Último día de turismo
Jardines de Luxemburgo
Durante mi último día en París, el tiempo mejoró un poco, como pude comprobar mirando por la ventana, pero seguía sin hacer buen tiempo. Mi madre cogería su vuelo aquella tarde, así que todavía teníamos casi todo el día para ir a visitar algunas cosas de última hora. Pero primero, decidimos desayunar y hacer las maletas porque teníamos que abandonar el hotel antes del mediodía y no queríamos volver varias veces.
Así pues, hicimos las maletas, las bajamos hasta el vestíbulo y hicimos el check-out. Le preguntamos al recepcionista si tenían alguna habitación donde poder dejar nuestras maletas hasta aquella tarde, y él nos enseñó el cuarto que tenían habilitado precisamente para esto. Así que dejamos nuestro equipaje allí y nos dirigimos hacia el metro (esta vez sin paraguas). Mientras tomábamos el desayuno habíamos decidido que iríamos a los Jardines de Luxemburgo, ahora que ya no estaba lloviendo, porque había oído que son preciosos y las tres veces que había visitado París anteriormente no había sido capaz de ir a verlos.
Busqué en mi móvil cómo podíamos llegar hasta los jardines y cogimos el metro hasta allí. El trayecto duró 15 minutos, salimos de la estación y, después, caminamos durante 5 minutos más hasta llegar a una de las entradas. Había mucha gente muy bien vestida al lado de la entrada y nos preguntamos porqué hasta que vimos a la novia; una pareja de recién casados se estaba haciendo una sesión de fotos en los jardines. ¡Me encantó verles, parecían tan felices y ella estaba preciosa! Pero no queríamos parecer muy cotillas, así que entramos y nos dirigimos hacia el centro de los jardines.
Los Jardines de Luxemburgo eran más bonitos de lo que esperaba porque yo pensaba que, cuando hace mal tiempo, un jardín no es muy bonito. Pero es evidente que la ciudad gasta mucho dinero en mantener este lugar y cada planta estaba perfectamente colocada. Caminamos hasta el centro y vimos el precioso edificio que todo aquel que haya visto alguna vez una foto de los Jardines de Luxemburgo debe conocer. Había un pequeño estanque donde los niños jugaban montados en botes a motor y unos bancos donde poder sentarse y disfrutar de la atmósfera.
Nos sentamos durante un rato, vimos a la gente pasear a nuestro alrededor, picoteamos unos aperitivos que habíamos comprado en un supermercado y charlamos sobre varias cosas. Después de un tiempo, empezó a hacer frío, así que nos levantamos, exploramos otras zonas de los jardines y, finalmente, decidimos que ya habíamos visto todo lo que teníamos que ver en aquel lugar. Así pues, cogí la guía turística que mi madre había comprado y busqué si había algún otro lugar interesante que pudiésemos visitar cerca de los Jardines de Luxemburgo. Y encontré la famosa Universidad de la Sorbona. Como ya no había nada más que hacer allí, salimos de los jardines y, con ayudad de Google Maps, llegamos a La Sorbona en tan solo 15 minutos.
La Sorbona, una universidad de élite
No parecía realmente una universidad, sino más bien un museo griego o algo parecido, pero era un edificio increíble. Lo único que podía hacernos pensar que había estudiantes cerca eran las cafeterías y tiendas donde se venden aperitivos esparcidas por la zona. Por supuesto que también hay este tipo de establecimientos en otras zonas de París, pero no tantas como alrededor de esta universidad. En frente de la entrada había una fuente muy bonita y bancos para sentarse; comencé a imaginarme cómo sería estudiar en aquel magnífico lugar. Nos hicimos unas fotos y entramos en una de las cafeterías para tomarnos un café y entrar un poco en calor.
La visita de mi madre casi había terminado y hablamos acerca de su experiencia, si le había gustado, qué iba a hacer yo durante el tiempo que me quedaba en Francia, etc. Tampoco me ponía muy triste que fuese su último día, porque yo volvería a casa 5 semanas después; así que, mi estancia en Francia casi había terminado. Estaba triste por mi novio, por supuesto, pero también sabía que tenía que seguir adelante y que por el momento no podía quedarme en mi paraíso francés. Cuando terminamos de charlar y apuramos el café, decidimos volver al centro de la ciudad y dar un paseo por los Campos Elíseos porque, al parecer, este era el lugar favorito de mi madre. Además, mi novio llegaba de su viaje a Túnez aquella tarde y queríamos vernos de algún modo.
Por supuesto no nos veríamos de inmediato porque él no quería ir de compras con mi madre y conmigo, así que quedamos un poco más tarde. Así pues, mi madre y yo entramos en las boutiques de Louis Vuitton, Chanel y Hermès, soñando que podíamos permitirnos comprar algo en aquellas tiendas, y vimos a mucha gente asiática haciendo cola para entrar en dichas boutiques. Nos tomamos una última copa de vino antes de volver al hotel a recoger nuestras maletas.
