Día 45: Maastricht, pequeña y señorial
"¡Maastricht!" "¡Jesús!, ¿quieres un pañuelo?". Se trata de un viejo chiste que, según lo voy escribiendo, va perdiendo gracia por momentos. Puede que hace 13 años que lo leyera, lo que me hace pensar lo viejo que me estoy haciendo, que ya tengo recuerdos de hace casi tres lustros. Pero tranquilos, que no estoy en modo meláncolico, pues tengo que contaros una apasionante excursión a Maastricht.
Como os conté el otro día, me tuve que despedir de Alice antes de tiempo porque al día siguiente me tenía que levantar bien tempranito para coger el tren, así que la última imagen con la que me quedé de ella fue hasta arriba de magic mushorooms. Creedme, no es la clase estampa que te quieres llevar de una persona que te ha caido también. Y creo que ella también debió de pensar algo parecido (cuando ya fue capaz de pensar nuevamente, quizás al día siguiente), porque poco después recibí un mensaje suyo despidiéndose un poco menos humillantemente. Está claro que los truffles y la compostura no suelen ir de la mano.
Maastricht es lo que yo llamo el tumor de los Países Bajos. No porque haya que extirparla del país (como se podría plantear con algunas regiones de España, por cierto), sino porque la frontera sur del país, más o menos continua, de repente se marca un rodeo para contener la ciudad en su territorio. Y no es para menos, pues Maastricht es posiblemente una de las capitales más ricas de Holanda. La pega es que está muy mal comunicada, al menos con Amsterdam. Como ya he dicho, se encuentra en el extremo sur de Holanda, y hace frontera al mismo tiempo con Bélgica y con la ciudad alemana de Aquisgrán. Geopolíticamente muy conveniente (y no, de pequeño no me regalaron el "Risk", sino "La herencia de Tía Ágata"). No tan conveniente para mi apego por la almohada. Como tenía que estar a las 10:00 allí, tuve que coger el tren a las 7 de la mañana. Un domingo: debería ser un crimen. Creo, sinceramente, que Maastricht es el destino más alejado desde Amsterdam que te puedas echar a la cara (por joder, seguro). Y, consecuentemente, el billete es bastante caro; sin embargo, mi compañera de piso china (que, aunque quien lo diría por su salero, se entera absolutamente de todo) me comentó que en una tienda cerca de Uilenstede venden unos billetes de viaje de día por sólo 13 euros, con lo que me ahorré una diferencia de 35 euros. No está mal, ¿eh? Gracias, China. ¿O china?
De todas formas, no soy tan masoquista como las conquistas de Christian Grey; tenía que estar a las 10:00 de la mañana allí porque iba en misión... estudiantil: era el día de puertas abiertas de los másters de la Universidad de Maastricht, la universidad más joven del país en la ciudad más vieja, y con cierto renombre en el área de Derecho, sobre todo en el seno de la UE (pequeño consejo subliminal para los que, como yo, andéis buscando un futuro profesional debajo de cada piedra). Yo me imaginaba algo parecido a la feria que organizaron en La Haya, pero pensé que, una vez acabada la parte formal, igual me daba tiempo a visitar un poquito la ciudad, así que me hice hasta un planning.
Por suerte, todos los cumpleañeros de aquel domingo no olvidaron privatizar sus invitaciones de cumpleaños en Facebook, así que el tren partió y llegó sin incidentes. De hecho, sólo tuve que hacer un trasbordo, y estaba previsto. Me llevé unos apuntes para el viaje, ingenuo de mí. Me quedé dormido en el minuto 0. Pobre de mi compañero de viaje, con lo que me muevo (por no hablar de los ronquidos.
Mi amigo Google Maps no me falló aquella vez, y tras una caminata de unos 20 minutitos, encontré perfectamente la Facultad de Derecho y HASTA LLEGUÉ PRONTO, sin que sirva de precedente para la bien asentada fama de los europeos mediterráneos en cuanto a la puntualidad. Durante el trayecto no me puede entretener demasiado, así que dejé la visita turística para luego. Prácticamente fui con los ojos cerrados, para no descubrir nada antes de tiempo. Así soy yo.
