuento. Mi pregunta es… ¿de qué?
Todas las personas que conozco y han vivido un Erasmus, se han esforzado en explicarme el conjunto de experiencias y sentimientos que conlleva esto. Yo he intentado comprenderlo y casi creo lograrlo cuando observo las marcas y huellas con las que han regresado a España, que se abren paso en el tono de voz ilusionado que adoptan cuando hablan del país que fue su hogar durante unos meses, en el entusiasmo y la sobregesticulación cuando cuentan sus hazañas, en sus ojos expectantes, que en mi recuerdo los distingo de la multitud brillantes. Pero ellos saben que no tengo ni idea, porque al final todos han acabado concluyendo que hasta que no lo viva, no sabré a qué se refieren. No hay quien razón les quite y si en algo me puedo aproximar a definir lo que se avecina es que es un acto de desconfort, un salto al vacío que, quizá, inunde recovecos.
Pero, sigo igual de curiosa. No sé qué voy a dinamitar, pues… ¿de qué se está hablando cuando se dice que hay que salir de la zona de confort?, ¿de qué puerta se sale para buscar otro lugar? Si hablásemos de una casa, ¿de qué habitación?, ¿del baño, la cocina, el comedor o el dormitorio? Por zona de confort puede entenderse el perímetro en el que una persona se siente cómoda y segura, ya sea un lugar, una persona o un hacer, o bien el conjunto de todo ello. Supongo que cada cual guarda algo distinto en su trinchera, porque cada uno de nosotros tiene su propia historia y, sobre todo, su propio narrador. Pero sin embargo, la de todos tiene algo en común: creencias y costumbres, factibles por personas y objetos.
Esto no es despreciable, es lo que es y no podría ser de otra forma. La desdicha del asunto es que a muchas historias les falta creación, les falta capítulos nuevos. Es como si hablásemos de un robot de cocina en vez de un cortex con, supuestamente, poder de decisión; metemos en la Thermomix lo que ya conocemos, y siguiendo nuestras arraigadas creencias hacemos clic en una costumbre de nuestro pobre menú, por supuesto sin cambiar los ingredientes y sin alterar los pasos. ¿Por qué? Porque sabemos que podremos comer un plato decente. Quizá no esté muy allá, pero se podrá comer y nos olvidamos del riesgo de pasarnos con la sal, de que se quede crudo o se queme. Sabemos que funciona. Po pa’ qué ir de masterchefs por la vida…
Pero, por otro lado pienso en lo que Max Depree dijo “No podemos convertirnos en lo que queremos ser, permaneciendo en lo que somos”. Cierro lo ojos y veo el plato de arroz a la cubana que me esperaría aquí… Que está bueno, a mí me chifla y de hecho siempre lo he considerado como mi comida preferida. Pero el arroz, al final, se pasa. Y la vida ya ni te cuento… Entonces, llego a la conclusión de que necesito capítulos nuevos o mi vida empezará a ser digna de alimentar las horas de los espectadores de la FDF.
Necesito hacer algo con este ansia por crear, por descubrir rincones a los que me den ganas de llamar hogar, por conocer gente que me muestre su forma de ver el mundo y me invite a pasear por él, por aprender a vivir de otra forma diferente a las conocidas hasta ahora…
No me marcho en las mejores circunstancias y me hubiese gustado vivir los últimos días aquí de otra forma. Tampoco sé qué parte de mí saldrá de España el miércoles para no volver, ni qué es exactamente lo que dejo atrás y se erosionará con el tiempo, pero algo me dice que necesito coger ese vuelo y darme una oportunidad a mí misma. Y que para hacer eso sólo tengo que espolsarme lo creído hasta la fecha.
Estonia, Tallinn, allá voy.
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