Día 30: Oktoberfest a lo Amsterdam
Las Oktoberfest se han extendido tan rápido por Europa como la mediocridad entre los tertulianos de Telecinco, lo que, por supuesto, no significa que hayan investigado más allá de los trajes tradicionales y los mares de cerveza. De hecho, en la última a la que acudí en Bilbao me lo pasé bien, pero tuve que poner todas mis ganas en ello: la cerveza era mala, así que nos acontentamos a golpe de mojito. Puede que esto os parece una afrenta a la fiesta por excelencia de la cerveza, pero todos me compadeceríais si hubierais escuchado a la animadora: una sudamericana vestida con la faldita a cuadros verdes y negros (y hasta las trenzacas rubias, ¡por Dios!) y cantando la Macarena y demás crímes contra la música. Sólo esperamos que fuera su venganza personal por lo poco que seguro que le pagaron por dar el cante. Aun así, la gente se subió de todas formas encima de las mesas. El nombre Oktoberfest ampara todo tipo de comportamientos, y eso es algo que sí se ha importado correctamente all over the world.
En fin, decidimos por tanto probar también la experiencia en Amsterdam. Salí nuevamente con Jeanne, Cristina y Giulia, aunque aún no me sentía demasiado cómodo con ellas, sobre todo con la primera, ya estaba viendo que se iban a convertir en el núcleo de mi grupo Erasmus. Esta fue la primera vez que pasé vergüenza en Jumbo, al hacer la correspondiente visita en busca de cerveza. Y es que hay un turno de dependientes en este supermercado que no pasan los 13 años. No sé qué clase de derechos laborales tienen en un país tan avanzado como este, pero todo el mundo espera que los niños explotados al menos aparenten 16. Me siento violento cuando son ellos los que me cobran las cervezas que no pueden beber. Y menos mal que dejé los condones en su sitio en el último momento... (es bromuro). Un día les tengo que preguntar la edad. Quizás es que tardan más en crecer, aunque no me parece probable, dado que Holanda tiene la mayor media de altura del mundo. DEL MUNDO. Comprobado hoy en un mercadillo callejero, donde todas las pocas cosas que me han gustado y me he probado me tapaban hasta las rodillas.
Venga, empecemos con las cosas buenas de este país. Como hacen un frío que cagas tempános en vez de truños (se ve que hoy tengo el día un poco ordinario) 13 meses al año, la gente litra en casa. Bueno, puede que también tenga que ver con que está prohibido beber en la calle. Pero, de todas formas, seguro que intentan evitar la muerte por congelación o por caída al canal de turno. Me pregunto si, además de bicicletas y coches, encontrarán cadáveres en la limpieza general (supuesta limpieza, en cuanto te das una vuelta por algunos canales más alejados del centro) que realizan anualmente. Seguro que sí. Si en Bilbao encuentran urnas, a saber lo que puedes llegar a pescar de las aguas de A,sterda.
Como iba diciendo, dado que la prohibición de beber en la calle, y el frío, alcanzan también a Uilenstede, acabamos bebiendo en el apartamento de Cristina. Y qué envidia de apartamento. Creo que la pillina de la Fortuna se levantó un poco la vendita cuando me tocó elegir habitación. Y es que en el proceso de selección sólo podía elegir si quería las instalaciones comunes o compartidas, y cuánto quería pagar. Pero Jeanne, por ejemplo, vive en el Edificio Comunista (2 meses aquí y sigo sin saber por qué recibe ese nombre, ni siquiera es rojo), que también contiene 13 habitaciones por piso, compartiendo cocina, baños y duchas; sin embargo, el suyo es un piso mucho más moderno, más colorido, mejor decorado, más bonito, más vivo... y más limpio. En cuanto a Cristina, las 13 habitaciones están distribuidos en un bloque de sólo dos pisos, con una enorme zona común que sirve de cocina, comedor y salón en la planta baja. Todo igualmente colorido, bonito y Vernel. Y paga MENOS que nosotros. Y puede que sus compañeros de pisos sean hasta más simpáticos que los míos. Aunque he de reconocer que EN ESO quizás mi piso sí pueda competir =)
Lo dicho, una vez superada mi envidia inicial, nos acomodamos en el piso de Cristina, lleno de alemanes y británicos, disfrazados de alemanes (supongo). Tardé como media hora en darme cuenta que el bigote de uno de los inquilinos era de pega (¡era pintado con brocha gorda! ¡Por favor, pero que ciego que estoy!), pero, de todas maneras, le quedaba muy bien. La sorpresa del día vino cuando de repente entró otro pavo holandesamente altísimo y se presentó como Aitor. AITOR.
¡Ueeeeeeeeeeeeeeeeeeeh! Ni siquiera era consciente de todo lo que echaba de menos el euskera. Nos pasamos toda la siguiente media hora hablando sin parar, de esos temas de los que sólo los completos desconocidos pueden hablar. Bueno, él hablaba euskera, yo chapurreaba de lo poco que me acordaba. Pues resulta que este chaval (chaval, palabra que se utiliza invariablemente para definir a una persona joven que ya no es un niño pero que sigue siendo más joven que tú) estaba estudiando su grado en Barcelona... y sí, no me quedó ninguna duda de que eligió esa comunidad autónoma on purpose. Se le notaba el plumero a distancia; sin embargo, a mí esas cosas me importan más bien poco, y ambos estábamos contentos de hablar euskera aunque fuera sólo por un rato y con una persona que acabábamos de conocer.
