De amigos y amistades... el after Erasmus.
Recientemente estuve en NY y me encontré con amigos de mi Erasmus de hace dos años. Sí, seguimos en contacto todo este tiempo, mantuvimos el rastro, hasta que nos encontramos en el mismo continente y en la misma zona horaria. Ver a la gente con la que compartiste tu Erasmus, fuera del ambiente Erasmus... puede ser complicado. Tenemos todas estas expectativas y recuerdos de estas personas que en el Erasmus, como todos, eran más abiertos y desinhibidos de lo que somos en nuestra vida real. Vemos a nuestros amigos del Erasmus con el filtro del Erasmus y ese filtro... pues es como cualquier filtro. Por supuesto, no por eso son menos amigos nuestros, o los queremos menos. Pero ahora nos los encontramos en un momento distinto de nuestra vida, después de dos años nos ha tocado crecer, trabajar, terminar la carrera. Ahora estamos todos, de nuevo, lejos de nuestros hogares, pero nuestras prioridades y planes han cambiado. Puedes sentirlos igual que siempre, igual que cuando los conociste, o puedes simplemente darte cuenta de que el Erasmus fue un paréntesis en sus vidas. Sea como sea, encontrarte con tus amigos del Erasmus es recuperar un poquito de ese tiempo. Recordar, reír y hasta llorar juntos por cosas que sólo ellos entienden. Por recuerdos que sólo ellos comparten. Hablar de personas, chismes e historias que nadie más entendería. Tus amigos erasmus comparten contigo un pedazo de tu vida -no importa que se aun paréntesis o un corchete o unos puntos suspensivos; y no solo un pedazo, sino EL pedazo. Y te das cuenta de que esos tiempos quedaron atrás, que ahora hay que crecer, pero te tranquiliza saber que los otros sienten la misma nostalgia que tú, y que recuerdan con la misma frecuencia, y que se siguen riendo de los mismo chistes, sin importar cuantas veces hayamos repetido la historia.
Ver a mis amigos Erasmus me hizo reír un montón, recordar un montón, llorar un poco y pensar... verlos trajo a flote pensamientos sobre la amistad, con ellos y con otros, me hizo recoradr cómo fue que construimos estos lazos.
¿Qué une a los amigos? Los amigos que conociste cuando tenías seis años, los que hiciste en el colegio, los de la universidad, los de la natación, los de la cuadra. De pequeños siempre decimos que fulanita es nuestra mejor amiga del colegio y sotanita es la mejor amiga de las tareas dirigidas; pero luego crecemos y nos creemos muy maduros y nos referimos a la persona con la que más salimos o con la que más hablamos en ese momento como nuestro Mejor Amigo. Así, como si de un nombre propio se tratara: somos grandes y ya no clasificamos a los amigos. Y es que de niños nos dabamos cuenta de que las relaciones son distinta, de niños intuíamos que no se puede clasificar a alguiende mejor amigo o de más cercano, porque cada relación lleva consigo su carga histórica, del momento y circunstancias en la que nació. ¿Cómo comparas a tus amigos del cole, los de toda la vida, con esta gente del Erasmus con la que sólo compartiste un par de meses? No se puede, y aún así, los quieres igual.
En mi tiempo en Cracovia, nunca olvidé a mis amigos de Venezuela, por supuesto; pero resulta que cuando le hablaba a mis nuevos amigos de mis viejos amigos empecé a usar la vieja fórmula de “Fulanita es mi mejor amiga… bueno, es mi mejor amiga de la carrera… bueno, que es una amiga” Se hacía muy difícil explicar en qué consistía la relación y cuál era el grado de la relación. Me empecé a dar cuenta de a quiénes de mis amigos nombraba más, con quiénes tenía más anécdotas, a quiénes extrañaba, y de quiénes ni siquiera me había acordado. La distancia es el mejor termómetro que le puedes poner a una amistad.
Hablando de ellos, me di cuenta de que no tenía muchas cosas en común con mis amigos de la infancia pero que cada vez que los nombraba, sonreía, y que contaba algunas cosas de sus vidas con sorpresa de que esas personas realmente pudieran ser mis amigos… ¿cómo llegamos a llevarnos tan bien? Compartía riéndome anécdotas que, tratándose de otra persona, tal vez hubiese contando con desaprobación. Recordando nuestros momentos juntos para poder contarlos, me entendí un poco mejor a mí misma y aprecié la ayuda que me brindaban sin saberlo mis amigos, desde el otro lado del océano. Descubrí entonces que la niñez es el mejor momento para formar una amistad porque aprendemos a querer a la gente sin juzgarla y más adelante, cuando crecemos, las seguimos queriendo como niños, sin juzgar, sin exigir. Son personas que se vuelven parte de tu familia; por las que te preguntan tus tíos lejanos; que han pasado tiempo con tus hermanos sin estar tú prensente. Amigos que han superado todas las etapas contigo; que te conocen como nadie, a los que no tienes que explicarles detalles, a los que no tienes que poner en contexto porque han estado ahí viviéndolo todo contigo. Son personas que te quieren tanto que se emocionan con tus nuevas aventuras y las viven como si estuvieran allí, incluso si se enteran de las cosas meses después de que hayan pasado, porque pueden imaginarse tus reacciones y tus sentimientos. Tengo una amiga desde que tenemos seis años y estoy segura de que aunque decidiera irse repentinamente con una banda de motorizados a recorrer sudamérica, promulgando el comunismo soviético, cuando decidiera volver nuestra amistad sería la misma: la de las niñas que se conocieron a los 6 años. Son personas que quieres -y que te quieren- aunque hagas todo mal. Son amistades que saben todo de tí, que te conocen y te aman como eres, por lo que eres y a pesar de lo que eres. Son amistades sólidas, sustentadas no tanto en gustos comunes y afinidad de espíritus como en el cariño sincero: el cariño de los niños.
