Eurotrip #2: Chartres y París.
¡Hola a todos!
Hoy voy a contaros la segunda parte del viaje a Francia que hice a principios de noviembre (podéis leer la primera parte aquí). Tras pasar la semana en Nantes y exponer los proyectos que desarrollamos en el workshop, cogimos el coche y nos dirijimos a pasar el fin de semana en París. Pese a que el trayecto de Nantes a París es de unas 4 horas, decidimos hacer gala de nuestra condición de estudiantes de Arquitectura y hacer una parada en la ciudad de Chartres, cuya catedral es una de las grandes obras del gótico francés, estudiada en todas y cada una de las escuelas de Arquitectura del mundo, sea del país que sea.
Puede que lo que vaya a decir a continuación sea una blasfemia arquitectónica, pero disfruté mucho más de la pequeña y desconocida catedral de Nantes que del famosísimo templo de Chartres. Esto se debe a que nos encontramos con un necesario pero molesto contratiempo: las obras de restauración.
La mitad de la gran nave principal se encontraba llena de andamios, por lo que la percepción del gigantesco y estilizado espacio característico del gótico quedaba totalmente truncada. Además, una gran parte de la iglesia había sido ya restaurada completamente, por lo que las oscuras piedras medievales machacadas por el paso del tiempo, testimonio del trabajo de los antiguos maestros de obras, antecesores de la actual figura del arquitecto; habían dado paso a limpísimas y blancas paredes que para nada te hacían sentir esa especie de "vértigo histórico" que suelen producir los monumentos centenarios.
Asimismo, uno de los mayores tesoros de esta catedral francesa son las coloridas vidrieras medievales, cuya única e incomparable colección es la más importante del mundo. No obstante, la gruesa capa de nubes grises y la débil llovizna que nos acompañaban desde Nantes hacían que estas vidrieras no mostrasen todo su potencial, puesto que no es lo mismo ver cómo los rayos de sol atraviesan y despiertan los vivos colores del vidrio que una lánguida y azulada vidriera iluminada tenuemente por una escasa y cansada luz.
Por si fuera poco, el conocido laberinto circular del pavimento de la catedral se encontraba cubierto por un gran números de insulsas sillas de madera, uniéndose así a la triste lista de decepciones sobre la catedral de Chartres. Esto no significa que quiera decir que no me gustara la catedral, simplemente tenía unas expectativas demasiado altas para lo que luego me encontré.
No obstante, he de decir que me gustó mucho el conjunto escultórico de más de 200 imágenes del coro de la catedral, que narran la vida de Jesús de una manera didáctica, con el objetivo de educar a la analfabeta población medieval. Cabe destacar también los pórticos de las fachadas exteriores y la curiosa diferencia en altura y estilo de las torres de esta catedral francesa, visibles desde la autovía.
Una vez finalizada la visita y con un extraño sabor agridulce, proseguimos nuestro viaje a París. A pesar de que son sólo 90 km los que separan esta ciudad de la capital francesa, fue el peor rato del viaje, puesto que al llegar un viernes por la tarde, las autovías de acceso a la ciudad estaban totalmente colapsadas por turistas entrantes y parisinos salientes. No obstante, el cabreo se nos pasó de golpe y plumazo al ver la Tour Eiffel iluminada al pasar con el coche por el Trocadero. Como decía (más o menos) el rey Enrique IV: "París bien vale un atasco".
Tras cruzar todo el centro de la ciudad y temer por nuestra vida en la gigantesca rotonda de la conocida Place de la Concorde, llegamos a nuestro alojamiento en París, donde nos esperaba otro chico brasileño, amigo de mi compañera, que iba a pasar con nosotros el fin de semana. Nos alojábamos en un apartamento que habíamos alquilado en Airbnb, junto al cementerio de Père Lachaise. El apartamento, que nos costó 45€ por persona las dos noches, estaba genial. Era un pequeño pisito de dos habitaciones (cada una con una cama doble), un salón (con un gran sofá-cama), una cocina pequeña pero bien equipada y dos baños al estilo francés: uno con la ducha y otro con el lavabo.
Creemos que la chica que nos lo alquiló vivía allí entre semana y dejaba París durante los fines de semana, aprovechando para alquilarlo y sacarse un dinero extra, puesto que todas sus cosas estaban allí. No obstante, el apartamento estaba muy limpio y nos encontramos toallas limpias para cada uno, un detalle muy valioso. Asimismo, el WiFi funcionaba perfectamente y la localización, sin estar en el pleno centro, estaba muy bien.
