Mi experiencia Erasmus
No había mejor momento para cambiar de país. Joven, sin responsabilidades y con muchas ganas de crecer, de aprender, de superarme y sumar experiencias... me gustaba la idea de lo desconocido, me gustan los retos y sobre todo la sensación de satisfacción cuando vas logrando lo que te propones, aquello que parecía tan duro antes de empezar.
Recuerdo ese momento como si acabase de subirme al avión, esos nervios que me impidieron dormir la noche anterior, no podía parar de imaginarme mi nueva vida, cómo sería, la gente que conocería, mis actividades día a día. Esa mezcla entre miedo y ansiedad de lo que venía. Recuerdo que todo el mundo me decía: que sentía envidia sana, que si pudiesen ellos también lo harían..., "va a ser la mejor experiencia de tu vida", "esto sólo pasa una vez", "tienes que aprovechar al máximo", "se te pasará volando", "disfruta todo y no extrañes porque cuando vuelvas, aquí todo estará igual que siempre esperándote".
Si no me equivoco, todos coincidimos en que cuando llegas a un sitio nuevo, te vuelves una persona súper encantadora, la más simpática del mundo, quien no para de sonreír a cada persona con la que habla. Confías en desconocidos como nunca pensabas. Recuerdo que cuando llegué era tarde de noche y estaba totalmente perdida. Un chico que captó mi miedo y desorientación se acercó y me ayudó a llegar a mi nueva casa. Me acuerdo que trabajaba en los apartamentos Happy People Barcelona, y yo vivía en la esquina de uno de ellos así que cada día al pasar por ahí siempre lo recordaba.
Creo que otra cosa inevitable al principio, es comparar todo. Te das cuenta que la gente rara no sólo era algo de donde vienes. Que en otros países también hay locos. Y muchas cosas que hasta ahora creías que eran propias, son más comunes de lo que pensabas.
Poco a poco empecé a hacer mi vida, mis amigos, y es que nunca pensé que tendría tanta gente para visitar al rededor del mundo. Por mi parte, decidí alejarme de cualquier Argentino porque siempre pensé que la nostalgia podría hacerme volver. Me encantaba tener amigos catalanes y de otros países, que me enseñaran sus costumbres, su comidas, sus típicas expresiones... (aunque a veces no fueran las máspolite).
Así fui armando mi día a día, salidas a tomar cañas y pinchos por Blai, fiestas en casa o botellones en la playa para abaratar los costes de las discotecas, lacata de comida internacional: Era genial que cada día alguien cocinaba lo típico de su país para los demás.
Poco a poco vinieron pequeños viajes o excursiones juntos a conocer más de Cataluña, pasar el día en Sitges, ir a Figueras, caminar viendo los paisajes de la Costa Brava.
De lo mejor del Erasmus, rescato que descubres cosas de ti que ni te imaginabas que estaban, te vuelves cocinero, cantante, bailarín y es que te muestras tal cual eres sin importar nada, porque total... ¡Nadie te conoce! Definitivamente pierdes el sentido del ridículo.
Sacas tu lado más aventurero que hasta ahora lo tenías dormido... Y es que sólo piensas en que quieres comerte el mundo, recorrerlo todo, viajar, conocer y seguir sumando experiencias.
Y lo peor... lo peor, es que por un momento pensabas que este modo de vida duraría para siempre, y eso que decías que “como en casa en ningún sitio” se quedó lejano. Sientes que no te quieres ir, o que si te vas sea para seguir viajando. Y te das cuenta que echarás de menos a tu compañero de piso más de lo que pensabas. No te irás sin planear miles de reencuentros en el próximo año con todos ellos en distintas partes del mundo. Y es que esos planes de conocer sitios nuevos son cada vez más reales. Y finalmente caes en cuenta de todo lo que significó esto, de cuánto aprendiste y de cuánto cambiaste. Y es ahora cuando aquellas palabras de antes de viajar, tienen más peso que nunca “es el mejor momento de tu vida”, “algo único” que vayas donde vaya siempre lo recordarás.
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