De crisis de identidad
Mi último fin de semana en Orlando lo pasé con mis primos. Fui a más sitios en esos cuatro días de los que visité en las tres semanas y algo que estuve allí. Fue lindo tener compañía de nuevo después de todo ese tiempo. Además de los mall y las tiendas y todo lo demás, tuve una conversación con la esposa de mi primo que me impactó bastante por lo verdad y el significado en ella.
Como les he dicho, la casa en Orlando está en una zona residencial donde abundan las familias con niños pequeños, hay un colegio, la patrulla del sheriff cada cierto tiempo y es todo como de película. Y cada cierto tiempo mi prima decía algo del estilo: “así era en Campo Sur”, “así era en el colegio cuando yo era niña…” y yo sólo pensaba en lo bizarro que es que alguien pueda comparar Venezuela con Estados Unidos en cualquier aspecto. Y no es que mi prima esté loca, sino que la situación actual de mi país es tan precaria, que el hecho de que en algún momento fue comparable con un país como Estados Unidos, me parece absurdo. Sus hijos, que no saben de historia ni han visto otra cosa que la Venezuela actual, sólo se reían de ella y hacían chistes al respecto.
Y lo que pasa es que mi prima creció en Anaco, por allá por los 70. Anaco es una ciudad que creció alrededor de los campos petroleros, de hecho los barrios se llaman igual que los campos: Campo Sur, Campo Rojo, Campo Los Pilones, Campo La Oficina… la industria petrolera en ese entonces empapaba todos los detalles de la vida cotidiana. Esos buses amarillos que para mí son la imagen del Autobús Mágico son iguales a los que usaba mi prima para ir al colegio. En Orlando, en las horas de entrada y salida unas mujeres se instalaban cerca del colegio para detener el tránsito y que pasaran los niños y sus representantes; esto, que para mí es una escena de la comiquita “El Recreo” que pasaban en Disney, es una escena de la infancia de Rebeca, que me dijo que la “Patrulla Escolar” normalmente estaba conformada por estudiantes mayores y que era un privilegio formar parte de ella porque te dejaban salir temprano de clases y te daban otros beneficios, sólo por detener el tráfico durante media hora. La patrulla del Sheriff pasando cerca de nosotras, hizo que mi prima recordara una ocasión en que ella y sus primas fueron escoltadas hasta la entrada de su casa por la patrulla de la policía, para asegurarse de que llegaran sanas y salvas. Ahora, uno ve la patrulla y sólo rezas para que no te detengan y te cobren –literal- por cualquier delito inexistente que ellos se quieran inventar.
Y es cierto que la vida en las ciudades petroleras de Venezuela -Anaco, Cabimas, El Tigre, Maracaibo...- se acercaba mucho a la vida en los pequeños pueblo Americanos, con los clubes privados para los altos rangos de las empresas petroleras, los colegios públicos de primera calidad, el énfasis en las actividades deportivas como básquet y fútbol, porque no había más nada que hacer. Los niños jugando en la calle, las doñas haciendo un simulacro de ejercicio mientras caminan a las 5 de la tarde… todo eso lo vio mi prima en su infancia, en los barrios petroleros. Eran comunidades bien organizadas donde la vida se desarrollaba a la sombra de las torres y bajo la atenta mirada de las industrias petroleras. Cada actividad tenía un propósito en la vida de los obreros y empleados. En Venezuela se dice que la única ciudad planificada es Puerto Ordaz pero la verdad es que estos pueblos que hoy en día quedaron en el olvido, fueron las primeras ciudades planificadas del país. Tal vez, sólo tal vez, con un poco más de tiempo y esfuerzo -porque el dinero brotaba literalmentende de la tierra- habrían sigo grandes metrópolis.
Esos barrios y urbanizaciones fueron modeladas por los gringos que venían a explotar nuestro petróleo. Y teníamos muchas cosas de ellos, excepto la cultura. Y la cultura es lo que se necesita para mantener un país con esas normas, y con esa tranquilidad. De ellos tomamos el béisbol, y palabras como Taima –time out- para detener los juegos cuando íbamos perdiendo, o la expresión de “échale pichón” –push out- para ponerle fuerza a algo. Los gringos nos dieron la costumbre de sentarnos en el porche al caer la tarde, para escaparle al calor. Nos dieron muchas pequeñas cosas, pero no nos dieron las herramientas para reproducir nada de eso. Cuando los campos petroleros pasaron a manos del Estado, y los americanos se llevaron sus peroles y nos dejaron ciudades a medio hacer, a medio crecer. Ciudades sin padres, que no les enseñaron la importancia y el manejo de las cosas que les dejaron. Los españoles no tuvieron tiempo de desarrollaros –y tal vez nunca tuvieron la intención- y los americanos, con buena intención y todo, no miraron hacia atrás a la hora de volver.
Los niños jugando en la calle, las doñas haciendo un simulacro de ejercicio mientras caminan a las 5 de la tarde… todo eso lo vio mi prima en su infancia, en los barrios petroleros. Y es que esos barrios y urbanizaciones fueron modeladas por los gringos que venían a explotar nuestro petróleo. Y teníamos muchas cosas de ellos, excepto la cultura. Y la cultura es lo que se necesita para mantener un país con esas normas, y con esa tranquilidad. De ellos tomamos el béisbol, y palabras como Taima –time out- para detener los juegos cuando íbamos perdiendo, o la expresión de “échale pichón” –push out- para ponerle fuerza a algo. Los gringos nos dieron la costumbre de sentarnos en el porche al caer la tarde, para escaparle al calor. Nos dieron muchas pequeñas cosas, pero no nos dieron las herramientas para reproducir nada de eso. Cuando los campos petroleros pasaron a manos del Estado, y los americanos se llevaron sus peroles y nos dejaron ciudades a medio hacer, a medio crecer. Ciudades sin padres, que no les enseñaron la importancia y el manejo de las cosas que les dejaron. Los españoles no tuvieron tiempo de desarrollaros –y tal vez nunca tuvieron la intención- y los americanos, con buena intención y todo, no miraron hacia atrás a la hora de volver.
Tal vez por eso estos países latinoamericanos han tardado tanto tiempo en levantar cabeza, porque somos naciones sin padres, que hemos tenido que andar por la vida a ciegas, aprendiendo solos; mezclando culturas y religiones de todos los imperios que decidieron “ayudarnos” pero que al final hacían más mal que bien. Tal vez esta crisis que vivimos en Venezuela ahora no sea más que una crisis de identidad, una típica crisis de adolescentes a los que sus padres les quitan la tarjeta de crédito –el ingreso petróleo- y no saben qué hacer. Somos como esa jovencita que tuvo siempre todo, pero cuyos padres nunca le enseñaron a trabajar ni el valor de las cosas y que de repente se ve en la calle, afrontando el mundo y buscando empleo.
Y pienso de nuevo en Rebeca y en sus comentarios, en los “así era Anaco…” y me pregunto qué hubiese pasado si las rentas petroleras siguieran en el poder de las grandes trasnacionales. ¿Seríamos un pequeño Estados Unidos? ¿Habrían hecho algo por nosotros, al sufrir ellos también con el precio del barril? Querer nuestra independencia, primero de los españoles y después de la industria petrolera internacional, no nos ha caído demasiado bien a largo plazo. Tal vez cuando todo esto acabe sabremos finalmente quiénes somos como país.
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