Autostop: un viaje por "los países más felices del mundo"

¿Qué pasaría si el autostop se convirtiera en una forma de viajar por el mundo interesante a la par que espectacular e incluso barata?

Sin duda, el autostop es peligroso y arriesgado pero, por otro lado también hay algo que lo hace educativo y único. Hay belleza en ello, algo extraordinario y muy real.

Es una forma de conocer nuevas personas, ideas y culturas de las personas. Puede ser enriquecedor compartir conversación con un extraño que se cruza en tu camino solo por unas horas o un día.

Es una forma de conocer y acercarse a las extraordinarias almas que hay en este mundo, y que de lo contrario, nunca conocerías.

Antes de contaros mi historia, me gustaría daros algún consejo de cómo hacer que el autostop sea una experiencia inolvidable y no una terrible pesadilla. Sugeriría que nunca lo hicierais solos, sino siempre con alguien en quien confiéis y a quién queráis; y si sois dos mujeres, nunca subáis en un coche con dos o más hombres que sean incapaces de ocultar sus intereses. A veces es cuestión de prestar atención a una mirada y escuchar a tu instinto, para evitar meteros en problemas innecesarios. También os sugeriría que viajéis solo durante el día porque, hay más posibilidades de conocer gente con buenas intenciones. Viajar por la noche es mucho más peligroso porque el ambiente es más misterioso y temeroso, hay poca gente conduciendo y es difícil de ver.

Me gustaría compartir mi historia. Soy una chica de 22 años de Italia, que decidió ir a hacer prácticas a Centroamérica, y en particular a Costa Rica. , durante un periodo de 7 interesantes, bonitos y valiosos meses. Me fui a principios de marzo de este año y volví a finales de septiembre.

Escogí este país porque quería desafiar mi habilidad para adaptarme a una nueva cultura, experimentar la espesa vegetación tropical y los animales singulares, surfear las olas en las largas playas vírgenes y aprender un nuevo idioma. También había escuchado que Costa Rica es un lugar feliz, donde los animales y la naturaleza están altamente protegidos y no hay ejército. Me encantaba la idea de ir a vivir en una pequeña y muy verde parte de la tierra.

Pasé seis meses en la parte norte de la Costa Pacífica de Costa Rica, y dediqué todo un mes a viajar con mi madre haciendo autostop. Sé que es arriesgado pero decidimos intentarlo juntas, también porque Costa Risa es un país muy caro. Preparamos nuestras grandes mochilas y pusimos nuestras esperanzas en un brazo extendido y un dedo levantado en una polvorienta carretera. Nuestro plan era cubrir el mayor territorio costarricense y panameño solo en coche.

Nuestra aventura empezó en la ciudad de Playa Tamarindo, en la región rural de Guanacaste, donde estuve trabajando los últimos meses como vendedora de excursiones en una tienda de surf. La primera persona que nos llevó, fue un hombre negro de Colombia que trabajaba como cocinero en un restaurante local. Nos dejó en el cruce con la ciudad cercana y esperamos unos diez minutos hasta que dos surfistas brasileños nos dejaron en la entrada del camino de tierra que lleva a la Playa Avellana, playa bastante conocida para surfear. Los dos brasileños estaban bebiendo un té de hierbas que se habían traído de su país.

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Al poco tiempo, un taxista blanco de Colombia nos recogió sin pedir dinero, y nos llevó hasta Nicoya, una gran ciudad en la Provincia de Guanacaste, por una carretera que a cada lado tenía una maravillosa vista del territorio y la vegetación costarricense. Caballos y vacas estaban tumbados tranquilamente en el pasto verde y pequeñas casas aparecían a lo largo del camino. Nuestro objetivo para ese día era llegar a Monteverde, un bosque nuboso protegido, cubierto con niebla todos los días del año y por esta razón, el hogar de muchas especies endémicas. Es un terreno fértil conocido por las aves quetzales.

Desde Nicoya a la entrada de Monteverde, mi madre y yo tuvimos la enorme suerte de ir con un profesor de religión local originario de Grecia, a una pequeña ciudad del interior no muy lejos de la capital. Estaba en compañía de su hija que tenía el pelo largo y ondulado. Pasamos tres horas con ellos, quizás, por lo que tuvimos tiempo de hablar sobre muchas cosas. Nos habló de un viaje que hizo con tan solo diecinueve años a Roma con otros compañeros como regalo del Papa Juan Pablo II. De hecho, fue el año en que el Papa escogió e invitó a trece jóvenes estudiantes de religión de diferentes países del mundo para unirse a su lugar y seminario en Roma. Ese fue el primer viaje que hizo al extranjero, que el Papa organizó y pagó a más de 2000 chicos jóvenes de todo el planeta. Nos dijo que lo más asombroso fue desayunar todos los días con gente diferente: una mañana con rusos, la siguiente con coreanos, africanos, etc. Todavía mantengo el contacto con ellos, ya que eran personas asombrosas y visiblemente educadas. Puedo decir que este encuentro fue uno de los mejores que hemos tenido en todo el viaje por Costa Rica y Panamá.

El profesor de religión nos dejó a un lado de la carretera que conduce al corazón de la Reserva Biológica Bosque Nuboso de Monteverde, pasando por pequeños pueblos naturales donde predomina la vegetación húmeda y tropical. Un ingeniero forestal de El Salvador fue el siguiente en llevarnos por un camino sucio y lleno de baches. Nos dijo que enseñaba ecología forestal en un colegio internacional en Monteverde. Se casó con una mujer costarricense, y se mudó a Monteverde por la oportunidad de enseñar, pero también viajó a diferentes lugares de Norteamérica. Nos dejó en la ciudad de Santa Elena, a solo unos kilómetros de la reserva del bosque nublado. El día era gris y por de la noche, un fuerte aguacero tropical llegó para azotar la tierra.

