Polonia
Mi viaje a Polonia a principios de noviembre de 2016 ha sido uno de los más impactantes de los que he hecho. No destaca por ser un país especialmente bonito, ni gente afable o lugares de especial interés. Además, tuvimos la “suerte” de pillar uno de los inviernos más fríos de los últimos años y tener unas temperaturas propias de enero. Mira que habré pasado frío veces en mi vida, pero de no poder hacer turismo y pensar que iba a perder los dedos de los pies (llevando tres pares de calcetines y botas) la primera vez en mi vida.
Pero a pesar del poco atractivo que puede tener este país si os lo vendo así, he aprendido mucho y me gustaría compartirlo.
Empezamos nuestra ruta en Varsovia, la capital. Ya de primeras, me gustaría destacar que el vuelo de Ryanair me salió por 13 € y que dormir dos noches en un apartamento de Airbnb sale a unos 17 € por persona (la media del resto de sitios a los que he viajado no baja de unos 30 €). Así que ya de antemano, viajaba con la idea de hacer de todo, esperando precios bajísimos.
Y al llegar allí, me encontré con gente muy poco hospitalaria y una ciudad sin mucha gente en las calles, sin ruido en la zona céntrica, aparentemente deshabitada. La mejor decisión que pudimos tomar fue hacer un free tour, en el que aparte de presentarnos los rincones que hay que conocer, nos explicaron el porqué de esta forma de vida y esa actitud de los habitantes de Varsovia.
He de decir que la atmósfera y todo lo que aprendí fue deprimente en general. Los polacos han sido un pueblo realmente oprimido y masacrado a lo largo de toda la historia. Centrándome en la más reciente, el nazismo de Hitler les perturbó hasta hace 70 años. Y para cuando cayó el Reich y parecía que se libraban de vivir en una dictadura, va Rusia con Stalin al mando por el este e implanta otro régimen que les corta las alas hasta como quien dice ayer mismo. Por eso, la gente que pertenece a las dos generaciones anteriores a la mía, es reservada y cerrada con los turistas. No les gusta mostrar una cara amable, ni siquiera hablar en inglés. Pero es comprensible, si te paras a pensarlo, que es gente que ha aprendido a no fiarse ni de su propia sombra porque han tenido una vida difícil o unos padres o abuelos que les han contado en primera mano el terror de esos años.
La sensación de ese miedo, esa rabia, sigue en el ambiente. Si te paseas por las calles, ves edificios históricos que quedan del nazismo llenos de placas conmemorativas, restos y líneas que marcaban el límite del gueto judío, marcas de balas de la guerra. Creo que el monumento que vi más veces repetido fueron estatuas dedicadas a los rebeldes que luchaban por sublevarse contra cualquiera de los regímenes totalitarios que vivieron. Y si no es esta parte de la historia, te encuentras con bloques grises de la época comunista en la misma calle. Construcciones puramente funcionales sin estética ninguna, que llenan las calles de frialdad y recuerdan a una época dura para muchas personas.
Ahora con libres, pero nadie habla demasiado u opina de más porque son temas que llevan muy en lo hondo y que abre heridas a muchos.
Nuestro viaje continuó dirección sur en tren hacia Cracovia. Manteniendo el estilo, es en cambio una ciudad con más encanto que recomendaría antes que Varsovia. Los monumentos a las víctimas del holocausto están por todas partes, y el barrio judío tiene historia en cada esquina. Me impactó especialmente ver la fábrica en la que Schindler salvó a tantas personas. Aumentó varias veces la plantilla para poder contratar a más y más judíos y poderles darle una vida. Una gota de esperanza después de tanta historia de muerte y destrucción.
Y estando a tan poca distancia de Auschwitz no se puede dejar de visitar el campo de concentración. Eso sí, hay muchas visitas guiadas que te ofrecen el autobús y el tour incluidos en un pack, las cuales NO hay que contratar porque a pesar de parecer que 30 euros por una excursión no es demasiado caro, son precios muy por encima de lo que puedes pagar. Mi consejo es coger desde Cracovia un autobús de línea normal (3.5 euros por trayecto) y pagar la entrada al campo una vez llegues, siempre habiendo comprobado en internet a qué hora se ofrecen visitas guiadas en tu idioma.
