Día 50: visita de la family (Primera parte: Rotterdam)
Y, por fin, tras esperar 50 días en Amsterdam y corroerme la envidia por las visitas de mis compañeros de piso, por fin llegó mi hora. Por lo general, los padres de los demás (de los europeos, claro está, no les veo yo a mis padres cogiendo un avión de Calcuta para verme, ni siquiera ellos me quieren tanto) ya se habían asustado apropiadamente del microclima que nos hemos agenciado en la cocina. Quiero decir, la mayoría de las familias, a estas alturas, se habían pasado por el piso de sus hijos para comprobar en qué se estaban gastando el dinero: véase la familia del húngaro (4 personas durmiendo en su habitación) o la del suizo (una presentación poco agradable en una mañana de resaca). Pero mis padres se lo tomaron con tranquilidad, qué demonios. Al menos, no han llegado a los niveles de la familia de Giulia, que igual aparece en enero: de tal palo (italiano), tal astilla (italiana).
Hablando de vagancia, otra cuestión es la compra de los billetes de avión: ¿a qué persona en su sano juicio se le ocurre comprar 6 billetes de avión UNA semana antes de partir? Y es que vinieron vía Madrid para llegar a Rotterdam, donde yo los tenía que recoger. Además, hay que tener ojo para atinar y que el vuelo llegue exactamente en mitad de uno de los dos exámenes que tenía aquella semana, posiblemente las únicas dos horas en todo el periodo que NO me podía saltar. No se puede decir que el examen me saliera perfecto, pues estaba más atento a la hora y a no perder el tren para Rotterdam. Efectivamente, no lo perdí: lo cancelaron. Así que no me quedó más remedio que echar mano de mi cara más dura y colarme en el FYRA, el alta velocidad de Holanda, para el que hay que pagar un suplemento que vale casi tanto como el billete. La diferencia es que en vez de tener que esperar media hora para el siguiente tren y tardar otros 60 minutos en llegar, en 25 minutos ya estaba rodeado de la peculiar arquitectura de esta ciudad interior.
Mis padres estaban como siempre, la verdad. Mi hermana casi tan alta como yo (que no es mucho). Pero, por lo que le pareció a mi madre, yo estaba al borde de la inanición. Hasta me preguntó si estas semanas me había alimentado sólo por sonda (la verdad es que estos son comentarios que se me ocurren a mí pero que me haría mucha gracias oírlos en boca de mi padre/madre, todo sea dicho). Después de los besos y abrazos embarazosos de rigor, con la vergüenza añadida de que somos españoles en (silenciosas) tierras holandesas, les acompañé a dejar sus maletas en las taquillas que sabía que había en la estación, porque soy una persona muy previsora y me encanta que exista Internet porque me puedo enterar de todo lo que necesito saber sin necesidad de hablar con personas, que, por lo general, tardan más en contestarte que lo cuesta que se cargue una página web (se ve que hoy apostamos por la sinceridad). El único fallo en esta teoría es que todas las taquillas estaban ya ocupadas, así que no tuvimos más remedio que cargar con las maletas toda la tarde. Por suerte, mi madre ha debido pasar mucho horas jugando al Tetris (salvando el obstáculo de que su infancia es probablemente anterior al juego), pues sólo habían traido una maleta de mano y algunas mochilas ligeras.
Después de este comienzo tan prometedor, fuimos a comer al McDonald's. Jamás hubiera pensado que acabaríamos así: hete aquí, la familia, visitando a su hijo de Erasmus en Amsterdam y comiendo una hamburguesa en Rotterdam. ¡Quién lo hubiera creído hace tan sólo un año! Por cierto, nos trajeron la comida a la mesa, algo que nunca pensé que vería en un local de comida rápida (restaurantes, que les llama la ingenua de mi hermana), y menos en un McDonald's. Mi padre estaba asombrado de que en todos sitios hablaran inglés. No entiendo cómo pensaba que había sobrevivido todo este tiempo en Amsterdam, entonces.