Al día siguiente, hicimos autostop desde Santa Elena a la reserva y una vez más, nos lo pasamos genial. Un padre y su hijo de Suiza nos llevaron a la reserva y como para ellos también era la primera visita, estuvimos juntos todo el tiempo. El padre era inversor financiero suizo, mientras que su hijo era azafato en vuelos intercontinentales en una compañía suiza. En la reserva, seguimos un sendero rodeado por árboles, lianas, todo cubierto con una alfombra de constante niebla y una fuerte humedad. Al día siguiente, tras tres días de descanso, el azafato tuvo que coger un vuelo para volver a Zúrich desde el Aeropuerto de San José, así que, el mismo día el padre y el hijo volvieron a su hotel en la capital y decidieron llevarnos a la ciudad.

En el camino de Monteverde a San José, todavía tuvimos toda la tarde para visitar algo, así que, paramos en el puente que pasa por encima del río Tárcoles, solo para ver más o menos treinta cocodrilos enormes estacionados silenciosamente en la orilla del río o en el agua fangosa. Justo después, subimos por un camino de tierra de 5 kilómetros en el Parque Nacional de Caraca que se volvía un camino estrecho en la selva tropical costarricense que tenía alrededor de dos kilómetros de largo. Descendimos por el empinado sendero que llegaba hasta el interior de la floreciente, verde y salvaje vegetación, el reino animal y los lechos del río, con el objetivo de llegar a una escondida y enorme cascada. No hay muchas personas que sepan la existencia de esta cascada, o deciden ignorarla, porque para verla, se exige un esfuerzo físico agotador. El calor abrasador y la humedad hacen duro subir y bajar unos 5-6 kilómetros dentro de la impenetrable selva, pero la vista final merece la pena. La cascada es enorme, y durante la temporada de lluvias, el agua brota con una fuerza muy poderosa. Es durante esta temporada que las cascadas de Costa Rica muestran todo su esplendor incomparable. Cuando salimos de la selva, el cielo estaba lleno de colores besando su último adiós antes de desaparecer en la oscuridad.

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Felices y satisfechos, nos montamos en el coche y nos preparamos para tres horas de viaje a San José. Los dos suizos fueron tan caballeros que nos acompañaron a nuestro hostal que estaba en todo el centro de la ciudad, mientras que su hotel estaba en Alajuela, al menos a una hora del centro de la ciudad de San José. Todo el mundo sabe cómo puede ser el tráfico en las calles céntricas de la capital del país, especialmente en una capital centroamericana caótica y desordenada. Sin embargo, como dije, eran personas extraordinarias, así que, en vez de dejarnos en medio de la oscuridad en una ciudad desconocida, nos llevaron directamente al lugar donde mi madre y yo teníamos que pasar la noche. Se suponía que ese momento iba a ser el último juntos, pero porque al día siguiente, el azafato tenía que regresar como parte de su trabajo, y como su padre aún tenía algunos días más de vacaciones, decidió continuar su viaje con nosotras dos para visitar el lado caribeño de Costa Rica. Quedamos en vernos enfrente de nuestro hostal la mañana siguiente, para que los tres fuéramos a Limón con destino final Puerto Viejo de Talamanca poco antes del atardecer.

En el camino a Limón, solo paramos dos veces: una para beber un "batido" - fruta fresca mezclada con agua, y la segunda para comprar un racimo de plátanos pequeños y dulces a un vendedor de frutas local en la "carretera" principal que llega al puerto caribeño más importante -y peligroso- de Costa Rica. A lo largo del camino, fuimos contemplando lo intensamente verde que era la vegetación, a la vez que exuberante y tropical; también pudimos respirar el aire caribeño, más húmedo que el del Pacífico. A medida que nos acercábamos a la ciudad, el tráfico se intensificaba, al igual que las casas, las tiendas, las zonas industriales, los contenedores gigantes, los camioneros que transportaban montones de plátanos, gente de todos los colores, etc. En el Caribe de Costa Rica, la gente tiene la piel más oscura que los de la costa Pacífica porque, en el pasado, algunos fueron traídos desde Jamaica y otras islas como esclavos. A pesar de las opiniones de la gente sobre la ciudad de Limón, no la encontré tan fea o poco atractiva como muchos piensan. Tiene un centro agradable y animado, típico de ciudades centroamericanas. El mercado es parecido a un bazar donde podéis encontrar cualquier cosa que busquéis, tenéis que venir sí o sí. Las tiendas, los lugares de comida y las aceras están concurridas. El tipo desordenado se queda mirando fijamente cuando los extranjeros se abren paso caminan entre la multitud. Como la describo yo, es una ciudad salvaje, muy inflamada donde la gente silba, os llaman, y os miran, unos os hacen sentir desnudos y siempre preocupados por las pocas pertenencias que lleváis. Para nosotros sería muy difícil vivir en la ciudad porque tiene una dura y desorganizada alma por su visible inframundo. Es un lugar agradable para caminar durante el día debido a los estudiantes y ancianos, porque incluso por su caótica esencialidad y tipicidad, pero no sugerido desde el atardecer hasta el amanecer. Estas zonas son testigos de los peores crímenes, secuestros y tráfico de drogas. Es una ciudad con alma negra, gobernada por traficantes y magnates de la droga, y otras personas terribles. Solo vi a una mujer que estaba leyendo en un banco, y por un momento, me recordó a Europa.

