Día 51: visita de la family (Segunda parte: Amsterdam clásica)
Creo que tengo que corregir el título de esta entrada, más que el segundo día de visita, fue la segunda TARDE de visitas. Pero dejad que me explique antes de empezar a poneros brutos con la puntualidad de los sudeuropeos...
Como os comenté el otro día, llegamos muy tarde al hotel y, qué queréis que os diga, esfuerzos para levantarse a todos nos cuentan... sobre todo cuando puedes aprovechar hasta el último momento el variadísimo desayuno-buffet del hotel. Sin duda es mi parte favorita de cualquier viaje (viaje con los padres, se entiende, que es cuando hay dinero para estos lujos). Así que entre cuarto cruasán de chocolate por aquí y segundo zumo de naranja recién hecho por allí, al final nos plantamos en Amsterdam a las 12 de la mañana. Por suerte, por aquella época aún te daba tiempo a hacer la digestión antes de que se hiciera de noche, así que aprovechamos el día bastante bien.
Atentos al recorrido, porque aquel día visitamos los highlights de Amsterdam, como bien dicen en inglés y nosotros hemos sido incapaces de traducir al castellano. Empezamos desde la estación central. Para ello cogimos el tranvía, que para (que MUERE, como le gusta decir a mi ama) a tiro de piedra del hotel. Mientras mis padres terminaban de recoger las cosas le di una vuelta a mi hermana en la bicicleta, al estilo paquete que los holandeses tan bien han patentado. Y no es que yo sea mal ciclista (sólo estoy un poco oxidado... como el candado de mi bici, por cierto), pero creo que aquella fue la primera y la última vez que mi hermana se arriesgó a montarse conmigo. Ella se lo pierde. Como iba diciendo, cogimos el tranvía, que es un medio de transporte ideal para ir viendo la ciudad cómodamente... Lo mismo debió pensar el gigantesco hombre con cámara (aunque quizás debería decir la gigantesca cámara con hombre, porque aquellas medidas no era medianamente normales) que prácticamente eclipsaba el sol en la mitad de los ventanales del tranvía. Bueno, aún así conseguimos ver algo a través de sus axilas y demás.
Tras la correspondiente foto de familia en Amsterdam Centraal y las explicaciones a mi padre de por qué tantas obras (sí, se está haciendo mayor), pusimos rumbo a los canales occidentales. Por supuesto, hicimos la parada en el "edificio-regalo", como yo lo llamo, pues aún no tengo ni idea de qué comercio puede querer publicitarse de una forma tan espantosamente pastelona. Se trata de una casa que está rodeada de un lazo de regalo, todo en rosa y violeta. Mientras mi madre miraba extasiada aquella revolución de color que ni Warhol, mi padre y mi hermana se metieron en la tienda de deportes cercana. Me hubiera impacientado, pero estaba muy atareado limpiándome la (inexistente) suciedad de las uñas. ¡¡Arreeeeeeeeeee!!
En Singel 7, mi hermana y yo intentamos abrazar la fachada más estrecha del mundo... ella con más éxito que yo, que me acabé contentando con el canalón. En la aledaña Rounde Lutherske Kerk, la única iglesia protestante redonda de la ciudad, nos dejaron entrar esta vez, porque estaban desmantelando un escenario (ya os dije que esta iglesia, como tantas otras, se utiliza como sala de conciertos) y todos los operarios estaban demasiado ocupados como para fijarse en nosotros. Sí, creo que realmente, no nos dejaron entrar, pero bueno, colarse y familia parece que no encajan bien en la misma frase, ¿no? Además, cuando uno de ellos nos vio estirando el cuello, impresionados, para contemplar fascinados la cúpula desde el interior y las fastuosas arañas colgando, él mismo tan pancho sacó la cámara de fotos también y se puso a hacer un book allí mismo. Incluso nos dijo que, a pesar de llevar toda la vida viviendo en Ámsterdam, era la primera vez que se fijaba en esta iglesia. Así que salimos de la iglesia habiendo realizado la buena acción del día. Paradójico.