Aquel piso estaba a rebosar aquel día: estábamos nosotros y otros invitados, los inquilinos originales, las novias de los inquilinos y un estudiante de Teología. Probablemente, este último también pertenecía bien al primer o al segundo grupo, pero me llamó tanto la atención que le he dedicado un apartado aparte. Así soy yo. Aunque también resultaba bastante curiosa su voz: tenía personalidad propia. Por ejemplo, la de Bart Simpson... en versión original. Sí, MUY... particular.
El resto del tiempo que pasamos en el apartamento apurando nuestras bebidas y las de nuestros anfitriones (factor a tener en cuenta SIEMPRE que se organiza una fiesta en casa, incluso si has avisado de que cada uno se traiga lo suyo), lo pasé trabando amistad con una china, que a mitad de la noche resultó no ser china, sino alemana, para finalmente volver a ser china a la hora de marcharnos. Efectivamente, fue una noche confusa. Mejor para mí, me quedé con sus tokens, y tocó a más cerveza.
En lo que no cabe confusión fue en la bullshit de mierda (bullshit en la palabra comodín de cualquier Erasmus, como en España las palabrotas para los inmigrantes, que dicen). Creo que al DJ (si puede recibir ese nombre, aunque más bien se merece la versión en castellano, tocadiscos, by mi aita, que duele más) simplemente le dijeron (léase en versión chunga/djiana): "Hey, mañana celebramos la Oktoberfest, así que aplícate el cuento de Grimm y pincha algo en alemán. Deja las canciones más mierda para el final, cuando los toneles de cerveza ya estén del todo vacío). Pero no funcionó, porque hasta los alemanes del piso de Cristina quedaron conmocionados ante la selección de canciones. Y eso que le pusieron ganas. La china (la china, porque no estoy seguro en qué fase de la noche sucedió) fue la más lista: se piró en seguida con un tío que acababa de conocer. Se ve que el rollo Pippi Calzaslargas con sus características trenzas y el mono de andar por casa no densentonaban para nada en aquel local.
El sitio en sí no estaba del todo mal. Me recordó a esos garitos de los años 80 (en los que nunca he estado porque nací bastante después), a medio camino entre el tugurio y el refugio de alguien muy colocado. No recuerdo muy bien dónde estaba ni cómo se llamaba, que es lo malo de andar sheppered (¿no os encanta el inglés?) todo el día. Ya le preguntaré a Giulia, que es Ms. Party. Teníamos que subir una caja de escaleras metálicas, en un edificio destartalado, que parecía totalmente sin vida y que tenía todos las paredes cubieras de graffitis; graffitis bonitos, por lo que puedo recordar. Pero fíjate si se daban prisa en cobrar vida cuando llegabasa arriba...: por cobrar, te cobraban también el guardarropa. La sala en sí, además de por la música criminal, no tenía nada de destacable. De hecho, nos volvimos razonablemente pronto, aunque todavía era uno de esos (escasos) días en los que no tenía nada importante que hacer al día siguiente y me podía permitir perder una mañana entera durmiendo la mona.
Aquella noche también conocí a Katrina, la doppelgänger. La tradición alemana (pero qué bien hilo mis comentarios) entiende por doppelgänger una persona que es el reflejo de otra; de forma que todos hombres o dos mujeres son como gotas de agua, sin que nunca antes se hubieran cruzado. Hasta que se cruzan, porque sino, no habría historia que contar. Generalmente, doppelgänger está asociado a robos de identidad, comportamientos abusivos y demás bases para guiones de películas de Antena 3 (preferiblemente, a retransmitir los sábados por la tarde). Pues resulta que la obviamente alemana Katrina es la doppelgänger de una buena amiga: es algo increíble, se parecen hasta en las encías. Y comento las encías porque es un rasgo particular de mi amiga, que las enseña de una forma curiosa cuando se ríe. Así que me pasé toda la noche llamando a Katrina Leto, que es como tengo a bien llamar a mi amiga. Las tengo que presentar de fijo cuando la primera venga a Holanda.
Por lo demás, sólo comentar el hecho de que volvimos en taxi. EN TAXI. Yo no había visto aún un solo taxi en Amsterdam desde que llegué. Bueno, y desde que decidí evitarlos cuando me enteré de que un viaje del aeropuerto a mi casa costado en unos 100 euros. Vale que soy una mercancía valiosa (porque frágil no iba a escribir, desde luego), pero me parece un precio excesivo incluso para transportar a moi. Además, los taxis en Amsterdam no creo que tengan mucha salida, dado el eficaz sistema de transporte público de la ciudad; excepto quizás cuando la gente está hasta el gorro de esperar a un tren que no vien. Léase, mi visita a La Haya. En todo caso, tampoco son fáciles de contratar, porque, por una parte, no tienen un color característico como en NY o una rigidez particular como en el Reino Unido. Además, no se los para por la calle: se llama siempre por teléfono y te mandan (y te cobran) uno desde la estación más cercana. No no salió demasiado caro entre 4 personas, y el taxi al menos no nos ladró, cosa que ponía en duda.
- Metedura de pata del día: los cumplidos sobre lo bien que le sienta a uno un disfraz no son siempre bien recibidos. Especialmente, si el disfraz es humillante, la respuesta a tu comentario también puede serlo.
- Moraleja del día: si tus anfitriones están buscando música mejicana en una Oktoberfest, no te quejes. Si acaban eligiendo a Los del Río como súmum de la industria mejicana, tampoco te quejes. Muérdete la lengua.
- God bless: las inagotables reservas de cerveza (como buena Oktoberfest) que me ayudaron a pasar el mal trago (!) de tener que soportar aquella horrible música germana...
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