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Hitch-hiking: A journey through

Tras una breve caminata por el centro de Limón, volvimos a nuestro coche y dejamos la ciudad, rumbo a la zona más sugerente de la costa caribeña de Costa Rica. El viaje duró alrededor de una hora por la costa, desde Limón hasta Puerto Viejo. A ambos lados del camino, pudimos ver otra vez la rica vegetación compuesta de palmeras, arbustos altos, hojas gigantes, flores rojas, lianas, plantaciones de plátanos..., un recordatorio del hecho que Costa Rica es un pulmón verde para la Tierra. Llegamos a Puerto Viejo antes de lo previsto, y por lo que pude ver, fue tal y como se describe: una ciudad turística, con algunos puestos y tiendas pequeñas de venta de ropa de verano, toallas, objetos, accesorios, joyas hechas a mano, con el color rojo, amarillo y verde como principales, los colores de Bob Marley, ¡los colores del Caribe! La ciudad en sí es muy bonita, las playas que la caracterizan son pequeñas y forman pequeñas bahías con poca arena y conjuntos de rocas en el agua.

A más o menos dos kilómetros de Puerto Viejo existe una de las mejores playas del Caribe para surfear de Costa Rica, y en general, una de las playas más maravillosas del mundo: Playa Cocles. Llegué a pie con mi madre y la primera cosa que dijimos fue "¡wow! ", porque realmente no podíamos ver el final y las olas blancas y ásperas estaban aplastando con fuerza la arena divirtiendo a la gente de todas las edades. Solo unos pocos lugareños estaban surfeando las olas, claramente los mejores, porque las costas caribeñas de Costa Rica son famosas por el peligro de las corrientes de resaca, así que mucha gente solo jugaba en la espuma o sentada en la arena. Yo también estaba disfrutando realmente con la espuma de las olas, cuando un lugareño guapo, chico indígena llamado Erlindes, vino a hablar conmigo. Pasamos tiempo jugando como niños en el agua, hablando de nuestras vidas y viajes. Es uno de los pocos indios que quedan en este planeta, por eso es extraordinariamente guapo y único. Era alto, fuerte y musculoso, de piel oscura y pelo largo formado por atractivas rastas. Si hubiera nacido hace mucho tiempo, podría haber sido el jefe de su tribu, cuidando su aldea, sosteniendo con orgullo una lanza entre sus manos y cazando ferozmente en el desierto. Ahora solo parecía un hombre fuera de su tiempo, un indio que nació demasiado tarde. En el mundo actual, es socorrista y surfista, uno de los muchos corazones robados por la infinita belleza del océano. Es un verdadero Tico, jurando amor a sus olas y bailando en las largas noches de los eternos veranos tropicales.

Esa noche, acepté ir con él a tomar algunas cervezas en un bar que había música reggae, típica del Caribe. Jugamos al ping-pong y me habló de sus días en Puerto Viejo, de su trabajo de socorrista y del amor de su vida: su hija pequeña que vive en Estados Unidos.

Al día siguiente, el suizo, mi madre y yo fuimos al Parque Nacional Cahuita para hacer una caminata que bordea el mar durante unos dos kilómetros. Durante la caminata pudimos ver a un montón de monos de cara blanca, saltando de un árbol a otro, visiblemente interesados porque buscaban comida, a un perezoso que estaba colgando pacíficamente de una rama, desinteresado completamente, y algunos lagartos e iguanas que corrían tan rápido como podían porque querían evitarnos. Aunque, posiblemente, la mejor parte del día fue nadar en las aguas cálidas, poco profundas y cristalinas del Mar Caribe hasta que llegó el momento de irnos y decir adiós a los silenciosos habitantes del parque.

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Estos fueron los últimos momentos que pasamos con el suizo porque, nuestros caminos se separaron en Puerto Viejo, cuando él regresó a la capital y mi madre y yo continuamos nuestro viaje hacia el sur. Un empresario joven de la industria del papel de Guatemala, nos llevó a la frontera oriental con el país vecino de Panamá. Este hombre había estado en todas las partes de Centroamérica, tenía fuertes ideas políticas y era un activo luchador contra la corrupción del gobierno. En la frontera cogimos un autobús de una hora hasta el puerto de Almirante, donde muchas lanchas estaban esperando para ir a la Ciudad de Bocas, la ciudad más inhabitada de la isla principal del archipiélago de Bocas del Toro. Es uno de los sitios más visitados, impresionantes y únicos de Centroamérica y de Panamá.

Lo primero que visitamos en la Isla de Colón fue Playa Estrella, llamada así porque es una playa larga y estrecha con aguas poco profundas y claras, llenas de estrellas de mar rojas y amarillas. La playa está situada al final de la isla, así que la única manera de llegar es en taxi o en un autobús local. Cogimos el autobús, que era una pequeña camioneta así que, estuvimos sentadas con lugareños de Bocas casi una hora, rodeados de selva y nada más. Desde Bocas del Drago hasta la playa, montamos en una vieja lancha conducida por un hombre mayor con un diente en su boca. El agua estaba tan clara que conté al menos treinta estrellas sanas y salvas en su paraíso natural. La zona era tan magnífica que no podía creer que estuviera allí, en Panamá, en la isla, compartiendo la tierra de los pueblos indígenas vigentes todos los días de sus vidas entre el cálido y cristalino océano y la profunda e impenetrable selva.