Según íbamos cruzando los distintos canales y les iba contando la historia detrás de sus nombres (Singel, Herengracht, Keizersgracht, Prinsengracht), nos fuimos haciendo fotos con las barandillas, las casas, las bicicletas... Esta es la mejor zona para ver todos los canales de una tacada, pero íbamos muy lentos para mi gusto...; sin embargo, me quejaba de vicio: ya me gustaría llevar el ritmo que llevé con mi familia cuando la cuadrilla vino de visita (7 días más tarde, aproximadamente). Por fin llegamos a la casa de Anne Frank y ¡sorpresa!, la cola daba la vuelta a la Westerkerk. Pero, claro, qué esperar si te dejas caer por el segundo lugar más turístico de la ciudad a las 12:30 de la mañana. Por suerte, no hay de qué preocuparse, porque este museo es también de los que más tarde cierran (a las 19:00), así que se puede dejar para el final, cuando todo lo demás ya está cerrado.
Nos metimos, por tanto, en la Westerkerk. Y mi padre aprovechó para comentar sarcásticamente la diferencia entre (la luz de) estas iglesias y (la de) las católicas. Bueno, ya veis que no todo mi cinismo es original, algo es heredado. Mi madre por su parte estaba ocupada indignándose porque la tienda de regalos estuviera en el interior del templo, como si tal cosa. Para el final del día, ya ni se daría cuenta. Seguimos bajando por los canales occidentales hacia Leidseplein, disfrutando de la tranquilidad del barrio, que eso es algo que disfrutan mucho los padres. No sé si llegará el día en el que en mis vacaciones busque el reposo en vez de la aventura; de momento, lo primero me aburre mucho.
En Leidseplein paramos a recargar las pilas (la calefacción) a golpe de café/chocolate caliente, pues, como creo que ya he comentado alguna vez, la ruta por las cafeterías de la ciudad es parte imprescindible de cualquier visita turística a Amsterdam: no se pueden separar. Sin embargo, aquel fue uno de los pocos cafés que no me ha gustado. No por el local en sí, sino quizás por el trato como amable que nos dieron o por lo caro que salió, sobre todo por estar situado en una zona tan comercial y turística como es Leidsplein. No muy recomendable, desde luego.
Una vez cruzado el puente que separa esta plaza del Leidsebosje ("el bosque de Leidse", aunque más que bosque yo propongo "los arbolillos de Leidse"), y justo en frente de la entrada al Vondelpark, que aún tengo muy pendiente, se encuentra la compañía "Blue Boat". Se trata de una de tantas empresas en Amsterdam que se dedican a realizar rutas turísticas por los canales de Amsterdam. Su competencia más directa es la compañía "Canal Cruise", mucho más importante y omnipresente, pero que sin embargo resulta más cara y, para lo que queríamos hacer nosotros, mucho menos conveniente. "Canal Cruise" funciona más como un autobús acuático que conecta las principales atracciones (¿por qué cada vez que utilizo esta palabra pienso en el saltamontes de las fiestas de mi pueblo?) de Amsterdam, de forma que puedes bajarte y subirte cuando quieras, dependiendo de por cuántos días hayas comprado el tiquet. "Blue Boat", por su parte, realiza un recorrido de aproxidamente unos 75 minutos por los canales que discurren cerca de esas mismas atracciones. Los barcos son más sencillos que los de "Canal Cruise", pero ello no quieren decir que sean cutres, ni mucho menos. La duración es más que suficiente, la verdad, sobre todo si después tienes pensando acercarte por tierra a esos mismos lugares. Porque no nos engañemos, el principal atractivo de todas estas compañías es la novedad de hacer turismo DESDE EL AGUA. Aunque estoy seguro que lo que más le gustó a mi ama fue la calefacción de a bordo, y a mi aita, la comodidad de los asientos. Durante el verano, las cristaleras que tiene por techo se levantan, pero como nos tocó en pleno octubre, pues tuvimos que mirar a través de los ventanales, que no es supone ningún sacrificio. A cada persona se le proporcionan unos auriculares para escuchar la audioguía, en la que el alegre matrimonio que fundó la compañía hace 30 años, te va contando de forma muy amena y en 15 idiomas (¿cuántos croatas puede haber de visita en Amsterdam?), las anécdotas y curiosidades de los lugares de Ámsterdam... y de su vida conyugal. A veces resultan un poco naif, todo hay que decirlo. Otro punto a favor de esta compañía (sí, me pagan por prestación temporal) es que la travesía discurre también por detrás de Amsterdam Central, cerca de la Biblioteca Central y de NEMO, una zona muy poco frecuentada por los turistas, pero que resulta bonita de ver, ya que se contempla lo que se conoce (yo conozco) como el mar interior de Amsterdam.