Después de comer acabamos en el primero de los muchos cafés que visitaríamos a lo largo de su visita, como buenos turistas que pretenden prevenir la muerte por congelación (mi madre tendría frío hasta de cooperante en pleno Congo Belga; perdón, Zaire, perdón, Congo Belga, perdón...). A estas alturas me resulta hasta embarazoso comentar los cafés en los que he estado, porque todos me enamoran: no es que sea fácil (que también) de convencer, pero es que cada uno de ellos está tan bien decorado y personalizado, con un claro interés porque el cliente se sienta a gusto y perciba el lugar como plenamente acogedor. Y es una variable que nunca cambia (¿es esta frase una contradicción en sí misma? Posiblemente). Este café en concreto estaba decorado con carteles de películas de la Edad de Oro de Hollywood y encima de nuestras cabezas colgaban unas enormes lámparas con flecos. Debían tener unos 3 metros de diámetro por lo menos.
La ruta turística comenzó cuando el sol ya se estaba poniendo, por supuesto. Había mandado a mis padres a a Oficina de Turismo en busca de mapas, así hacían algo de provecho mientras me esperaban. Además, es uno de los pocos lugares de la ciudad donde pueden hablar castellano y que les entiendan. Bueno, pues en vez de ir a la oficina más próxima tal y como les había indicado (¿cómo NO se puede ver un hotel Hilton?), se recorrieron prácticamente toda la ciudad hasta que dieron con otra en el extremo opuesto de Rotterdam. Y después volvieron a la estación a buscarme. Manda narices, cómo nos gusta trabajar en vano. Hoy mismo he leído que España es uno de los países de Europa en los que más años se dedican a la educación..., y mira qué resultados. Con este comentario no quiero poner en duda la fantástica formación de mis padres, sino subrayar nuestra capacidad para trabajar cuando no es necesario y echar la siesta cuando sí lo es. Un hurra por nosotros (no nos merecemos más que uno).
Los holandeses tienen un dicho "En Rotterdam se gana el dinero, en La Haya se reparte y en Amsterdam se gasta". Efectivamente, Rotterdam ha sido siempre el principal núcleo industrial del país, con el puerto más activo del mundo... hasta que apareció Shangay en escena, claro está (ya sabéis lo que dicen, "Por muy bien que se te dé una cosa, siempre habrá un chino que lo haga mejor que tú"). Desde entonces, la ciudad ha seguido un proceso de reconversión hacia el sector de los servicios. Esto nunca es fácil: en Bilbao tuvimos que construir un Guggenheim (y, sorprendentemente, aunque nadie diera un duro por ello, fue todo un éxito), y en Rotterdam han optado por dar luz verde a los arquitectos con síndromes severos para que disfruten de los solares de la ciudad a su antojo. Toda la ciudad es una enorme city, donde cada rascacielos es único (a Dios gracias, en la mayoría de los casos) y que se extiende hasta el mismísimo puerto de Rotterdam.
Nosotros seguimos la calle Coolsingel, la principal arteria de la ciudad. Son pocos los edificios históricos de Rotterdam, porque fue bombardeada durante la II Guerra Mundial. Otra razñon más para la existencia de terrenos vacíos a aprovechar por lunáticos con título de arquitecto. Uno de los pocos edificios históricos es el Ayuntamiento, en cuyos jardines afrancesados nos colamos en familia, para hacernos las últmas fotos a la luz del día. La verdad es que es díficil distinguirlo del edificio anexo, que resulta que no es más que la antigua oficina de Correos. Qué obsesión con las grandes moles (véase su equivalente madrileño), si hoy en día ya nadie envía cartas, excepto con propósitos no muy legales, claro está.
En línea recta nos topamos con el edificio de la Bolsa, todo color y cristal y, que curiosamente no destacaba demasiado con la arquitectura clásica de las anteriores comstrucciones. Quizás porque enfrente se encuentra un centro comercial con aires de iglesia, que permite unir el pasado con el futuro. Para centro comercial, el tinglado que se han montado en los subterráneos por debajo de Coolsingel.