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Al día siguiente, hicimos un tour en barco a Bahía Delfín, Cayo Coral, y Cayo Zapatilla, que son lugares de parada obligatoria en el archipiélago de Bocas del Toro. El día no fue tan soleado como esperaba, pero la compañía de la lancha fue genial. Era una gran familia compuesta por una pareja con sus hijos y amigos suyos. Él era un hombre corpulento, albino de Estados Unidos, mientras que ella era panameña y sus hijos tenían todos la piel oscura y era muy guapos. Los dos chicos tenían un corte de pelo raro, uno con pequeñas trenzas y el otro con gruesos rizos marrones. En Bahía Delfín, pudimos ver delfines saltando a nuestro alrededor, cerca de nuestro barco pero, el cielo no estaba de nuestro lado porque cada vez estaba más oscuro. Cuando fuimos a Cayo Coral, un lugar con el agua increíblemente clara y con un restaurante muy simple construido como una casa sobre pilotes sobre el agua, empezó a llover a cántaros, tan fuerte que incluso los dos loros rojos que volaban libremente sobre las ramas cercanas, desaparecieron. Cuando se fue la tormenta, fuimos a Cayo Zapatilla, un idílico lugar redondo de tierra con arena perfectamente amarillenta, palmeras extendidas hacia el cielo, y un sonriente océano de color azul claro. Tomamos una cerveza en la arena, nadamos en lo azul, respiramos el clima tropical, sabiendo que no duraría demasiado. Esta isla súper pequeña me dio el más valioso regalo que podría haber esperado: una tortuga marina tan pequeña que podía levantarla con la palma de mi mano, estaba intentando valientemente llegar al océano como una pequeña guerrera con sus pequeñas patas, lista para crecer fuerte entre los feroces peligros del mundo. Deseaba que viviera una larga vida y la despedí con un beso antes de verla por última vez.

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Esa misma noche, mi madre y yo fuimos a dar un paseo por la Ciudad de Bocas, que es muy bonita, ya que la mayoría de sus hoteles, hostales bares o restaurantes están construidos sobre pilotes con agua por debajo. Por segunda vez en ese día, mientras buscábamos un restaurante con una buena relación en calidad-precio, conocimos a David, un profesor americano y fundador del único colegio internacional de Bocas que se dedica a estudiar e investigar los animales y vegetación de los trópicos. Ha estado yendo y viniendo entre Bocas y Panamá alrededor de doce años. Le encantaba vivir en el corazón de América, en el país de la mayor obra de ingeniería que el mundo haya visto: el Canal de Panamá, de gente espontánea y trabajadora, de la bien conservada tribu indígena de Kuna Yala. Durante nuestra cena en un lugar panameño donde solo había pollo asado y patatas -que por cierto estaba exquisito- David nos invitó a visitar su casa en Panamá y estar con él un par de días. Decidimos pensarlo, ya que ir a la capital quería decir otros 600 kilómetros para ir y después volver.

En nuestro tercer y último día en Bocas del Toro, dividimos el día en dos visitas. Por la mañana, fuimos a la Playa Bluff, una preciosa, larga y soleada playa con la arena casi naranja y perfectas olas azules. De camino a la playa, nos subimos a la parte trasera de una camioneta, y para volver a la ciudad, lo hicimos en un transporte poco habitual: de la policía. Por la tarde, decidimos ir a la Isla Carenero, que está justo enfrente de la Isla Colón y siempre hay lanchas que permiten el paso. En el muelle, conocimos a Mario, un joven escritor de Panamá, con una mente muy profunda y filosófica. Juntos visitamos Carenero; caminamos por los pueblos locales, haciendo fotos a las cosas que para nosotros eran más significativas.

Aunque en el pasado todo el archipiélago de Bocas del Toro era solo la casa de la tribu nativa de Bogotá, hoy en día también es el hogar de muchos extranjeros que se mudaron allí atraídos por la calidez de los trópicos y su forma de vida muy cercana a la naturaleza. Como he notado durante mi estancia, mucha gente que viene del extranjero vive en la Ciudad de Bocas, en Isla Colón, que cuenta con muchas facilidades y servicios necesarios para acoger a los turistas. La interacción con los indígenas en la isla se está volviendo menos real a medida que crece el turismo. No puedo decir lo mismo de Carenero, donde todavía es posible caminar por los pueblos y respirar la autenticidad de la forma de vida de los lugareños. El lugar sigue siendo muy pobre y solo lo habitan los nativos. Viven de una manera muy básica, sin buena higiene, en ambientes sucios, duermen en chozas, andan descalzos, tiran la basura al suelo, comen y juegan en el mismo lugar que los pollos y gatos... Así es cómo viven, pero son personas felices. Disfrutan de los colores del cielo al atardecer, y de la calma de la naturaleza, comen pescado fresco todos los días y nadan en las cristalinas aguas azules del Mar Caribe. Se despiertan cada mañana con el sonido de la selva y nunca fuerzan su ritmo biológico, comparten su espacio vital con los animales del bosque y sus almas jamás se ven perturbadas por el caos del mundo civilizado. ¿Cómo no pueden ser completamente felices?

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Panamá al igual que Costa Rica, es un país de contrastes donde podéis encontrar gente muy rica, algunas intelectuales y educadas y otras extremadamente pobres y casi analfabetas. Los contrastes hacen que estos países sean muy interesantes, y en cuanto a la naturaleza, muy bonita.

Nuestra estancia en Bocas había sido tan intensa y bien aprovechada, que mi madre y yo decidimos descubrir más sobre el verde país de Panamá. Lo que significa que estábamos listas para recorrer 600 kilómetros en un día haciendo autostop para llegar a Panamá, donde David, el profesor americano, nos estaba esperando. Tres jóvenes ingenieros industriales de Barcelona que estaban de vacaciones, pararon para llevarnos y pasamos el viaje en su compañía con destino final, quizás en la ciudad más bonita de Centroamérica. Como habíamos acordado, David vino a buscarnos al centro de la ciudad y nos llevó a su casa. Parecía muy feliz de vernos y para cenar nos hizo un delicioso risotto de brócoli y gambas.