Muy curioso y muy práctico era el sistema empleado para las llaves. La propietaria nos mandó un mensaje con los códigos de acceso al edificio, a la escalera y a una pequeña cajita junto a la puerta del apartamento, donde se encontraban las llaves. De esta manera, te evitabas tener que quedar para recoger y devolver las llaves, no tenías la preocupación de no perder las llaves y, posiblemente todo, no teníamos que depender los unos de las otros para volver a casa.
Tras dejar el equipaje, cogimos el metro y nos dirigimos al Trocadero, con el objetivo de dar un paseo nocturno por la ciudad. Tras la correspondiente sesión de fotos con la Tour Eiffel de fondo desde el concurrido mirador del Trocadero, fuimos a los pies de la torre, desde donde paseamos por las orillas del Sena hasta llegar a la plaza de la Concordia y la iglesia de la Madeleine. Allí calmamos el hambre en un McDonald´s (aviso a viajeros ahorradores: no hay hamburguesas de 1€ en los McDonald´s franceses) y cogimos el metro de vuelta a casa, dispuestos a partir las comodísimas camas del apartamento.
Al día siguiente nos levantamos con ganas de aprovechar el día y disfrutar de París. No obstante, tuvimos que emplear buena parte de la mañana en mover el coche a un parking privado, previo pago de su importe, para evitar las temibles multas parisinas. Con un riñón menos, alquilamos bicicletas con el servicio público Velib´, similar al que utilizamos en Nantes. Por 1´7 € puedes disfrutar durante todo un día de estas bicicletas, con estaciones por toda la ciudad, y ahorrarte coger el transporte público (que cuesta 1´8€ por trayecto, por lo que el ahorro es considerable). Funciona exactamente igual que el de Nantes: puedes coger la bicicleta durante 30 minutos seguidos, tras lo que debes dejarla en alguna estación si no quieres pagar un suplemento, recogiéndola de nuevo acto seguido.
No obstante, al tratarse de una ciudad tan grande y visitada como París, existen algunos problemas: mientras que en 30 minutos puedes ir de cualquier punto a cualquier punto de Nantes, en París las distancias son mucho mayores, por lo que es muy probable que tengas que hacer paradas intermedias en cada trayecto. Además, al haber un flujo de usuarios mucho mayor, es fácil encontrar estaciones completas al ir a dejar la bici, o encontrarlas vacías cuando vas a cogerla. Asimismo, te bloquean 150€ por bicicleta en concepto de depósito en la cuenta bancaria. Supuestamente se desbloquea a las 24 horas si has devuelto la bici, pero al utilizar tarjetas de crédito extranjeras, tardaron más de 12 días en desbloquearme el dinero. Pese a esto y desde mi punto de vista, sigue siendo la mejor opción, puesto que se disfruta mucho de la ciudad desde la bici y es muy barato.
De esta manera, cogimos la bici y nos dirigimos hacia la mítica Île de la Cité parisina, donde visitamos la renombrada catedral de Notre Dame. A pesar de los centenares de turistas que la invadían, me gustó mucho volver esta bonita catedral (la había visto ya en mi anterior visita a París hace diez años), ya que es curioso notar cómo me ha cambiado la percepción al crecer y tras dos años de carrera. Tras visitar el interior, fuimos a la parte trasera, donde hay un pequeño puente peatonal que una esta isla con la isla de San Luis en el que siempre hay música en directo, con la bella vista trasera de Notre Dame como telón de fondo. De allí fuimos caminando hacia el Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou, más conocido como Centro Pompidousimplemente. De camino entramos a un supermercado donde compramos algo para comer barato y rápido, que procedimos a devorar hambrientos en la interesante plaza que hay junto al Pompidou.
Esta plaza, formada por una suave pendiente que desciende hasta la entrada al edificio, es un buen ejemplo de cómo crear un espacio público que funcione tanto para la ciudad como de atrio para el Centro, ya que sea la hora que sea, siempre está repleta. Completa el conjunto la otra plazaque acompaña al Pompidou, conocida por la gran fuente repleta de esculturas de Miró y en la que suelen haber espectáculos callejeros improvisados.