Para cuando terminó el viaje (en el mismo punto de partida), ya era la hora de comer. Por suerte, estábamos en Leidsestraat y eran las 14:30, lo que quiere decir que había muchos lugares donde elegir y medianamente vacíos por la hora. Al final acabamos en el Wok to Walk, una cadena muy popular en Amsterdam y en Holanda en general. Nos metimos ahí un poco con miedo, porque ni mis padres ni mi hermana son mucho de experimentar con la comida. Pero, una vez entendido cómo funcionaba el sistema (elegir una base y una salsa, los tropiezos se pagan aparte), resulta que acertamos con nuestra elecciones. Y todo estaba delicioso. O igual es que estaba caliente y nos lo comimos igual. No, en serio, no encontré ningún bicho en mi wok. Bueno, voy a comentar el local sinceramente, que después nunca sabéis cuándo algo me ha gustado y cuando no. Me gustó que la cocina esté abierta no sólo a los clientes sino a todo el mundo, pues su pared es el escaparate que da a la calle. No me gustó el sistema de recoger los pedidos: por nombre, como en Starbucks. Como el mío es algo difícil, siempre suelo decir Mark. Pero parece ser que al camarero no le cuadraba mucho ese nombre para una persona que claramente no inglés o americano nativo (una vez más, el acento), así que me preguntó de malas maneras cuál era mi nombre de verdad. Vamos, ni que me estuviera registrando en el censo para votar en Cataluña.
El café de postre nos los tomamos cerca del Hard Rock Café, justo enfrente de donde parten los barcos de "Blue Company". Nuestra idea original (la idea original de mi hermana desde el minuto cero en que puso los pies en planas tierras holandesas) era comprarse una camiseta del café (está en la edad) y, ya de paso, tomarnos algo allí. La camiseta la compramos, pero nos equivocamos de café y acabamos en otro que, aunque posiblemente más encantador, no era el famoso café de las estrellas drogad... quiero decir, del rock. Cuando nos dimos, nos acercamos a echar un vistazo al interior, pero tenía tan poco interés que ni siquiera me fijé en quién era la celebridad que había visitado este Hard Rock en concreto y qué es lo que había dejado atrás para decorar sus paredes. Pero estoy seguro que alguna otra de mis visitas querrá acercarse por aquí, ya veréis, así que tendré oportunidades de sobra para comprobarlo.
Yo quería haber visitar más, la verdad, pero entre pitos y flautas (una de esas desvergonzadas frases hechas del castellano) ya eran las 17:00 de la tarde, así que pusimos rumbo a la casa de Anne Frank, que ya habíamos pospuesto la cita una vez, y está mal visto dar calabazas demasiadas veces a iconos adolescentes. ¿Qué pasa, ahora vamos a discriminar a Anne Frank frente a Miley Cyrus sólo porque el insignificante hecho de que la primera esté muerta? Creo que me he pasado un poco con el comentario.
A estas alturas del día, mis padres (y yo, qué demonios) ya estaban bastante cansados de andar de un lado para el otro. Por suerte, teníamos los billetes de día. ¡Atentos! ¡CONSEJO!, como diría el de Bricomanía. GVB, la compañía de transporte público de Amsterdam, vende unos tickets por 24, 48, 72 horas, y así hasta 7 días completos, que te permiten coger cualquier bus, tren, tranvía, autobús nocturno o ferry durante su validez. Si sois del tipo de personas que no os podéis o no os queréis colar en el transporte público porque de pequeños os regalaron “El libro de los buenos modales”, ésta es vuestra solución. Estos billetes los venden en los principales nudos de comunicaciones, pero yo sólo sé que los venden a ciencia cierta en Amsterdam Centraal y en Zuid. Los conductores sólo venden a bordo el billete de 24 horas.