Al día siguiente nos llevó a la lonja de pescado más típica de Panamá, donde había todo tipo de gente andando, comprando, vendiendo, dando gritos, traficando... Los puestos estaban repletos de diferentes tipos de pescado: unos grandes, otros pequeños, enormes, gambas, mejillones, almejas, pulpos..., fue todo como un abundante festín de pescado donde todo el mundo parecía estar ya listo para degustar su cena. Uno de los hombres que vendía su captura del día era Kuna Yala, el indio nativo de la Isla San Blas, un archipiélago perteneciente a Panamá formado por más o menos 300 kayos donde estas tribus indígenas aún existen y viven de una manera virgen y primitiva. Se dedican sobre todo a la pesca, a la creación de arte, al cuidado de los niños, a actividades naturales y en los últimos años han empezado a abrirse un poco al turismo.

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Después de la lonja de pescado, dimos un paseo por el paseo marítimo de la parte moderna de Panamá. Los altos rascacielos son bonitos y provocativos, aunque hacen un gran contraste con el resto del país. Es una ciudad con dos almas: la ciudad de los banqueros, empresarios, dueños de negocios, comerciantes, administradores..., pero también la ciudad de los panameños menos ricos, los trabajadores, pobres, cultos, incultos, blancos, negros, mulatos, unos malos y otros buenos. Estaba ansiosa por descubrir más de esta segunda alma, que es la más auténtica y vivaz. Fuimos a cenar a un restaurante local a la Calzada Amador, en un estrecho puente terrestre que conecta el continente con las cuatro islas del Océano Pacífico junto a la entrada del Canal de Panamá. Este paseo marítimo alberga una variedad de restaurantes, bares, discotecas, pero también parques y aceras donde la gente sale a correr, a hacer bicicleta y otras actividades deportivas. La comida panameña era excelente y el ambiente era el de una cálida y encantadora noche de viernes. Percibí la ciudad como un lugar alegre y vivaz, sorprendente y encantadora, en mi opinión.

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Autostop: un viaje por

Como he dicho, Panamá ofrece contrastes extremos: en la ciudad, por una parte, tenemos los ricos no-panameños con sed de dinero, y por la otra, gente normal y corriente, personas anónimas. También es la ciudad de vanguardia de lo ultra moderno, de la inversión privada y de los atractivos millones, mientras que la parte izquierda representa la lonja del pescado, la ciudad de lo antiguo, de historia y arquitectura. El Casco Viejo es la ciudad antigua, con pequeños palacios, plazas, iglesias, casas y edificios gubernamentales establecidos durante el colonialismo español. Hoy en día hay muchos restaurantes gourmet, museos, tiendas, viviendas.

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Una de las cosas más asombrosas que visitamos con David fue, sin duda, el Canal de Panamá. Primero, fuimos a visitar el museo del canal, donde un breve vídeo explicaba como lo construyeron, el sistema de bloqueo, los ingenieros y los trabajadores que formaron parte de la construcción, los esfuerzos exigidos, el tiempo que necesitaron para construirlo y, la importancia estratosférica. Probablemente, el Canal de Panamá es el trabajo de ingeniería más fascinante del mundo que haya visto jamás. Me alegré al poder ver un barco que cruzaba las esclusas, dejando el Atlántico para encontrarse con el Pacífico. No podía parar de preguntarme por las mentes increíbles que lo proyectaron, que lo elaboraron y lo convirtieron en una realidad de importancia mundial.

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David también quería que viéramos Portobello, una ciudad amurallada cerca del Atlántico a la entrada del Canal de Panamá, habitada en su mayoría por pescadores locales. El camino para llegar a Portobello pasa por partes muy pobres del país, visiblemente en ruinas y abandonadas con montañas de basura en ambos lados y chozas muy descuidadas y sucias. Portobello es en sí pobre y simple pero, hay una enorme riqueza en talento artístico. Los lugareños han pintado cada casita con colores vivos y dibujos maravillosos. Hay algunos murales excepcionales que hacen que el pueblo sea único con la expresión de la creatividad de los nativos.

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Llegó el momento de irse de nuevo. Tras tres días especiales, mi madre y yo volvimos a hacer autostop en la carretera que a la vez la principal de la capital. Nuestro siguiente destino fue Santa Catalina, una ciudad en la costa del Océano Pacífico de Panamá, también base de las visitas al Parque Nacional de la Isla de Coiba. El siguiente hombre que nos llevó fue Joe, un técnico biomédico y antiguo soldado del ejército americano. Tenía alquilada una casa en una ciudad costera en Panamá y comía marisco fresco todos los días desde su mudanza. Le gustó tanto nuestra compañía que, en ver de volver a casa se vino con nosotras a Santa Catalina. Visitamos la playa local de los surfistas, bebimos cerveza, comimos pescado, y decidió venirse al día siguiente con nosotras al sur de Costa Rica y visitar Corcovado. También tuvo que comprar ropa nueva para poder continuar el viaje. Joe me dejó conducir su coche desde Santa Catalina hasta la frontera, y durante al menos tres horas, pasamos por las tierras verdes de Panamá, en un camino sin nada salvo árboles, hierba, colinas verdes y animales de granja.