Tras comer, entramos en el Pompidou, importantísima y controvertida obra arquitectónica, en cuyo interior, además de una biblioteca y diversas instituciones culturales, se aloja el Musée National d'Art Moderne, cuya entrada de 11€ estábamos dudando si pagar o no hasta que descubrimos que la entrada era gratuita para jóvenes europeos menores de 26 años. Gracias a este gran descubrimiento, pudimos subir al museo y admirar las bonitas vistas de París, además de la gran colección de arte moderno que alberga.
Dividido en dos plantas, el museo realiza un recorrido por toda la historia del arte moderno, desde finales del siglo XIX hasta nuestros días. La parte superior, centrada en el arte moderno, alberga las principales obras y artistas de este movimiento, con grandes figuras como Kandinsky, Picasso, Klee o Brache, siendo clave para entender como un conjunto todo el nacimiento y desarrollo del arte moderno. Mientras tanto, la planta inferior aloja la colección de arte contemporáneo. Menos didáctica que la planta moderna, la colección contemporánea muestra expresiones artísticas de toda índole, desde instalaciones interactivas hasta proyectos arquitectónicos. Aunque es también muy interesante, puede ser menos atractiva para el visitante al que no le guste el arte contemporáneo, pues está llena de obras transgresoras y a veces un poco incomprensibles.
Una vez terminada la visita, cogimos de nuevo las bicis y nos dirigimos al barrio de Montmartre, donde subimos a la Basílica del Sacré Cœur, un templo del siglo XIX pero de inspiración bizantina, muy conocido por su gran cúpula blanca que corona la colina de Montmartre. Desde allí pudimos admirar la bellísima vista de la ciudad en la "golden hour" (manera de llamar por los aficionados a la fotografía a los ratos justo después del amanecer y antes del atardecer en los que el sol ilumina con una cálida luz especial la ciudad, debido a la inclinación de los rayos).
Después de esto me separé del grupo y fui a reunirme con mi hermana, que había ido a pasar el fin de semana desde Madrid para visitar a su novio, que vive y trabaja en París. Fuimos a cenar los tres a un pequeño restaurante de comida china en la zona del Pompidou, en el que sirven unas buenísimas sopas tradicionales chinas de fideos en las que puedes elegir el nivel de picante, del 0 al 5. Yo elegí el nivel 1 y aún así picaba mucho, por lo que no me quiero imaginar el nivel 5. Tras estos, dimos un paseo hasta el museo del Louvre, donde me despedí de mi hermana y me reuní de nuevo con mis compañeros de viaje.
Nos dirigimos paseando al Barrio Latino, el barrio universitario de París, donde se encuentran todos los edificios de la Sorbona. El más destacado es el famoso Panteón, cuya cúpula domina todo el barrio. Desde allí cogimos de nuevo las bicis y nos cruzamos medio París hasta nuestro apartamento, donde dimos por finalizado un largo e intenso día.
Llegamos pues al último día de este largo viaje por tierras francesas. Como no teníamos mucho tiempo, ya que teníamos que salir a mediodía de París para poder devolver el coche en Bremen a tiempo, dejamos las maletas en el coche y nos acercamos al cementerio de Père Lachaise, conocido por albergar entre sus tumbas a numerosos personajes famosos, como Jim Morrison o Edith Piaf. Allí nos separamos, ya que cada uno quería gastar de una manera diferente sus últimas horas en París. Yo cogí de nuevo la bici con mi compañera polaca Aga y dimos un largo paseo en bici por París, llegando hasta los Campos Elíseos y el Arco del Triunfo, desde donde regresamos siguiendo la orilla del Sena.
Después de esto, nos montamos de nuevo en el coche y nos dispusimos a enfrentarnos a los casi 800 km que nos separaban de Bremen, a donde llegamos cansadísimos a las 11 de la noche. Es curioso porque ese día, al llegar a mi piso en Bremen, me di cuenta de que ya lo había hecho "mío" y que ya lo consideraba mi casa (que no hogar), pues tuve esa agradable sensación de estar de nuevo en casa tras un largo viaje.
Termina así la crónica del primero de mis viajes de este noviembre viajero que he tenido. Espero que os haya gustado y que sirva de ayuda si alguien está planeando un viaje a alguna de estas ciudades. De nuevo recomendaros el Flickr de mi compañera italiana, donde podéis ver las bonitas fotos que hizo en nuestro fin de semana en París.
¡Un saludo!
Galería de fotos
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