Viajes Erasmus: Laponia finlandesa (IV)
El cuarto día fue el día dedicado a las actividades que tenían un carácter más deportivo. Yo estaba apuntado en dos de ellas, las cuales fueron: esquí de ruta en una pista situada en la zona de las afueras de la ciudad y un paseo con zapatos de nieve por los aledaños a esta pista de esquí, pero esta vez a través del bosque. Estas dos actividades tenían incluido además una jornada para pasar unas horas en el spa de la ciudad, el cual disponía de piscinas climatizadas y saunas, y una cena en un restaurante respectivamente.
Fueron los días de despedida, por lo que sin duda fueron los más intensos de todos. Sólo hay que comprobar como acabé por la noche, lleno de magulladuras por caídas y probablemente más cansado que ninguno de los otros días en los que estuve allí en Laponia.
La pesadilla del esquí
La primera actividad fue el esquí. Un autobús se pasaría aproximadamente a las 9 de la mañana a recogernos y a llevarnos al lugar donde nos darían las botas y los esquíes correspondientes al tamaño de las mismas. Labor que en principio es sencilla, pero que al final no resultó serlo tanto por la complejidad de las botas y las gran cantidad de personas que éramos.
En esta actividad nos juntamos personas de diverso tipo. Algunas de ellas ya habían esquiado antes y otras muchas no habían usado unos esquíes en su vida. Por lo que el ambiente en cuanto a destreza deslizándose estaba bastante desproporcionado. Yo me encontraba en el grupo de gente que no sabía nada de cómo esquiar, de hecho me costó muchísimo el simple hecho de colocarme los esquíes correctamente en la tienda deportiva encargada de proporcionarnos los materiales necesarios para la actividad.
Por suerte, no fui el único que comenzó haciendo el rídiculo ya desde la propia tienda de alquiler de esquíes, aunque el tiempo para hacer el ridículo lo máximo posible iba a llegar una vez estuviésemos esquiendo en la zona de la pista.
Una vez que todo el mundo tenía el material correspondiente nos guiaran andando hacia esta pista mientras íbamos con nuestros esquíes en la mano. Es una pista pública, por lo que tuvimos que compartir el recorrido con otras muchas personas locales que parecían dedicarse seriamente al esquí de fondo, por lo que muchos de nosotros suponíamos un estorbo que supieron sobrellevar con destreza y paciencia, porque en ningún momento nos recriminaron nuestra torpeza. Algo que desde mi punto de vista es muy de agradecer, porque puedo garantizar que éramos todos realmente molestos en medio del camino cayéndonos y yendo extremadamente lentos.
La lección de esquiar que nos dio el guía fue, más que escasa, insuficiente. Nos dio las claves en cuanto a posición y sobre cómo frenar con los esquíes. Nos quedó claro a los que no sabíamos, pero lo que no sabíamos era como hacer las cosas sin que nuestras rodillas peligrasen. No supe hasta que, por aprendizaje e intuición propias, descubrí como se realizaba correctamente la coordinación de piernas y bastones de esquí. Nos recomendó que fuésemos despacio, pero en el momento en el que hay cuesta abajo es prácticamente imposible mantener una velocidad “segura”.
A mí al principio se me dio bien, tuve un poco de problema para mantener el equilibrio al principio pero al cabo de un rato ya estaba cogiendo cierta velocidad y coordinación. El problema llegó en las primeras curvas. Yo la solventé bien la primera, vi a gente caer pero sin problemas. Pero después de esa curva un chico que tenía delante perdió el equilibrio y yo tuve que tirarme al suelo en plena cuesta abajopara evitar atropellarle con los esquíes. Nadie se hizo daño, nos levantamos a duras penas y seguimos.
A partir de ahí mi recital de caídas fue a más, pero todas ellas me sirvieron para aprender y sufrir mientras veía como suponía un estorbo para la gente de allí. Pero el mayor problema vino cuando se dio una cuesta arriba pronunciada. Se formó un tapón de gente inútil en el que acabamos por decidir que era inútil intentar subir con esquíes, por lo que nos los quitamos y la pasamos andando.