Pero también pienso en mis amigos del Erasmus, mis amigos de Akropol, mis amigos de meses. Amigos de un año, amigos que no han visto los diferentes colores que han pasado por mi pelo, que no me conocieron en mis crisis tenísticas, que no me soportaron cuando no podía ir a fiestas, cuando sólo estaba en una cancha de tenis o detrás de un libro. Amigos que no pueden imaginarse mis inseguridades de adolescente; amigos que no vivieron conmigo mis búsquedas y descubrimientos; amigos que no limpiaron las lágrimas después de la primera ruptura, del primer exámen suspendido, de las peleas con los padres; que no han estado en cumpleaños familiares, que no me ayudaron cuando no entendí algo en el colegio, que no compartieron mi satisfacción al aprobar la prueba de admisión para la universidad. Amigos que no conocen a las personas más importantes de mi vida: mi familia. Amigos que nunca han visto mi cuarto, mi estantería, mi colegio, mi universidad; peor aún, que no comparten mi cultura, que no entienden mi país, que no conocen y no pueden imaginar lo que es vivir en Venezuela. Estas personas tal vez no sepan nada de mí ni de mi historia, pero son -o yo los siento- tan amigos como mis amigos de la infancia. Pienso en ellos y me pregunto si es que acaso nuestra amistad es menos sólida, es menos duradera, si fue una amistad temporal, circunstancial. Me lo pregunto a pesar de que conozco la respuesta. Ellos no tenían ninguna idea preconcebida de mí, y me aprendieron a querer como adulta, por lo que soy ahora.. Nuestra amistad no está basada en años y recuerdos comunes, es cierto, sino en gustos, conversaciones infinitas sobre política, religión, ética... secretos compartidos por voluntad propia, afinidad. Tardes de café y té, almuerzos juntos, comida compartida, apoyo médico y psicológico, recomendaciones de películas y música, discusiones acerca de nuestras diferencias y el trabajo que conlleva aceptar esas diferencias, siendo adultos prepotentes como todos lo somos alguna vez. Si a mis amigos de la infancia los gané con algo que tenemos todos los niños: la inocencia, los juegos, la alegría… a estos tuve que currármelos, como dirían ellos. Cuando eres adulto no pierdes el tiempo pasándolo con tu vecino si no es porque esa persona tiene algo que te atrae, que te completa, que te gusta. Siendo adulto, te vuelves más selectivo. Llegasra querer a personas con las que no tienes historia común es difícil y por eso mismo es muy, muy meritorio. Ellos sufrieron conmigo las elecciones de la Asamblea, se impresionaban ante las noticias de mi país, me preguntaban si no se podía hacer nada… se interesaban por un país pequeñito que está a 8 mil kilómetros de distancia y que no han visto y probablemente no vayan a ver nunca; empezaron a preocuparse por la vida en un país que no tiene nada que ver con ellos. Eso es cariño; eso es solidez. A pesar del poco tiempo, desarrollamos la empatía suficiente para entender un trasfondo personal que no conocíamos más que por pequeñas referencias; desarrollamos la curiosidad necesaria para hacer las preguntas indicadas que nos descubrirían poco a poco la vida de los otros; desarrollamos la atención para darle significado a los detalles y ubicarlos en el rompecabezas que es el mundo de una persona desconocida. Cómo son tus amigos, qué hacen tus padres, qué hacías de pequeña, cúantos hermanos tienes, por qué estudiaste tu carrera, qué libros lees, qué haces en tu tiempo libre, cuáles son tus debilidades, fortalezas, ambiciones, miedos… información que no tienes tiempo de recolectar a lo largo de una vida, como pueden hacerlo los viejos amigos, pero que aprendes de manera precipitada prestando más atención de la que prestarías a tus amigos del colegio, escuchando más, preguntando más, observando más, sacrificando más… y luego, tienes que desarrollar la tolerancia y el cariño necesarios para que, si no te gusta algo de la historia que armaste en tu cabeza, no lo juzgues, no lo confrontes porque en el fondo sabes que la historia nunca estará completa, nunca sabrás todos los detalles que derivan del día a día, de la historia común; pero aún así, te conformas. Te conformas con lo que te den, con el tiempo que puedas obtener, con los abrazos que te puedas robar, con cada momento… porque sabes que pronto estarán lejos. .
Y en estos días, luego de ver a mis amigos del Erasmus después de dos años me di cuenta de otra cosa: después de pasado un tiempo sin verte e incluso sin hablar, te recibiren con los brazos abiertos y con el mismo cariño de esos días que compartieron. Es verdad que éramos distintos en el Erasmus, que no nos contamos todo, que pasaron cosas que preferiríamos que no hubieran pasado, pero lo que logramos en esos meses fue más que suficiente.
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