Horas muertas

Una de las pocas cosas negativas de Erasmus es que pierdes la costumbre de ser productivo. Sí, me refiero a las clases. Todos sabemos que a Erasmus no se viene a aprender pero al llegar aquí, te sorprendes de lo poco exigentes que son las materias, de lo poco que esperan de ti los profesores. Es por eso que la mayoría de los europeos se vienen de Erasmus a sacar las materias más difíciles de su carrera aquí, donde todo es 10 veces más fácil. Me imagino que se preguntarán por qué considero que esto es algo malo. Pues bien, estoy en ese momento del Erasmus en que comienzas a darte cuenta de que tienes más de 5 meses sin utilizar tu cerebro para nada. Es una conversación muy frecuente entre nosotros: lo fácil que es todo, lo poco que se aprende, lo difícil que será volver a acostumbrarse a estudiar... Cuando te quedas un semestre no es tan grave: todos nos merecemos unos 5 meses para disfrutar la vida, pero para los que nos quedamos un año es otra cosa; un año de vagancia no sólo no es buena sino que genera un leve sentimiento de culpabilidad que hasta los más tranquilos experimentan.

Todo comienza cuando hablas con tus amigos en tu país y te dicen lo mucho que estudian para un examen o una entrega, y te burlas de ellos porque tú te estás dando la gran vida. Luego te dicen que están consiguiendo sus pasantías o comenzando sus trabajos de grado y tú te das cuenta de que tienes dos días viendo películas en tu habitación; ves las fotos de tus amigos defendiendo tesis y yendo a clases y tú comienzas a pensar que te quedas atrás. Entonces recuerdas que probablemente no te gradúes con el grupo con el que vienes estudiando desde que empezaste la carrera, sino que te tomarás uno o dos cuatrimestres más por el tiempo que estuviste aquí. Todo empeora cuando no tienes clases -como ahora- y las únicas razones para salir de casa son ir a la compra o de fiesta y empiezas a desear que tus profesores envíen el correo diciéndote el nuevo horario de clases. Envías correos a la coodinación de tu carrera en tu país para asegurarte de que las convalidaciones y requisitos están en orden o para arreglar todo para el segundo semestre y te pasas el día revisando tu email.

Debo admitirlo, yo soy bastante exagerada y me preocupo por este tipo de cosas que muchos Erasmus pensarán que son tonterías. Pero lo que sí puedo asegurar es que todos nos sentimos un poco perdidos cuando pasamos mucho tiempo sin tener nada que hacer, especialmente cuando estás acostumbrado a llevar un ritmo muy intenso en tu ciudad natal. Yo misma estoy ahora en uno de esos momentos en que siento que cada minuto de mi día es un desperdicio que lamentaré más adelante. Por supuesto, sé que no es así.

Es normal preocuparse por cómo van las cosas en tu universidad, porque estás lejos y llevando una vida muy distinta a la de tus amigos; es normal extrañar de vez en cuando la rutina y querer ser parte de lo que ha sido tu zona de comfort por tantos años -los seres humanos somos seres de hábitos-. No es raro sentir un día o dos que tus compañeros te dejan atrás y es que alejarse tanto de lo que conoces genera un vértigo que es emocionante pero a que veces te puede marear. Todos hablan siempre de la increíble experiencia que es Erasmus (yo lo he hecho muchas veces) y de lo mucho que cambiará tu vida; hablan de lo difícil que es al principio y de lo doloroso que es al final. Hablan de sus viajes y de sus fiestas y de los amigos que hicieron pero nadie comenta los momentos de vacío que te hacen exttañar lo que dejas atrás. Porque es que incluso en Erasmus algunos días se vuelven rutina porque es muy difícil pasar un año de aventuras y emociones intensas -sería agotador- a pesar de que eso es lo principal, no todos los días están llenos de adrenalina y miente el que diga que cada día de su Erasmus fue una fiesta. Hay días de quedarse en casa y ver películas o de hacer ejercicio en tu dormitorio y de hacer tareas y estudiar y también hay días en los que simplemente vas a la cama temprano. Son esos días en los que le empiezas a darle vueltas a tu vida y a lo que estás haciendo en un país desconocido, lejos de tu familia y amigos. No siempre es así, son sólo unos minutos en los que te rayas la cabeza; pero con la presión social que implica estar aquí, muchos creen que son raros o que está mal preocuparse por lo que dejan atrás. Es natural pensar en tus clases y en tus amigos y en lo que estarías haciendo en tu ciudad, porque no nos arrancaron de raíz de nuestros hogares. Pensamos en lo que estaríamos haciendo allí porque todo en la vida es un intercambio y si estamos aquí disfrutando una de las mejores experiencias que un estudiante puede tener, es porque debimos sacrificar algo a cambio. Y ese sacrificio es lo que vemos en las horas muertas del Erasmus. Horas muertas, porque es la 1 de la tarde y yo sigo en pijamas y lo más productivo que he hecho hoy es escribir esto. Sí, aunque no me lo crean en Erasmus también hay horas muertas pero las vivas, esas horas en las que nos reímos y bailamos y disfrutamos, las compensan.

Si en algún momento estás en este éstado ánimico en el que sientes aunque sea algo parecido a lo que describí arriba recuerda que de una u otra manera todo se resuelve, incluso los problemas burocráticos y trabas administrativas que nuestras universidades aman tanto. Te convalidarán las materias y te aceptarán los trabajos -sólo no lo dejes todo para última hora-. Tus amigos seguirán ahí cuando regreses, pero no los abandones por completo mientras estés aquí. Tus profesores no pensarán que eres un vago cuando llegues y no recuerdes nada -o tal vez sí, pero lo pensarían incluso si no te hubieses ido de Erasmus-. Tu familia no creerá que estuviste gastándote todo el dinero en fiestas sino que verán que cocinas un poco mejor, que sabes poner la lavadora, que tomaste la costumbre de cuidar y ordenar tus cosas, que eres un poquito más adulto. La meta de todos nosotros, estando de Erasmus o de vuelta a la realidad, es hacer contar cada hora, que cada minuto sea emocionante; pero si somos realistas, es bastante difícil. Las horas muertas están presentes siempre, en mayor o menor medida, y a veces nos traen momentos de creatividad y reflexión o simplemente de descanso. Estas horas a veces son las que nos conectan con nuestro hogar, son las que nos permiten skypear con nuestra familia o escribirle un mensaje a ese amigo con el que no hablas desde hace algún tiempo; son las que nos permiten recordar. Cuando estés en tu casa y lleguen las horas muertas no las veas con miedo, no le temas al aburrimiento y al tedio que suelen traer consigo, velas a la cara y salúdalas con una sonrisa, porque son las mismas que te acompañaron en tu Erasmus.  


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