Es curiosa la Universidad de Maastricht: las distintas Facultades están repartidas por distintos edificios a lo largo de un par de calle. Cruzas la calle y, ¡ops!, estás en la Facultad de Economía, sigues de largo y, ¡ops!, en la de Cristalografía Comparativa (sí, de mi propia cosecha). En sí no pude ver mucho de la mía, porque la tenían bastante acordonada; de hecho, sólo puede apreciar el Salón de Actos, donde casualmente tuvieron lugar todas las reuniones a las que pensaba asistir (suerte la mía). Así que disfruté de unas bonitas vistas del techo. Y no va con segundas: era precioso.
La verdad es que si el viaje lo hubiera hecho sólo para asistir a aquella reunión, me hubiera sentido más estafado que Giulia cuando se enteró de que la planta que le habían regalado sus amigos no era marihuana sino nomeolvides. No me aportó gran cosa, la verdad, aunque sí que me enteré de algunos datos interesantes que en Internet se habían olvidado de comentar. Y nunca está de más conocer de primera mano un destino potencial. ¿Quién sabe? Quizás el año que viene por estas fechas me esté paseando por esos pasillos... Además, quería comprobar si me encontraba con un conocido que está ahora estudiando un máster aquí. Bueno, la verdad es que quería restregarle por la cara que no se había despedido de mí antes de marcharse un año a Maastricht. Los dibujos animados se quedarían cortos para representar su asombro. Incluso "Slayers" (va por ti, prima). Pero no hubo suerte, aunque lo cierto es que tampoco se merecía mucho empeño.
Una vez acaba la visita de rigor (apenas una hora), me lancé a las calles de Maastricht. Resulta que es una ciudad bastante pequeña, unos 150.000 habitantes, creo recordar (¡menos incluso que Bilbao!). Aunque más que pequeña, puede que sea compacta y con un estilo bastante diferenciado de las otras ciudades de Holanda. Las casas son más elegantes, más espigadas, más adornadas y más francesas. Son demasiados ricos para ser bohemios; eso se lo dejan a Amsterdam. De una forma o de otra, lo interesante para estudiantes con presupuesto limitado como yo es que no tuve que coger el transporte público para nada. De haberlo hecho, me hubiera decepcionado bastante, pues, acostumbrado como estoy ya a la amplia oferta de Amsterda, en Maastricht me tendría que haber tenido que conformar con el bus urbano, que es lo único que tienen (y necesitan).
Una de las principales atracciones de Maastricht son las defensas medievales de las ciudad, especialmente las ruinas de un fortín y la maraña de túneles que conecta gran parte de la ciudad subterráneamente. Lamentablemente, todo esto se sitúa a las afueras de la ciudad, y yo no tenía ni tiempo, ni dinero, ni compañía para hacer aquella excursión (sólo se admiten visitas en grupo, y yo soy un outcast del turismo). Otra vez será... ¡Mira!, ya he encontrado otro motivo para venir a estudiar aquí el año próximo (Es bromuroooooooooooo).
En su lugar, me dirigí al parque que se extiende al sur de la ciudad, el Monseigneur Nolenspark. Cabe decir en este punto, que en Maastricht muchos de los nombres de calles y edificios (o parques, en este caso) son en francés, lo que supone un gran problema para los que no sabemos hablar por la nariz… En este caso no tuve dificultades, porque sólo tenía que seguir el verde. La verdad es que aún hacía un día fantástico, con lo que no pude entender por qué este parque estaba TOTALMENTE vacío. Lo más parecido a una persona que me encontré fue la estatua de bronce de algún noble bravucón, desafiando a algún enemigo…, o eso deduje por el guante en el suelo (sí, todos hemos visto ese capítulo de Los Simpsons). El parque en sí, una vez que reprimes la sensación de que te van a asesinar en cuanto te des la vuelta, es precioso. También puede deberse a que me coincidió en otoño y todos los árboles estaban vestidos de dorado y rojo. Dejando la pastelosidad aparte, me llamó muchísimo la atención un recinto vallado que me topé en mitad de una de las campas. Es complicado de describir: consistía en una especie de foso que separaba una plataforma de piedra del resto del parque, todo ello encerrado detrás de una valla. Musgo por todas partes, y hiedra, como en un auténtico castillo medieval. Lo que se alejaba un poco más de Arturo y sus amigos eran los animales detrás de la valla: ciervos, mapaches… y una jirafa, todos de tamaño natural, porque, evidentemente, eran falsos. La escena llegaba ya a extremos de Alaska y Mario Vaquerizo en sus peores momentos si os digo que de la jirafa cuidaba una chica (tampoco real) que podía haber sido sacada perfectamente de cualquier manga, con esos ojos como platos (ovalados), guantes sin dedos y flequillo emo. Aunque no había ninguna placa, me imagino que se trataría de alguna manifestación artística en contra del maltrato animal. Esa es la única explicación (¿)medianamente razonable(?) que puedo encontrar.