Adiós mamá, ¡hola «chéri»!
A mi madre siempre le preocupa llegar tarde, es incluso peor que yo. Por lo tanto, quería ir al aeropuerto 4 horas antes de que saliera su vuelo. No importó porque esto significaba que todavía tenía una oportunidad de encontrarme en París con mi novio. Así pues, cogimos el metro hasta la Gare du Nord, y desde allí (había muchísima gente, nunca antes había visto tantísima gente... ) cogimos el RER para ir directamente al aeropuerto Charles de Gaulle. El trayecto duró unos 30 minutos y nos íbamos parando en cada estación imaginable; era bastante molesto. Finalmente llegamos y acompañé a mi madre a hacer el check-in de su equipaje. Así que, finalmente debíamos despedirnos y me puse un poco triste, pero, como ya he mencionado antes, solo quedaban 5 semanas para volver a casa, y eso no era mucho comparado con el tiempo que ya había pasado en Francia.
Así que, nos despedimos y volví a la estación de metro, lo que me llevó 20 minutos porque el aeropuerto Charles de Gaulle es enorme. Cogí el RER y volví a la Gare du Nord; mi novio me explicó donde se encontraba: en la otra punta de la ciudad. Pero tenía muchas ganas de verle, así que cogí el metro hasta Porte Dauphine. Había muchísima gente, y fue muy molesto coger el metro cargando con mi mochila y mi maleta pequeña. Necesité sacar el ticket unas 100 veces, las puertas del vagón no son aptas para maletas y había demasiada gente.
Cuando llegué al andén, el vagón del metro ya estaba allí. Tuve algunos problemillas para poder entrar con mi maleta, pero lo conseguí. Normalmente, el vagón se detiene, la gente sale, otras personas de montan y en 2 minutos el vagón vuelve a ponerse en movimiento. Pero, esta vez, esperamos y esperamos pero el vagón no se movió. 5 minutos después, nos anunciaron que había un problema técnico y que tardaríamos un rato en volver a salir. Decidí esperar, algunas veces los "problemas" se resuelven rápidamente. Pero después de 15 minutos de espera (el vagón estaba a rebosar) seguíamos sin movernos, así que pensé si había otra alternativa para poder llegar a Porte Dauphine.
Descubrí que podía coger el RER, así que bajé del vagón del metro, fui hasta el andén de donde salía dicho RER y me monté. Fue muy molesto tener que desplazarme con la maleta y casi me quedé atascada dos veces en la entrada. Pero, finalmente estaba en el RER y solo me quedaban dos paradas para bajarme. Cuando llegué finalmente a mi destino tuve que buscar la salida correcta, no sabía cual era porque mi novio no me lo había dicho y yo nunca había estado en aquella estación. Así que simplemente escogí una salida; me quedé atascada de nuevo y comencé a desesperarme hasta que una amable persona vino a ayudarme. Odio coger el metro con una maleta. Después de resolver todos estos problemas, finalmente salí a la superficie y cogí mi móvil para ver si tenía algún mensaje. Le pregunté a mi novio qué salida debía haber tomado, pero él tampoco lo sabía. Después de intercambiar varios mensajes, pudimos encontrarnos (había una rotonda enorme de la que salían unas 8 o 9 calles diferentes) y pude olvidarme de todos mis problemas. Me hacía muy feliz que pudiésemos vernos y decidimos ir a tomar un café.
Hablamos de su viaje a Túnez, mis vacaciones con mi madre... de todo, como siempre. Disfruté mucho el momento y me entristeció un poco que al final no pudiésemos pasar aquella noche en un hotel en París como habíamos planeado. Pero, él volvería a Amiens al día siguiente, así que no era el fin del mundo. Después de tomarnos el café, él insistió en acompañarme hasta la Gare du Nord, así que cogimos el RER hasta la estación de trenes y él se montó conmigo en el tren para despedirse. Se marchó justo 2 minutos antes de que el tren se pusiese en marcha y tuvimos que despedirnos de nuevo. Pero sabía que le vería al día siguiente.
Como ya era un poco tarde y casi no había nadie en el vagón, me asusté un poco. Nunca había cogido un tren nocturno yo sola. Pero solo nos detendríamos en dos paradas más y estaba segura de que sobreviviría al viaje de 1, 5 horas después de haber soportado aquel estresante día. Y así fue. Feliz, sana y salva, llegué a Amiens y solo tuve que coger un autobús que me llevase hasta la residencia de estudiantes donde podría dormir en mi cómoda y calentita cama.
Galería de fotos
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