Día 23: descubriendo Amsterdam (WTC y Amsterdame Bose)
El viernes me sentía un poco vago, así que no me moví demasiado y sólo me acerqué a la zona que llaman Amsterdam Zuid (que, pronunciado en holandés, suena curiosamente parecido a su traducción inglesa, "south"). Bueno, digo "me acerqué" pero la verdad es que todos los días paso prácticamente por delante, pues está al lado de la universidad.
Las siglas WTC es una forma más urbanita de referirse al World Trade Center de Ámsterdam, un nombre demasiado grandilocuente para un puñado de edificios altos, que no rascacielos. Además, yo pensaba que World Trade Center sólo hay uno. ¡Ups!, había. En definitiva, se trata del distrito financiero de la capital, una versión mucho más rural de la City londinense, pero también mucho más bonita y verde, a mi parecer. En el WTC, "where business comes to life" se encuentran las principales firmas del país (ABN Amro, Rabobank, ING... y otros que incluso no son bancos, pero de cuyos no nombres no me apetece acordarme), en uno de los paisajes arquitectónicos más curiosos de la ciudad. Tengo la teoría de que el diseño de este área fue fruto de algún tipo de concurso a la idea más rocambolesca (en las bases dirían original, probablemente, licencias que se toma uno), pues cada edificio es una curiosidad en sí mismo.
Junto a la estación de metro/tram y enfrente de la universidad, se encuentra un edificio acristalado. Bueno, medio acristalado, pues parece que se les acabó el material a medio camino y lo resolvieron con un pegote asimétrico de cemento encima. Aun y todo, es uno de los edificios del WTC que más me gusta. Detrás de éste, se encuentra otra mole con una torre un poco al estilo del BEC de Barakaldo, que parece partido por un rayo, pues muestra una enorme franja justo en la mitad de las cristaleras. Todo muy pintoresco, sí, pero a quien le haya tocado el despacho en la raja estoy seguro de que le va a hacer una gracia tener menos ventana que sus vecinos... Por el otro lado es aún peor: la fachada está llena de estilosos agujeros a modo de gigantescos balcones. Parecen los boquetes que los cañones dejaban en los muros de los castillos. En uno incluso han plantado un jardín. Frondoso y todo.
Por la misma zona, se encuentra un enanito. Me recuerda a la casa de Stuart Little: un liliputiense en los reinos de Goliat. Sólo que este liliputiense en particular es de color naranja y no parece muy acogedor como vivienda, la verdad. El que sí que me plantearía como hogar es un gracioso edificio ondulado no demasiado alto que se encuentra en las cercanías, aunque está un poco dejado de la mano de Dios, con un enorme descampado enfrente. Hombre, está muy bien si tienes hijos en edad universitaria, pues está tiro de piedra (casi literalmente, aunque tampoco es que lo haya intentado... aún), pero ¡ay, como se te ocurra darte un capricho!, como hacer la compra una vez a la semana. Tienes que coger el transporte público. Por último, el edificio escalonado de ABN Amro parece dominar la escena desde sus múltiples niveles.
No podía faltar la cafetería de los hombres de negocios, situada en un placita cercana, con una fachada muy llamativa imitando plantas de bambú. Llamativa porque no pega un cagado en esta zona, vamos. Para llamar la atención está expresamente pensado el parking de bicicletas que se han montado en la plaza central del WTC: es una especie de enorme androide de colores chillones vestido con un sujetador negro y sentado con las piernas estiradas, entre las que te puedes atrever a dejar la bicicleta. En esa misma plaza hay colocada una de esas estatuas que son equivalentes a los dibujos de los niños en el Día de la Madre: puede que tengan un gran valor sentimental (para su autor y, quizás, para su madre), pero resultan tan terroríficamente feos que sólo quieres esconderlos en el cajón más profundo e inaccesible de la casa; y si no existe, lo construyes. Pues bien, esta plaza es la versión cosmopolita de un cajón: todos los businessman and woman pasan de largo, demasiado ajetreados como para fijarse Y horrorizarse. La última sorpresita de la plaza es una placa en el suelo que recuerda que aquí hubo alguna vez un proyecto de Starbucks. RIP.
Después de contemplar la cúspide la civilazión holandesa en el WTC, me dirigí al Amsterdame Bose, no muy lejos de allí, para cambiar un poco de aires. Creo que ya he hablado alguna vez del pulmón de Amsterdam, de sus titánicas proporciones. Pero esta vez sólo quería visitar el Dachau Monument, el recuerdo erigido al campo de concentración de Dachau, el primero organizado por los nazis en la II Guerra Mundial y donde murieron más de 30.000 personas. Me costó un rato largo encontralo, porque resulta que era un monumento vegetal. ¿A quién se le ocurre, en un parque? Muy bien que Holanda sea la cuna de la integración, pero ¿también se aplica a esto?
Se trata de dos largas líneas paralelas de setos entre las que discurre un suelo pavimentado con el apellido de las familias asesinadas en el campo de concentración. Se palpaba en el aire la melancolía. No, no es que acabe de terminarme la última novela de Nora Roberts, sino que realmente se apreciaba un ambiente triste en el lugar. Quizás sólo fuera que el cielo estaba encapotado aquel día (para variar), pero digamos que no me quedé más tiempo del necesario, pues tampoco había ninguna explicación o indicaciones. Ninguna que pudiera entender, al menos.
- Metedura de pata del día: recuerda que el naranja en Holanda nunca está fuera de lugar. Ni siquiera en los edficios. Es el color de la Corona y los holandeses son muy monárquicos: consideran a la familia real como su principal souvenir.
- Moraleja del día: un monumento sencilla al Gran Holocausto. Una imagen vale más que mil palabras. Las familias, e incluso los muertos, al final son sólo números, pero una imagen simple pero impactante como el Dachau Monument se queda grabada en la memoria. For sure.
- God bless: mi decisión de no estudiar Empresariales. Jamás podría concentrarme en el WTC. Hay demasiado que criticar.
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