La vista es muy dura. No soy una persona especialmente sensible, pero las cosas que te cuentan y todo lo que ves hiere mucho la sensibilidad. Nuestra visita fue a menos 2 grados, con nieve cayendo y un tiempo muy desagradable. Se pasea por el campo y los barracones durante unas 2 horas y media, y después en autobús te desplazas a 2 km donde tenían las áreas de trabajo de la fábrica, y donde básicamente se produjo el exterminio final con cámaras de gas de mayor capacidad.
Si con un buen abrigo, la bufanda, guantes y gorro estas casi 4 horas se me hicieron insoportables estando solo en noviembre, te ayuda a hacerte a la idea de lo imposible que era sobrevivir con un pijama y descalzos a estas condiciones, apenas sin alimento y forzado a trabajar hasta 14 horas diarias.
El propio lugar donde dormías determinada si sobrevivirías la noche o no. Los tres niveles de “literas” podían matarte: el del medio, para aquellos con fortaleza suficiente para luchar una noche más. El nivel superior, con muchas papeletas de morir por la nieve y el agua que se filtraba del techo, y el inferior directamente el frío suelo sin ningún tipo de esperanza de levantarte a la mañana siguiente.
La crueldad del trato que recibían era inhumana. El maltrato más grande era el denigrar al ser humano hasta el punto de enfrentarlo con sus propios compañeros. De esa manera, se aseguraban que entre ellos la selección natural actuaba sola y sólo los más fuertes sobrevivían.
No quiero entrar en demasiados detalles porque es algo que nadie quiere escuchar, pero la ración de pan que les daban estaba elaborada con mezcla de serrín para ahorrar en gastos, y los zuecos de madera que les proporcionaban dañaban tanto los dedos de los pies, que los propios presos decidían que preferían el sufrimiento de andar descalzos a volver de las jornadas de trabajo con los pies envueltos en sangre.
No importaba lo enfermo que estuvieras o si fallecías durante tu labor, en el momento del recuento de personas antes de volver a los barracones TODOS tenían que estar presentes. Tanto vivos como muertos. El obligar a los propios compañeros a cargar con los cadáveres de aquellos que dejaban su último aliento en el campo de trabajo, era una muestra más de la humillación y guerra psicológica a la que estaban sometidos.
3 minutos tenían para hacer sus necesidades en una larga pila de hormigón con orificios. Similar a un abrevadero. Si no cumplías con el horario, te mataban.
Los niños gemelos, trillizos o mellizos eran tratados en condiciones especiales. El médico del campo estaba muy interesado en entender el porqué de nacer así, y les sometía a intensivos estudios para poder implantar el gen en mujeres de la raza aria o “correcta” y contribuir a que la especie se reprodujese más rápido. Quedan muchas fotografías de niños gitanos que vivían como ratas de laboratorio, bajo unas condiciones mucho mejores que las del resto de prisioneros, pero aun así con un grado de anorexia en todas que tienes que apartar la vista cuando las estás mirando.
Quizás puedo destacar un recuerdo que quedará conmigo para toda la vida. Fue cuando escuché a un grupo escolar de judíos que en círculo rezaban y cantaban envueltos en banderas con la estrella de David. Posiblemente su visita al campo tuviera mucho más trasfondo que la de un simple turista, teniendo en cuenta que pisaban el cementerio más grande del mundo y que muchas víctimas pudieron ser sus ancestros o familiares no tan lejanos.
El verlos todos juntos, cerca de la vía del tren desde la cual tantas personas desembarcaban para aspirar sus últimos minutos de vida, la nieve cayendo y las flores que homenajeaban a tantas víctimas, hace que te entren unas ganas irrefrenables de llorar por la crueldad humana, por el dolor de tantas personas y lo afortunados que somos viviendo en el momento en el que vivimos.
Te hace reflexionar acerca de cómo tu religión o el color de ojos puede simplemente determinar si sobrevivirás o no.
Lo bueno de conocer sitios como este, es que entiendes que si no recuerdas la historia y te arrepientes de los errores, todo se vuelve a repetir. Es quizás uno de los sitios más duros en los que he estado, pero también uno en el que me he llevado una enseñanza.
Como podéis ver, la historia de Polonia no es fácil. No deja indiferente a nadie, eso seguro. Pero a pesar de todo, un país a visitar una vez en la vida y en el que con un presupuesto muy reducido puedes hacer un poco de todo.
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Comentarios (1 comentarios)
Juan Francisco Gomez hace 7 años
Una gran experiencia
Solo leerte es duro, así podemos valorar mucho más lo que tenemos
Gracias por tu relato