Sin embargo, a partir de aquí el recorrido comenzó a hacerse muy difícil y peligroso para alguien novato, por lo que a mitad de recorrido di la vuelta para volver a donde empezamos y concluir mi experiencia con los esquíes. Primera y seguramente última teniendo en cuenta como me fue. Si pudiese dar un consejo sería el evitar ponerse demasiada ropa de abrigo, ya que esquiando es incómoda y además es un ejercicio parecido a correr, por lo que se suda bastante.
El segundo consejo que daría es que si vas a realizar esta actividad y no tienes ninguna experiencia que sea porque no tienes ningún miedo a hacer el ridículo ni ningún miedo a lesionarte o romperte algo. Porque no es tontería, es algo perfectamente posible.
Paseo por la nieve y despedida nocturna
El resto del día transcurrió con normalidad, la sauna y la ducha después de la jornada de esquí ayudaron a aliviar en gran medida el cuerpo dolorido que se había quedado.
A la hora de comer algunos amigos y yo volvimos a la hamburguesería situada en el centro comercial para después aprovechar y comprar las bebidas de lo que sería la fiesta de despedida, la cual prácticamente forma parte del viaje. Esta es en un local de la ciudad que hace sus veces de hotel y restaurante. Si bien no es gran cosa el sitio, es quizás el único que hay.
Pero antes de eso tocaba la última actividad que realizar, es decir el paseo por el bosque con zapatos de nieve. Los zapatos de nieve son una especie de planchas que se colocan en la suela de los zapatos normales y se ajustan a la talla del pie, lo que hace que caminar por senderos llenos de nieve se haga mucho más fácil y los pies no se hundan en los metros de nieve. El paseo dura aproximadamente 25 minutos, no es cansado. Es principalmente una inmersión en la naturaleza, y al realizarse por la noche da una sensación de hermetismo que no se consigue de ninguna otra forma.
El único aspecto negativo de la actividad (y de la experiencia en general) fue que tuvimos la mala suerte de que ninguno de los día pudimos disfrutar de la aurora boreal. Esto es algo muy importante a tener en cuenta si se viaja a Laponia con esa intención, ya que si bien es cierto que a medida que vas yendo hacia el norte de nuestro hemisferio el número de auroras boreales al año aumente muchísimo, estas no aparecen necesariamente de manera regular. Pasaron 5 días y en ninguno aparecieron las luces, a pesar de que en época invernal el número de auroras aumente mucho más que en verano. Otros factores como la nubosidad son también importantes a tener en cuenta, porque obviamente para ver la aurora boreal es necesario tener un cielo despejado. Por tanto, ver una aurora boreal es únicamente cuestión de suerte y tiempo.
Después de este recorrido tocaba ir al restaurante que, casualmente, resulto ser el mismo sitio en el que de madrugada tuvo lugar la fiesta. Y sin duda, aunque no fue la comida más copiosa del mundo, fue una de las mejores cosas que el viaje incluía. La cena consistía en una sopa de pescado de primero y un plato de carne de reno con puré de patatas de segundo. Tras todo el esfuerzo físico que había realizado en el día es cierto que me quede con hambre, pero el hecho de probar carne de reno de verdad es algo que no se hace todos los días. Las bebidas, eso sí, se pagaban aparte. Y el postre también lamentablemente.
Al acabar la cena me reuní en mi cabaña con mis amigos que no habían realizado esta actividad y fue el momento en el que empezamos la última noche en Laponia, para la cual habíamos comprado algunas cervezas especiales para la ocasión, de las que por cierto hablo en otro post dedicado a las cervezas.
En la cabaña, la fiesta consistió en beber dentro de la sauna, lo que se conoce como “sauna party”. Corre el rumor de que al año se producen muchos accidentes de gente extranjera que en plena “sauna party” decide echar un poco de vodka u otro licor al fuego o calefactor de la sauna en lugar de agua, con lo que el ambiente en el interior pasaría a tener una gran cantidad de alcohol que si se inspira en exceso puede cometer un coma etílico. Nosotros no lo comprobamos y la verdad es que hay que tener muy poca inteligencia para hacer algo así. En cualquier caso, la sensación de beber dentro de la sauna es bastante única, ya que la deshidratación te pide beber más y además se disfruta más de lo que se bebe.
