La playa de Torregorda
Hola a todos, quiero hablaros en esta entrada de la playa de Torregorda de San Fernando, Cádiz. Esta playa es especial, es una playa distinta con un toque personal, y de la que tengo gratos recuerdos. Esta playa para mi ha significado mucho, el toque de sus aguas, el viento acaraciante en mi cara y los tiernos recuerdos que me invaden simplemente al escenificar las escenas en mi mente. Esta playa es la de mi infancia, es donde me he criado y donde albergo mil historias para compartir. ¿Qué tiene esta playa? Pues tiene arenas mezclada con conchas que te pinchan si no tienes cuidado, tiene rocas desperdigadas en sus aguas que debes tener bien localizadas para no darte un buen morrazo. Tiene instalaciones militares abandonadas, baterías antiaereas semienterradas en sus arenas, muros derruidos y pasillos abandonados. Tiene oleaje, olas que te pueden arrastrar hasta el fondo para no devolverte de nuevo, olas que te dan para multitud de juegos y alegrías. Olas que te limpian, que te sumergen y te dejan nuevo.
La playa de Torregorda es grande, abarca desde las afueras de San Fernando hasta las afueras de Cádiz. Ha sufrido un absoluto declive, desde mis primeros años hasta la actualidad. Como os decía estaba rodeado de estructurales militares y antes incluso tenía cierto control. El recinto de entrada más sencillo, es como decía, a las afueras en la salida de San Fernando y a mitad de camino para llegar a Cádiz. Por lo que por narices en coche, coges el citado vehículo, y aparcabas en el aparcamiento semihabilitado para ello. Entrabas por un pasillo semiabierto con un techo de hojarasca que tenía sus momentos altos y sus momentos bajos de cuidados y alegría pero más o menos se mantenía. Y luego pues había dos puertas: una libre para cualquiera, que te llevaba a la playa. Y otra que te daba acceso al restaurante, que en principio estaba llevado por un departamento militar y para acceder era necesario tener una tarjeta que demostrara tu pertenencia a dicho cuerpo o ser familiar de alguno. Al mostrarla, entrabas en un recinto pre-restaurante donde habían unas duchas a tu derecha, siempre muy destartaladas y un vestuario a tu izquierda que la verdad también estaba hecho polvo. Posteriormente accedías al primer recinto del restaurante, la primera parte estaba compuesta por multitud de mesas protagonizadas por un público con una media de edad de 65 años jugando al parchís, al bingo, al domino o practicando lucha libre. (Es broma). Existía una heladería a la derecha que la verdad era muy apañada, sobretodo para mis primos que se metían unos homenajes bestiales allí. Y posteriormente accedías al comedor, que incluso tenía una zona reservada para altos mandos (y algún alto mando jubileta se pasaba por allí) y la salida a la playa por un lado y la puerta misteriosa por el otro.
La puerta misteriosa, era una puerta que no podíamos abrir, en nuestra imaginería de nenes, nos rallaba profundamente esta puerta, puesto que no teníamos ni idea que podía haber detrás. Cuando alguien salía o entraba por ella (con su llave, su salvoconducto, su leche en vinagre) nos asomabamos mis primos y yo, curiosos, viendo que contenía este mundo aparte. Nos encontrabamos con una calle y edificios altos, era como otro mundo. Aún hoy no sabría deciros que leches había detrás de aquella puerta. El restaurante como decía, servía comida muy asequible a precio tirado. Podíamos elegir entre diversos platos y te servías más feliz que una perdiz. El sistema era muy simple, puesto que no era un buffet. Te servías lo que querías y luego según la tabla de precios valía lo que fuese, correspondiéndose con dicha tabla. Una delicia, las reuniones familiares allí eran de antología.
El Erasmus que se acerque verá que nada de esto está ya en la realidad. El pasillo previo del principio ha sido clausurado, las ventanas del restaurante han sido rompidas, el vacío y la soledad ha invadido el lugar tras el abandono total por parte de los militares y la incapacidad de los propietarios que lo adquirieron de sacar tajada de la situación. El panorama es realmente triste. Pero la playa sigue siendo disfrutable al 100 por 100, os recomiendo pues pasaros. Las aguas son limpias, las arenas según el lugar con más o menos conchas, pero nada exagerado. Es un placer para todos los sentidos pasear por allí y contemplar asombrado como todas estas instalaciones militares se yerguen como edificios fantasmagóricos en medio de aquella playa. Podréis coger cangrejitos en la zona de la derecha. Como si fueras caminando hacia Cádiz.
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