Presov, mi ciudad de destino

4 de febrero de 2016

Por poco, casi pierdo el tren que no podía perder, ya que me llevaba a mi destino final, la ciudad en la que iba a pasar mi Erasmus: Presov, al este de Eslovaquia.

De momento, sigo en el hostal Blues de Bratislava, en la habitación Moscú, con tres argelinos francófonos que esta noche han sido mis compañeros de habitación. Están aquí por "negocios". Han venido desde Londres y la noche anterior estaban en Budapest, Hungría. Gouaich Adda, el más veterano de todos, fue profesor de inglés. « Es un modelo para todos nosotros», dice con admiración el más joven, que es la primera vez que está fuera de su país.

Cuando me acabo el desayuno, Gouaich Adda me pide un favor. «Es para mi página web, AZ Holidays, se justifica. Nos pondremos ahí, delante de los personajes que hay en la pared, sí, justo ahí, para grabar un vídeo. Eso es, solo tienes que decir "Hola, me llamo Jérôme, soy francés y estoy en Bratislava, Eslovaquia. Si queréis visitar el país, no dudéis en poneros en contacto con el señor Adda y visitad su página web AZ Holidays". Así, ¿ves? (Me enseña un vídeo en su móvil). Esto fue ayer en Budapest, con esta chica. ¿Lo repetimos? » Su sonrisa permanente me gusta tanto, que no puedo negarme, aunque no me entusiasme la idea de grabarme en vídeo.

El hombre de cabello grisáceo, rapado por los lados, quiere acompañarme hasta la puerta. Ya son casi las nueve y media y mi tren sale dentro de media hora. Gouaich me echa una mano con el inglés para hablar con la recepcionista, que me recuerda «no te olvides de que te devolvemos la fianza, entrega el papel rojo; es importante». «En cuanto a las sábanas, hay que ponerlas en el cesto de hierro».

Me muestra el libro de visitas con la tapa de cuero rojo del albergue. «En este libro, me gusta escribir unas palabras sobre cada sitio al que voy, para dejar huella de mi paso». Pasa la página. Aparece una página entera escrita. «Esta fue la última vez que estuve aquí, en 2013. Aquí tienes la prueba, ya que lo pone abajo "Gouaich Adda, Argelia"». Me gustaría escribir algo a mí también, pero tengo que irme.

«¿Dónde vas ahora? », me pregunta la chica morena. «A Presov, para pasar allí mi Erasmus. Mi tren sale dentro de 25 minutos». «Vas bien, vas bien», me asegura Gouaich con un movimiento de cabeza. La chica responde: «ten, no es algo normal». Gouaich me da la mano y dice decepcionado: «es una pena que no hayas podido quedarte más tiempo con nosotros, habría sido un placer conocerte un poco más». Como con el cariño de un padre, vuelve a subir a su habitación.

Joyero de terciopelo en el vagón

La estación de Bratislava sigue siendo muy poco práctica para ir con mis dos pesadas maletas, ya que, como cuando llegué hace dos días, sigue sin haber ascensores. Todavía tengo un par de minutos. Bajo y subo las escaleras cual loco, por miedo a perder el tren. Son las 9:55 h.

Cuando llego ante la interminable fila de vagones, me lanzo dentro del primero que me encuentro. Ni siquiera me paro a mirar el número del coche en el que tengo el asiento. Dejo las maletas en el pequeño hueco que hay al final del pasillo. Voy a instalarme a un compartimento de ocho plazas. En el mío, hay dos hombres robustos, uno con largas patillas blancas sobre las sienes; el otro desprendía un fuerte olor a campo. Los dos siguen teniendo un Nokia, marca que los adolescentes consideran parte de la prehistoria. Por otro lado, hay un hombre joven a mi derecha, con el pelo rubio oscuro y con el ceño fruncido. Tiene una piel muy sana, lo cual contrasta con el peso de los años. Todo esto iluminado con tonalidades escarlata, asientos difuminados por el sol, como si estuviéramos sentados en un joyero de terciopelo.

