Día 24: Amsterdam de día y de noche
El sábado a la mañana quedé con Giulia y con Ricky para ir al Museo de Van Gogh (léase, grítese, /FANGÓ/ en holandés) pues era el último día en que la exposición estaba abierta al público hasta finales de marzo..., una vez ya haya acabado mi Erasmus y, aunque me encante esta ciudad, no estoy dispuesto a venir expresamente para apreciar lóbulos cortados. De todas formas, Van Gogh es uno de los elementos que hace a Ámsterdam Ámsterdam, así que no podíamos perdernoslos.
Como Giulia había salido la noche anterior y aún no se había despertado y como Ricky sólo está listo cuando los demás también lo están, decidí aprovechar la primera hora de la mañana para pasarme por la meca de los estudiantes de Uilenstede: JUMBO. Por cierto, hemos (re)bautizado la parada de tranvía/metro cercana con el nombre del supermercado, disminuyendo de esta forma la probabilidad de morir atragantado al intentar pronunciar el nombre original: Van Boshuizenstraat.
Casualidades de la vida, mi bicicleta eligió precisamente aquel día para vengarse de mí por haberla comprado ilegalmente: mi pantalón se enganchó en la cadena de la bicicleta, de manera que me quedé atascado y me pegué la madre de todas las hostias, en plena calle un sábado por la mañana. Mi orgullo y yo corrimos a escondernos detrás de un arbusto a ver si podíamos solucionar la situación. Cojeamos, más que corrimos, porque el pantalón no me permitía subirme a la bici y pedalear, pero tampoco me permitía separarme demasiado de ella. Tras media hora de intentar levantar la cadena (es decir, de ensuciarme las manos de grasa rancia), tuve que pegar un estirón y rasgarme el pantalón para poder liberarme de la bicicleta... y de la dignidad. Menos mal que tengo unas pantorrillas envidiables xD
Llegué con un pantalón menos, pero con una buena excusa para justificar mi retraso. Al final, para cuando llegamos al Museo Van Gogh ya eran la 13:00. En general, puede decir que la exposición me dejó bastante frío, pero es que el arte clásico nunca me ha impresionado demasiado... probablemente, porque no tengo un gusto por el arte demasiado cultivado, como ya he comentado alguna vez. Vimos "La habitación" y "Los girasoles", pero no así "La noche estrellada", que puede que sea el cuadro de Van Gogh que más me puede gustar. Sin embargo, sí que me impresionó la historia del hombre detrás del artista: la estrecha relación con su hermano y con su cuñada, que muriera sin vender ni un solo cuadro, el amor por una prostituta que le condujo a presentarle el lóbulo de la oreja como regalo y, sobre todo, su decisión de convertirse en artista. ¿Puede un hombre convertirse en un reconocido pintor sólo a golpe de convicción? La historia ha demostrado que sí.
De todas formas, la exposición debía ser fascinante. Giulia no dejó de comentar lo fascinada que estaba por el cuadro "Potato eaters" (aunque jamás entenderé cómo puede resultar fascinantes las asimetrías, el ambiente lóbrego y las narices desproporcionadas) y Ricky parecía mucho más puesto en el arte europeo de lo que yo esperaba en un norteamericano. Toma golpe para mis prejuicios. No nos conocíamos mucho, pero Giulia es lo suficientemente extrovertida por tres y aquel día yo estaba en modo activo, así que la excursión no se hizo incómoda. Por cierto que después nos enteramos de que la exposición no iba a ser inaccesible, sólo trasladada al Hermitage Amsterdam, de manera que se podrán ver ambos museos pagando sólo una entrada. Un entrada que, por supuesto, vale el doble ahora.
Por la noche, a Giulia se le ocurrió que aquella noche podíamos ir a un cine al aire libre donde echaban "Pulp fiction". No es mi película favorita de mi querido Tarantino, pero la vi por última vez hace ya unos años, así que pensé que esta era la oportunidad de verla de nuevo con un poquito más de madurez. ¡Qué coño!, me apetecía ir al cine, que ya lo venía echando en falta. La película era lo de menos.
Además de la poca sensibilidad por la puntualidad, otra de las características que compartimos italianos y españoles es nuestra confianza en la interpreción de mapas. Si la película empieza a las 20:30, ¿a quién se le ocurre salir tan sólo media hora antes, aun sin saber dónde se organiza exactamente? Por tanto, no es de extrañar que llegáramos una hora tarde al recinto en cuestión. Y es que tardamos unos 40 minutos en bicicleta en llegar al Parque Stolerdijk. Lo bonito del viaje es que nos perdimos por un pueblo fantasma de viviendas-barco. Bueno, no sé si bonito es la palabra, porque la verdad es que daba un poco de cague también ser las únicas tres almas a la vista.
Y diréis, ¿un parque al aire libre en plena noche holandesa? ¿No hacía frío? Me gustaría decir que no, pero hacía un frío helador. Mientras me perdía en las interminables citas bíblicas de Samuel L. Jackson, iba sintiendo como los dedos de los pies se congelaban. Puede que hubiéramos tenido que llamar al leñador más cercano si no fuera porque nos pusimos tibios (y nunca mejor dicho) a chocolates calientes, cortesía de... nuestro bolsillo, porque sólo la película era gratuita. Para cuando terminó (¿desde cuándo Pulp Fiction es tan larga?), yo sólo deseaba estar caliente en mi cama y ya me daba igual lo patética que resultara Uma Thurman bailando con esos pies como lanchhas motoras.
Llegamos a casa sobre la una de la mañana poruqe (¡sorpresa!) nos volvimos a perder. Peor aún, durante 5 terribles minutos yo me perdí de Giulia y Cristina: sólo, de noche, a lomos de una bicicleta que me la había pegado una vez aquel día y con sueño atrasado de una semana. Finalmente, llegamos a casa, pero, tras la charleta de rigor con los compañeros de piso, ya eran las 02:00 de la mañana cuando me acosté... y al día siguiente me tenía que levantar a las 07:00. Pero las peripecias del domingo llegarán en la entrada de mañana.
- Metedura de pata del día: si los demás espectadores llegan al cine con MANTAS, será por algo, chato.
- Moraleja del día: los sudeuropeos tenemos muchas virtudes. Cocinamos genial, celebramos fiestas aún mejor y somos expertemos en la técnica de tomar el sol, pero en materia de previsión y organización aún nos queda mucho por aprender. Así que mejor cerciorarse de la ruta de antemano antes de terminar vagabundeando por Amsterdam de madrugada,
- God bless: mi habilidad para interpretar mapas, y más aún, mi habilidad para acordarme de llevar siempre el mapa conmigo.
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