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Los funcionarios de aduana no nos dejaron pasar con el coche alquilado de Joe y, la fuerte lluvia nos obligó a parar y pasar la noche en el pueblo cercano a la frontera del Pacífico de Costa Rica. Al día siguiente, mientras cruzamos la aduana, conocí a Fabio, un Kuna Yala de San Blas que me dio su teléfono en caso de que quisiera ir a enseñar inglés a niños pequeños y vivir en su comunidad algún tiempo. Iré, por supuesto que iré. Espero poder ir durante mi quinto año de universidad. En Costa Rica alquilamos un coche durante un día con Joe y condujimos hasta Golfito, donde dejamos el coche y montamos en barco dirigido a Puerto Jiménez, el pueblo más grande en la Península Osa. El paseo en barco fue divertido, ya que el ferry saltaba todas las olas y mi pelo era libre con la brisa del viento. Esta península alberga el bosque tropical más grande y floreciente de Costa Rica, Corcovado, también llamado "el Amazonas de Centroamérica". Es también la parte más salvaje y aislada del país, donde viven pocas personas y pocos la visitan. Por lo que, en mi opinión, es el lugar más misterioso, rico en biodiversidad y espectacular de Costa Rica. Conserva su belleza y su naturaleza salvaje, porque es el menos concurrido, el menos comercial y el menos influenciado por el turismo.

Puerto Jiménez no es más que un paseo marítimo, una terraza, unas cuantas casas, unos cuantos restaurantes y cabañas espartanas para recibir a los viajeros, unas cuantas lanchas y barcos pesqueros, pero sus alrededores representan todo para los amantes de la naturaleza. Un camino de tierra de cuarenta kilómetros, con agujeros, ríos y barro separa el pueblo de Carate, donde solo se construyeron unas pocas cabañas de madera para los que querían pasar la noche en la selva. Probablemente Carate es el lugar más abandonado y aislado en la tierra, considerado la entrada sur de Corcovado. National Geographic considera este parque como "el lugar biológicamentente más intenso sobre la tierra", donde más de cuatrocientos kilómetros cuadrados de impenetrable vegetación bordean las playas más vírgenes del planeta. A solo una hora a pie de Puerto Jiménez se encuentra Playa Diamante, una playa larga con olas perfectas en las que no se puede confiar demasiado. En total había 6 personas en la playa, nosotros tres y tres chicos lugareños que fueron realmente amables al llevarnos de vuelta al pueblo. Me encantaba; me encantaba la simplicidad, la calma, el sentimiento de estar lejos de todo. Un día más tarde, nos despedimos de Joe tristemente, que cogía un ferry para volver a Golfito mientras que nosotras continuamos nuestro viaje por el norte. Desde Puerto Jiménez fuimos con un chico de Argentina que tenía un albergue en Bahía Drake, la entrada norte de Corcovado. Nos dijo que es muy difícil de llegar a Bahía Drake, ya sea una hora y media en barco, o dos horas y media en coche por un camino de tierra con un coche de tracción en las cuatro ruedas. Trató de disuadirnos para que no fuéramos porque el camino de tierra que iba a Drake está muy poco frecuentado, sobre todo en la temporada de lluvias -la de ahora-, incluso menos. Bueno, no lo escuché. Todo lo que decía, en vez de desanimarme, me convencía aún más de que merecía la pena ir a Drake. Me dije esto a mí misma: "lo que es difícil de alcanzar suele ser muy valioso cuando lo consigues. " El hombre nos decía que la naturaleza dificulta el paso, lo que significa que solo los amantes de la naturaleza se arriesgan. Sin querer, había despertado mi interés, mi curiosidad y mi sentido de la aventura. Por lo tanto, nos dejó en el cruce con Bahía Drake deseándonos buena suerte en la búsqueda para encontrar un vehículo. Mi madre y yo dijimos que si no encontrábamos a nadie en las siguientes dos horas, continuaríamos hacia el norte. Parece que la suerte estuvo de nuestro lado durante todo el viaje, porque ni siquiera quince minutos más tarde ya estábamos sentadas en un coche con tres mujeres jóvenes arquitectas de Barcelona. El destino quiso que viéramos la zona.

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Sabía que Bahía Drake estaba lejos y el camino estaba mal, pero no creía que fuera para tanto. Eran unos cincuenta kilómetros de un camino de tierra imposible, estrecho, con curvas constantes, profundos agujeros, rocas grandes, lodo, troncos de árboles y ríos. Tuvimos que salir del coche algunas veces, pasar los ríos descalzas para comprobar si los neumáticos llegarían o se hundirían y, finalmente acelerar para cruzarlos. Lo hicimos al menos cuatro veces. En algún momento llegamos a un río grande y profundo donde un camión se había hundido en todo el medio. Las tres chicas, agotadas por el entorno, nos dijeron que nos fuéramos y que llegáramos donde quisiéramos, y nos dejaron allí, a un lado del río en la desconocida selva de Península Osa. Poco después, un hombre con un gran camión forestal se paró y nos dijo que sabía cómo cruzar el río y que nos llevaría a Bahía Drake, su casa. Montamos en el camión y fuimos a recoger a un hombre de Serbia y a una pareja de Inglaterra al pequeño aeropuerto de la península. La intensa vegetación tropical representa un considerable obstáculo en esta región haciendo que sea duro cruzar, tanto, que los lugareños han construido este pequeño aeropuerto para facilitar el viaje a los viajeros y a los estudiantes locales de la universidad. El aeropuerto tiene una sola pista y el avión, quizás tiene seis asientos en total. Aterriza en medio de la selva. Después de recoger a estas personas, pudimos cruzar el gran río de una manera que solo él sabía, con la mitad de las ruedas por debajo del agua corriente. Una vez que superásemos el obstáculo, pensé que llegaríamos pronto, pero en realidad, todavía teníamos más de una hora de viaje por delante. El camino era tan estrecho como el anterior pero con más subidas y bajadas, como una montaña rusa. No podía dejar de reírme mientras veía la cara de asombro de mi madre.