Más adelante, el parque también contenía una auténtica granja de animales, y estos eran de verdad: ovejas, caballos, burros, cabras, pavos reales, ciervos… Todos juntos y revueltos. Como me encanta este país: ¿por qué hacer excursiones escolares a granjas-escuela como en Bilbao si podemos llevarte los bichos a casa? No, en serio, el asunto es que aquí se esfuerzan, y lo consiguen, por integrar la naturaleza en la ciudad, porque ni siquiera los holandeses son capaces ya de integrar la ciudad en la naturaleza; demasiado utópico. Aun así, las calles están llenas de vida (y ahora estoy hablando de Amsterdam, porque lo que es Maastricht, hasta el momento la vida sólo eraanimal) y por doquier te encuentras cisnes, gaviotas, palomas, pollas de agua, patos… En Madrid tienes que pegarte para ver un árbol fuera del Retiro.
Hacia la salida del parque me encontré parte de las antiguas defensas de la ciudad (se ve que tenían mucho que defender, los pobres), pero como tenía miedo de que los niños me tirarán de una de las almenas, tampoco me quedé mucho tiempo. Hay que ver la velocidad que pueden coger corriendo por un pasillo de un metro de anchura a 5 metros del suelo… Parezco mi amama. En fin, como estaba empezando a llover, busqué un museo cerquita y le di uso a mi Museumkaart una vez más.
Y acerté plenamente con el museo: efectivamente, se trata de uno de esos en los que entras sólo cuando te pilla una tromba de agua de camino. El Museo de Historia Natural de Maastricht: os podéis imaginar. Piedras, más piedras, animales disecados (sí, quién iba a pensar que Maastricht no es una ciudad, sino un zoo) y esqueletos de dinosaurios. Y mucho, mucho polvo. ¿Es posible dormirse mientras andas? Aquel día llevé la ciencia a territorio sin explorar. Lo peor de todo es que un padre se puso a explicarle a su hija de 5 años la formación de los continentes, y yo me quedé embelesado escuchando. Sinceramente, creo que me emocioné porque por fin encontré un acento alemán que podía entender. En todo caso, no tardé mucho en salir de aquel sitio. Por cierto, se pueden hacer prácticas aquí, ¿está interesado algún zoólogo, arqueólogo o gente sin mucho aprecio por la diversidad de formas con las que una persona medianamente sociable puede divertirse? Yo lo dejo caer.
El resto de la mañana lo dediqué a deambular por el casco histórico de Maastricht, muy recogido también. Y hasta me encontré personas en este nuevo recorrido (porque lo del museo sólo eran momias, cabe destacar). La diferencia entre la miríada de iglesias de Ámsterdam y las de Maastricht, consiste en que, mientras las primeras se pueden dedicar a otros menesteres como centros de exposiciones o salas de conciertos, las de Maastricht sólo podrían servir, además de para rezar, para defenderse de la III Guerra Mundial: eso son muros y lo demás son tonterías. Alguna hasta tenía almenas. No sé, quizás es que ya estoy acostumbrado a las iglesias ligeras de la capital, algunas de las cuales ni siquiera sobresalen apenas de la línea de casas en la que están escondidas, y estas enormes moles de piedra de Maastricht me llaman soberanemente la atención. De hecho, en la principal iglesia/catedral/basílica (nunca he sabido distinguirlas, lo siento, así que para mí todas son siempre iglesias), por pasar no pasaba ni la luz. Todo estaba iluminado con velas, y si así era como oraban en la Edad Media, no me extraña que se creyeran a pies juntillas que el Diablo estaba dentro de cada mujer soltera y pelirroja: daba bastante cague, pues casi ni podías ver la cara del que tenías al lado. ¡Yo necesito luz, luz, luz! Recordadlo la próxima vez que llaméis a mi puerta, Testigos de Jehová.
