Arraigando generalidades

Publicado por flag- Fabio — hace 12 años

Blog: Diario de un Erasmus (Fabio es)
Etiquetas: flag-it Blog Erasmus Siena, Siena, Italia

Seguramente, algunos de los que lean esta entrada, notarán una similitud con algunas de las anteriores. Hablo, como veréis, de los estereotipos. Esta vez no hablaré de la desconfianza por nuestra nacionalidad (la española), sino que quiero hablar de un comportamiento que me parece denigrante e irrespetuoso sea quien sea que lo presente. No me entretengo y os cuento lo ocurrido ayer. Me llaman al teléfono para decirme que esta noche habrá una cena de despedida entre amigos. Una ocasión para hacer los típicos brindis de 'por nosotros' y 'un placer haberos conocido'. La chica que le llamó me dijo que era una cena de gala y había que ir, como no, elegantes (he de decir que aquí sólo tengo camisetas a granel, todas iguales o negras o blancas, me gusta esa sencillez a la hora de vestir, así que fui el único chico que no fue con camisa). La cena era a las 21:00 y allí estuve puntual. Sólo otros dos chicos llegaron sobre esa hora. Una parte de las chicas todavía estaban en la fase ducha, algunos no habían llegado ni a la ciudad. Tengo que decir que, de verdad, me crispa la impuntualidad. La mesa estaba reservada entre las 21:00 y las 21:15, así que, llegada la hora alta, los dos chicos y yo entramos en el restaurante para, al menos, dar aviso y comenzar a ocupar la mesa. Una grata sorpresa al ver a una amiga que había empezado a trabajar allí hacía un par de meses. Eran las 21:30 y faltaban tres personas por llegar. Como apunte, diré que me resultó divertido ver que el motivo por el cual aquella chica había dicho de ir de gala no era otro que lucir el vestido de su graduación, que no había tenido ocasión de volvérselo a poner. El menú ya estaba encargado para las doce personas que éramos. Nos trajeron, pues, unas fuentes con entrantes y unas tostadas con tomate troceado y aceite, así como unas botellas de vino y agua. Para mi vergüenza y la de algunos de los presentes, alguien reprochó al camarero que no eran todas las botellas de vino que se habían pedido, pero no pidió disculpas cuando se le dijo que el resto de botellas, como es lógico, vendrían a lo largo de la cena. Dieron las 22:00 y todavía no habíamos empezado a cenar, pues faltaban dos personas. El retraso de una hora hizo que un par de personas (yo, como no, entre ellas) empezásemos a expresar nuestro desacuerdo con la actitud de algunos. Me acerqué a uno de los empleados del restaurante para disculparme por las molestias y preguntar a qué hora cerraban la cocina. Faltaba media hora para que nos quedásemos sin comida. Si por mí fuese, sinceramente, no habríamos esperado a nadie que llegase más tarde de las 21:30. Sí, me parece una falta de respeto empezar a comer sin alguno de los comensales, pero no en la situación de que se retrase tanto tiempo y sólo porque todavía había que echarse la capa de maquillaje. Llegaron los que faltaban a falta de diez minutos para el cierre de la cocina. ¡Sorpresa! Habían traído a otros dos invitados. El personal del restaurante, ante las irrespetuosas exigencias de la misma persona que había reprochado la falta de vino, puso otra mesa y un par de cubiertos más. No contenta con la situación, esa chica a la que le había hecho la boca un fraile, dijo que, ya que había más gente, tenían que traer más vino y más embutido. A este punto ya no me cuidaba de mostrarme simpático con aquellos que demostraban faltas de respeto hacia esas personas que sólo hacían su trabajo. Cuando llegó la hora del plato principal, el cierre de la cocina ya había llegado. La señorita exigente nos había dicho que el plato principal era una elección entre dos (pasta o carne), pero la cocina había cerrado, como he dicho, después de que el personal del restaurante nos avisase por dos veces. Aviso al que solo dos personas hicimos caso, pues el resto estaba demasiado preocupado por rellenar de vino sus copas. Nos hicieron el favor de guardar unas generosas fuentes de pasta, pues comida no faltó (es más, sobró). Entonces llegó la cumbre del despropósito y la inmadurez cuando, la misma persona que no había sabido mantener la boca cerrada, mostró su indignación al camarero, al no poder elegir entre pasta y carne. Yo no pude mantener la boca cerrada y me puse a defender al pobre chico. Él no podía decir nada, pues aún por encima tenía que tragar con toda aquella injusticia, así que le dije que cerrase la boca, que suerte teníamos de poder cenar habiendo empezado una hora y veinte minutos más tarde y llevando más comensales de los que habíamos pedido al reservar mesa y menú. A decir verdad y, que alguien me corrija si me equivoco, no puedes reservar mesa para una hora determinada, empezar a cenar casi una hora y media más tarde, llevar a más gente que sillas y comida habías contratado e, ignorando el esfuerzo que supone a los cocineros el preparar más de lo planeado (pues el restaurante era grande y estaba lleno) y habiendo cerrado ya la cocina, tratar de hacer que se cumplan tus deseos. A la hora de pagar, aquel camarero que había aguantado con entereza, se me acercó y me dio las gracias por las cosas que había dicho. Después quedé con mi amiga para tomar un café a lo largo de esta semana y, despidiéndome de aquellos que todavía estaban en condición de hilar dos palabras con sentido, volví a mi casa para seguir con mi estudio. Tristemente, ayer por la noche, se ha demostrado que hay personas que se creen superiores a otras. Después alguien vendrá y me preguntará, por enésima vez, por qué, en general, no confío en la gente. Más de uno me tachará de borde, no se lo voy a reprochar, pero no puedo quedarme callado mientras se falta al respeto a una persona que se gana la vida aguantando que gente sin sentido de la propiedad que, escudada tras unas cuantas copas de vino, se creen que camareros, dependientes, asistentes y demás trabajadores que están de cara al público, tiene la obligación de lamerles el culo y cumplir sus órdenes y caprichos. He dicho.


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