Afurada, un salto al pasado

La ciudad de Oporto creció a orillas del Duero, un río larguísimo que desemboca directamente en el Atlántico.

Todo aquel que haya visitado esta ciudad se habrá dado cuenta de la importancia que tiene el río y no solo a nivel turístico, ya que desde el centro de Oporto salen tours de forma regular a lo largo del Valle del Duero. También la presencia del río ha permitido el cultivo de los viñedos en un terreno muy difícil.

De hecho, si se sigue la corriente, se llega a un pueblecito en el que el tiempo, respecto a lo rápido que pasa en la ciudad, parece que se detiene: estoy hablando de Afurada, un pueblo de pescadores a orillas del Duero.

Acabamos de llegar a la ciudad después de un día muy largo. Desde el centro de Oporto hemos cruzado el Puente Don Luis I, una construcción de hierro en la que colaboró Gustave Eiffel, después hemos llegado al municipio de Vila Nova de Gaia. Los domingos hay pocos autobuses que te llevan directamente a Afuranda, así que decidimos seguir el camino a pie a orillas del río. Un día soleado y con poco viento es perfecto para caminar.

Nuestro destino estaba a poco más de 4 km; a lo largo de la calle había muchísimos tenderetes y como no, no faltaban las fuentes para poder refrescarse. Cuando ya cruzamos el pueblo, el camino peatonal se convertía en en una pasarela de madera sobre el agua, adaptada también para las bicicletas. En este tramo de vez en cuando te encontrabas con bancos para poder sentarte y admirar las vistas de Oporto al otro lado del río, que también sirven como apoyo para los pescadores.

La primera parada la hicimos en la playa, aquí el agua del río se mezcla con la del océano y gracias a la marea se ha quedado al descubierto una zona de arena a orillas del río. Algunos de los dueños de los locales cercanos que ofrecen toallas y bañadores, toman el sol y ponen sus pies en el agua, al igual que lo hacíamos nosotros.

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Una vez ya nos habíamos refrescado, decidimos retomar el camino pasando a través de las barcas que estaban atracadas en el embarcadero. Y es en este momento cuando vemos la primera característica de la zona: el lavadero. Desde dentro de un edificio con forma rectangular se pueden ver las bañeras con las que las mujeres estaban lavando la ropa. Luego las escurrían y las colgaban en el tendedero para secarse.

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Después de este pequeño salto al pasado, de repente se pasa a la actualidad, ya que a lo largo del muelle se encuentran grandes edificios grises con cantidad de bares y clubes dentro. Llegados a este punto, el destino parecía que aún estaba lejos, pero a poco más de unos cientos de metros más adelante, finalmente podíamos ver las embarcaciones de madera en el agua y a nuestra izquierda las pequeñas casas de colores que había visto antes en foto, sin contar con el olor que venía de las parrillas.

El corazón de Afuranda es pequeño. La ciudad se encuentra situada a los pies de una colina, destaca porque los colores de las fachadas de las casas son similares a las que hay en las calles de Oporto, pero mucho más alegres. Cada casa es diferente, todas son bajitas y se entra directamente a pie de calle, de hecho muchas señoras se sientan con sus sillas de plástico en la puerta a tomar el sol y ver a la gente pasar.

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Después de la caminata el estómago nos empezó a rugir, teníamos mucha hambre, así que tuvimos que decidir dónde íbamos a comer. Aunque la hora de la comida ya había pasado, las brasas de la parrilla todavía estaban encendidas y la camarera nos explicó algunos de los platos del día en inglés (quienes hayan estado en Oporto sabrán lo difícil que es que alguien te hable en inglés). En los restaurantes del pueblo el pescado que te sirven es totalmente fresco, pescado de ese mismo día en el río.

Sin pedirlo, nos trajeron olivas y otros aperitivos mientras esperábamos la comida. Todo estaba riquísimo, incluso al final la cuenta nos sorprendió para bien.

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Estuvimos caminando un poco más por las calles del pueblo y luego volvimos al río. Desde el muelle, donde hay atracadas varias embarcaciones, sale un bote de madera que por 1 € te lleva de un pueblo a otro cada 15 minutos. Es importante saber que el billete se compra en el momento.

Aunque nuestro bote ya estaba preparado para salir, tuvimos que esperar ya que estaba atracando una familia de peregrinos (el más pequeño tenía unos 6 meses), que volvían de Santiago e iban a Fátima, con un burro y un carro lleno de cosas.

Nuestra embarcación salió y atravesamos el Duero hasta la orilla opuesta, a la altura del Ponte d’Arrábida; el cruce es muy rápido y en poco tiempo llegas a la parada del autobús. Desde allí pasan muchas líneas. No sabíamos muy bien cuál coger, pero todas te llevaban al centro de Oporto, así que como estábamos demasiado cansados como para volver andando, cogimos el primer autobús que vino.

Como habréis podido daros cuenta, Afuranda es muy pequeña; el camino para llegar no te deja indiferente porque hay muchas cosas para ver y forma parte del itinerario. Es uno de esos casos en los que, no solo cuenta el destino, sino también el viaje.


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