Finalmente, lo que parecía ser un paseo interminable de agujeros, ríos, lodo, rocas..., fuimos recompensados con la espectacular vista de Bahía Drake. El pueblo de Drake se encuentra en una colina, sin calles asfaltadas, solo rocas y baches. Se podían encontrar restaurantes sencillos y tiendas de comestibles en ambos lados de la carretera serpenteante que desde la playa a nivel de mar sube hasta la cima de la colina y continúa hasta llegar al pueblo más aislado. El pueblo dislocado en la colina con la larga playa curvada y en sus pies crea una bahía que alberga sombras de sol de ensueño y por la noche, una cúpula en llamas de brillantes estrellas que no he visto en ningún otro lugar en Costa Rica. La bahía es como un tesoro escondido, protegida por los acres de selva, y esta es la razón por la que muchos animales encuentran aquí un lugar seguro para vivir. Loros rojos vuelan libres, los monos comen y saltan por todas partes, y he visto incluso una gran tortuga de tierra al lado del camino durante la oscuridad. Aparte de los animales de la selva, cada año Bahía Drake es también la parada favorita de los animales marinos, como delfines, tortugas marinas y ballenas durante su viaje de migración y reproducción. Hay más delfines y ballenas en esta península que en cualquier zona costera de todo el país. Conocí también a gente cálida, amable e interesante allá en el sur, gente que está enamorada de la naturaleza salvaje y del océano. La Península Osa también da la bienvenida a muchos científicos de todo el mundo que estudian los bosques, biología marina, zoología y otros ámbitos.

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El hombre que nos ayudó a cruzar el río y nos llevó a Bahía Drake, nos enseñó las pocas cabañas que había por si queríamos quedarnos una noche. Ya que el lugar era tan único, decidimos quedarnos dos noches en una cabaña. Estaba en la cima de la colina, con un balcón que se inclinaba sobre la vegetación, con el bosque detrás de la casa. Su familia vivía al lado así que, nos sentimos parte de ella. Gracias a las pocas habitaciones que alquila a los viajeros, puede permitirse pagar la universidad de sus hijos. Pude ver que eran más educados que la mayoría de los costarricenses. Tenían una mentalidad más europea; podía sentir la ambición en las palabras de su hija, planes de futuro, deseo de seguir una carrera profesional, amor por los libros y el estudio. Es raro encontrar esto en Costa Rica, porque la mayoría todavía tienen mentes primitivas.

Al día siguiente, decidimos levantarnos pronto y hacer una excursión desde Drake hasta la Playa San Josecito, que está a más o menos tres horas andando. Si alguna vez vais a Bahía Drake, entonces este sendero es imprescindible. El sendero atraviesa la selva pero bordea la costa, así que, también da la oportunidad de visitar las pequeñas playas y bahías que existen pacíficamente entre Drake y San Josecito, y que solo los lugareños conocen. Caminamos a través de la vegetación tropical, rodeada de grandes árboles, donde incluso los arbustos pequeños eran más altos que yo, en silencio para escuchar el sonido del bosque. Cruzamos un río azul por un puente colgante como si estuviera en una especie de cañón para encontrarnos de nuevo con el camino al otro lado. Me gustaría precisar que algunos riachuelos de Costa Rica tienen colores muy vivos, que podemos describir como celeste, la razón radica en la reacción química entre los minerales del agua y los rayos del sol. El segundo río que encontramos, otra vez con este color tan particular, presentaba más trampas que el último. La única opción para nosotros era cruzarlo por su ría, pero la marea alta del océano a esa hora en particular lo había llenado tanto que en muchas partes del río, no podía tocar el fondo con mis pies y llevábamos dos mochilas. Me las arreglé para llegar con una mochila al otro lado nadando con el brazo levantado, pero con la segunda tenía miedo porque algunas cosas personales no se podían mojar. Tuvimos suerte otra vez, ya que en ese mismo momento, Álvaro, un amigo que conocí en Bahía Drake, apareció nadando en el río desde la cascada hasta la ría con tres canadienses. Nos ayudó a cruzar, y al otro lado nos bebimos una taza de té caliente que algunos lugareños habían preparado para los tres turistas. En nuestro camino a San Josecito, nos encontramos con monos aulladores, jugando sobre nuestras cabezas, algunos pavos salvajes y pájaros pequeños, gordos e intensamente rojos. Cuando por fin llegamos a la playa, nos dimos un baño relajante en el agua clara de la bahía, y le pedimos a un lugareño de rastas con una tierna sonrisa si nos podía llevar de vuelta a Drake en su barco. Había acompañado en un tour de buceo a una joven pareja de profesores españoles y ahora estaban haciendo un picnic en la playa. Estaba contento por llevarnos de vuelta e incluso nos ofreció el almuerzo que había preparado. En el barco de vuelta, vimos una tortuga marina.

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Hitch-hiking: A journey through

A las seis de la mañana del día siguiente, nos levantamos con el ruido del bosque, atacado por algunas criaturas pequeñas, fascinantes y sumamente preciosas. Quizá unos treinta monos capuchino, algunos con sus bebés en la espalda, empezaron a saltar en nuestro balcón buscando comida, mientras la abuela de la familia les daba de comer. Los mono de cara blanca son curiosos y hambrientos, pero si te ganas el respeto entre ellos, te respetan. Solo cogerán vuestra comida si le dais de manera voluntaria. Como era muy temprano, fuimos a bañarnos a una playa local, y después esperamos a que Álvaro nos llevara a Sierpe, por la selva otra vez. El camino a Sierpe fue divertido. Cruzamos otra vez un par de ríos, nos paramos a mirar la tierra de los manglares a lo lejos como si estuviéramos cuesta arriba, y tomamos café en la cima de la colina que tenía una vista de 360º de la zona interior de Sierpe. El lugar pertenecía a un agricultor local que había construido tres cabañas abiertas equipadas con una cama y una hamaca cada una con vistas a lo lejos del océano y a la inmensa tierra verde que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Una vez que llegamos a Sierpe, cruzamos el último río. Han sido tantos que dejé de contarlos. Este último río era mucho más grande, por lo que tuvimos que esperar que un lugareño moviera una plataforma flotante al otro lado del río para que pudiéramos poner el coche y llegar a la carretera del otro lado. Para mí, este río significaba una frontera que separaba la naturaleza del mundo más civilizado y urbano. Esa misma noche, tres lugareños con un perro nos acompañaron a nuestro hostal en Uvita.