Fue poco después cuando descubrí que mi plaza estaba en otro coche, en el que los asientos estaban juntos en un mismo espacio. Prefería volver al mi compartimento anterior, más íntimo, aunque más destartalado. Además, ¿cómo iba a llevar mis maletas hasta el otro sitio, en la otra punta del tren, donde el hueco entre pasajeros es un minúsculo pasillo para que corra el aire?

Recorrido de 420 kilómetros en 5 horas y 30 minutos de tren

presov-ville-arrivee-06ef67dcb16d36b1235En el tren de Bratislava a Kosice, que cruza el país por el norte. Os dejo un pedacito del paisaje montañoso.

Por fin sale el tren, sobre las 10:05 h, no es totalmente puntual. Coge el camino más interesante, el del norte, que pasa por la parte más montañosa de Eslovaquia. Los cuatrocientos veinte kilómetros de viaje durarán unas cinco horas y media. Obviamente, no estamos en el TGV de París, que recorre distancias así en tan solo dos horas. Me pongo a reescribir los dos primeros documento de un futuro blog, que verá la luz un mes más tarde.

Las señales azul metálico de las distintas estaciones van pasando muy despacio, al tiempo que el tren avanza. Trnava, Trencin, Zilina, Martin, Liptovsky Mikulas, Poprad... Ya casi llegamos a la estación donde se hace el transbordo. El cielo se ha encapotado. Las ventanas del tren parecen estar más sucias si cabe. También están más frías, según mi mano que acaba de tocarlas. Nieva en Poprad, a 75 kilómetros de mi destino. Los dos hombres y la chica ya se han bajado. Estoy solo.

Kysak. Hay que cambiar de tren para ir a Presov. Ya no nieva, pero hace frío. Cruzo las vías con mis maletas. No hay ningún paso subterráneo, ni ninguna rampa en esta pequeña estación. Un grupo de estudiantes van de excursión a la nieve. Vestidos con ropa de colores brillantes, esperan el tren en el andén. Es en la vía 5, como indica la pantalla. Pero, las vías no están numeradas: el que conoce la estación sabe qué vía es y los extranjeros tienen que contarlas.

presov-ville-arrivee-8aa1bfb67d6cf257e7cLa estación (Stanica) de Presov, que es la tercera ciudad más grande de Eslovaquia, con 90 000 habitantes.

El tren, con un escalón más bajo que el otro para las maletas, es claramente más moderno que el primero. Podríamos hasta pensar que estamos en un tren TER de mi país, salvo porque los asientos son rojos. Veinte minutos más tarde, a las 16:20 h, ya está anocheciendo, llegamos a Presov, ciudad que tantas veces he visto escrita en todos los formularios que he tenido que rellenar. Por fin he llegado.

Como Presov es la tercera ciudad más grande del país, la estación tiene hasta un paso subterráneo, pero ni rastro de ascensor. Para coger el autobús 38, que me había apuntado en el bloc de notas de mi móvil, tengo que cruzar la calle. Pero tengo que hacerlo rápido y, con lo cargado que voy, me resulta imposible cruzar. No tenía que haber ido por el paso subterráneo. Pero no pretendo retroceder. A mi lado, dos taxistas se fuman un cigarrillo delante de sus bólidos. Le enseño la dirección de mi piso al más mayor de los dos. Este le dice al joven al joven: «sabes llegar, ¿vas tú? »

Mete en el maletero del Audi mis dos maletas, que pesan como sacos de cemento, como si no pesasen nada en absoluto. Cinco kilómetros más, no es el fin del mundo.

Me deja justo frente al número 16 de la calle Bajkalska. Son los edificios rosas que había visto en Google Street View. En la portería, hay una mujer con gafas translúcidas, pelo corto, moreno y rizado, me abre la puerta. Por puro instinto, supongo que es Janka, la chica de la oficina de turismo que me ha encontrado este apartamento de dos habitaciones, «bastante viejo», justo como ella dijo. Sorprendida por haberla reconocido, se asegura de que sea yo: «¿eres Jérôme? » Pues sí. Tras la visita a la casa, su madre Gabriela y ella me dejan algo para cenar esta noche (surimi, pan y cruasán). Me meto en las sábanas blancas con puntitos verdes. ¡Primera noche en casa después de una semana!


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