Detrás de edificio de la Bolsa y abandonando Coolsingel (que tampoco es tan cool si no vas con la idea de dejarte el sueldo del mes en una chaqueta), la iglesia de Laurenskerk se alza solemne como pocas construcciones en esta ciudad. Aunque a mí madre le impresionó más el gimnasio que habían abierto enfrente, donde podías ver a todos los rotterdammers sudar a golpe Radio Veronika (la emisora que siempre escuchamos en cosa, broma dirigida a mis compañeros de piso). En plaza delante de la iglesia, la estatua de Erasmo de Rotterdam pasa bastante desapercibida, para ser el personaje más ilustre de la ciudad. Aunque, claro, ya le han dedicado también el punete más impactante de la ciudad. En todo caso, mi ama esta vez si acertó con el comentario: "Por él estamos aquí". Toda la razón del mundo, porque yo soy sólo una nota al pie de página que no ha trabajado duro para echar mano del pobre Erasmo.
Junto a la parada de metro de Rotterdam (Blaak), la biblioteca municipal es un espectáculo en sí misma. Conformada por terrazas de distintos niveles, y todas de amarillo, le sobresalen por doquier unos falsos (espero que sean falsos) tubos de color naranja... o puede que fuera rosa. Ya era de noche. Como el 80% de los finlandeses en fin de semana, entramos en familia para empaparnos de un poco de cultura. Y salimos impresionados por la capacidad y los recursos de sus facilidades: sofás por doquier, macs, una colección inmensa libros y CDs, y has vinilos. Aunque el interior es impresionante, probablemente sea el exterior lo más característico de esta biblioteca.
Para característico, las famosas casas cúbicas de Rotterdam. Este arquitecto se escapó de la habitación de aislamiento del manicomio de turno, y es que no hay quién entienda la forma de las casas, siquiera como una persona puede vivir en su interior. ¿Son planos los suelos o viven colgados de ganchos? ¿Tienen alguna pared recta? ¿Pueden ponerse de pie en su propia casa teniendo en cuenta la inclinación de los techos (y estamos hablando de HOLANDESES de pie? Estas “casas” amarillas, juntas como una colmena, dan la impresión de que se te van a caer encima. Por lo visto, una de ellas está abierta al público pero, por supuesto, no a la hora a la que nosotros llegamos al lugar del crimen. Así que nos fuimos con los dilemas a casa.
El arte callejero de Rotterdam, como sus edificios, también es muy especial. Además de la estatua de Erasmo (nada del otro mundo, a decir verdad), pasamos por delante de muchas esculturas que, creo, pretendían representar personas. Muchas de ellas tenían un claro tono de crítica social, o quizás es que yo se lo busqué. Por lo menos quedaba claro en aquella en la que se acumulaban bidones unos encima de otros, arrojando el vertido (falso, hasta Rotterdam tiene sus límites) a la calle, lo que es bastante impresionante en una figura de 5 metros de altura. Las fuentes también estaban decoradas con cabezas de animales, criaturas mitológicas, superhéroes y hasta monstruos que aún olían a “La guerra de las galaxias”. En nuestra ruta hacia el puerto, también caminamos a lo largo del Paseo de la Fama: al principio, mi hermana y yo nos reíamos de un nombre tan grandilocuente para unas marcas de manos y dibujos de niños, hasta que, a medida que iban avanzando por el Paseo, empezaron a aparecer nombres como Madonna o La Toya Jackson. La primera me puede pegar más (posiblemente se inventaría algún numerito musical saltando de rascacielos en rascacielos junto a, ¿quién toca esta vez?, Bruno Mars, pero no me puedo llegar a imaginar qué se la pudo perder a la hermana de Michael Jackson en una ciudad dedicada al trabajoserio.
El único medio para acceder al gigantesco puerto de Rotterdam es el impresionante Puente de Erasmo, que ya he mencionado antes. A este puente de tiras también lo llamanel Cisne, por la forma en que se dobla su mástil central. Ni siquiera llegamos a cruzarlo entero (¡más de 1 km!), pues mis padres ya estaban cansados y yo agotado de sentirme culpable por no haber podido dejar las maletas en las taquillas. Así que nos hicimos la correspondiente foto con el puerto de fondo (digo yo que ALGO se podría apreciar a pesar de ser noche cerrada), y dimos media vuelta para buscar un sitio para cenar.