Lo que sí hay que probar es salir de la sauna al exterior y tirarte en la nieve para volver a entrar. Al principio resulta doloroso por el choque térmico, pero se vuelve muy adictivo y el cuerpo al acabar la sauna lo agradece. Sin duda después de mi viaje a Laponia comprendí por qué en Finlandia dicen que hay más saunas que habitantes prácticamente.
Lo más parecido a bañarse en el mar helado es sin duda revolcarse en la nieve, además es mucho más sencillo y te mojas muchísimo menos.
El resto de la fiesta continuó en nuestra cabaña por única vez. Bebimos, nos divertimos y cuando se hizo de madrugada nos fuimos todos a pie hacia el local donde tenía lugar la fiesta. Es una ciudad muy tranquila que vive del turismo familiar, por lo que sin duda fuimos las personas que más escándalo montaban por la calle en mucho tiempo.
El local era lo mismo que el restaurante pero sin las mesas y menos luz. Y una playlist de música, por supuesto. Nada extraordinario, una fiesta bastante divertida. Aunque la diversión mayor llegó a la hora de volver, ya que entre el cansancio y el alcohol en el cuerpo nos dividimos en bastantes grupos, lo cual para encontrar el camino de vuelta a casa se hizo algo complicado debido a la desorientación que teníamos en ese momento. Pero nadie murió congelado pasando la noche a la intemperie, al final todos encontramos el camino de vuelta a casa. Queríamos darnos la última sauna una vez en la cabaña, pero el cansancio nos pudo.
Último día (con spa)
La última mañana la dedicamos a limpiar mínimamente la cabaña y nuestras habitaciones para después disfrutar de las últimas horas libres que teníamos en la ciudad. Yo ya la había recorrido durante uno de los días anteriores, por lo que tenía bastante poco que hacer más que comprar algún suvenir o recuerdo de algún tipo.
Sin embargo, aún me quedaba la visita al spa que incluía la actividad del esquí, algo bueno tenía que tener. Fui con un amigo mío al spa, el cual no es nada extraordinario. Tiene una piscina grande con algunos toboganes y dos saunas: una mixta (a la que no pasa ninguna chica) que estaba prácticamente vacía y otra separada por género que estaba llena de hombres sudando. Nosotros inteligentemente decidimos ir a la mixta, en la cual estábamos prácticamente solos.
Y de la sauna a la piscina y de la piscina al spa. Así estuvimos algo más de una hora hasta que decidimos salir para ir a comer. Y sí, evidentemente volvimos a comer en la hamburguesería. No tiene desperdicio desde luego. Después ya sólo quedaría hacer tiempo hasta las cinco de la tarde, hora a la que el autobús saldría del centro de la ciudad rumbo a Turku. Otras 13 horas infernales encerrado en un autobús esperaban, aunque estás se pasaron mucho más rápido, no sé por qué.
Y así concluyó mi viaja a Laponia, un viaje que mereció muchísimo la pena hacer. Hay muchas posibilidades en cuanto a viajes que realizar aprovechando la situación geográfica de Turku, pero el de Laponia es uno de los que hay que realizar sí o sí si se tiene la oportunidad. Es una zona bastante única en el mundo y, aunque no tuve la suerte personalmente, es uno de los mejores lugares que existen para ver auroras boreales. Si nunca se ha viajado por estas latitudes no hay que perder la oportunidad.
Además, el estar en un entorno tan diferente a lo que estás acostumbrado da lugar a situaciones muy curiosas, como el primer día, en el que después de comer fuera de la cabaña a las 2 de la tarde vi como al volver unos amigos estaban almorzando. Eran ya las 4 de la tarde, pero la noche ya había caído, y mi cuerpo me decía de alguna forma que era la hora de comer, por lo que desarrolle un apetito que no tenía porque mi mente me decía que era la hora de cenar.
Sólo espero volver algún día.
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