Por otra parte, Maastricht, por ser más señorial que Amsterdam, no tiene ni por asomo tanto arte callejero, así que sólo me encontré una escultura absolutamente absurda (probablemente, prima-hermana de las que tenemos en Bilbao) junto a una de tantas iglesias, y otra de un señor muy majo con sus hijos. Aun así, le daban un poco de alegría a unas calles por lo demás desiertas.
Fue en Vrijthof cuando dejé de sentirme como Tom Hanks en “Náufrago” (con lo poco que me gusta este actor, lo mal que lo pasé en esa película, en la que el 80% de las escenas sólo aparece él… y un balón). Vrijthof, algo así como “la Plaza de la Libertad” es el centro neurálgico de la parte vieja de Maastricht, donde se acumulan todos los edificios históricos, y los cafés. Decidí hacer un alto aquí, y ponerme burro con el jamón serrano que aún me quedaba. Como no encontré ningún sitio a cubierto donde resguardarme mientras me hacía el bocadillo, me metí en el quiosco situado en mitad de la plaza. Fue una buena decisión, hasta que a 20 niños en excursión se les ocurrió lo mismo que a mí. Si me llegó a quedar un poco, juro que me acabo incorporando a la versión holandesa del corro de los patatas (probablemente, “el corro de los quesos”). El quiosco no era TAN grande.
Una vez terminada con la mejor comida fría que te puedas echar a la cara (al estómago), fui recorriendo las diferentes atracciones de la plaza helado en mano. Efectivamente, hacía unos 10 grados y tenía pinta de que iba a enfriar a la voz de ya, pero me gustan mucho los helados. Y ¿qué sentido tiene comer un alimento sólo cuandoes la época para ello? ¿Quiere decir que te tienes que privar de ello sólo porque socialmente los helados (como las bicicletas, véase la película) son sólo para el verano? Bullshit, que decimos los Erasmus.
Divididas en las diferentes esquinas de la plaza, Vrijthof presume de un pequeño obelisco (todo obelisco es pequeño después de contemplar el de la plaza Dam, en Amsterdam) rodeado de figuras de leones tumbados. Nunca he entendido lo de los leones como símbolo de poder: son animales vagos que sólo se dedican a descansar todo el día a la sombra en la sabana, mientras esperan a que las hembras dejen de estar ocupadas cazándoles la comida para poder tirársela. ¿Qué versión del poder se quiere reflejar así? En fin, “Reflexiones Markel, S.A.”. En otra esquina de la plaza, la fuente estaba decorada con pequeños aldeanitos con las piernas separadas y extendidas, que en 3D no es una imagen demasiado atractivo para acercarse a beber. No, en serio, me gustó, muy pintoresco.
Sin duda la más curiosa de todas las atracciones de Vrijthof es la colección de figuras pseudohumanas, que (supongo) pretenden reflejar una orquesta callejera en procesión. Lo de pseudo viene porque no creo que existan personas tan feas ni con rasgos tan desfigurados, ni siquiera en Almadén, la fábrica de feos de España. Y lo de orquesta en procesión, porque algunos portaban instrumentos, pero otro un estandarte y otro más algo parecido a un gallo muerto… lo que me trajo gratos recuerdos de las celebraciones en Ecuador. Llaman mucho lo atención, por una parte, porque son más alta que la escala humana (más incluso que la escala holandesa) y, por otra, porque están pintadas de colores chillones. No sé exactamente de qué material estaban hechas: a primera vista parecía papel, pero no se puede dejar nada a la intemperie en este país, y menos papel, así que, tras toquetearlas un poco, deduje que debía ser algún tipo de silicona totalmente desconocida para una persona tan poco manitas como yo.
En cuanto a los edificios, tenemos un recogido edificio con arcadas de las de piedra justo enfrente de la glorieta. No sé qué era exactamente, porque tenía el mástil de los edificios oficiales, pero sin bandera (ni que estuviéramos en Bilbao). Tampoco me pude acercar demasiado, y bastante que lo puede fotografiar, porque un par de borrachos lo habían tomado como refugio contra la lluvia. El Teatro Municipal es una construcción en gris que resulta impresionante y que ocupa casi tanto como el puesto de helados que tiene de frente: un lado entero de la plaza.