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Al día siguiente temprano, encontramos un viaje a Puntaneras con un socorrista local. Viajaba por el país dando cursos de socorrismo a los guardas de todos los parques que bordean el océano. Un trabajo increíble, ¿no? Una vez en Puntaneras, conocimos a una chica costarricense de diecisiete años que iba a Montezuma, en la Península de Nicoya, igual que nosotras. Cogimos un ferry desde Puntaneras a Playa Naranjo, un viaje de dos horas con las últimas sombras de sol besando el océano. Cuando bajamos del ferry, montamos en la caja de una camioneta que conducían un joven y su madre. Eran de la capital, San José; él es investigador de fraudes para Amazon, mientras que su madre está jubilada. Mi madre, la chica y yo estuvimos sentadas durante tres horas en la caja de la camioneta, saltando cuando el vehículo se encontraba agujeros y rocas en los caminos de tierra imposibles del territorio salvaje costarricense. Ya estaba oscuro y tuve la sensación de estar perdida en medio de la nada. Podía sentir el viento frío de la noche, poniendo la piel de gallina mis piernas desnudas. Podía sentir la presión de la noche en mis pensamientos, mientras me llevaba al mundo de los crímenes, horror y sangre. Solo podía ver oscuros e interminables campos a mi alrededor, siendo la única luz los faros de nuestro coche. A pesar de esos pensamientos, me sentí muy feliz, ya que me encantaría vivir toda mi vida. Siempre de aventura, viajando, respirando el aire de lo desconocido.

Finalmente llegamos a nuestro destino: Montezuma. Montezuma es una ciudad costera donde las perfectas olas vienen a morir, para alegría de los surfistas. Es una ciudad turística con una posición ideal porque está cerca de una de las playas más impresionantes de Costa Rica, Playa Santa Teresa. Llovía sin parar durante la noche y por la mañana, el océano estaba marrón y agitado, por toda la suciedad que los ríos habían llevado a su agua. Decidimos ir a ver la cascada por la que es especialmente famoso Montezuma. Sin embargo, surgió un problema: había llovido tanto que el río estaba desbordado con aguas marrones y agitadas. Para ir a ver la cascada, necesitábamos cruzar el río, pero era demasiado difícil desde el camino regular. Una vez más, la suerte estaba de nuestro lado ya que nos encontramos con un guía local completamente loco, Crazy Carlos, que se apiadó de nosotros y decidió darnos un regalo de cumpleaños: guiarnos hasta la cascada por un camino privado. Crazy Carlos era un guía increíble; guió también a gente famosa como a actores. Descendimos por un camino empinado y estrecho hasta llegar al borde del río a una parte plana; nos quitamos la ropa y saltamos al agua marrón detrás de él. Caminamos descalzos sobre rocas afiladas al otro lado del río para llegar a una plataforma rocosa en el medio de las dos cascadas, una pequeña y otra grande. La grande era una bomba de agua rociando en todas las direcciones como loca, con un poder que solo la naturaleza conoce. Costa Rica es el país de la aventura, de lo inesperado y sorprendente.

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Hitch-hiking: A journey through

En la misma tarde nos fuimos a la Playa Santa Teresa, una playa de cuatro kilómetros de largo con unas espectaculares olas y atardeceres maravillosos. Los atardeceres en Santa Teresa son tan increíblemente coloridos, cálidos y fabulosos que incluso las palabras fallan en el intento de describirlo. Jóvenes viajeros, turistas y lugareños, se agrupan al atardecer en un lugar llamado Banana Beach que funciona como bar y restaurante, donde beben cerveza o cócteles hasta que los últimos colores del sol dejan el cielo. El pueblo de Santa Teresa no es extremadamente especial; es solo un camino largo con negocios de hostelería regentados por desconocidos y restaurantes que ofrecen diferentes tipos de comida. Sin embargo la playa es otro mundo. Os hace soñar, imaginar y maravillaros.

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Hitch-hiking: A journey through

Desde Playa Santa Teresa volvimos con Claudio, un ingeniero de comunicaciones de Honduras. Pasamos todo el día con él, mientras nos llevaba de vuelta a Tamarindo desde donde empezó nuestro viaje. Ya que tenía trabajo que hacer, investigó si era posible construir una torre de comunicaciones telefónica, lo acompañamos y luego paramos en una playa llamada Playa San Carrillo, una bahía con perfectas palmeras y olas divertidas. Claudio vive en Alajuela, una ciudad cerca del aeropuerto principal del país. Es un hombre inteligente, que le gusta la música rock y metal, y tiene una bonita sonrisa.

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Nuestro viaje empezó y acabó en Tamarindo, pero me sentí enriquecida en experiencia, en viajes y en sensibilización cultural. Nunca podré olvidar un viaje como este que me hizo sentir viva y muy feliz. Tenía la esperanza de hacer del viaje mi vida, mis metas y mi todo.


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