127 días.
127 días. Es irónico que una de las películas que más me gustan lleve el mismo número, 127 horas, y que en ella el protagonista pasara un infierno, mientras que para mí cada una de las horas de los ciento veintisiete días que viví fueran una de las mejores experiencias que he vivido.
Decidí, entonces, no echar de menos lo que dejaba atrás porque sabía que al volver seguiría exactamente donde lo dejé y me centré en exprimir cada segundo que vivía allí al máximo.
Entonces, dejó de importarme si engordaba cuando comía trozos de pastel todos los días en la universida, porque sí, seguro que durante el erasmus vas a engordar a pesar de que claramente no esté en tus planes, aunque solo sea por los caprichos de comer chocolate después de comer, tomarse un par de galletas tuc para merendar o picar de la bolsa de cereales después de haber cernado. O de las cervezas del fin de semana, quién sabe.
Dejé de pensar que iba a ser misión imposible hablar en inglés después de haber bebido unas cuantas cervezas y dejé de preocuparme por si al día siguiente los daneses más borrachos de los locales se sentían mal por habernos regalado todas sus bebidas de la noche anterior por no poder beber más.
Me daba igual si llegaba a tiempo a todos los sitios a los que debía ir o no mientras llegase a la barra libre de la fiesta del día, a la llegada de Papá Noel en barco al puerto para dar la bienvenida a la navidad o a coger el último autobús 4a en esa parada de la residenciaque estaba en medio de la nada, a la que solo llegaban los últimos rezagados de la noche.
Me di cuenta de que abrirte en canal y dejar que te conozcan aunque nunca te hayas atrevido a hacer algo así no está tan mal si quienes empiezan a conocerte son personas que te llenan, de las que puedes aprender en todos los sentidos y con las que puedes inspirarte para construir tu propio mundo.
Y sin ni siquiera buscarlo o pararme a pensarlo, supe que estaba en el sitio correcto en el momento oportuno y que rodeada de tantas aspiraciones y entusiasmo en todos y en todo, iba a crecer como nunca aunque siguiese necesitando unos buenos tacones para aumentar mínimamente el metro sesenta y tres que mido.
Y es que sí, Aarhus me ha dado lágrimas, y la última semana de mi estancia en mi segunda casa me dediqué a inundar cada rincón de la ciudad, desde la puerta de mi residencia, mi universidad y cualquier bar donde tomamos algunas de nuestras últimas cervezas. A mí, que jamás me había dado por llorar en público, me daba igual si el rimmel no waterproof me llenaba la cara de manchas negras y si me decían que les había contagiado el llanto.
Y es que nunca se me han dado bien las despedidas en las que nunca sabes si estás diciendo hasta pronto o adiós.Tampoco se me ha dado nunca bien cortar cebolla, a pesar de haber probado sacando la lengua, mirando hacia otro lado, manteniendo agua en la boca, pensando en otro tema. Y mucho menos las clases de expresión corporal en las que tienes que mostrarle a los demás cómo te sientes. Y todo eso junto hizo que provocase un diluvio universal nunca antes visto.
Pero también me ha dado muchas alegrías, muchas más que lágrimas. Cuando cargamos con una cama por toda la residencia, cuando granizó en pleno septiembre, cuando en medio de clase creamos una historia sobre el peor profesor que tuvimos, cuando los niños de mis prácticas hacían pssss cada vez que tenían ganas de ir al baño porque sabían que sino no les entendía, cuando me llevaron en bici con unas cuantas cervezas de más.
No soy de creer demasiado en tréboles, en tocar madera o en pedir deseos cuando se me cae una pestaña, pero tampoco en creer en la mala suerte. Y es que solía estar más contenta que nunca los martes trece, todos los días veía gatos negros cruzarse por delante al salir por la puerta del número 66 y derramaba sal a diario sin importarme porque sabía que iba a sobrar más de la mitad del paquete de dos coronas danesas del Netto.
Aun así, a pesar de no creer en nada y creer en todo, creo que en este erasmus he tenido más suerte que nunca, y ahora sé que siendo la misma persona que he sido siempre, he cambiado hasta el punto de saber que ahora quiero más fuerte y quiero mejor, que ya nunca tengo suficiente con nada y busco más, que no sé mucho sobre nada y jamás perderé las ganas.
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