Día 2: llegada a Uilenstede.
Nada me impidió dormir hasta bien entrada la mañana aquel día. Bueno, nada aparte del horario de salida del hotel, claro está. Como no había contratado desayuno porque en su momento me pareció excesivamente caro, dejé preparada la maleta y salí en busca de una cafetería por los alrededores.
No tuve que andar ni 100 metros para encontrar un Starbucks, pero, curiosamente, el único que he visto hasta ahora en Holanda. Si ya es bastante difícil entender a qué se refieren los nombres de los productos de esta cadena, imaginaos en holandés. Incluso la chica de la caja me notó desorientado y me llamó la atención con una sonrisa ("You're dreaming!"). "Daydreaming", contesté yo. Ojalá en castellano tuviéramos una palabra tan bonita. Al final, la consumición me salió igual de cara que lo que hubiera pagado en el hotel, pero nadie me quita mi muffin y el reconfortante tazón de chocolate caliente.
Una vez desayunado, puse rumbo a DUWO, la empresa que se encargó de buscarme alojamiento en Holanda. Afortunadamente, el tranvía me llevaba hasta la misma puerta de la oficina. Desafortunadamente, no tenía ni zorra de cómo pagar el transporte. Quizás en Bilbao los niños vengan con un pan debajo del brazo (una factura, matizaría yo), pero en Holanda parecen venir con la OV-chipkaart. ¿Dónde se consigue? ¿Cómo se carga? Misterios divinos que ni los holandeses a los que pregunté supieron contestarme. Así que, en ausencia de máquinas que me vendieran billetes a la antigua (?) usanza, decidí colarme con todo el morro. En mi favor diré que eran sólo unas pocas paradas y que aún llevaba dos maletas a cuestas. De todas formas, poco me duró el arranque de agallas porque en la segunda parada entró el revisor en el tranvía, así que me bajé cagando leches. O tengo la peor suerte del mundo (muy posible) o ese día estaba especialmente atacado (más posible si cabe), porque jamás me he vuelto a encontrar con un revisor en el tranvia, así que posiblemente el hombre que me hizo recorrer un kilómetro prácticamente a rastras sólo fuera alguien que aquella mañana había elegido la ropa con malas intenciones.
Finalmente, llegué a Uilenstede, el campus universitario de la VU (correcta pronunciación castellanizada: /bfu/). Cuando llegué, no las tenia todas conmigo sobre lo de vivir en un campus, pero a medida que lo fui recorriendo en busca de DUWO, me fue convenciendo más y más: un supermercado, un polideportivo, una laguna, un centro cultural, mucho verde, un irlandés/holandés... Por suerte, no tuve ningún problema y me dieron las llaves en seguida... aunque me recordaron que el lunes como muy tarde tenía que volver a pagar el alquiler. Sin comentarios.
Mi edificio era viejo. Los pasillos de mi planta olían mal. Estaba ya lamentando haber elegido tan al azar mi habitación... hasta que entré en ella. Era como asomarse a otro mundo: luminosa, espaciosa, inmaculada, nueva, IKEA... Tenía una cama, un armario, una estantería, una mesa, calefacción propia, un sillón, una nevera y una televisión. Sí, por las proporciones del armario deduje que los holandeses no acostumbraban a ponerse más de dos o tres conjuntos por temporada. Sí, la televisión fue relegada ipso-facto debajo de la cama cuando comprobé que sólo sintonizaba canales en holandés. Sí, el blanco nuclear de las paredes, la cama y el armario casi me hacen pedir una camisa de fuerza como en cualquier otro manicomio que se precie. ¡Pero era MI habitación, mi hogar durante los próximos 5 meses! Tenía tiempo de sobra para aclimatarme... para aclimatar la habitación a mí, por supuesto.
Una vez inspeccionadas las duchas (grandes, individuales, correctas) y los baños (grandes, individuales, con papel), me acerqué a la cocina, donde había estado escuchando ruidos. Y comenzaron las presentaciones y nacionalidades, abriendo la veda a la ruptura de estereotipos, que nunca es mal recurso para entablar conversación. En ese momento en la cocina estaban Nathan y Bálasz, Flori y David, una chica que no he vuelto a ver, y posiblemente también Giulia. Bálasz en seguida se presentó, pero fue Nathan con el que estuve charlando largo y tendido (bueno, 10 minutos) aquel primer día.
Una vez había cumplido con las presentaciones, les dejé comiendo (era aún la 13:00, ¡por favor!) y me marché rápidamente a hacer la que sería la primera visita al servicio informático del campus, para que me permitiera conectarme a Internet y al mundo. No funcionó, pero la oficina cerraba hasta el lunes, así que tenía por delante todo un fin de semana (PRIMER fin de semana) incomunicado. Se me iba a hacer duro.
Para cuando volví a casa (porque ya era mi casa), no había nadie en la cocina y, por ser la primera vez, noté el piso un poco vacío y solitario, aunque suponía que detrás de aquellas 12 puertas había otras 12 personas haciendo subida... y conectados. Así que tiré nuevamente del embutido de amatxu y me dispuse a comer solitariamente en mi habitación, mientras veía algún capítulo de las series que me había traído (previsoramente) descargadas de casa. NOTA: siempre que como en mi habitación veo algún capítulo. Efectivamente, soy un serieaholic.
Ya por la tarde decidí calcular la distancia que me separaba de la universidad. Bueno, la verdad es que tenía curiosidad por ver el centro por el que me había peleado en la "competición" de las plazas Erasmus. La VU tiene unas instalaciones que harían palidecer a cualquier universidad privada de España. Mi edificio en concreto (Initium), es nuevo: lo construyeron apenas hace 3 años. Además, hay un enorme patio central, lugar de tránsito y de reunión de los alumnos, un café e incluso unas pistas de voleyball. Y, por supuesto, "aparcamientos" para bicicletas por doquier. Lo que no había era gente. Es lo que tienen los viernes por la tarde. La proximidad del fin de semana se siente incluso en un país de hormiguitas como Holanda.
De vuelta en el campus, me acerqué al supermercado con la intención de comprar algunas cosas de primera necesidad para aquella noche (está bien, refrescos). En el camino de vuelta a mi edificio caminé sensiblemente ás ligero, dado el AGUJERO en la cartera que me habían hecho. Llegué a mi habitación con el firme propósito de no comprar nunca (ja)más en aquel supermercado. Y, de momento, mantengo mi palabra.
Tras una nueva cena a base de embutido (os dije que llevaba MUCHO) y el consecuente capítulo de "True Blood", me puse manos a la obra y deshice la maleta. Aunque el armario y yo jugamos al Tetris un buen rato, finalmente el resultado fue una habitación mucho más acogedora, que ya iba en camino de parecerse a Markel.
Las mudanzas son lo que tienen, así que, después de haber asimilado cómo funcionaba el nórdico (sí, confieso que en mi casa seguimos utilizando sábanas) pronto caí rendido en aquella nívea cama, con un último pensamiento amargo dedicado a Internet. ¡¿Por qué me has abandonado?!
- Metedura de pata del día: espera lo peor de un alojamiento que has elegido prácticamente a tientas. Puede que hasta te lleves una grata sorpresa.
- Moraleja del día: preséntate en cuanto llegues. Que no piensen que eres una persona esquiva y después tengas que hacerte el despistado cuando alguien se te acerque y te diga: "Hola, soy X, llevo una semana viviendo en la puerta de al lado y no sé aún tu nombre".
- God bless: el chocolate caliente del Starbucks.
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