Desde luego, lo que resulta más característico de Vrijthof e incluso de Maastricht en general, y que por ello dejo para el final, es el complejo compuesto por las dos principales iglesias de la ciudad, y la gigantesca torre de color rojo que corona una de ellas. Sólo puede entrar en esta última y, aunque el templo en sí no se distingue de las otras iglesias protestantes de Ámsterdam (luminosa, con sus muertos, su órgano recargado de decoración y su ausencia de altar mayor), la torre se llevó mi total admiración.
La rojez de la torre no se apreciaba desde dentro. Pero lo que sí apreciaron los que iban detrás de mí subiendo los centenares de escalones hasta la cima de la edificación fue que no estaba acostumbrado al esfuerzo (a ningún esfuerzo). Así que antes de que comentaran cualquier cosa que nos avergonzara a ambos (a mí por el insulto y a ellos porque hablaba el idioma en el que me podían desfasar), les dejé pasar primero. Cuando llegué a lo alto, lo primero que me encontré no fue las espléndidas vistas de la ciudad desde 50 metros de altura, sino a la clase de niños con la que casi comparto mi jamón. Una vez hecho un nuevo esfuerzo (esta vez por ignorar completamente los grititos entusiasmados en holandés), me deleité con el paisaje que se extendía a mis pies: las iglesias, las torres, los jardines, las cases con sus empinados tejados para manejar mejor la nieve (cosa que no se ve tanto en Amsterdam)… Dicen que Praga es la ciudad de los cuentos de hadas debido a su arquitectura, pero Maastricht tampoco debe andar corta en cancioncitas y varitas.
Mi última parada en Vrijthof fue un nuevo fracaso. Resulta que existe un museo en el antiguo edificio de la Delegación del Imperio Español en Maastricht (aquellos días en los que en el país no se ponía el sol, mientras que ahora parece que no sale nunca… aplíquese metafóricamente), así que yo me lancé dentro, con la curiosidad malsana del cínico que quiere comprobar lo mal informados que están los extranjeros sobre su país. Pero resulta que el tiro me salió por la culata, porque no era un museo sobre España (ni siquiera tenían la guía en castellano), sino un museo en un antiguo edificio español dedicado al supremo arte del Aburrimiento. Si en el Museo de Historia Natural lo pasé mal, esta vez me encontré preguntándome a mí mismo si era correcto salir de un museo nada más haber entrado. No es sólo que la exposición en sí fuera aburrida (una mezcla entre la historia de la ciudad, su pintura y su cerámica, pero sin poner ninguna emoción en la exhibición de ninguna de ellas), es que, además, los únicos otros visitantes tenían todos de 70 años para arriba (incluso la guía), así que allá donde fuera, me acompañaban sonrisas y miradas nostálgicas y cariñosas. Por favor, si hasta dejaban de prestar atención a la guía para comentar mi piel sin arrugas (eso imagino que estarían diciendo, mi juventud es muy evidente incluso detrás de la barba xD). Si a eso le añadimos que el recorrido de la exposición no tenía ningún sentido para mí (ni para ningún ser humano que no viva en Zamudio), la visita al museo ha sido hasta la fecha una de las experiencias más azarosas que he tenido en lo que va de Erasmus. Espero que jamás se les ocurra anunciarlo para potenciar la cultura (en caso de que en Holanda les sea necesario hacer esto último, claro, que lo dudo).
Poco a poco (bueno, la verdad es que casi corrí para alejarme de aquella tortura de museo ASAP) dejé el centro histórico de la ciudad para entrar en el distrito comercial, donde se apelotonaba todo el mundo. Las cosas que ver por esta zona (excepto si tienes una VISA Oro, entonces siempre hay mucho que ver, y comprar) no son demasiadas. En la plaza del mercado se encuentra el Ayuntamiento, una mole gris sin demasiada gracia, la verdad. También se encuentra por esta zona la librería más bonita del mundo, tan bonita que parece no querer contagiarse la fealdad del resto de comercios, porque me fue TOTALMENTE imposible hallarla, a pesar de que una dependienta en una tienda desierta removiera cielo en tierra en su ordenador para encontrármela (o estaba muy aburrida o era muy predispuesta). En otro centro comercial cercano, la estructura de la entrada es muy curiosa, como recién sacada de Rotterdam: el techo está sujeto por una hilera de pilares de madera compuestos en abanico que surgen desde el suelo como una telaraña. Lo cierto es que no es una descripción muy acertada, pero tampoco lo es colocar está clase de techo con agujeros por todos sitios en una ciudad en la que llueve 300 días al año. La otra curiosidad del centro comercial este es que expone la mayor colección de Citroën del mundo: aún así, me costó encontrarla, porque no me imaginaba que serían de juguete, con lo que una vitrina era más que suficiente.
