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Un viaje mágico a la naturaleza incorrupta


Perdido en las brumas andinas a casi tres mil metros de altura, en la región del Putumayo, hay un pueblo indígena con un idioma antiguo, cuyos orígenes se desconocen.

Estamos en las tierras del legendario El Dorado, casi a las puertas de Ecuador, lugares donde el canto todavía tiene la antigua función de terapia para los males del alma. La tierra húmeda cuenta el terrible genocidio de los antepasados de estos nativos llamados Kamsá. Sin embargo, la avaricia de los colonos no ha disipado las tradiciones remotas de este pueblo basadas en la sabiduría del Chamán y en los remedios mágicos que ofrece la naturaleza. Las atmósferas de esta región regalan al espíritu unas emociones ancestrales de apego a la tierra y sus frutos.

Él de la foto es el colorido testimonio de un culto ritual cuyas orígenes se perdieron en la antigüedad. Una práctica arcaica de purificación del alma a través de la conocida Ayahuasca, aquí llamada yagé o vino del alma. Un simple alucinógeno para los occidentales distraídos por la rutina diaria, para los indígenas Kamsá un pasaje mágico que conduce al umbral de la muerte para proporcionar un remedio para la paz del alma. Estos simulacros de la contaminación del alma, tallados en la madera y embellecidos con cuentas de colores, representan las almas inquietas antes del rito. En particular, esta hermosa máscara representa el Matachín, una especie de arlequín de las antiguas poblaciones andinas, en el acto de silbar durante las atávicas danzas de purificación.

Con los olores y los colores de la cultura Kamsá todavía en mi mente, me organizo el día siguiente para un viaje a la jungla andina.

El amanecer deja en el cielo rastros de rojo mezclado con el azul oscuro de la noche. Los jeeps Willies, una herramienta imprescindible para viajes dentro de Colombia, abandonan lentamente el área de reunión. Los pocos edificios dejan lentamente espacio para una inmensa extensión de vegetación. Sin darme cuenta de las muchas especies de plantas que se acurrucaban a un lado de la carretera, me dejo ir a esta belleza con el asombro de un niño en los ojos. Debido a esos paisajes, pierdo las palabras de nuestro guía, Manolo. El camino sube entre los Andes mientras sobre nuestras cabezas se abre un cielo todavia mas azulado, calentado por un sol intenso.

Cuando a nuestro alrededor se dibuja un paisaje en el que es imposible ver ningún rastro de civilización, los jeeps comienzan a caminar penosamente por un camino de tierra inestable. Unos minutos más y llegamos a las laderas de una alta montaña abrazada por nubes grises. Estamos en destino.

Los primeros pasos dentro del bosque son inciertos, agobiados por el suelo resbaladizo. El ruido de los Jeeps es ahora un recuerdo lejano en esa burbuja atemporal hecha de viejos árboles y plantas intrincadas entre sí. El guía nos pide que caminemos en una fila y pisoteemos el suelo vigorosamente para evitar encuentros desagradables con las serpientes y los insectos del lugar. Me parece casi una exageración: "después de todo, estamos pisoteando el camino de una ruta turística", me digo. Sin embargo, voy a cambiar de opinión.

El camino, cuesta arriba, sube con fuerza en la parte posterior de la enorme montaña que vimos desde el estacionamiento del Jeep. El paisaje que nos rodea parece aferrarse cada vez más, el calor del sol se disipa debajo de la gruesa capa de hojas que parecen unir los inmensos árboles sobre nosotros.

De repente, Manolo se detiene. Los más curiosos detrás de mí se asoman para comprender lo que sucedió pero no pueden ver bien lo que hay cerca de los pies de nuestra guía. Un enorme ciempiés se mueve nerviosamente y con gran rapidez hacia un arbusto al borde del camino. Manolo está bastante nervioso y explica que es por esta razón que nos pidió que pisáramos con fuerza en el suelo. En esa zona se pueden encontrar especies muy agresivas, hasta peligrosas para los humanos. Frente a nosotros acababa de pasar un gigantesco ciempiés amazónico, un bicho de unos 30 cm que me dejó sin embargo fascinado. Nuestro guía cuenta la historia de un niño que murió por la mordedura de este escolopendra y un amigo suyo que pasó tres días en la cama con dolores terribles después de una reunión de este ciempiés en su jardín. Personalmente, si encuentro estos animales en el patio trasero, creo que cambiaría de residencia. Sin embargo, Manolo nos enseña que cada ser de ese bosque tiene su propia belleza intrínseca. Es precisamente en esto, el inmenso encanto de la cultura indígena de Colombia: este respeto por la naturaleza, un respeto casi trascendental que por desgracia falta en el sistema de valores occidentales.

El encuentro, después de todo, afortunado con la escolopendra emocionó todo el grupo, que encontró, entonces, nueva energía para el ascenso de la montaña. Pero pronto la áspera naturaleza andina nos devuelve a la realidad. Desde hace unos minutos el ruido del río cerca del camino y el cantar de los pájaros se rompe con truenos continuos. De las frondas cruzadas de los árboles se puede sentir que el sol se ha rendido a un denso grupo de nubes.

Tomo mi K-way desde la mochila, un compañero de confianza de las excursiones andinas, y estoy por escalar la última cresta. De repente, un panorama de intensa belleza se abre a nuestro alrededor. La jungla se diluye, dejando a nuestros ojos el espectáculo de la naturaleza incontaminada que se extiende hasta donde llega la mirada.

Con Manolo nos detenemos todoa, en silencio, a contemplar esa inmensidad. No estoy seguro, pero creo que la mente de cada uno de nosotros está paralizada en la fantasía de un mundo atávico, lejos de toda epoca. Después de unos minutos de contemplación, saco mi sándwich de la mochila y me siento a comer frente a mis ojos la inmensidad de los Andes. Un almuerzo incomparable que ha reavivado una magia dentro de mí que raramente había descubierto en mis viajes.

Mi aventura, hecha de mil olores, colores, emociones, termina subiendo por una 'buseta' en dirección a Pasto. ¡Se regresa a la casa con los pulmones hinchados de esas atmosferas únicas que siempre llevaré conmigo y me acompañarán en los días grises en el metro!


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