Bueno, pues tuvimos que ver a la señorita Anne un poco deprisa (¡bien!), porque, aunque no había demasiada cola cuando llegamos, parece ser que tienen cogida la medida en una determinada farola, y calculan que, a partir de la misma, no te da tiempo suficiente para visitar a la muchacha. Como ya comenté en otra entrada (mi primera vez con Anne), sólo los vídeos cortos están subtitulados en castellano, ya que el resto de las explicaciones sólo están recogidas en holandés e inglés, así que en una hora me saqué un curso acelerado de traducción simultánea (¡qué un curso, un máster me hice aquella tarde!). Mi ama estaba orgullosa porque mi velocidad de interpretación era superior a la chica que, detrás de nosotros, hacia lo propio con sus padres. Madres.
Llegó el momento terrible. Ya la primera vez que estuve aquí me pregunté cómo demonios iban a subir mis padres aquellas escaleras tan empinadas, ríete tú del Himalaya. Pero bueno, con más pena que gloria, consiguieronescalarlas. Por suerte nadie nos conocía allí… o casi nadie. Resulta que nos encontramos con una familia vasca (estamos en todos sitios)…, y resulta que yo conocía a uno de los hijos, o pensaba que lo conocía, porque la última vez que lo vi, era el novio de un estudiante de Derecho de Deusto. Pero ahora estaba muy ocupado haciéndose cariñitos a su nueva pareja…, aunque no sé cómo puedes tener ganasen la casa de Anne Frank. Y si no es por ella, al menos hacedlo por los que estamos detrás vuestro, que no tenemos ningún interés en abrir una clínica dentista.
La conclusión es que a mis padres les gustó mucho el museo. Mi padre alabó (aunque esta no es la palabra correcta, desde luego) lo bien que se había montado aquel tinglado sobre la muerte de una adolescente en el Holocausto. La cruda realidad, pero el museo se las ingenió para recubrirla un poco con campañas y proyectos izquierdosos al final de la exposición. Y de recuerdo, ¿qué mejor recuerdo que el Diario, para conocer cuántos guisantes comía exactamente cada día Anne? No es por quitarle mérito a la pobre hija, pero que te aproveche, hermana, que yo ya lo sufrí en su día.
Para finalizar el día, nada como el Barrio Rojo. Y es que está diseñado para visitarlo de noche, sin duda. Mi ama se portó muy bien: ni siquiera le tapó los ojos a mi hermana. Y yo les fui contando anécdotas acerca del barrio y de su oficio, para que toda la situación se hiciera un poco menos violenta. Hemos tenido una educación bastante tradicional, como quien dice. No es que lo hiciéramos a propósito, pero lo cierto es pasamos todos los escaparates volando. Mi padre hasta me preguntó si íbamos a volver al día siguiente, que no le había dado tiempo a verlo todo. Lo que si vio fue el ceño fruncido de mi madre. Y de mi hermana. Y el mío, qué coño.
Para finalizar el día, decidimos alejarnos un poco del tumulto y la vulgaridad de los turistas, y nos metimos en la calle paralela a Damrak, la calle que une la estación central con la plaza Dam. En esta otra vía se respiraba mucha más tranquilidad. Bueno, realmente se respirabade todo, como sucede habitualmente en esta ciudad. Finalmente acabamos en un pequeño y desierto local de platos combinados. La verdad es que a mí al principio me llamaron más la atención los postres, pero a las lasañas que nos zampamos mi padre y yo eranbocato di cardinale. Y, por el tiempo que tardaron en sacarlas, se notaba que no eran congeladas. Aun recuerdo (mi lengua recuerda más bien) lo calientes que estaban. La camarera, a todo esto, no dejaba de mirarnos, asombrada de que pudiéramos zamparnos todo eso a aquellas horas de la noche (las 22:00).
Aquel día volvimos me los llevé más temprano al hotel, para que esta vez pudieran dormir más de 5 horas. Que el día siguiente también sería muy largo.
- Metedura de pata del día: los desayunos-buffets suelen salir caros. Aviso Día 1.
- Moraleja del día: nada como ir con los padres para darte cuenta de la deporable situación que realmente se esconde detrás de los luminosos escaparates del Barrio Rojo. Ir con mi hermana pequeña a aquel lugar... casi me daba dolor de corazón enseñarle aquello.
- God bless: mi habitación y mis compañeros de piso. Un entorno acogedoral que volver tras un agotador día en compañía de unos agotadores padres. La desconexión es bienvenida.
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