El resto de mi excursión fue rápida, porque la lluvia estaba arreciando, y Bob Esponja empezaba a parecer sacado del Atacama a mi lado. Las estatuas curiosas me siguieron alegrando la vista el resto de mi recorrido: me encontré a un mendigo y a un clérigo, cada uno como elemento central de sus respectivas fuentes. No inspiraba demasiada confianza, de todas formas, porque el agua que un parece señalar y el otro bendecir era de color totalmente verde. Mi (escaso) aprecio por la religión seguía disipándose…, no así como la humedad de mis ropas. Sin embargo, la lluvia no parecía molestar a una de las estatuas más curiosas que he visto nunca. La figura en sí no era gran cosa (algún noble de antaño), pero llamaba poderosamente la atención la antorcha que sostenía, cuyo fuego está encendido en todo momento. Y yo que pensaba que ni la antorcha olímpica sobreviviría a tanta agua.
Y por si no tenía suficiente de este elemento, antes de abandonar definitivamente el oeste de la ciudad y cruzar el río que la divide para volver a la estación central, me aventuré en el puerto interior que Maastricht tiene al norte. Es pequeñito, y en aquel momento estaba desolado (porque la mayoría de los holandeses son más listos que yo y no se dedican a vagabundear por la ciudad con ese tiempo), aunque estoy seguro que, con mejor clima, un rincón como aquel debe tener su encanto. Pero aquella vez mi cámara casi no distinguía el agua plomiza del cielo aún más gris.
Cogí el tren de las 5, porque para esa hora ya estaba todo cerrado y, porque, con todo el agua que llevaba encima, apenas podía dar un paso más. Por suerte, el viaje de vuelta no tuvo tantas incidencias como el de La Haya, no lo hubiera podido soportar. Compartí asiento con una señora mayor, que me cayó también que hasta compartimos mi chocolate y sus Mentos. También me avisó de aquel tren no iba directo a Amsterdam como yo pensaba, y que tendría que hacer un trasbordo. Por lo demás, el viaje fue tranquilo, para desgracia de la señora que tenía enfrente, que no tenía reparo en observar descaradamente a cualquier persona que entrara en su vagón. Me llamó muchísimo la atención su actitud, porque es algo que puedo esperar de mi ama, una vida dedicada a la observación y el cotilleo, pero no de los holandeses, que dejan sus ventanales abiertos al mundo. Esa señora debe ponerse las botas cada vez que sale a pasear el perro por el vecindario (y estoy seguro de que es el perro más paseado del mundo). Por lo demás, tuvimos un pequeño incidente cuando a un pasajero se le rompió una lata, y los demás tuvimos que poner nuestro ingenio a funcionar para encontrar la manera de que ninguna de nuestras pertenencias tocara el suelo.
Tras una ducha calentita, me puse las botas cuando llegué a casa con el plataco de pasta que me preparé, mientras comentaba la aventura con mis compañeros de piso.
- Metedura de pata: un mes y medio en Holanda y aquel día salí sin paraguas de caso. Probablemente el peor día del mundo para tomar aquella decisión (detrás del Diluvio Universal, claro). Cómo me alegré de que HEMA esté en todas partes.
- Moraleja: hacía un mes, me encontré con un estudiante de máster que venía leyendo sus apuntes de Química en inglés en el avión. Y yo sentí que estaba a años luz de mí. No ha pasado tanto tiempo, y ahora mismo yo estoy haciendo lo mismo; bueno, cambiando las ecuaciones por las leyes y el avión por el tren. Mi capacidad de adaptación y superación sigue sorprendiéndome, ciertamente.
- God bless: el chocolate de la Universidad de Maastricht. Jamás hubiera sospechado que los beneficios de resolver una encuesta fueran tan dulces.
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