Esta es siempre la parte que más aborrezco de cualquier viaje turístico: encontrar sitios para comer y cenar al gusto (y el bolsillo) de todos. Aunque con los padres suele ser más fácil por razones evidentes, estábamos en un distrito en el que no abierta demasiada oferta, cerca de la estación de tren Blaak. Y no me extraña que no tengan sitio para la variedad, porque tienen planeado construir en este lugar (temed…) un colosal mercado en forma de arco, con miles y miles de pequeñas tiendas a los lados. Es imposible de describir así, pero, como quedé finalmente como las maquetas y los diseños que he visto, estoy seguro que convocarán una nueva edición de las 7 Maravillas del Mundo.
Al final acabamos en un restaurante italiano que no estaba nada mal, ni era caro, la verdad. A mi familia les encantó cenar en sofás en vez de en sillas, aunque después ya se fueron dando cuenta que es una práctica bastante habitual aquí. El IKEA está a tiro de piedra, de todo el país. El local estaba decorado con colores vivos y, aunque la clientela era mayoritariamente joven, no damos demasiado el cante como familia pueblerina en la gran ciudad. Comimos mucho, bien y barato, ¿qué más se puede pedir?
Pues se puede pedir que los trenes NO se retrasen. Mis padres y mi hermana estaban flipando con la poca puntualidad, los cambios de última y las cancelaciones. Y la verdad es que yo también, pues, aparte de aquel episodio de La Haya y del tren de aquella misma mañana, no he vuelto a tener mayores problemas con NS. Casualidad que aquel día les había dado por joder. Pobre family: muertos de frío, de cansancio (se habían levantado a las 5 de la mañana aquel día en Bilbao) y con las maletas aún a cuestas. Por suerte, no tuvimos que hacer ningún transbordo más que en Schiphol, pero la verdad es que yo a eso apenas lo llamo así; es más una parada necesaria casi siempre antes de Amsterdam Zuid, así que no me lo tomo como algo personal.
Como las cuestiones de logística (Maletas. Abrigos. Tripas) dificultan bastante colarse en Fyra con toda la familia (y no por falta de ganas, seguro), el viaje de vuelta en un tren ordinario nos llevó unos 70 minutos, pero nos dejó en la puerta del hotel… a la 1 de la mañana. Creo que apenas me dieron las buenas noches de lo muertos que estaban.
Nos limitamos a comprobar que el hotel tuviera las camas que habíamos pedido, que no hubiera nada rato y de poner la alarma en hora. Casi me quedo yo también a dormir: podíamos habernos tumbado todo en la misma cama. Y eso que eran sólo Queen Size. Creo que tendría que pagar otro alquiler a DUWO para meter esa cama en una habitación de Uilenstede. En fin, no empezamos de la mejor forma posible la vista a Holanda, pero los días siguientes, las coas irían tomando mejor rumbo.
- Metedura de pata del día: es cierto que a losopen book exams puede llevar todos los materiales que quieran, pero siempre hay un límite. La capacidad física de la mesa: casi me vuelvo loco revolviendo entre tanto papel.
- Moraleja de día: yo, que me había imaginado a mí mismo dando la bienvenida a mis padres en el aeropuerto de Amsterdam, como una persona ya adulta e independiente (debió olvidárseme en esos momentos de reflexión que, a ojos de nuestros padres, y sobre todo de nuestra madres, siempre seguiremos siendo niños pequeños toda nuestra, o su, vida), resulta que al final fueron ellos los que tuvieron que esperarme a mí, y en Rotterdam. Las ocasiones especiales suelen ser más especiales en la imaginación que en la realidad.
- God bless: mi guía turística, que me aseguré de dejar bien a la vista en el Fyra, para que el revisor me tomara por un guiri que no tenía ni idea del tren que había cogido. Cosa que funcionó.
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