Presov, punto de salida
31 de mayo de 2016
Ludmila, Marek, Michael, los gitanos...No sé si es por todo lo que he vivido dentro (y fuera) de Presov, pero esta noche tengo la nostalgia del final de un viaje. Hoy es 31 de mayo y es mi último día en Eslovaquia. Mis maletas están hasta arriba de regalos de amigos eslovacos, de recuerdos personales para que este viaje de cuatro meses no se evapore demasiado rápido en mi memoria. Además, he querido mimar también a los míos y de ahí la sobrecarga. Un ejemplo, esta misma mañana he ido a comprar dos strudels (zavin), dos botellas de vino (un tokaji, licoroso, y un tinto St. Laurent, semiseco), dos tabletas de chocolate, una botella de licor de frambuesa (malina).
Ya no hay vuelta atrás: por este semestre, se ha acabado Eslovaquia y es hora de volver a hacer las maletas. No he hablado de mi vuelta con mis padres, ni con mis amigos, hace meses, ni siquiera hace semanas, sino desde hace unos cuantos días, 7 días para ser exactos. Manon, la otra estudiante francesa de mi universidad, con la que he compartido esta experiencia, ya está en Francia.
Mañana, a las 4 de la mañana, dejo Eslovaquia, voy hacia el extranjero y Hungría. Eslovaquia se había convertido en mi segunda casa, mi segundo país. Una vez en Budapest, ya me familiarizaré el húngaro, como me ocurrió con el complicado eslovaco, hace cuatro meses. El eslovaco no me ayudará a entender el húngaro, a pesar de la proximidad geográfica y de la historia que comparten. El primer idioma tiene raíces eslavas, mientras que el segundo tiene orígenes finougrianos. Se acabaron los días de deambular por Eslovaquia, pero comenzamos a descubrir Hungría. Y es que viajar no consiste en echar raíces, sino en dejarse llevar por la aventura.
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