Érase un atraco en Coimbra

Publicado por flag- Alberto Resmella Taborda — hace 6 años

Blog: Erasmus Coimbra
Etiquetas: Consejos Erasmus

¡Hola aventureros!

En el post de hoy no voy a hablaros de los mejores antros, ni de la gastronomía típica del país ni de la receta secreta para sobrevivir a una depresión post-erasmus. Hoy voy a hablaros de la cara oculta del erasmus. Aquello que nadie cuenta pero que ocurre. No toméis muy serias mis palabras, hacedlo desde un enfoque desenfadado. Soy un poco dramático y me gusta inyectar intesidad. 

Un 23 de febrero del año 2016 (jamás se me olvidará la fecha) mis amigos y yo nos lanzamos a por una de esas noches de Coimbra en las que solo deseas no tener mucha resaca al día siguiente para volver a salir. Pues bien, la noche transcurrió con absoluta "normalidad", como otra noche cualquiera. Bueno, no tan cualquiera. Cada día de erasmus es infinitamente diferente pero lo digo por hablar algo normativo y formal. Fuimos a Cabido Bar, nos bebimos un par de apsentas con sangría y algún que otro shot. Seguidamente, siguiendo nuestra particular ruta del bacalao fuimos a Praça da República a por otros tantos chupitos. Todos salvo Daniela, la latina, que le encantaban cócteles de esos de su país. Ella aguantando su línea de europea pero con claras influencias venezolanas. Posteriormente, fuimos a NB y la noche siguió transcurriendo con normalidad. Poco a poco, el alcohol iba haciendo mella en la nocturnidad de mis amigos y fueron abandonando el barco. Como de costumbre, para poner la guinda al pastel, fuimos a por un poco de dosis de indie-rock a Noites Longas (NL) y así irnos con buen sabor de oído. En este antro, no sé cómo ni porqué, mis amigos hicieron bomba de humo. Quedando un amigo, Octavio, y yo. Él ligando con una tía a punto de bajarse al pilón, decidí irme. Iba tan perjudicado que, de camino a casa, sentía cómo mis ojos estaban haciendo una panorámica continua de 180º a Coimbra. Decidí sentarme en un banco de Praça da República y esperar a que el mareo disminuyese gradualmente. Pasados los minutos, o no sé cuánto tiempo exactamente, se acercaron unos portugueses. Empecé a hablar con ellos y ¡sorpresa! Mi amigo apareció con el rosco debajo del brazo. Me dice que se va a a casa pero que antes va a comprar unas patatas fritas al 24 horas que estaba escasamente a 10 metros de donde yo estaba, en la mismísima plaza. Yo, en medio de una conversación muy entrañable con los portugueses (a saber qué les diría), le dije a Octavio que fuera él a comprar, me esperara y nos íbamos a casa. Mi amigo, por miedo a que le pidiera patatas fritas de su cartucho, decidió irse sin mi. Cuando fui en su busca, no estaba en la tienda. Seguí andando por la calle, aún estando bastante perjudicado, en busca de mi casa. Recorrí un par de metros y me percaté de que cuatro hombres estaban dándole patadas a un chico que estaba en el suelo. Intenté enfocar mi vista y sí, era mi amigo. Fue muy curioso porque le estaban pegando pero el cartucho de patatas fritas seguía intacto en su mano. Me armé de valor y fui a por ellos a pedirle que le dejaran en paz. ¿Qué pasó? Pues panes para mi también. Recuerdo como mis gafas volaron de un tortazo. Dos fueron hacia mi y otros dos se quedaron con mi amigo. Si juntas el ciego que llevaba y el hecho de no llevar gafas, os podéis imaginar cuál era mi campo de visión. Un puño en el estómago me hizo tener un momento de lucidez. A un metro, al lado exactamente, había un establecimiento de máquinas expendedoras. Era un lugar que yo había frecuentado bastante. Por este motivo, recordé que en la fachada de estas máquinas había un logotipo de cámara de seguridad. Pues bien, mientras los dos chicos me pegaban, fui avanzando hasta colarme en las máquinas expendedoras. El objetivo era que me pegaran delante de las cámaras y así quedaran grabadas sus caras. De hecho, la cobardía del ser humano llega a tales límites que unos portugueses estaban comprando en una de las máquinas, me vieron y no movieron un dedo. Recogieron su compra, la vuelta y para casa. Me siguieron pegando hasta que hubo un momento en el que los otros dos atracadores llamaron a los que me estaban pegando. Se fueron corriendo. No me expliquéis porqué pero justo fue salir los chicos del establecimiento, cogí mi monedero e introduje 10 euros en una de las máquinas. Supongo que sería una reacción nerviosa. Segundos después, mientras recogía el cambio, apareció mi amigo. Muy golpeado pero tan entero... Él, muy valiente, me decía de ir detrás de ellos. Mi respuesta fue: ¡y una mierda! Yo creo que le había sabido a poco. Él fue mucho más golpeado que yo. A él le robaron la cartera. Conmigo se cebaron y no me pidieron nunca nada. De hecho, su oreja parecía un gazpacho de verano. Fuimos andando en dirección a casa y, un poco más abajo de esta misma calle, le hicieron lo mismo a otros dos chicos. Uno de ellos logró escapar y llamar a la policía portuguesa. Rápidamente, debido a la cercanía de la comisaría de Coimbra, llegaron dos coches oficiales. Lograron atrapar a tres de ellos, uno escapó. Tuvimos que ir a comisaría a dar parte de lo sucedido. Alrededor de las 11 de la mañana, con una resaca efímera, nos tocó el turno de defender nuestra versión delante de la guardinha. Nos comentaron que esa misma noche estos chicos habían realizado varios robos puesto que guardaban en sus bolsillos varias carteras y teléfonos móviles. Además, también tenían un arma con el que amenazar a sus víctimas. A nosotros nunca nos lo sacaron. Posterior a esto, con un hambre atroz, fuimos a desayunar y a dormir. Al día siguiente teníamos que ir al hospital a dar parte médico de lo sucedido. Estábamos tan reventados que ni fuimos. 

  (Foto de la noche del atraco en Noites Longas) 

Al cabo de las semanas, nos convocaron para un juicio. Los atracadores llegaron con toda su familia y nos miraban con cara de odio. Tuvimos que entrar uno por uno a relatar nuestra versión. Esto fue una tarea ardua: mi amigo no tenía ni idea de portugués y le gusta mucho el cine, le encanta hacer una versión exagerada de todo lo que le pasa en su vida. Le estuve dando una lección antes de entrar, refrescándole la memoria. A todo esto decir que tanto los atracadores como los otros dos chicos a los que agredieron iban con abogado. Nosotros fuimos solos, sin defensa alguna.  Yo no sé lo que contaría mi amigoen la sala pero la abogada de los atracadores se cebó conmigo demasiado. Está bien que hablaba portugués pero no tenía un portugués nativo. Me formuló preguntas continuamente hasta que la jueza le paró los pies. Pasadas otras semanas, nos convocaron a otro juicio y más de lo mismo. La señoría nos comunicó que se iban a tomar medidas contra ellos puesto que tenían antecedentes por hurtos y tráfico de drogas. 

Esta experiencia me quitó el sueño varias noches pero yo seguí yendo de after. Esto no es para desanimar a los futuros estudiantes. Todo lo contrario. Para mi, este robo y agresión junto a mi amigo fue de las mejores experiencias de mi vida. De hecho, lo volvería a repetir mil veces. 

Octavio y yo seguimos esperando la indemnización para poder pegarnos el viaje de nuestras vidas. Mientras tantos, mucha salud y muchos shots. 


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